Los hijos de los Jedi (51 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Movió cautelosamente el hombro, que había estado a punto de quedar dislocado en la lucha con los androides. Los cortes de metralla de su rostro le escocían a causa del desinféctante, y la carne se había hinchado a su alrededor y había desarrollado una exquisita hipersensibilidad a cualquier clase de roce. Su mano y su brazo izquierdos, que habían sufrido quemaduras debido a los cortocircuitos, estaban torpemente vendados y habían sido tratados con alguna clase de anestésico local que no estaba dando grandes resultados. La piel de su mano derecha se había desprendido sin sangrar para mostrar el brillo del metal que había debajo.

—No creo que haya parches de ese tamaño disponibles en el mercado farmacéutico, señor.

Cetrespeó parecía bastante preocupado.

«Y tiene razones de sobra para estarlo», pensó Luke.

—Me pregunto si el fotrinador sigue ahí arriba.

—Está ahí, y sigue intacto.

La voz, clara y límpida, resonó dentro de la cabeza de Luke y las palabras tal vez hubieran sido realmente audibles, porque Cetrespeó replicó a ellas.

—Pero, señorita Callista, con maniobra de diversión o sin ella, el amo Luke difícilmente está en condiciones de enfrentarse con un grupo de gamorreanos y…

—No, lo hemos enfocado todo mal desde el principio —le interrumpió Luke—. Si la Voluntad puede programar androides para que piensen que soy basura que necesita ser reciclada, o puede programar gamorreanos para que piensen que Cray es una saboteadora, ya va siendo hora de que nosotros también probemos suerte con la programación.

Cuando Luke cruzó cojeando el espacioso umbral de la bodega de almacenamiento vio que había antorchas encendidas alrededor de toda la aldea de los gakfedds. El lugar apestaba a humo acre y a un débil hedor que parecía sugerir alguna avería en el sistema de eliminación de desperdicios o, como mínimo, un número demasiado reducido de visitas por parte de los cada vez más escasos MSE que continuaban funcionando. La claridad de la enorme hoguera encendida delante de la choza central le permitió ver que Matonak estaba construyendo una espléndida cola de malla con placas de plástico rojo y azul y cinta adhesiva para reparar motores. La enorme cerda alzó la mirada con un feroz gruñido cuando el delgado Jedi y su reluciente sirviente mecánico entraron en el anillo de luz de las llamas.

Matonak le dijo algo, y después movió una mano indicándole que avanzara hacia ella.

—La gran dama Matonak pregunta si fue su esposo quien le ha dejado en este estado —tradujo Cetrespeó. Matonak lanzó otra larga retahíla de gruñidos y bufidos guturales—. Añade su opinión de que ninguno de los dos es particularmente inteligente o sexualmente competente, aunque la verdad es que no consigo ver qué relación puede tener eso con lo que nos ha traído hasta aquí.

—Presenta mis respetos a la gran dama Matonak, y dile que he descubierto un camino que permitirá que sus esposos y los otros jabalíes de la tribu se rediman a sí mismos en un combate realmente heroico contra enemigos dignos de ellos.

La cerda se irguió. Sus ojos verdosos relucieron como joyas malévolas en sus cuencas rodeadas de verrugas grasientas.

—Dice que sus esposos y los otros jabalíes se han vuelto idiotas y vagos de tanto mirar las pantallas de los ordenadores, y que han descuidado sus deberes hacia la Iribú y hacia ella. Le quedaría muy agradecida si pudiera sacarles de su estúpida esclavización a la cosa de las pantallas de los monitores, que piensa mucho más en cazar alimañas que en la necesidad de que los jabalíes se comporten como jabalíes. Añade más detalles que no parecen tener ninguna relación con el asunto que nos importa.

Luke reprimió una sonrisa, y casi pudo oír el resoplido de risa de Callista en su mente.

—Pregúntale dónde podemos encontrar a sus esposos.

—¡Detrás de ti, escoria rebelde!

Los jabalíes formaban un grupo en el umbral. Tenían las manos vacías, algo que Luke agradeció profundamente. Después de haber pagado a los jawas con el cadáver del G-40 para que cortaran ciertas líneas de energía, había temido que sus mugrientos empleados fueran sorprendidos con las manos en la masa.

Ugbuz apartó a Cetrespeó de un empujón, haciendo que el androide cayera al suelo con un considerable estruendo metálico. Dos jabalíes agarraron a Luke por los brazos.

—Este corte del suministro es obra tuya, ¿eh? —gruñó el gamorreano—. Tú y tus saboteadores rebeldes…

Matonak se puso en pie.

—Podéis ser bravos guerreros contra un insignificante lisiado y una máquina parlante que camina —tradujo Cetrespeó desde el suelo, teniendo bastantes dificultades para hacerse oír ya que su voz casi quedó ahogada por la tempestad de alaridos de la cerda—. Pero cuando se os da la oportunidad de enfrentaros con esos klaggs malnacidos y comejabones, todos salís huyendo igual que morrts para obedecer las órdenes de algo que se esconde detrás de una pantalla y que nunca se deja ver.

Ugbuz titubeó. El gamorreano que seguía viviendo en el interior de su mente estaba librando una clara lucha con la personalidad de soldado de las tropas de asalto creada por el adoctrinamiento.

—¡Pero son órdenes! —acabó protestando—. Es la Voluntad.

—La Voluntad quiere que actuéis como auténticos jabalíes —intervino Luke con dulzura. A pesar de los sucios mechones de cabellos empapados de sudor que le colgaban delante de los ojos y de los morados que cubrían todo un lado de su rostro sin afeitar, su voz era la voz, de un Maestro Jedi, capaz de abrirse paso a través de lodos los obstáculos hasta entrar en las mentes que no estaban lo suficientemente desarrolladas para poder resistírsele—. Sólo siendo auténticos jabalíes podréis ser auténticos soldados de las tropas de asalto.

El gigantesco jabalí vaciló, y la expresión de su rostro indicó que le faltaba muy poco para retorcerse las manos de pura indecisión. Luke se volvió hacia Matonak.

—He oído decir que Mugshub se ríe de ti porque tienes una tribu de alfeñiques cobardes que se niegan a pelear, y que te llama Mami-Cerdita —añadió.

Matonak dejó escapar un chillido lleno de furia y, tal como había esperado Luke, le golpeó con la fuerza suficiente para que hubiese caído al suelo si los guerreros no le estuvieran sujetando. Relajó los músculos y se dejó llevar por la inercia del golpe. La cerda, muy enfurecida, envió a Cetrespeó hasta el umbral de una patada, y después empezó a abofetear a Ugbuz y a todos los jabalíes que tenía al alcance de las manos, gritando obscenidades que Cetrespeó fue traduciendo fielmente y con una asombrosa riqueza de detalles anatómicos desde el rincón al que había ido a parar.

—Pero… Pero… ¡Es la Voluntad! —insistía Ugbuz, sin saber qué otra cosa podía decir y como si aquellas palabras bastaran para explicarlo todo—. ¡Es la Voluntad!

Cetrespeó tradujo lo que Matonak opinaba que Ugbuz podía hacer con la Voluntad.

—Pero me temo que eso es físicamente imposible, señor —añadió después.

—Tal vez la Voluntad ha cambiado —sugirió Luke con su voz suave y dulcemente irresistible—. Quizá se ha encontrado una manera de que cumpláis con vuestro deber como jabalíes luchadores que está de acuerdo con las intenciones de la Voluntad.

Ugbuz y sus guerreros echaron a correr como un solo gamorreano hacia la gran choza que se alzaba al otro extremo de la bodega, con Matonak persiguiéndoles y empleando su voz al máximo de volumen mientras lo hacía. Luke se levantó de donde le habían dejado caer, ayudó a Cetrespeó a ponerse en pie, se limpió la sangre de la comisura de los labios y fue cojeando hasta la choza.

Encontró a los gamorreanos conteniendo el aliento alrededor de la pantalla del monitor. Todas las conexiones de ordenador con la bodega de almacenamiento habían sido cortadas hacía una hora, pero una hilera de letras anaranjadas surgió de las profundidades del monitor.

—En consonancia con las intenciones de la Voluntad, subiréis a la Cubierta 19 mediante el Ascensor 21 y aniquilaréis a esos apestosos hijos de una pandilla de come-repollos, y hasta al último de todos sus asquerosos morrts con ellos.

La estampida de gamorreanos que se lanzó sobre la puerta fue tan rápida que Luke estuvo a punto de acabar pisoteado.

—¿Qué pasa? —gruñó Ugbuz. Los dos seudo-soldados de las tropas de asalto que habían estado llevando a Luke en volandas para poder avanzar más deprisa se detuvieron a su señal y le bajaron al suelo—. Esto no es el Ascensor Veintiuno.

Los amarillentos ojos porcinos del gamorreano chispearon con un destello de suspicacia bajo la débil claridad de las luces de emergencia. Toda la cubierta estaba a oscuras y el aire se había vuelto frío y asfixiante, y había adquirido una extraña cualidad opresiva. Crujidos y roces muy extraños parecían agitarse en todas direcciones a su alrededor, y Luke se dio cuenta de que llevaba bastante tiempo sin ver ni un solo PU o MSE en acción. Lo único que veía eran sus cuerpos destripados, como víctimas de un atropello esparcidas a lo largo de los muros.

Cetrespeó se había quedado inmóvil, silueteado en el rectángulo oscuro de la puerta del despacho del contramaestre y brillando suavemente bajo el débil reflejo de las luces que colgaban del bastón de Luke.

—Informe de inteligencia.

Luke fue cojeando hasta el androide y puso la mano sobre el hombro de metal dorado para llevarle a través del almacén contiguo al despacho.

El trineo antigravitatorio estaba esperándoles allí. Las células del G-40 y de los androides-serpiente que Luke había destruido habían servido para incrementar su suministro de energía, y el trineo flotaba a tres metros por encima del suelo.

—¿Estarás a salvo? —preguntó en voz baja.

—No me ocurrirá nada, amo Luke. Mientras permanezca dentro del perímetro programado en los rastreadores, los jawas no pueden molestarme. Pero le sugiero que pague a los jawas antes de que el nivel de energía disminuya lo suficiente para que el trineo baje un poco más.

La plataforma ya había descendido más de medio metro. Incluso con los dos rastreadores que Cetrespeó había reprogramado para que aturdieran jawas, en cuanto el trineo con su carga de robots desactivados quedara a dos alturas de jawa del suelo —la distancia máxima a la que podía llegar un jawa subiéndose a los hombros de otro jawa—, los pequeños ladrones encontrarían una forma de cobrar por su cuenta. Luke ya podía ver la aglomeración de siluetas envueltas en túnicas marrones agrupadas en la puerta que hacían sus cálculos mientras intercambiaban veloces murmullos con sus estridentes vocecitas infantiles.

—¿Hay algún problema?

El más diminuto de los jawas se apresuró a ir hacia él, se echó de bruces en el suelo y besó las botas de Luke. ,

—Hicimos todo posible, gran señor, todo posible nosotros hicimos. —El jawa se incorporó. Era el que Luke había rescatado de la trituradora, y al que había puesto el apodo mental de «Bajito». Un par de ojos amarillentos ardían como luciérnagas dentro del abismo negro de su capuchón—. Fuimos a los sitios que dijiste a nosotros, cortar tratamos los cables que a nosotros nos dijiste.

El jawa extendió las manos hacia él, y Luke torció el gesto. Los dedos parecidos a garras estaban ennegrecidos por las quemaduras y cubiertos de ampollas. Otros jawas fueron hacia él y extendieron sus brazos, ofreciéndole una espantosa e impresionante evidencia de las lesiones sufridas.

—Es verdad, Luke. —La voz de Callista resonó suavemente junto a él—. Los cables que llevan energía a la Cámara de Castigo no sólo están blindados, sino que también están protegidos mediante trampas. Un jawa murió intentando entrar, y otros dos han quedado gravemente aturdidos. No podemos cortar la energía de la parrilla.

—¿Algo más haber? —preguntó Bajito—. Nosotros cambiar a ti seiscientos metros cable de plata, células de energía A Telgorn tamaño catorce, treinta células tamaño D Loronar para carcasas impulsoras y circuitos ópticos de dos Cibots Girorueda Multifunciones Galáctica.

Luke apenas le oyó. Tenía frío, y sintió el susurro ahogado del pánico bajo los huesos de su pecho. Cray iba a ser llevada a su ejecución en menos de una hora, y la parrilla de la Cámara de Castigo seguía funcionando. Su mente trabajó a toda velocidad, intentando formar nuevos planes y adaptarlos a las nuevas circunstancias.

—Veinte tamaño A Telgorn —le apremió Bajito—. Es todo que tenemos nosotros. Sin ellos tendremos que buscar tanteando en la oscuridad como gusanos ciegos en la roca, gran señor, pero por ser tú gran señor nosotros ofrecer trato especial…

—Treinta del tamaño A —dijo Luke, recuperándose y sabiendo repentinamente lo que debía hacer. Si los jawas afirmaban tener veinte células del tamaño A, eso significaba que tenían escondidas un mínimo de cuarenta y cinco—. Y treinta del tamaño D, y treinta metros de cable reversor blindado, a cambio de los Girorueda Multis. Si queréis el resto, tendréis que hacer otro trabajo para mí.

—¿Todo resto del todo?

Media docena de cabezas encapuchadas se volvieron y un jawa dio un paso hacia la negra sombra flotante del trineo, y los dos rastreadores giraron al unísono con un destello de lentes amenazadoras. El jawa retrocedió los ocho centímetros exactos necesarios para quedar fuera del radio de alcance de los rastreadores. Luke comprendió que tendría que cerrar el trato deprisa o sus mercancías acabarían siendo adquiridas incluso antes de que volviera con Cray y Nichos…, suponiendo que pudiera volver con Cray y Nichos.

—Todo el resto —dijo—. Trabajo fácil. Sencillo.

—A tu servicio, gran señor, oh, sí, gran señor —gimotearon los jawas a coro.

Se apelotonaron a su alrededor agitando sus manos y brazos quemados. Algunos habían sido vendados con harapos y tiras de aislamiento o uniformes y Luke se preguntó si Cetrespeó correría mucho peligro en el caso de que lo enviara a la enfermería para traer desinfectantes, pero acabó decidiendo que sería demasiado arriesgado hasta que Cray estuviera a salvo.

—Hacer cualquier cosa —prometió Bajito—. Matar todos los guardias grandes. Robar los motores. Cualquier cosa hacer.

—De acuerdo —dijo Luke—. Quiero que recorráis toda la nave, ¿entendido? Id por toda la nave, y traedme a los tripodales y metedlos en una sala. Sí, meted a lodos los tripodales en el comedor y aseguraos de que no salen de allí… No les hagáis daño y no les matéis, y nada de atarlos. Lo único que quiero es que los llevéis allí con mucha delicadeza y que les pongáis agua para beber. ¿De acuerdo?

El jawa saludó. Su túnica apestaba como un pozo de gondars.

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