Los hijos de los Jedi (59 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

—Tendremos que esperar a que se calmen un poco.

Luke apoyó la espalda en la pared, consciente de que estaba temblando y de que el sudor chorreaba por su cara y relucía bajo la fría claridad de las luces del pasillo. Quería sentarse, pero sabía que si lo hacía entonces probablemente nunca volvería a levantarse. Era abrasadoramente consciente de la presencia de Callista a su lado, muy cerca de él, como si fuese meramente invisible y pudiera volver a hacerse visible pasado un rato.

Luke expulsó ese pensamiento de su mente.

Triv se puso en cuclillas, escuchando pero con el cuerpo tenso para volver a levantarse de un salto y el desintegrador en la mano. Cetrespeó estaba en el pasillo, a un metro de distancia de sus espaldas y con los sensores auditivos sintonizados en su máxima capacidad de recepción. Cray y Nichos estaban inmóviles el uno al lado del otro y se les veía un poco incómodos, como si no supieran qué decir.

—¿Aguantarás, Luke? —preguntó Cray, y Luke asintió.

—Esto no debería exigir demasiado tiempo.

—Bueno, si estuvieran bebiendo con una cuadrilla de pastores de cy'een de las aguas profundas, acabarían debajo de la mesa antes de que a los pastores se les hubieran empezado a calentar los codos —comentó Callista.

Más chillidos.

—Tal vez por eso mataron a ese posadero.

El estrépito se fue debilitando poco a poco. Hubo unos cuantos gritos y gruñidos aislados, y luego silencio. Alguien gritó su opinión acerca de algo a sus compañeros de tribu, que a esas alturas ya no se enteraban de nada, y después hubo un ruido metálico, como el que hubiese podido producir un recipiente empleado para beber cayendo al suelo.

—Bien, vamos —dijo Luke—. No disponemos de mucho tiempo. Ocúpate de los talz, Cetrespeó.

—Por supuesto, amo Luke.

El androide se alejó hacia la oscuridad envuelto en una veloz sucesión de crujidos y zumbidos.

El suelo del hangar de las lanzaderas estaba lleno de incursores del Pueblo de las Arenas dormidos. Había agua azucarada derramada por todas partes que iba empapando las túnicas color tierra y los paños con que los incursores se envolvían la cabeza, y en las túnicas de algunos había manchas oscuras que desprendían un olor acre, como de bilis o sangre. Una pequeña compuerta cuadrada de mantenimiento mural estaba abollada y llena de arañazos, como si hubiera sido atacada por un grupo de maníacos. Los palos gaffa y las lanzas esparcidas a su alrededor indicaban con toda claridad que alguien había considerado que sería un blanco muy útil para que todo el mundo pudiera demostrar su puntería. Los alrededores de la compuerta habían sufrido daños mucho más considerables que la compuerta.

—Una gran Fiesta, ¿eh? —comentó Luke.

Subió penosamente por la rampa de la primera lanzadera mientras Triv y Nichos recogían prudentemente todas las armas visibles. Los indicadores parecían hallarse en buen estado, y la experta manipulación de Cray consiguió que el ordenador de a bordo despertara sin necesidad de hacer ninguna referencia a sus contraseñas y declarase que estaba listo para entrar en acción.

—No parece tener ninguna clase de conexión con la Voluntad —comentó Cray.

—Ya iba siendo hora de que tuviéramos un poco de suerte.

—Os advierto de que nunca me enseñaron a pilotar uno de estos trastos —dijo Triv Pothman con la voz llena de preocupación desde la puerta—. Y esas lecturas de la superficie que estáis recibiendo no hacen que la perspectiva de aprender ahora me resulte muy agradable.

—Sintonizaré los controles de esta lanzadera con los de la otra para que Nichos pueda pilotar las dos.

Cray se instaló en el asiento de pilotaje, deslizó las manos por entre sus cabellos con su viejo gesto de hacer a un lado unos zarcillos extraviados —y frunció levemente los labios al sentir el contacto del pelo cortado—, y después solicitó el programa núcleo y empezó a teclear instrucciones para introducirlas en las rutinas. El ver que había tratado de alisarse la cabellera hizo que Luke se sintiera invadido por una extraña mezcla de alivio y alegría. Fueran cuales fuesen las pruebas que había soportado Cray, parecía evidente que la oscuridad que habían dejado dentro de ella por fin estaba empezando a disiparse. Cray estaba volviendo a ser ella misma.

—Nichos no es un as del espacio como Luke —siguió diciendo Cray—, pero puede encargarse de las dos naves incluso en unas condiciones atmosféricas tan malas, siempre que alguien pueda guiarle en el descenso desde la superficie. Una gran parte de la estabilización ya está pre-programada para adaptarla al planeta, naturalmente. Y creedme, cuando la nave estalle, habrá alguien ahí fuera para investigar qué ha ocurrido.

—Necesito hablar contigo de eso, Cray —dijo Luke.

Cray ni siquiera le miró.

—Más tarde —dijo—. Antes oigamos tu plan para traer a esos kitonaks hasta aquí y conseguir meterlos dentro de una lanzadera en un período de tiempo inferior a dos semanas.

Un estruendoso grito de guerra y un clamor de gemidos resonaron repentinamente en el exterior. Luke y Cray fueron corriendo hasta la puerta del transporte, y llegaron a ella con el tiempo justo de ver cómo un incursor tusken se lanzaba sobre Triv Pothman haciendo girar su palo gaña de una manera que resultaba considerablemente más peligrosa para él que para el antiguo soldado de las tropas de asalto. Nichos saltó por encima de los dos incursores dormidos que se interponían entre él y el atacante, agarró el brazo del tusken y arrancó el arma de su mano temblorosa.

—Eh, eh, amigo mío, cálmate un poco, ¿de acuerdo? —estaba diciendo Triv—. Tómate otra copa…

El incursor aceptó el tazón plateado medio lleno de agua azucarada que le ofrecía Triv, lo vació de un solo trago y volvió a caer al suelo.

—Amo Luke…

Cetrespeó apareció en el umbral del hangar seguido por las seis montañas de pelos blancos que eran otros tantos talz.

—¡Excelente!

Luke empezó a bajar por la rampa de la lanzadera, y perdió el equilibrio cuando su pierna se dobló debajo de él con un terrible estallido de dolor. Cray le cogió del brazo y tres talz se pusieron inmediatamente junto a él, sosteniéndole y emitiendo canturreos llenos de preocupación.

—Dales las gracias —dijo Luke, esforzándose para controlar su respiración y mantener a raya el dolor que amenazaba con hacerle perder el conocimiento—. Gracias —añadió, dirigiéndose a las enormes criaturas mientras Cetrespeó producía una sucesión de balidos y zumbidos—. Diles que sin su ayuda no tendría ninguna esperanza de poder salvar a todas las criaturas que se encuentran a bordo de esta nave y que están amenazadas por la destrucción.

Cetrespeó transmitió su mensaje a los talz, que replicaron con resoplidos, trompeteos y potentes palmadas en la espalda. Después los talz entraron en acción sin más dilaciones, y empezaron a recoger incursores tusken del suelo y los fueron sacando del hangar para llevarlos al transporte de la Cubierta 10.

—Ya sabes que incluso con mi reprogramación ese transporte se limitará a alejarse un par de kilómetros y que luego dejará de moverse, ¿verdad? —preguntó Cray mientras les veía marchar—. No puede ser pilotado.

—Con eso bastará —dijo Luke—. Dejaré instrucciones a Triv y Cetrespeó, y les explicaré que nadie debe abrir las escotillas de ese transporte hasta que haya llegado a Tatooine.

—¿Y realmente crees que alguien remolcará ese transporte hasta ponerlo a salvo en cuanto sepa qué hay dentro?

Cray apoyó el puño en la cadera, y se volvió para lanzarle una mirada de soslayo llena de cansancio y amargura.

—No puedo estar seguro —respondió Luke en voz baja—. Si consigo salir con vida de esto… —Titubeó—. O si tú lo consigues, te ruego que le encargues de que alguien lo haga.

La sombra de una sonrisa suavizó la expresión de Cray.

—Nunca te rindes, ¿verdad, Luke?

Luke meneó la cabeza.

—Qué extraño… —dijo Cray mientras subían por la rampa de la segunda lanzadera—. Lo lógico sería pensar que alguien saldría de Belsavis para averiguar quiénes somos después de que hayamos aparecido en este sector, pero seguimos sin tener visitas.

—Nunca había visto nada parecido.

Jevax examinó las imágenes de otra serie de pantallas mientras los dos técnicos —otro mluki y un durosiano de aspecto lúgubre y sombrío— continuaban inclinados sobre sus hombros. Ninguno de los tres alzó la mirada cuando Han y Chewbacca cruzaron el umbral del centro de control portuario.

El durosiano meneó la cabeza.

—Tiene que tratarse de un fallo de funcionamiento en algún sistema del relé que transmite las órdenes a las puertas del hangar —dijo—. Todas las pruebas y revisiones del programa que hemos llevado a cabo dan una lectura positiva, lis imposible que todas las puertas sufran una avería mecánica al mismo tiempo.

—¿Qué está pasando?

Jevax alzó la mirada, vio a Han y al wookie por primera vez y se levantó.

—Espero que no hayan venido a solicitar permiso para despegar —dijo en un tono medio jocoso y medio perplejo. Nadie que estuviera en su sano juicio despegaría para internarse en el infierno nocturno de los vientos de Belsavis—. ¿Encontró Su Excelencia los datos que necesitaba en los registros del Centro Municipal? Me temo que no pude…

—Leia nunca llegó al Centro Municipal —le interrumpió Han.

Los ojos del mluki se desorbitaron, y después se volvieron rápidamente hacia el cronómetro mural.

—Hay una mujer que vive en la calle de la Puerta Pintada, en la casa que había sido propiedad de Nubblyk el Slita: se llama Roganda Ismaren. Vino aquí hace unos siete años…

—Ahhh —dijo Jevax con voz pensativa—. Roganda Ismaren. Una mujer de esta altura… —Movió la mano para indicar una altura parecida a la de Leía—. Cabello negro, ojos oscuros.

—No lo sé. Nunca la he visto. Era una de las concubinas del Emperador, así que probablemente será muy hermosa.

—Los machos humanos que vienen al puerto la tratan como si fuera hermosa —dijo Jevax con una leve sonrisa—. Cuando se deja ver, cosa que ocurre muy raramente. Somos una ciudad muy pequeña, general Solo, y todo el mundo acaba sabiendo muchas cosas sobre la vida de los demás…, y aunque no es asunto mío, admito que Roganda Ismaren siempre ha despertado una profunda curiosidad en mí.

—¿Sabe dónde está su casa?

Jevax asintió.

El Jefe de las Personas de Plawal sugirió hacer una parada previa en un pequeño bloque de apartamentos para incluir en su grupo a Stusjevsky, un chadra-fan muy peludo y de un metro de altura que trabajaba en los huertos de lianas de café como olisqueador.

—Hay algunas cosas que los supervisores no entenderán nunca por mucho que intentes explicárselas —suspiró la pequeña criatura una vez se hubo despedido rápidamente del alegre grupo de amistades que se habían reunido en su apartamento para tomar unas copas de vino y limpiarse el pelaje los unos a los otros. Después bajó por la escalera exterior, trotando al lado de Jevax mientras sus manazas de grandes uñas curvas manejaban con sorprendente habilidad las complicadas hebillas de la chaqueta de seda que estaba acabando de ponerse—. La nueva no para de preguntar por qué todavía no podemos recolectar los granos… «Ya tienen buen color», dice. ¿Buen color? ¡Mi oreja izquierda sí que tiene buen color!

Su oreja izquierda se estremeció como si su dueño acabara de pedirle que corroborase sus palabras.

—Claro, por fuera tienen más o menos el color que deberían tener, pero por dentro todavía huelen a verde. Bien, ya aprenderá… ¿Qué puedo hacer por usted, Jefe?

Una neblina negra cayó sobre ellos, y gigantescas polillas y luciérnagas empezaron a bailotear alrededor del borroso resplandor amarillo de las farolas y las ventanas. Las luces de los jardines colgantes parpadeaban tenuemente a través de las nieblas, como extrañas galaxias distantes llenas de estrellas que estuvieran floreciendo poco a poco.

Jevax le proporcionó un rápido resumen del problema.

—Tenemos razones para creer que la casa está protegida por sistemas de alarma —terminó diciendo—. Antes de que entremos y de que revelemos nuestra presencia, nos gustaría saber si hay alguien dentro o no. ¿Puede decírnoslo?

—¿Humanos?

Las enormes orejas del chadra-fan se inclinaron hacia adelante, y su mirada fue de Han a Chewie.

Jevax asintió.

Stusjevsky alzó una mano y ejecutó el signo círculo-con-dos-dedos universal entre todas las razas que tenían pulgares oponibles: No Hay Problema. Giraron para cruzar la plaza del mercado mientras todas las luces se iban alejando hasta convertirse en tenues pinceladas perdidas entre aquella oscuridad fantasmagórica impregnada de calor.

El Jefe de las Personas de Plawal extendió las manos delante de él en un gesto de impotencia.

—Creemos que hay algún fallo en la programación del servo central entre el ordenador y las puertas de encima de los silos. Parece como si se hubiera activado y cerrado al mismo tiempo, y el resultado es que los engranajes principales han quedado destrozados.

Chewie volvió la cabeza y dejó escapar un largo gruñido.

—No lo sabemos —dijo Jevax—. Eso es lo que está volviendo locos a los técnicos. No tendría que haber ocurrido. Hay varios dispositivos de seguridad, pero todos permanecieron inactivos. Tendrán que entrar, reparar todo el mecanismo y abrir las puertas manualmente, y eso quiere decir que espero que le guste la comida de aquí, general Solo, porque como mínimo tardarán veinticuatro horas antes de…

—Un momento —dijo Han, deteniéndose en el comienzo de la empinada cuesta que llevaba a la calle de la Puerta Pintada—. ¿Me está diciendo que ha habido otro caso de…, de una avería tan complicada e inexplicable como la de que nuestro androide astromecánico intentara matarnos? Ya son dos en veinticuatro horas.

El centro de la blanca frente de Jevax se llenó de arrugas mientras consideraba el asunto desde ese nuevo punto de vista.

—Tres —dijo por fin—. El sistema de comunicaciones ha vuelto a averiarse, pero eso es algo que ocurre con tanta frecuencia que…

Hubo un momento de silencio mientras se contemplaban los unos a los otros en la penumbra.

—Tengo un mal presentimiento —murmuró Han.

Avanzaron rápidamente y en silencio, moviéndose a tientas desde una columna de los cimientos de un viejo edificio a otra, y fueron siguiendo el curso de la calle.

Estaban en un barrio de casas antiguas, con edificios prefabricados surgiendo por entre las ruinas del bombardeo como navios blancos varados sobre grandes peñascos. Las lianas que crecían sobre los viejos bloques de lava lanzaron húmedos susurros y crujidos cuando el grupo se abrió paso a través de ellas, y un manantial caliente que brotaba de unos antiguos cimientos burbujeaba en algún lugar de la oscuridad. La mayor altitud de la terraza que se alzaba debajo de las ruinas de la Ciudadela hacía que la niebla no fuese tan espesa, y cuando se detuvieron en la curva del final de la calle, Han incluso pudo ver la casa que Jevax le estaba señalando.

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