Los hijos de los Jedi (46 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Luke reconoció el hangar, aunque visto bajo la luz fría y límpida de los paneles parecía menos cavernoso que cuando había estado allí bajo la débil claridad pizarrosa de las estrellas. Los bancos de luz de la Nebulosa Flor de Luna que flotaban a la deriva por el espacio podían ser vistos en el exterior, tachonados por las masas más oscuras de los asteroides que creaban un fantasmagórico paisaje de resplandores y sombras incrustadas en ellos como lanzazos. El caza Y estaba donde lo había visto antes, y sus cicatrices y agujeros parecían más grandes y aparatosos bajo aquella nueva claridad. Las marcas del suelo que anteriormente habían estado vacías quedaban medio ocultas debajo de una cañonera Skipray, y la otra nave parecía curiosamente empequeñecida al lado de su enorme masa.

—La estación envía su fuego defensivo siguiendo una pauta de doble elipse, eso es todo. Conseguimos atravesarlo, ¿no?

Los ojos azules del hombre brillaban en un rostro de mandíbula que parecía tallada a golpes de cincel y expresión jovial cubierto por una barba pelirroja de tres días. Llevaba un aro de oro en una oreja.

—La Fuerza estaba con nosotros, porque en otro caso nunca habríamos logrado llegar.

Era la primera vez que Luke la veía con claridad, pero era como si siempre hubiese sabido que era alta y esbelta, y aunque tenía los huesos muy largos eso no hacía que resultara desgarbada o falta de gracia. La espada de luz con su anillo de cetáceos de bronce colgaba de su cinturón. Al igual que su compañero, no estaba muy limpia y todo un universo de pesados cabellos castaños sin lavar colgaba de un nudo del tamaño de sus dos puños hecho en su nuca. Sus ojos grises parecían relucir con una pálida claridad sobre las manchas de aceite y hollín de su cara. Trochos de metralla o de cristal habían abierto un corte de cinco centímetros en su frente, y a juzgar por la costra la herida dejaría una cicatriz muy grande. Su voz hacía pensar en el humo y la plata.

Era hermosa. Luke nunca había visto a una mujer tan hermosa.

—Me gustaría pensar que tuve algo que ver con ello.

La larga boca del hombre se frunció en una mueca.

—Y así fue. —Callista parecía entre sorprendida y consternada al verle tan ofendido—. Por supuesto que tuviste algo que ver con ello, Geith. La Fuerza…

—Ya lo sé. —Geith movió una mano en un gesto de empujar el aire, como si rechazara algo oído antes para lo que no tenía tiempo—. Lo que importa es que hay otras maneras de hacer esto sin necesidad de que nos maten.

El silencio se fue prolongando entre ellos, y la postura de Callista y su tímido encogerse sobre sí misma indicaron a Luke que le preocupaba mucho el que Geith pudiera enfadarse con ella. Callista abrió la boca para decir algo, se contuvo con un visible esfuerzo y después de unos momentos decidió decir algo muy distinto a lo que había pensado en un principio.

—Geith, si hubiese alguna forma de que pudiera subir por ese pozo, ya sabes que yo…

El repentino llamear de los ojos del hombre reveló a Luke que había interpretado sus palabras como una acusación de cobardía.

—Y yo te estoy diciendo que ninguno de los dos tiene que hacerlo, Callis.

Había ira en su voz, y Luke vio que no llevaba una espada de luz colgada al lado del desintegrador que pendía de su cinturón. ¿Era esa ausencia otra de las cosas que se interponían entre ellos?

—No vamos a tardar mucho tiempo en salir de las interferencias de la nebulosa y llegar a un sitio en el que podamos pedir ayuda. Ayuda para librarnos de este montón de chatarra… —el gran arco trazado por su mano abarcó los fríos laberintos de paredes grises del
Ojo de Palpatine
sumido en el silencio—, y por lo menos así podremos informar a Plett de lo que se le viene encima. Tal como están las cosas ahora, si intentamos hacernos los héroes y fallamos, lo primero que sabrán es que una montaña de plasma humeante les ha caído en el regazo.

—Y si intentamos salir de aquí y nos cazan, entonces tampoco sabrán qué ha acabado con ellos.

Callista había hablado en voz baja y suave. Geith replicó alzando la voz.

—Es una doble elipse con un giro regulado por un generador de aleatoriedades. Lo he registrado todo y lo he introducido en los bancos de datos, Callis. Yendo en esa bañera resultará un poco más difícil que dentro del caza Y, pero puede hacerse.

Callista volvió a tragar aire y Geith le puso la mano en el hombro y un dedo sobre los labios. Era el gesto lleno de intimidad de un amante, pero aun así seguía significando que Callista debía guardar silencio.

—No hace falta que seas tan heroica, niña. Siempre hay alguna manera de hacer las cosas que no te exige morir en el proceso.

«No quiere subir por ese pozo —pensó Luke—. Se ha repetido una y otra vez a sí mismo que hay otra forma, y probablemente incluso lo cree, pero en lo más profundo de su ser la única verdad es que no quiere ser el que tenga que abrirse paso a través de la parrilla mientras ella está utilizando la Fuerza para interferir su funcionamiento.»

Y Luke también vio aquella comprensión en los ojos grises de Callista.

—Geith… —murmuró, y Luke percibió el eco de enfados anteriores del hombre en su titubeo—. A veces no hay otra manera.

Geith alzó las manos.

—¡Ya estás empezando a hablar como el viejo Djinn!

—Eso no significa que lo que estoy diciendo no sea verdad.

—¡Teniendo en cuenta que no ha salido de esa condenada bola de gases suya desde hace cien años, creo que ese viejo debería pensárselo un poco antes de decir a los demás cómo han de morir! He viajado mucho, Callis, y tengo mucha experiencia… Sé de qué estoy hablando.

—Y yo sé que no tenemos ni idea de cuánto tiempo nos queda antes de que esta cosa entre en el hiperespacio. —Seguía sin levantar la voz, pero había algo en la tranquila suavidad de su tono que impidió que Geith volviera a interrumpirla—. No lo sabemos. Si la destruimos, entonces se acabó. Habrá desaparecido. Si nos vamos, si salimos huyendo…

—¡Escapar de una situación peligrosa y buscar ayuda no tiene nada de malo!

—Salvo que significará que perderemos la única posibilidad clara que tenemos.

—¡Lo que quieres decir es que perderemos nuestra posibilidad de volar por los aires junto con este trasto!

—Sí —replicó Callista—. Eso es justo lo que quería decir. ¿Vas a ayudarme o no?

Geith apoyó las manos en las caderas y bajó la mirada hacia ella, pues era un hombre muy alto.

—Maldita domadora de peces… —dijo, y un repentino destello de afecto iluminó su sonrisa—. Eres muy tozuda, ¿eh?

Callista alzó los ojos hacia su rostro, y cuando respondió su voz se quebró de una manera casi imperceptible.

—No me dejes, Geith. No puedo hacerlo sola.

Y Luke vio un levísimo cambio en los ojos azules de Geith.

El dolor volvió a él e hizo añicos la escena del hangar. Abrió los ojos y sintió la ligera agitación del movimiento por debajo de él. Unas delgadas líneas oscuras estaban desfilando por encima de su cabeza como los cables de un sensor, yendo desde la cabeza hasta los pies: eran las junturas del techo.

Volvió la cabeza y vio que estaba acostado encima de un pequeño trineo antigravitatorio, más allá de cuyo extremo eran visibles la cabeza y los hombros metálicos llenos de abolladuras y manchas de Cetrespeó mientras el androide conducía el trineo a lo largo del pasillo. El reflejo amarillo de las tenues luces de un androide rastreador se deslizó sobre la máscara metálica del rostro de Cetrespeó, arrancando un destello casi imperceptible a la compleja y perfecta forma de su mano apoyada sobre el borde del trineo.

La luz amarilla siguió moviéndose y se alejó. Cetrespeó volvió a avanzar, y sus pisadas resonaron huecamente en el pasillo vacío. Luke volvió a hundirse en la oscuridad.

«El fotrinador», pensó. Había interferido la parrilla de enclisión y había impulsado el globo plateado haciendo que subiera diez metros a lo largo del pozo, pero aun así le habían dado… Cuatro veces, tal vez cinco. Luke había oído el gemido estridente de los rebotes en el metal. Cetrespeó había cortado el conductor de comunicaciones, Cray corría peligro, no podía quedarse acostado encima del trineo…

«Cuantos más impactos recibas, más recibirás después.»

La vio en la sala artillera.

Las luces de aquel recinto también estaban encendidas.

Estaba sola. Todos los monitores se hallaban apagados, rostros negros llenos de estúpida inexpresividad, agujeros en la malevolencia de la Voluntad, y Callista se había sentado sobre el borde de una consola. No movía ni un músculo, pero Luke sabía que estaba escuchando.

Tenía la cabeza inclinada y sus largas manos estaban cruzadas relajadamente sobre su muslo, pero pudo ver la tensión en su forma de respirar y en el ligero ángulo de movimiento. Estaba escuchando con toda su atención.

En un momento dado volvió la mirada hacia el cronómetro colocado encima de la puerta.

—No me hagas esto, Geith. —Su voz apenas podía oírse—. No me hagas esto…

Después de un silencio muy, muy largo y tan insoportablemente destructivo como años de una fría enfermedad, Luke captó el momento en que Callista por fin lo comprendió a pesar de que no hubo ningún cambio en la sala. Se puso en pie, fue hasta una consola y tecleó una orden, una joven alta y delgada cuyo mono de vuelo gris colgaba formando bolsas sobre el cuerpo de luchadora de largos miembros y cuya espada de luz, adornada con su hilera de payasos marinos que bailaban, relucía sobre su costado. Callista hizo que una pantalla cobrase vida y por encima de su hombro Luke vio el hangar, con el caza Y que ya no podía volar y los metros vacíos de suelo de cemento donde había estado la cañonera.

Callista accionó los interruptores de una hilera de lecturas y después, como si no bastaran para convencerla, volvió a inclinarse sobre el teclado y pulsó la tecla repetición registro visual.

Los ojos de Luke eran los ojos de la cámara de vigilancia escondida entre los cráteres que cubrían el casco retorcido y lleno de irregularidades del acorazado. Nadie habría podido negar que Geith era un piloto condenadamente bueno. Las cañoneras eran vehículos de descenso, no aparatos de caza; y resultaban bastante difíciles de manejar, aunque en una situación de crisis por lo menos siempre poseían la velocidad necesaria para dejar atrás, ya que no para superar mediante maniobras, a casi cualquier perseguidor. Y Geith tenía razón. Mitad por observación y mitad por instinto, Luke vio/sintió la pauta de los disparos que iba lanzando la Voluntad, una complicada doble elipse con un par de intermitencias aleatorias introducidas en ella.

Un par, en vez de sólo una como había dicho Geith.

Geith pilotaba la cañonera como si fuese un caza TIE, esquivando, descendiendo y girando locamente por entre los telones de polvo saturado de luz y las masas medio escondidas de rocas que giraban lentamente sobre sí mismas, abriéndose paso a través de los trazos blancos de la muerte a una velocidad realmente aterradora. Ya casi estaba fuera de alcance cuando un haz de energía que no debería haber estado allí le agujereó el estabilizador.

«Cuantos más impactos recibas, más recibirás después.»

Geith debió arreglárselas de alguna manera para recobrar el control de la nave, pues la cañonera trazó una enloquecida serie de giros sobre su eje pero mantuvo su trayectoria. Un asteroide surgió del polvo y le arrancó una de las unidades de energía, arrastrando la cañonera en su estela…

Y todo terminó de repente.

Luke vio el estallido blanco de la última explosión bajo la forma de un reflejo de la pantalla proyectado sobre el rostro de Callista.

Callista cerró los ojos. Las lágrimas trazaron líneas sobre la suciedad. Tenía el aspecto de una mujer que llevaba días sin dormir ni comer, y se la veía agotada y a punto de agotar sus últimas reservas de energía. La Voluntad tal vez tuviera algunos trucos ocultos para librarse de quienes entraban en la nave por medios distintos a los transportes provistos de bodegas de adoctrinamiento. Si Geith hubiera estado alerta y consciente al cien por cien, tal vez hubiese conseguido hacer lo que había asegurado que haría y habría logrado escapar para traer ayuda.

Callista volvió la cabeza y alzó la mirada hacia el conducto sumido en las tinieblas, un pozo invertido abierto a la noche por encima del techo. La parrilla de inclisión aparentaba ser un campo de pálidas estrellas que hubieran sucumbido a la demencia de la regularidad. Tragó aire sin que su expresión cambiara en lo más mínimo, y lo expulsó en silencio.

Luke volvió a despertar, o creyó despertar, para encontrarse con una negrura absoluta, y Callista estaba allí, yaciendo junto a su espalda. Su cuerpo se curvaba alrededor del suyo y su cadera encajaba en la suya, y su muslo le rozaba la parte de atrás de la pierna —Luke se dio cuenta de que la pierna no le dolía, y de que no sentía ningún dolor—, y su brazo estaba apoyado en su costado y su mejilla reposaba sobre su omóplato, como un animal que se ha acercado sigilosamente a un humano para acostarse junto a él en busca de calor y seguridad. Luke se asustó al percibir la enorme tensión y la amargura de la pena reprimida que había en sus músculos.

Pena por haber soñado el sueño que Luke acababa de presenciar, por haberse acordado del hombre que la traicionó y por haber tenido que hacerlo todo sola.

Luke se dio la vuelta, moviéndose con una infinita cautela porque temía verla huir en cuanto notara que estaba despierto, y la rodeó con sus brazos.

Y, como había hecho en la sala artillera, Callista tragó una bocanada de aire, agarrándose a algo durante el mayor tiempo posible, y después la dejó escapar.

Lloró durante largo rato, en silencio y sin aspavientos ni disculpas, y la cálida humedad de sus lágrimas fue empapando su mono de vuelo sucio y Heno de desgarrones, y su cuerpo tembló cada vez que tragaba aire y lo expulsaba.

—Vamos, vamos… —murmuró Luke. Su cabellera, que parecía muy espesa y de textura bastante áspera, resultó ser asombrosamente fina bajo sus dedos y Luke sintió su flexible delicadeza allí donde se acumulaba en sus manos, llenándolas hasta rebosar de ellas—. Eso ya pasó.

—Pensó que nunca me atrevería a intentarlo sola —dijo Callista pasados unos momentos—. Quería salvarme, evitar que muriese… Lo sé. Él sabía que yo lo sabría.

—Pero aun así tomó la decisión en tu lugar sin permitir que fueras tú quien decidiese.

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