Ruth lanzó una risa alegre y batió palmas.
Claypool comprendió que su esposa había vuelto a olvidarlo.
El
humanoide
que actuaba como guía explicó a Claypool una vez que hubieron salido del recinto, que Ruth se hallaba bajo el efecto de una droga sintética llamada euforidina que producía una sensación de absoluta felicidad, desterrando los temores y las inhibiciones.
—¡Pero le han hecho perder la memoria! —protestó vehementemente el astrónomo—. ¡Yo quiero que se la devuelvan!
—No es necesario. Nosotros la protegemos y la ayudamos a ser dichosa, doctor. Tal vez usted también necesite una inyección de la droga...
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Claypool. Tembloroso murmuró:
—No... no lo creo —aquellos negros dedos aterradores se adentraron cada vez más en su cerebro—. Estoy seguro que no necesitaré la droga para ser feliz...
—Eso lo resolveremos nosotros, doctor. Pero trataremos de no utilizarla.
Los
humanoides
tenían que ser detenidos.
Claypool comprendió que debía buscar la oportunidad de oprimir el botón que lanzaría a los tres brillantes proyectiles rodomagnéticos hacia "Ala 4ª". Ahora comprendía el odio fanático que experimentaba White y que vibraba en su voz y en sus ojos azules. Overstreet, el clarividente, había predicho la llegada de los
humanoides,
contribuyendo así a salvar al
Proyecto Rayo
.
¿Pero quién podía ayudarlo? Urgentes preguntas torturaron su cerebro, pero no llegó a formularlas por temor a decir algo inconveniente o peligroso.
—Voy a dar un paseo —anunció, mirando al muñeco oscuro y mudo que aguardaba a su lado.
—Estamos para servirlo, señor.
—No necesito ningún servicio.
—¡Oh, pero debemos acompañarlo constantemente, señor! Nuestra única misión consiste en servirlo y evitarle todo daño.
Claypool se dirigió hacia la puerta del edificio luchando contra el dolor cada vez más agudo de su estómago. —Parece estar molesto, señor —exclamó la atenta máquina—. ¿Tal vez se siente mal?
—¡No! —gritó aterrado el astrónomo—. Me siento algo fatigado. Necesito descansar. Eso es todo. —Perfectamente. Sígame, que lo llevaré a su habitación. A través de un invisible panel pasaron a otro recinto, cuyas paredes estaban cubiertas de brillantes murales.
Claypool sacó un cigarro de la pitillera de cuero repujado que le regalara Ruth en su último cumpleaños.
—¿Dónde está el personal? —comenzó a decir—. Me gustaría... ¡eh! ¿Qué es esto?
El
humanoide
le había quitado el cigarro de la boca, la cigarrera y los fósforos.
—No podemos permitirle fumar, señor —la metálica voz del robot habló con su insoportable serenidad—. El tabaco le hace daño y en su estado de nervios puede quemarse con un fósforo encendido.
Con un tremendo esfuerzo logró dominar la cólera violenta que lo invadía. Un cigarro no valía la pena para que provocara una escena que le podía hacer perder su personalidad, como ocurriera con Ruth.
—Puede que haya estado fumando demasiado —aceptó. Aún no podía permitirse el lujo de estallar. Los proyectiles que estaban en el depósito secreto merecían su sacrificio, hasta el momento en que le fuera posible oprimir el botón que los lanzaba.
—Usted preguntó por el personal, señor —prosiguió el
humanoide
con su voz metálica—. Los astrónomos se marcharon cuando desmontamos el Observatorio y los técnicos también..., ahora están viviendo en las nuevas residencias que les hemos construido.
—¿Y mis... ayudantes? —Claypool pensó en los seis brillantes jóvenes que compartieron con él los secretos del
Proyecto Rayo
.
—Se sintieron tan desdichados al verse forzados a abandonar su trabajo que tuvimos que darles euforidina. Ahora son felices.
—Comprendo —murmuró Claypool oscuramente—. Quiere decir que todos mis antiguos colaboradores han partido.
—Todos menos uno. El señor Ironsmith dijo que aquí era feliz y no consideramos necesario trasladarlo a otro sitio.
—El joven Ironsmith, ¿eh? —el astrónomo entrecerró los ojos. Aquél no era el aliado ideal, pero por lo menos se trataba de un ser humano—. Me gustaría hablar con él.
Sorpresivamente su pedido no despertó ninguna oposición.
—A sus órdenes, señor...
La puerta de la habitación de Ironsmith seguía abriéndose con su viejo picaporte de bronce. Claypool lo miró con odio. El interior de la pieza continuaba siendo la viva imagen del desorden, pero esta vez el astrónomo no se sintió molesto: era desorden humano. Libros, papeles, una regla de cálculos sobre la mesa. Parecía que el joven matemático había estado trabajando, en un mundo donde el trabajo y la investigación estaban proscriptos.
—Me alegro de verlo, Claypool —dijo afablemente Ironsmith, estrechando la mano del astrónomo y haciéndolo pasar. Dos
humanoides
que habían sido asignados a su servicio lo siguieron silenciosamente.
Pero en el interior de la habitación no había ningún robot para vigilarlo o impedir que se hiciera daño. Los ojos de Claypool se abrieron mientras su ceño se fruncía. ¡El joven matemático estaba fumando su pipa, sin que nadie se lo impidiera!
Un deseo imperativo de clamar por la ayuda de aquel hombre quedó cerrado bajo el nudo hecho en su garganta a causa de la presencia de los dos
humanoides
.
—¿Sigue trabajando? —le preguntó, señalando con la cabeza hacia los papeles y la regla de cálculos.
Ironsmith se estiró en una silla de gastado cuero y comenzó a juguetear con una pieza del tablero de ajedrez preparado ante él.
—No podría decir que se trata de trabajo —repuso perezosamente—. Hasta ahora nunca tuve tiempo para desarrollar ciertas ideas y ahora que todo el trabajo mecánico lo hacen los
humanoides
puedo dedicarme a la especulación matemática tranquilamente.
—¿Cómo se lo permiten? —Claypool se sentía cada vez más sorprendido—. Han prohibido toda clase de investigación científica.
—Solamente las peligrosas —le corrigió Ironsmith, siempre sonriente. Sus dedos acomodaron las piezas de ajedrez sobre el tablero—. Lo siento, pero ahora tengo otra cita... No se preocupe. Todo saldrá bien.
Claypool se dirigió hacia la puerta, seguido por las dos figuras silenciosas.
—¡Es esa droga! —murmuró por fin, y el terror le quebró la voz—. ¡No puedo dejar de pensarlo! ¡Es como si se cometiera un asesinato! Se la dieron a ¡Ruth!
—La euforidina es una buena solución para aquellos que no logran adaptarse, Claypool —repuso suavemente Ironsmith—. Claro que tratando de aceptar la presencia de los
humanoides
como lógica solución a todos los problemas del hombre y amoldándose a ella, es posible evitar la droga.
Claypool lo miró, incrédulo.
—Ahora tengo una cita, pero si a usted le parece, lo puedo ayudar a adaptarse. ¿Qué le parece si nos reunimos a la hora de cenar?
El astrónomo asintió, inexpresivamente.
Ironsmith nunca sería un aliado. Era humano, pero se había vuelto contra la humanidad. ¿A qué precio había logrado gozar de aquella libertad?
—Entonces hasta la hora de cenar —exclamó suavemente el matemático, abriendo la puerta para dejarlo pasar—. Iremos a la costa. Los
humanoides
me han edificado allí una villa, pero hasta ahora no tuve deseos de mudarme. Aquí estoy bien...
Con pasos incierto Claypool salió, y al hacerlo miró hacia atrás. Las dos máquinas benignas lo seguían. Y en la habitación, preparando el tablero de ajedrez, había quedado Ironsmith, con su pipa entre los dientes.
Un terror insano recorrió la columna vertebral de Claypool. ¿Quién era el contendiente de aquel hombre extraño?
Mientras caminaba hacia su nueva vivienda, Weeb Claypool trató de ubicar el sitio donde debía de estar su viejo laboratorio secreto. De pronto se le ocurrió la terrible idea de que tal vez los
humanoides
lo habían descubierto y desmontado.
—¿Le ocurre algo, señor? —preguntó la voz metálica de uno de sus guardianes—. Parece algo deprimido. Tal vez una inyección de euforidina podría solucionarlo todo...
—¡No! —repuso rápidamente el astrónomo, comenzando a transpirar—. ¡Me siento perfectamente bien! Simplemente todo ha cambiado mucho... El ser humano necesita tiempo para pensar...
—¡El ser humano ya no necesita pensar!
De regreso en la villa, Claypool simuló maravillarse y sentirse extasiado ante todas las maravillas mecánicas con que había sido dotada su prisión sin rejas. La cocina era un verdadero laboratorio antiséptico. Las ventanas eran de cristal opaco que se iluminaba a voluntad. Lo que más amargo resultó para él, fue advertir que los mecanismos de aquella mansión funcional estaban activados por generadores rodomagnéticos ocultos a los ojos humanos.
Simulando un deseo de pensar que no experimentaba, Claypool volvió sus pasos en dirección del extremo de Starmont donde estuviera instalado el edificio en cuyo subsuelo secreto dejara listos los tres proyectiles rodomagnéticos.
¡El bulto antiestético y cuadrado de hormigón seguía en su sitio! Lo único que habían hecho los
humanoides
era derribar las cercas que rodeaban al edificio. Nada le impediría llegar hasta allí. Nada, excepto los propios
humanoides...
—Desgraciadamente el substrato de la parte norte de Starmont no ha permitido avanzar los trabajos —le explicó el
humanoide
que estaba a su derecha—. Está formado por rocas muy duras, que aun tardarán varios días en ser perforadas. Luego derribaremos todo el resto de las antiguas instalaciones bélicas y concluiremos de mejorar el paisaje.
—Muy bonito —musitó Claypool, parpadeando.
—Este sol es demasiado fuerte —exclamó el otro
humanoide—.
Usted debería regresar a la villa y almorzar, señor.
El astrónomo se llevó una mano delgada y temblorosa a los ojos tratando de escudarlos de los rayos solares y buscando desesperadamente una treta. Necesitaba librarse de aquellos monstruos benévolos para salvar a la Humanidad. Tal vez si pudiera distraer a uno, sería posible empujar al otro por la barranca y correr hasta el subterráneo secreto... quizá con una piedra...
Inclinándose hacia la tierra, simulando recoger una flor, buscó un guijarro de regulares dimensiones. Pero a su lado se produjo un movimiento tan rápido que pareció casi un vago resplandor metálico, y el
humanoide
de su derecha le quitó suavemente la piedra diciéndole:
—Este objeto es peligroso... puede lastimarse una mano al alzarlo, señor...
Claypool se irguió, mirando serenamente los ojos metálicos del robot. Aquel rostro plástico era totalmente benévolo, inexpresivo y sereno. Todopoderoso.
Con los hombros caídos, sintiendo que hasta la patética estratagema que buscara llevar a cabo había fracasado, echó a andar hacia su brillante prisión de la colina.
Esa noche, vestido con una túnica de tela esponjosa que se ajustaba perfectamente a sus hombros, pero que le producía la sensación ridícula de estar desnudo, Claypool fue conducido por los
humanoides
hasta el sitio donde lo aguardaba Ironsmith. Luego los dos hombres y los dos robots subieron a una de las silenciosas aeronaves rodomagnéticas, que se dirigió hacia la orilla del mar.
Por fin, al descender junto a la hermosa villa plástica que los
humanoides
habían construido para Ironsmith, Claypool se estremeció. En aquel sitio, sobre aquellos acantilados, había estado ubicado el viejo faro donde sostuviera su entrevista con White y su extraña cohorte... la villa lo reemplazaba, como si nunca hubiera existido.
—La he llamado "Roca del Dragón", recordando al faro que había antes aquí —explicó Ironsmith, con su sonrisa amable de siempre, como si hubiera adivinado las ideas del astrónomo.
¿Por qué había escogido el matemático aquel sitio? ¿Acaso había delatado a White y sus compañeros? ¿Qué habría sido de aquellos últimos defensores de la humanidad?
Mientras caminaban por la playa, Ironsmith sonrió, señalando hacia el mar.
—Hermoso espectáculo, ¿verdad? —comentó.
Claypool lo miró con el ceño fruncido. ¿Qué había hecho aquel joven extraño para merecer semejante libertad? Una ola de cólera lo invadió.
—¿No puede decirles a estos dos muñecos que nos dejen a solas un momento? —exclamó—. Quiero hablarle. Para su profunda sorpresa, Ironsmith asintió. —El doctor Claypool desea estar a solas conmigo. Por favor, márchense —dijo suavemente—. Yo seré responsable por su seguridad.
—A sus órdenes, señor —repuso uno de los
humanoides
, y luego los dos robots se alejaron silenciosamente.
Claypool lanzó una exclamación de asombro. Luego se volvió hacia Ironsmith.
El matemático era aparentemente el mismo joven honesto y despreocupado de siempre, pero algo había en él que hizo estremecer al astrónomo.
El interior de la villa era suntuoso y funcional, y el ambiente, tibio y agradable, había sido perfumado por la fragancia de extrañas flores que surgían de las paredes.
Claypool se volvió hacia Ironsmith vehementemente: —¡Frank! —exclamó—. ¡Necesito saber qué le ocurrió a White y sus compañeros!
Los ojos del matemático se volvieron hacia él con expresión sombría.
—No lo sé —dijo lentamente—. Vine a buscarlos y ya se habían marchado. Por eso me hice construir esta villa aquí,
en
la esperanza de que regresaran. Pero no volvieron nunca.
Claypool sintió que una sorda cólera lo dominaba, al advertir que aquél no era el joven despreocupado da siempre, sino un hombre resuelto, llevado por un firme propósito cuyos oscuros alcances no lograba captar.
—¿Por qué le interesaba tanto ver esa gente? —inquinó.
—¡Porque White es un tonto ignorante y fanático! —estalló Ironsmith con una vehemencia inusitada en él—. ¡Por qué sus ataques ciegos contra "Ala 4ª", que pueden ocasionar verdadero daño!
El rostro del astrónomo adquirió una expresión amarga:
—¡Si está contra los
humanoides, es
bastante para que yo lo apoye!
—Precisamente por eso quería hablarle, Claypool... —los ojos de Ironsmith eran fríos y un poco tristes—. Yo quiero evitar que cometa el mismo error de White. Su actitud es equívoca y peligrosa.
Claypool se estremeció.
—¿Esa droga? —comenzó a decir, temeroso.