Los Humanoides (11 page)

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Authors: Jack Williamson

Tags: #Ciencia Ficción

Claypool miró en derredor, buscando a la niña, que los había seguido hasta allí; pero no la vio.

—Se ha marchado —le explicó suavemente White—. Ha ido a buscar paladio a un depósito aluvial descubierto por Overstreet.

—¿Esa criatura buscando mineral, sola? —susurró el astrónomo.

—Es un riesgo necesario... Necesitamos ese metal. Overstreet la vigila. El único peligro real es el representado por Ironsmith y sus aliados.

Claypool asintió.

—¿Qué piensa hacer con ese metal? —inquirió luego.

—Usted tendrá que utilizarlo para cambiar los reguladores que hay en "Ala 4ª" por otros nuevos. Sledge hubiera podido hacerlo de no haber peleado conmigo. Usted tiene que tomar su lugar.

El aire húmedo y pesado de la caverna pareció enfriarse repentinamente.

—¿No querrá decir que...?

El gigante pelirrojo asintió.

—Así es, Claypool. Lo enviaremos a "Ala 4ª". Le prestaremos toda la ayuda posible, pero el mayor trabajo será suyo: rehacer los reguladores que controlan a los
humanoides
.

Claypool sintió repentina necesidad de apoyo y se tambaleó hasta un banquito de madera.

—¿A "Ala 4ª"? —miró a White en muda protesta—. ¡Usted sabe que no puedo teletransportarme!

El recuerdo de su primer fracaso lo asaltó amargamente: el traslado instantáneo de la materia a través del espacio era una imposibilidad física.

—No se preocupe, Claypool —repuso lentamente el pelirrojo—. Aprenderá. Tendrá que aprender muchas cosas para podernos ayudar a detener el avance de los
humanoides
.

Los intensos ojos azules de White se clavaron en un corredor iluminado brillantemente con un arco eléctrico; se trataba de un pasaje cuyo fondo estaba cerrado por toneladas de rocas. Sin embargo, la pequeña Aurora Hall salió de allí, parpadeando para acostumbrarse a la luz.

De inmediato una especie de escarcha que se formara en su cabello se evaporó.

Silenciosamente entregó al gigante pelirrojo una pequeña valija de cuero, de cuyo interior White sacó trozos de un mineral que Claypool reconoció de inmediato como paladio.

—¿Debo regresar? —susurró la niña mirando a White, con ojos llenos de adoración.

—Creo que es todo cuanto necesitamos, Aurora. Vete a la cocina, que Graystone ha preparado caldo caliente —repuso suavemente el gigante, acariciándole la cabeza. —¡Oh, gracias! ¡Hace mucho frío allá afuera! Me alegro de no tener que regresar... —y con estas palabras la criatura corrió hacia la caverna vecina. Claypool miró a White inquieto.

—Supongamos que logro llegar hasta "Ala 4ª" y encuentro el gigantesco cerebro mecánico —dijo—. Los reguladores rodomagnéticos no son fáciles de alterar... Toda mi experiencia se reduce al
Proyecto Rayo...
¿Cómo espera que trabaje sin saber lo que voy a encontrar?

—Mi amigo, yo he estado estudiando el cerebro que mueve a todos los
humanoides
desde que discutí con Sledge. Overstreet ha visto su funcionamiento, Graystone ha captado sus pensamientos y Aurora ha estado allí.

Pasaron a la cocina, donde el viejo Graystone daba de comer a la niña.

—Todavía estaban allí las antiguas notas de Sledge y sus primeras herramientas... —prosiguió el gigante—. Aurora trajo todo lo que usted puede necesitar. White señaló hacia el pequeño taller. —Allí tenemos las anotaciones de Sledge. Yo lo ayudaré a traducirlas y podremos preparar el nuevo regulador. Luego usted irá con Aurora hasta "Ala 4ª" para instalar las nuevas secciones, reemplazando a las antiguas.

Claypool frunció el ceño.

—¿Por qué no trató de hacerlo el propio Sledge, en lugar de querer destruir al planeta directamente?

—Sledge ignoraba psicofísica y no pudo pasar a través de las defensas tendidas por sus propia criaturas. Los
humanoides
aún no conocen esa ciencia y no podrán descubrirlos a ustedes cuando se introduzcan en el interior del recinto donde está el Cerebro.

Claypool lo observó algo incrédulo aún. Los hombros poderosos del pelirrojo se irguieron.

—Lo único que temo es que nuestro tiempo sea cada vez más reducido. Los
humanoides
están construyendo algo en "Ala 4ª". No sabemos qué es... Mis propios pensamientos me llenan de temor cuando trazo hipótesis al respecto... Overstreet dice que se trata de una máquina de enormes proporciones, tan grande como el propio Cerebro... —enmarcada por el esplendor rojizo de su barba, la cara de White estaba pálida y ceñuda—. Pero no hemos logrado averiguar de qué se trata. Algo pareció cerrar el recinto para nosotros cuando la construcción estuvo avanzada... Overstreet no pudo ver su interior y Aurora no ha logrado penetrar. La bandera tendida no es física, sino mental. Temo que los
humanoides
se hayan dedicado a realizar investigaciones psicofísicas. En caso afirmativo, debemos proceder sin más demora, pues de lo contrario, estamos perdidos.

Capítulo XV

En los tiempos míticos existía una piedra que los antiguos llamaron "filosofal", que convertía cualquier sustancia en oro. Cuando se halló el metal milagroso, resultó ser el hierro, padre de la moderna electrónica cuyo último resultado fue la bomba atómica.

Sin embargo, el hierro y el electromagnetismo no eran bastantes para probar todas las maravillas del universo. La fuerza misteriosa que encierra el átomo, la energía de repulsión que separa las galaxias... el hierro no era bastante como fundamento de una ciencia que buscaba explicaciones.

Claypool y Sledge, trabajando apartados en el tiempo y en el espacio, descubrieron la segunda tríada de elementos y utilizaron el paladio. Y si el hierro había terminado por producir una ciencia capaz de llegar a Ja desintegración del átomo, el paladio creó a distancia de
un
siglo y de muchos años luz, el
Proyecto Rayo
y los
humanoides
.

Claypool a veces recordaba aquellas horas ansiosas y creyera haber encontrado la ecuación que serviría de torturadas cuando, junto al enorme telescopio de Starmont, llave para desentrañar todos los secretos del Universo. El campo rodomagnético... Había sido Ironsmith con sus matemáticas quien le demostrara en última instancia que estaba equivocado, que el rodomagnetismo no lograba explicar absolutamente todo. Faltaba...
algo
.

Ahora, oculto lejos de los sentidos mecánicos de los
humanoides,
Claypool repasaba aquellos momentos de tensión vividos y lentamente iba comprendiendo. Las contradicciones burlonas que se encerraban en la ciencia psicofísica de White..., las artes maravillosas del viejo Graystone, el inverosímil poder telequinético de
Afortunado
Ford..., la extra-visión del miope Overstreet. Y por fin, la facultad increíble de Aurora Hall, que entraba y salía a voluntad de cualquier sitio, con sólo desearlo. Pronto comenzó a tratar de racionalizar todo aquello. —Antes creía que era imposible —comentó un día con White—. Pero ahora pienso que la psicofísica cabe dentro de las leyes establecidas para la mecánica universal. La teletransportación puede ser simplemente una parte del intercambio materia-energía...

—¿Conoce la teoría? —inquirió White, alzando la cabeza del trabajo que realizaba sobre la mesa—. El intercambio materia-energía surge de la identidad de los electrones. Matemáticamente cualquier movimiento de un electrón puede ser tratado meramente como un cambio de identidad con otro... y las fuerzas de semejantes cambios son gobernadas por la probabilidad.

—¿Y la teletransportación? Comprendo que esas fuerzas están al margen del tiempo... en la ecuación rodomagnética hay un espacio para ellas...

—No lo dudo —White sonrió a través de su barba y luego volvió a ponerse serio al pensarlo—. Yo llegué a creer que el tiempo físico y el espacio podían ser simples ilusiones...

—Eso no está reñido con lo otro. Falta trazar las leyes que rigen las fuerzas parafísicas...

—Y saber cuáles son sus límites.

Overstreet explicó a Claypool en sucesivas conversaciones la ubicación de las distintas secciones del Cerebro, tanto las primeras que fabricara el propio Sledge, como los millones que siguieron, agregadas por sucesivos
humanoides,
copiados sobre el modelo original del inventor por ellos mismos. Por fin, cierto día, el clarividente miró hacia las paredes calcáreas de la caverna y suspiró:

—Sigo sin poder pasar al interior del edificio donde han construido la nueva máquina... —su voz estaba cargada de preocupación incrédula—. No sé por qué. Pero algo ocurre en "Ala 4ª". Creo que es hora de que realicemos nuestro último intento.

Tras sus gruesos anteojos, sus ojos asombrados parecían vagos y oscuros. Extraños.

—Creo que es hora..., pues de lo contrario será demasiado tarde.

Claypool probó el regulador que estuviera preparando y lo observó con su lupa de relojero. Luego se volvió hacia los demás y les anunció tranquilamente que estaba todo listo.

El momento tremendo había llegado. El astrónomo, mientras trabajaba con las notas de Sledge, había trazado sus propias teorías sobre los mecanismos de la teletransportación. Pero "Ala 4ª" estaba a doscientos años luz de distancia... Una cifra con tantos ceros que resultaba imposible traducirla a kilómetros y comprenderla. Toda la ortodoxia de su entrenamiento científico se rebelaba ante aquel concepto: un hombre no puede atravesar semejante distancia como quien cruza una raya trazada con tiza sobre el suelo.

Apartándose del brillante aparato que acababa de soldar, miró a sus compañeros.

—No puedo hacerlo —dijo—. Es demasiado lejos... Tal vez..., tal vez si intentáramos cortos saltos de caverna a caverna, hasta que me acostumbre a la idea...

—¡Absurdo! —rugió White—. ¡Recuerde su teoría! El espacio físico no es una realidad parafísica. ¡Y no tenemos tiempo que perder! ¡Abandone toda oposición inconsciente y Aurora lo llevará hasta el planeta de los
humanoides
!

La niña se volvió hacia él: era muy pequeña y pálida, pero en algún sitio había encontrado otra cinta roja para el cabello. Sus enormes ojos brillaban de impaciencia.

—¡Vamos! —le dijo, tomándolo de la mano. Y Claypool recibió de ella todo el valor necesario, la fuerza y resolución que le faltaban. Cerró los ojos y ni siquiera percibió sensación de movimiento. Pero cuando los abrió, se encontró parado sobre una especie de plataforma metálica.

—¿Vio que no era tan difícil? —murmuró la niña, mirándolo.

El balcón estaba en una pared de aluminio, que se alzaba sobre ellos hasta perderse de vista entre las nubes —Claypool miró hacia abajo y sintió que el vértigo lo dominaba. Estaban en "Ala 4ª".

Tras ellos había una portezuela. De acuerdo con lo que Overstreet le explicara, reconoció la entrada del laboratorio donde Sledge experimentara casi un siglo atrás para producir el primer
humanoide.
El antiguo nivel del suelo debía de haber sido aquél, a poca distancia del balcón. Sledge había trabajado en una construcción de emergencia, rodeado por los horrores de la guerra rodomagnética, luchando por terminar con esa guerra y todas las demás.

Pero noventa años habían cambiado a "Ala 4ª".

Claypool volvió a mirar en derredor con un estremecimiento. Los
humanoides
habían excavado la superficie del planeta, haciendo que aquella torre estuviera cada vez más alta. Probablemente todo "Ala 4ª" era así, una inmensa fábrica excavada y perforado por túneles enormes, con espaciopuertos surcados por naves interestelares y ejércitos incontables de
humanoides
partiendo hacia otros sistemas. Con toda seguridad la población humana original de aquel mundo había sido trasladada a otro planeta habitable para permitir la expansión de los nuevos
humanoides
.

—Entremos —dijo por fin, tomando nuevamente la mano de la niña.

—¡Espere! —la criatura lo detuvo. El señor White dice que mire la nueva construcción, pues tal vez pueda imaginar para qué sirve...

Con la mano le señaló hacia el punto donde millares de
humanoides
trabajaban, moviéndose como hormigas. Se trataba de una construcción tan gigantesca que cortaba la respiración.

—El señor White dice que debe de ser algo muy importante. Ni siquiera el señor Overstreet puede ver en su interior, porque algo lo bloquea, impidiéndole pasar.

Claypool miró, entrecerrando los ojos. La superestructura de la monstruosa construcción estaba cubierta por un enrejado de platino. ¿Acaso esperaban los
humanoides
mejorar sus cualidades por medio de esa nueva máquina conectada al cerebro? Tal vez. Esto parecía casi imposible: eran ya casi perfectos...

Una ráfaga de viento llevó los olores a fábrica y maquinarias hasta Claypool, que tosió, estremeciéndose.

—Dile al señor White que no sé qué puede ser ese armatoste... Las conexiones de platino no sirven para los campos rodomagnéticos. No alcanzo a comprender... —se volvió hacia la puerta, impaciente—. Me parece oportuno entrar...

—¡Si! El señor White cree que debemos apresurarnos, porque el señor Overstreet piensa que estamos por correr peligro, si bien ignora de qué se trata...

Un estrecho corredor los llevó hasta una pequeña habitación más antigua que los
humanoides,
la cámara de trabajo de Sledge.

—¡Espere! —susurró Aurora—. El señor Overstreet está estudiando una de las secciones que debemos cambiar y dice que un
humanoide
se ha detenido allí...

Claypool miró en derredor, observando el lugar donde el viejo Sledge inventara aquellas máquinas excesivamente perfectas. Las paredes pintadas de gris reflejaban una luz extraña sobre mesas de trabajo y oxidadas herramientas. El lugar tenía un olor desagradable a ruina y moho. En un rincón había una mesa cubierta de platos sucios y oxidados y viejas latas de conserva. Era evidente que el inventor se había apartado de su trabajo creador tan sólo criando la imperativa necesidad de alimentarse lo había hecho regresar a la realidad.

En el extremo de la cámara había una puerta cerrada. —Tenemos que buscar la ubicación de las dos secciones que hay que cambiar... cuando las encontremos tú irás a la gruta y traerás los nuevos reguladores. Yo los colocaré.

Aurora asintió. Con un poco de suerte, en cinco minutos Claypool podría cambiar el destino de millares de planetas regidos por la benevolente y servicial dictadura de los
humanoides
.

Abriendo la puerta, entraron y el astrónomo volvió a cerrar rápidamente: estaban ante la central de los
humanoides.
Los reguladores rodomagnéticos estaban alineados en paneles: la mayor parte de aquella colosal torre se hallaba en sombras, pues los
humanoides
no necesitaban luz para ver, primeras secciones, hechas por el propio Sledge, recibían el resplandor de la pintura gris fosforescente de las paredes.

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