Los hijos de los Jedi (45 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los dos androides no eran mucho más altos que Erredós, pero estaban envueltos en una curiosa aureola de amenaza insectil que hizo que Luke empezara a retroceder lentamente.

Los tentáculos se extendieron con una mezcla de siseo y chasquido para rodear los maltrechos despojos del jawa y alzarlos por los aires. Los androides giraron sobre sí mismos y se fueron a toda velocidad. Luke los siguió hasta la puerta de una caverna iluminada únicamente por el débil resplandor de los diales y las lecturas. El olor predominante en aquel lugar —una mezcla de amoníaco, hedor de basura y sustancias orgánicas— era tan intenso que entrar en él era como darse de narices con un muro de barro. Hilillos de vapor rezumaban desde debajo de las tapas de tres grandes cubas redondas muy parecidas a pozos que sobresalían un metro y medio por encima del duracero desnudo de la cubierta. Los androides de ojos de serpiente fueron hacia el tanque más próximo, y la cubierta se abrió mediante un mecanismo de dilatación. La pestilencia se volvió todavía más intensa, y nubes de vapor escaparon del interior del tanque para crear una masa de niebla que llegó hasta las rodillas de Luke antes de dispersarse en veloces remolinos por los rincones de la sala.

Los androides levantaron el cadáver del jawa y lo dejaron caer dentro de la cuba con un ploop viscoso. El mecanismo de dilatación volvió a actuar y la tapa se cerró.

Un repentino y estridente tintineo metálico que sonó junto a él hizo que Luke diera un salto. Una compuerta se abrió en la pared y un amasijo de objetos entre los que había hebillas de cinturón, cierres de bota, un casco de las tropas de asalto y unos cuantos huesos a medio disolver se precipitó al interior del recipiente de recogida que había debajo de la escotilla. Todos los objetos goteaban ácido enzimático.

El cráneo de un gamorreano le sonrió desde el recipiente de recogida.

Luke se apresuró a retroceder. Sabía que el reciclaje completo a cargo de los productos de disgregación enzimática no se iniciaba hasta la segunda o tercera semana de las misiones en el espacio profundo, pero aun así el recuerdo de aquellos huevos gukkeados hizo que sintiera un conato de náuseas.

El fotrinador le estaba esperando en el pasillo. Luke lo precedió por otro umbral, dejó atrás varios tanques enzimáticos de emergencia que estaban cerrados y apagados, y siguió adelante hasta que llegó a la pared del fondo. Cuando la claridad de su bastón cayó sobre ellos, los tres PU-80 alineados en un rincón hicieron girar el cubo que formaba la parte superior de sus cuerpos y los cuadrados de sus sensores de largo alcance emitieron un tenue resplandor azulado. Un diminuto MMF surgió de la oscuridad y agitó sus tres brazos delante de Luke como un árbol mecánico que hubiera perdido todas sus hojas. El androide se detuvo junto a él cuando Luke ya se estaba inclinando para abrir los paneles del pozo, e intentó arrebatarle la tapa de la compuerta tirando de ella con esa fuerza tan sorprendente como irresistible propia de los androides. Luke alargó el brazo y presionó el botón de pausa. El MMF se quedó totalmente inmóvil con el panel todavía aferrado en sus pinzas.

El dibujo de la parrilla de enclisión le sonrió desde el interior del conducto, una gélida hilera de dientes mellados que se iba difuminando poco a poco hasta desaparecer del todo en la oscuridad de la parte de arriba del conducto.

Luke metió medio cuerpo en el conducto, moviéndose despacio y con mucha cautela. Vio que ascendía dos niveles en una pendiente bastante pronunciada que podía ser escalada a duras penas, pero no por un hombre con una pierna inútil. «Adelante —parecía susurrarle el amenazador tapiz de cuadrados que cubría las paredes—. Vamos, inténtalo…»

«Es como interferir el sistema de disparo de un desintegrador —había dicho Callista, y luego había añadido—: Cuantos más impactos recibas, más recibirás después.» Presionó la bola de guía que llevaba en el bolsillo con el pulgar, y la forma plateada del rastreador se acercó un poco más.

Ya había examinado los pestillos que mantenían sujetos los paneles desde atrás, por lo que no le costó demasiado desplegar sus pensamientos —como había hecho antes con el panel que permitía acceder al pozo— para hacer girar los pestillos de la parte de arriba. Soltar el panel fue bastante más duro, porque tuvo que abrirse paso a través de la fatiga y el dolor para poder alcanzar el grado de concentración necesario. Luke acabó sintiendo cómo el panel cedía dos niveles por encima de él, y oyó el tenue chasquido metálico que produjo al chocar con el suelo.

Una suave corriente de aire fluyó a lo largo del pozo y le envolvió la cara.

Dos niveles. Ocho metros de pendiente, aunque la oscuridad era demasiado densa para que sus ojos pudieran atravesarla.

—De acuerdo, amigo —le susurró al fotrinador—. Ahora te toca a ti trabajar.

Deslizó el pulgar sobre la bola de guía para dirigir el rastreador hasta dejarlo a unos centímetros de la parrilla de enclisión. Concentró su mente, puso orden en sus pensamientos y expulsó de ellos el dolor, el cansancio y la creciente preocupación que sentía. Cada cuadrado de la parrilla apareció en su mente, repentinamente defectuoso y fuera de sincronía. Las moléculas no llegaban a tocarse como hubiesen debido hacerlo, y las sinapsis no conseguían establecer el contacto adecuado. Diminutas variaciones en la presión atmosférica, la conductividad, el tiempo de reacción… Y, además de todo eso, la fuerza cinética acumulándose como el rayo, densa y a la espera, apuntándose a sí misma como un cañón alzado hacia la oscuridad.

Fue como gritar una palabra, pero sin que hubiera ninguna palabra. Sólo hubo la silenciosa explosión de velocidad del fotrinador, que salió disparado hacia arriba tan deprisa como un cohete, desgarrando el aire igual que si acabara de ser lanzado por una gigantesca pieza de artillería, y el siseo chisporroteante del relámpago. Los haces azulados —escasos, delgados como patas de araña y demasiado lentos— saltaron de los cuadrados opalinos y crujieron alrededor de la carcasa metálica, provocando pequeños surtidores de chispas allí donde uno, dos, hacían impacto… Un instante después Luke percibió el nuevo movimiento en el aire por encima de la zona protegida por los rayos, y la parrilla dejó de hacer ruido.

Echó un vistazo al monitor de la bola de guía.

El fotrinador seguía transmitiendo.

Apoyó la frente en la jamba del panel e intentó reprimir sus temblores mientras daba gracias a la Fuerza y a todos los Poderes del universo.

Y se dio la vuelta para ver lo que en el primer momento creyó era otro fotrinador suspendido en la oscuridad detrás de él.

Un segundo después sus reflejos entraron en acción y Luke se lanzó hacia un lado, justo a tiempo para evitar el chorro abrasador de una ráfaga desintegradora. «Un rastreador», se dijo mientras rodaba sobre sí mismo hasta quedar detrás del tanque vacío, apartando su pierna herida de un nuevo disparo que le arrancó un trocito de tacón de la bota. Se acordó del agujero ennegrecido en el costado del jawa. Estaba claro que los rastreadores plateados habían sido creados para hacer algo más que aturdir y capturar.

Agarró el bastón que había dejado caer al suelo y tuvo que retirar la mano —vacía— para ponerla a cubierto en el último instante. Otro rayo desintegrador rebotó en la cubierta con un frenético siseo, y Luke rodó sobre sí mismo para esquivar a otro rastreador que acababa de emerger de las tinieblas.

Había visto en acción a esas relucientes esferas plateadas en la pradera de Pzob, y sabía que los fugaces instantes de zumbidos y chirridos indicaban el cambio de orientación y el reenfoque de aquellos nidos de sensores tan parecidos a antenas. Luke los aprovechó para rodar sobre sí mismo, esquivar y cambiar de dirección. Las portillas de visión centrales se movieron y el segundo androide escupió fuego no contra él, sino en una hilera de veloces ráfagas dirigidas al suelo que formaron una pauta de destrucción y le impulsaron hacia el panel abierto del pozo y la parrilla de enclisión que se ocultaba dentro de él.

—Oh, muy listo —murmuró Luke.

Retrocedió a rastras y calculó cuidadosamente el momento adecuado para saltar. Guiado más por el instinto que por otra cosa, se lanzó a través de la abertura en el diluvio de rayos, rodó hasta quedar de rodillas y sacó el espejo de diagnóstico de su bolsillo mientras los rastreadores volvían a girar en su dirección. Luke captó el disparo del primero en el espejo angulado, un haz limpio, malévolamente destructor y perfectamente apuntado. El chorro de energía rebotó y cayó sobre el segundo rastreador un instante antes de que pudiera disparar. El rastreador estalló en un diluvio de metralla metálica que desgarró el rostro de Luke como un vendaval de espinos, pero eso le proporcionó el segundo que necesitaba para alterar la posición del espejo mientras el primer rastreador hacía un nuevo intento…, y se enviaba ruidosamente a la destrucción con su propio haz reflejado por el espejo.

Luke se quedó inmóvil sobre el suelo, jadeando y sintiendo el calor de la sangre que goteaba por su rostro en un agudo contraste con el frío del sudor que se iba secando. Un rastreador destrozado yacía como una araña aplastada en el suelo a un metro de él. El segundo seguía flotando a unos cincuenta centímetros por encima del suelo, con las pinzas medio rotas girando de un lado a otro como si no supieran hacia dónde debían volverse. Luke colocó las manos debajo del cuerpo como preparación para empezar a arrastrarse hacia su bastón.

Y los tres PU-80 del rincón cobraron vida con un zumbido de servomotores.

Luke se lanzó hacia la puerta mientras los tres PU avanzaban velozmente hacia él, moviéndose más deprisa de lo que nunca hubiera creído podían llegar a hacerlo con aquellas orugas de tractor. Extendió la mano y llamó a su bastón para que acudiera a ella en el mismo instante en que el MMF volvía a cobrar vida y disparaba una pinza contra él. Luke rodó a través del umbral, preguntándose si podría llegar hasta la escalerilla a tiempo, y tuvo que detenerse en seco con un patinazo cuando dos PU más y el Tredwell más enorme que había visto jamás —tenía que ser como mínimo un modelo 500 o 600, un alimentador de hornos aparatosamente blindado— surgieron de la oscuridad del corredor y trataron de atraparle con brazos inexorables.

La espada de luz se activó con un zumbido en su mano en el mismo instante en que unos serpenteantes tentáculos plateados le agarraban la muñeca por detrás. Luke lanzó un mandoble contra un androide de ojos de serpiente, y el otro androide le atacó con una larga varilla articulada y el impacto de la sacudida eléctrica le dejó aturdido y sin respiración. Luke se pasó la espada de luz a la mano izquierda, como hacía cuando no le quedaba más remedio, y destrozó los sensores del androide-serpiente. Algo le golpeó por detrás y una fuerza increíble le agarró por los brazos y le alzó en vilo, separándole los pies del suelo. Luke lanzó otro mandoble y chorros de chispas salieron disparados en todas direcciones cuando la hoja resplandeciente cortó el servocable de un G-40 pero, a diferencia de los oponentes humanos, los androides no eran lo suficientemente inteligentes para retroceder y eran incapaces de quedar inconscientes. Las máquinas le rodearon, aferrándole con una fortaleza imposible, y cada vez que Luke acababa de abrirse paso a través de los cables sensores, las articulaciones y los servotransmisores, siempre había más enemigos a los cuales vencer.

Los brazos blindados del Tredwell eran capaces de resistir incluso la potencia de corte del láser. El Tredwell había sido diseñado y fabricado para poder trabajar en el corazón de un horno de antimateria, y aunque la espada de luz siseó y atacó una y otra vez, la desgarradora violencia de los golpes sólo consiguió reverberar a lo largo de los brazos de Luke con una potencia tan salvaje como si quisiera romperle los huesos. Los androides que todavía estaban en condiciones de moverse siguieron al alimentador de hornos con los brazos y los zarcillos oculares colgando flácidamente a los lados mientras la enorme máquina llevaba a Luke a través del umbral, y la pestilencia mefítica de las tinieblas de la cámara de enzimas no tardó en engullirlos. Luke se retorció frenéticamente, golpeando las pinzas que le sujetaban los brazos y los tobillos e intentando cortarlas con su espada de luz, pero ni siquiera consiguió hacer vacilar su presa. La pestilencia se hizo todavía más intensa cuando la tapa de la cuba de enzimas se abrió ante él como un gigantesco iris mecánico. El vapor subía hacia el techo y hervía alrededor de Luke en delgadas capas de espuma, y el olor y el calor del líquido entre marrón y rojo oscuro que hervía debajo de su cuerpo hicieron que le diera vueltas la cabeza.

Luke se quedó inmóvil y dejó que su cuerpo colgara nacidamente de las pinzas. El resplandor letal de la espada de luz se retrajo. «Una hoja que flota en el viento —pensó—. Una hoja que flota en el viento…»

El Tredwell le dejó caer. Luke, tan relajado que casi habría podido quedarse dormido, llamó a la Fuerza mientras caía y sintió su impalpable e incontenible ligereza mientras flotaba por encima de las nubes de vapor. Después fue vagamente consciente, como si lo percibiera todo desde alguna incomprensible distancia abstracta, de que su cuerpo repentinamente desprovisto de peso giraba sobre la repugnante masa que hervía dentro de la cuba y empezaba a desplazarse hacia un lado, alejándose de los androides y levitando sin ningún esfuerzo hasta llegar al otro lado.

Cayó justo cuando acababa de dejar atrás el borde de la cuba, y el impacto del choque con el suelo fue considerable. Su pierna lisiada se dobló debajo de él cuando intentó ponerse en pie, y Luke se tambaleó y trató de saltar hacia la puerta, arrastrándose desesperadamente mientras los androides crujían y rechinaban detrás de él. No eran tan rápidos como lo habían sido los rastreadores. Luke ya había logrado sacar la placa de la apertura manual de la puerta cuando aún estaban a más de un metro de él, y pudo incrustar su espada de luz en el mecanismo para fundirlo después de que la puerta se hubiese interpuesto entre él y los androides.

Consiguió arrastrarse una distancia considerable antes de perder el conocimiento.

—Podemos hacerlo, Callista.

La voz del hombre lograba mantener una delgada capa de paciencia y confianza sobre un núcleo de hirviente irritación. Deslizó sus manazas encallecidas por debajo del cinturón a su espalda, y la contempló desde la negrura enmarcada por la débil claridad rectangular del campo magnético.

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