Jack Williamson
es uno de los principales escritores (conjuntamente con E.E."Doc" Smith, J.W. Campbell, A.E. Van Voght y H. Kuttner) de la denominada "Edad de oro" de la ciencia ficción. Damon Knight, uno de los mejores y más ácidos criticos del género, opinó así sobre esta novela:
"...
Los Humanoides
de
Jack Williamson
es sin duda una de las más importantes obras de ciencia ficción de la década del 40.
...Este libro es importante porque su tema es importante y porque su tratamiento es honesto y dramaticamente efectivo. Es un trabajo muy cuidadoso y consciente, desde la trama argumental al marco seudo-científico que sirve de marco a la historia."
Jack Williamson
Los Humanoides
ePUB v1.0
GONZALEZ18.02.12
Título del original:
The Humanoids
Traducción: Pedro T. Green
Portada: laNane
© 1947
by
Jack Williamson
© 1976 Ediciones Fantaciencia
Buenos Aires
Yo estaba en una estación meteorológica en las islas Solomon aquel día de 1945, elaborando un informe para una patrulla aérea de los marines, cuando otro aficionado a la ciencia ficción trajo la noticia de lo sucedido en Hiroshima. El átomo desencadenado arrojó una sombra larga y oscura sobre toda la ciencia ficción.
La creación de los humanoides fue parte de mi propia reacción de incomodidad. Cuando regresé a mi despacho en 1946, comencé a escribir «De brazos cruzados», pero me detuve desalentado cuando advertí la verdad sobre aquellos pequeños robots: siendo máquinas perfectas, no sólo se construían a sí mismas, se mantenían y servían gratis a los hombres, sino que también los mantenían apartados de las interacciones humanas.
Obligado a aceptar aquel hecho, acabé la historia para John Campbell, el gran editor de
Astounding/Analog.
Me pidió una secuela en la que los hombres cruzados de brazos pudieran usar poderes paranormales para derrotar a los humanoides. Aunque yo los conocía demasiado bien para esperar una cosa así, me compró la secuela, que se convirtió en los
Humanoides
.
Muchos lectores, a lo largo de los años, me han pedido otra secuela más. Después de largas consideraciones, recientemente he terminado
Ten Trillion Wise Machines.
Aunque los humanoides aún existen, intenté encontrar una alternativa más soportable.
Obviamente, este libro trata sobre personas y tecnología. Mi opinión personal no es tan sombría como podría parecer. Aunque Hiroshima me inquietó, ahora soy decididamente pro-nuclear. Por aterrador que pueda ser el genio tecnológico, no hay forma de volver a meterlo en la botella. Creo que debemos intentar sacar partido de la mayoría de sus regalos, incluso de los reactores reproductores y de fusión.
En otro sentido, como se sugiere en el epílogo, el libro no trata realmente de tecnología después de todo, sino de nosotros mismos y de nuestra sociedad..., si es que una novela puede tratar «de» algo aparte de sí misma.
Oscuro o brillante,
Los Humanoides
ha sido mi libro más controvertido y reputado, con casi una docena de ediciones en inglés y casi el mismo número de traducciones. Estoy encantado con esta nueva edición completa, que incluye tanto la novela corta original como el reciente epílogo.
El granítico sargento de la guardia exterior la encontró de pie, inmóvil frente a la puerta. Era una chiquilla feúcha y excesivamente delgada, vestida con un trajecito amarillo de mala calidad.
—Por favor, señor... ¿Es este el Observatorio Starmont?
Parecía agitada y llena de temor. Sin embargo siguió hablando:
—¿Puedo ver al director? ¿Al doctor Claypool?
El sargento la miró dubitativamente; debía de tener unos nueve años pese a que parecía muy poco desarrollada para esa edad. Y sin embargo por algún rasgo indefinible podía haber sido considerada mayor. Llevaba una cinta roja en el cabello negro y lacio; su rostro era pálido y famélico y sus ojos celestes, líquidos y transparentes, estaban clavados en el sargento a través de las rejas.
Pero los pilluelos vagabundos no podían ver al doctor Claypool.
—No sin un pase oficial —la criatura se estremeció ante aquella voz áspera y el sargento sonrió tratando de suavizarla—. Starmont es territorio reservado, ¿comprendes? —la niña había hecho ablandar hasta cierto punto su habitual dureza—. ¿Cómo te llamas?
—Aurora. Aurora Hall —la criatura alzó el mentón con gesto orgulloso—. ¡Tengo que verlo!
—¿Cómo viniste hasta aquí?
—Me envió el señor White.
—¿Quién es el señor White?
Una profunda devoción iluminó los ojos angustiados de Aurora.
—El señor White es un filósofo —repuso llena de orgullo—. Tiene una barba larga y roja. Ha estado en muchos sitios... A mí me sacó de una casa horrible, con ventanas cubiertas por barrotes de hierro. Es bueno conmigo y me enseña a tele... —aquí se detuvo y tragó saliva—. Quiere que vea al doctor Claypool.
—¿Para qué?
—Para darle esto —su mano pequeña y delgada se introdujo en el bolsillo del vestido amarillo y reapareció con una tarjeta gris—. Es un mensaje... de extrema importancia.
—Puedes enviarlo —dijo el sargento, tratando de mostrarse servicial.
—El señor White me dijo que nadie debía verlo excepto el doctor Claypool..., gracias.
El sargento frunció el ceño.
—Te he dicho que no es po... —al ver la expresión herida de aquel rostro huesudo y azulado por las privaciones, trató de suavizar su negativa—. El doctor Claypool es un hombre muy importante, ¿comprendes? Y está muy ocupado. Lo siento, criatura, pero no puedo dejarte pasar.
—Comprendo —susurró la niña—. Déjeme... pensar.
Por un momento permaneció inmóvil, con su cabeza oscura inclinada y sus ojos semicerrados, como si hubiera estado escuchando a alguien que se hallara muy lejos. Por fin asintió y murmuró algo.
—Por favor... ¿Puedo ver al señor Ironsmith?
—¡Naturalmente! —el sargento lanzó un suspiro de alivio—. ¿Por qué no me dijiste que lo conocías? Cualquiera puede hablar con él... El doctor Claypool es un hombre muy importante, pero Ironsmith no. Además es amigo mío. Espera un minuto..., ven a la sombra y espera.
Agradecida y silenciosa, la niña se colocó bajo la cornisa de la casilla del centinela. El sargento tomó el teléfono y llamó al conmutador general del Observatorio.
—¡Es claro que Frank Ironsmith tiene teléfono! —dijo la voz nasal de la telefonista—. ¡Naturalmente, Rocky! Trabaja en la sección cómputos, Starmont 88. Sí. Está. Acaba de pagarme el café en el bar. Espera un momento, ¿quieres? Bueno, Rocky, bueno...
Ironsmith escuchó la explicación dada por el sargento y prometió acudir inmediatamente. Aguardándolo, la niñita se distrajo recogiendo las escuálidas flores amarillas del desierto, que crecían en un matorral más allá de la verja. Con un murmullo de placer aspiró el perfume penetrante y luego miró ansiosamente hacia el interior del recinto cercado, que se extendía como un verdadero oasis, cubierto de césped y plantas. Alzando alternativamente un pie primero y luego otro, para enfriarlos, movió los dedos con gesto lleno de gratitud por la sombra que recibía.
Su pequeña mano continuaba oprimiendo la tarjeta en el bolsillo del vestido, y su mirada se dirigió inquieta hacia el sargento, que la vio cada vez más diminuta y solitaria.
—No te preocupes, criatura —el sargento trataba de suavizar su voz áspera—. Frank Ironsmith es un buen tipo, ¿sabes? No es un hombre importante..., trabaja en la sección cómputos manejando una máquina de calcular. No es importante y creo que nunca lo será. Pero estoy seguro que va a prestarte toda la ayuda posible... —la niñita escuchaba con su expresión solemne y turbada—. Lo conozco desde hace seis años, ¿comprendes? Yo en aquella época era tan solo un cabo y Frank acababa de ser designado ayudante en la sección cómputos. Los hombres importantes como Claypool no tenían mucho tiempo para perder con simples soldados, pero Frank era diferente. Fuimos amigos desde la primera vez que nos vimos... y nos acostumbramos a beber de tanto en tanto una copa de cerveza juntos.
La niña escuchaba llena de esperanza, como si hubiera comprendido totalmente lo que oía. El sargento, por su parte, era conversador y quería tranquilizarla.
—En aquellos días tenían problemas en la sección esa, ¿comprendes? Claypool acababa de recibir el dinero del Gobierno para llevar el proyecto adelante. Tenía bajo sus órdenes todo un regimiento de expertos... y Frank era solamente un empleado.
El sargento ignoraba que Einstein, en su juventud, había sido un humilde empleado de la Oficina de Patentes, en el Viejo Mundo.
—Naturalmente, ellos no sabían de qué era capaz Frank —prosiguió diciendo a la asustada niña—. Y estaban llenos de problemas, ¿comprendes? Todas esas máquinas carísimas parecían tener dificultades. La nueva sección tenía que cuidar de todos los cálculos del Observatorio y también de los proyectos militares. Pero los errores que se repetían estaban costando mucho tiempo y dinero. El trabajo se acumulaba. Finalmente el doctor Claypool pidió que le enviaran un experto de la compañía que fabricara las grandes máquinas de calcular... —el rostro curtido del sargento se iluminó con una tierna sonrisa—. ¡Y qué experto! Resultó ser una morocha tan bonita que todos se daban vuelta al verla pasar... Ruth "No-sé-cuanto". Frank nos presentó cierto día en el bar. Pero además sabía perfectamente su trabajo. Las máquinas, según dijo, funcionaban perfectamente. Lo malo era que el personal no sabía manejarlas. ¡Su diagnóstico fue que transfirieran a otra parte al astrónomo y los ingenieros y dejaran que se encarara Frank! Claypool se sintió sorprendido, pero estaba desesperado y permitió que Frank se ocupara de todo. Lo curioso fue que Frank pudo hacer el trabajo a la perfección con sólo escuchar la explicación que le dio Ruth, y eso que nunca había recibido entrenamiento especial al respecto. No es que haya nacido para ser un tipo importante, ¿comprendes? Simplemente tiene un "no-sé-qué" para las matemáticas...
El sargento sonrió con entusiasmo.
—¡Y tendrías que haber visto a Ruth! ¡Qué figura! Yo siempre pensé que Frank hubiera podido hacer algo al respecto, de haber sido más ambicioso. ¡Hubiera sido la gran pareja! —el sargento suspiró—. Pero un día vino Frank a decirme que ella abandonaba el trabajo para casarse con el doctor Claypool. Esto me desconcertó. Yo hubiera jurado que Claypool era un poco viejo y demasiado estirado para semejante muchacha. Pero nunca se puede decir... Supongo que el nombre del doctor y su fortuna la marearon. Es una lástima, porque con Frank hubieran marchado mucho mejor... Ahora Claypool está todo el día y toda la noche ocupado y no tiene tiempo para dedicarle. De cualquier manera, creo que Frank tendría que ganar diez veces lo que le pagan, porque no hay muchos hombres capaces de manejar como lo hace él esas grandes máquinas de calcular. Claro que Frank se toma las cosas con toda tranquilidad. Estoy seguro que amaba a Ruth, y sin embargo no pareció preocuparse mucho. Es una de sus mayores virtudes. Nunca parece preocuparse por nada... —el sargento sonrió para animar a la niña—. Ya ves que Frank está perfectamente bien... y aquí viene.
Ironsmith llegó junto a la puerta montando una vieja bicicleta; con bonhomía agitó una mano hacia el sargento y miró sonriente a la niña, que le sonrió tímidamente. Frank no representaba más de veintiséis años de edad; vestía camisa deportiva y gastados pantalones de brin. Sus labios se distendieron en una entusiasta sonrisa respondiendo a la que apenas se esbozara en la boca de la criatura.