Los ingenieros de Mundo Anillo (42 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

—Sí, es lógico. Ya tenemos a Chmeee buscando por ese lado. ¿Qué otras posibilidades hay?

—¿Si tuviera que esconder la planta de un almacén gigantesco en un paisaje marciano? Buscaría una forma irregular, con salida a través de un cañón largo y estrecho. O tal vez debajo de un casquete polar, fundiendo y volviendo a congelar el hielo cada vez que tuviera que entrar o salir.

—¿Existe algún cañón así?

—Sí. He hecho mis estudios. Pero los polos son la mejor posibilidad. Los marcianos jamás se acercaban a los polos; el agua era mortal para ellos.

El mapa era una proyección polar; el polo sur venía a coincidir con la periferia exterior.

—Bien, pues llévanos al polo norte. Si no encontramos nada allí, empezaremos a buscar en espiral. Mantén la altura y todos los instrumentos en funcionamiento. No me importa demasiado que disparen contra la «Aguja». ¿Nos oyes, Chmeee?

—Os oigo.

—Cuéntanos todo lo que veas. Es más probable que encuentres tú lo que buscamos. No intentes hacer nada.

Se preguntó si sería obedecido en ese aspecto, y agregó:

—No vamos a invadir nada con el módulo. Somos unos intrusos, de manera que, si hay tiros, será mejor recibirlos dentro de un casco de la General de Productos.

El radar de profundidad se detenía ante el fondo de scrith. Por encima de éste, aparecían montes y valles como si fuesen translúcidos. Había océanos de polvo de marciano tan fino, que fluía como si fuese un líquido aceitoso. Debajo del polvo, dormían una especie de ciudades: edificios de piedra más densa que el polvo, de paredes curvilíneas, esquinas redondeadas y numerosísimas ventanas. Los Ingenieros de las Ciudades las contemplaron con asombro, y lo mismo Luis Wu, porque en el espacio humano los marcianos habían desaparecido cientos de años antes.

El aire era tan transparente como el mismo vacío. Hacia estribor, y rozando casi el horizonte, se alzaba una montaña más alta que ninguna de las de la Tierra. Mons Olympus, naturalmente. Y flotaba sobre el cráter una partícula blanca.

La «Aguja» cayó, y detuvo su caída a poca altura sobre las dunas semicirculares. La estructura todavía era visible, flotando a unos cincuenta o sesenta metros sobre la cúspide, y la «Aguja» también debía ser perfectamente visible para sus ocupantes.

—¿Chmeee?

—A la escucha.

Luis reprimió su primer impulso, que había sido de hablar en voz baja.

—Hemos encontrado un rascacielos flotante. De unos treinta pisos de altura, con ventanas saledizas y una plataforma de aterrizaje para vehículos. Tiene forma de doble cono. Se parece mucho al edificio del que nos apoderamos en nuestra primera expedición, la excelente nave «Improbable».

—¿Idéntico?

—No del todo, pero muy similar. Y está flotando sobre la montaña más alta de Marte como un condenado semáforo.

—Podría ser una señal dirigida a nosotros. ¿Me acerco?

—Todavía no. ¿Has visto algo?

—Creo que he descubierto el contorno de una compuerta inmensa debajo de la catarata. Sería suficiente para dejar pasar toda una flota de guerra, o el parche que sirviera para taponar el Puño-de-Dios. Quizá se abra por medio de señales. No lo he intentado todavía.

—No lo hagas. Quédate en régimen de espera. ¿Inferior?

—Tengo diagramas de radiación e imágenes del radar de profundidad. El edificio irradia poca energía. La levitación magnética no precisa grandes potencias.

—¿Qué hay dentro?

—Mira.

El Inferior les pasó una imagen. Bajo el radar de profundidad, la estructura se mostraba de un gris traslúcido. Por lo visto, se trataba de un edificio flotante modificado para servir de transporte, con depósitos de combustible y un motor atmosférico instalado en la decimoquinta planta. El titerote explicó:

—Construcción sólida, de muros de hormigón o algo de parecida densidad. No hay vehículos en el muelle. Los instrumentos que se ven en la torre y en la base son telescopios u otros detectores parecidos. No se detecta si está habitado.

—Ése es el problema, en efecto. Quiero delinear una estrategia, y vosotros me diréis qué os parece. En primer lugar, nos situaremos con la mayor rapidez posible sobre la parte más alta.

—Convirtiéndonos en unos blancos perfectos.

—También lo somos ahora.

—No si las armas están en el interior del Mons Olympus.

—¡Qué tontería! ¿No estamos dentro de un casco de la General de Productos? Si nadie dispara contra nosotros, pasamos a la segunda fase: exploración del cráter mediante el radar de profundidad. Si encontramos cualquier cosa que no sea un fondo de scrith pelado, vamos a la tercera fase: vaporizar ese edificio. ¿Podemos hacerlo con rapidez?

—Sí, aunque no tenemos reserva de potencia para hacerlo dos veces seguidas. ¿Cuál es la cuarta fase?

—Entrar deprisa, como sea. Chmeee se quedará fuera, para acudir en nuestro socorro si fuese necesario, y si le es posible. Ahora dime si vas a echarte atrás en algún punto de este programa.

—No me atrevería.

—Espera un momento. —Luis se había dado cuenta de que sus acompañantes nativos estaban lívidos de pánico, y le explicó a Harkabeeparolyn—: Si hay algún lugar desde donde pueda salvarse este mundo, es aquí, debajo de nosotros. Creemos haber encontrado la entrada. Alguien más la encontró también. No sabemos quién es o quiénes son. ¿Comprendes?

—Tengo miedo —dijo la mujer.

—También yo. ¿Podrás tranquilizar al muchacho?

—¿Podrás tranquilizarme a mí? —dijo ella con una risa nerviosa—. Lo intentaré.

—Adelante, Inferior.

La «Aguja» se elevó hacia el cielo a 20 g, giró sobre su propio eje y se acercó al edificio en vuelo invertido, hasta quedar casi flotando junto a él. Luis sentía su estómago también del revés. Los dos Ingenieros chillaban de terror, y Kawaresksenjajok atenazaba el brazo de Luis.

A simple vista, el cráter estaba taponado de lava antigua. Luis se volvió hacia la imagen del radar de profundidad.

¡Allí estaba! Un agujero en el scrith, un embudo invertido que llevaba arriba, o mejor dicho abajo, a través del cráter de Mons Olympus. El pasadizo era, con mucho, demasiado pequeño para dejar pasar la maquinaria de reparación del Mundo Anillo. Se trataba de una mera compuerta de emergencia, pero más que suficiente para la «Aguja».

—Fuego —dijo Luis.

La última vez, aquel haz había sido usado como proyector por el titerote, pero a corta distancia, sus efectos eran devastadores. El edificio flotante se convirtió en un chorro incandescente que brotaba de una cabeza de cemento hirviente. Parecía un cometa. Luego, no fue más que una nube de polvo.

—En picado —dijo Luis.

—¿Luis?

—Ofrecemos blanco aquí. No tenemos tiempo. En picado he dicho, a 20 g. Nos abriremos la puerta nosotros mismos.

El paisaje ocre se cerró como un techo sobre sus cabezas. El radar de profundidad mostraba un agujero en el scrith que se dilataba para recibirles, pero todos los demás sentidos mostraban el cráter lleno de lava solidificada, que bajaba a una velocidad terrible para aplastarles.

Kawaresksenjajok clavó las uñas en el brazo de Luis hasta sacarle sangre. Harkabeeparolyn parecía petrificada. Luis se apoyó para resistir el choque.

Oscuridad total.

La pantalla del radar reflejaba una claridad lechosa, sin forma alguna. De alguna parte, les llegaban resplandores tenues rojos, verdes y anaranjados. Eran los instrumentos de la cabina de mandos.

—¿Inferior?

No hubo respuesta.

—¡Danos un poco de luz, Inferior! ¡Usa el proyector, que veamos al menos lo que nos amenaza!

—¿Qué ha pasado? —preguntó Harkabeeparolyn en tono quejumbroso.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la semioscuridad, Luis la vio acurrucada en el suelo, con los brazos alrededor de las rodillas.

Las luces de la nave se encendieron de nuevo y el Inferior dejó los mandos. Parecía arrugado, ya medio encogido sobre sí mismo.

—No lo aguanto más, Luis.

—Nosotros no sabemos manejar estos mandos, te consta. Monta un proyector para que podamos ver lo que hay afuera.

El titerote tocó varios elementos de mando con la boca, y se vieron bañados por una luz blanca y difusa procedente de la proa, a la altura de la cubierta.

—Estamos empotrados en algo —una de las cabezas miraba abajo; la otra agregó—: Lava. El exterior del casco está a setecientos grados. Han echado lava sobre nosotros mientras estábamos en estasis, y ahora se está enfriando.

—Al parecer, alguien se había preparado para recibirnos. ¿Estamos todavía cabeza abajo?

—Sí.

—Entonces, no podemos acelerar hacia arriba. Siempre hacia abajo.

—Sí.

—¿Quieres intentarlo?

—¡Qué pregunta! Yo lo he intentado todo desde el momento que fundiste el motor de hiperpropulsión…

—Pues adelante.

—Mejor dicho, desde que decidí secuestrar a un hombre y a un kzin. Ese fue mi error, seguramente.

—Estamos perdiendo el tiempo.

—No hay espacio adonde irradiar el exceso de calor de la «Aguja». Usar los reactores sólo nos aproximaría una hora o dos a la situación de tener que entrar en estasis para esperar acontecimientos.

—Espera un momento pues. ¿Qué sacas del radar de profundidad?

—Roca ígnea en todas direcciones, agrietada por el enfriamiento. Deja que aumente el alcance… ¿Luis? Un fondo de scrith a unos diez kilómetros por debajo de nosotros, bajo el techo de la «Aguja». Un techo de scrith mucho más delgado, a veintitrés kilómetros por encima.

Luis empezaba a sentir pánico.

—¿Estás oyendo todo eso, Chmeee?

Fue contestado de una manera que no esperaba.

Oyó un aullido de dolor inhumano y de rabia, al tiempo que Chmeee salía por el disco teleportador, tapándose los ojos con los brazos. Harkabeeparolyn se apartó de su camino. Tropezó con las rodillas en la cama de agua y cayó cuan largo era sobre ésta y en el suelo.

Luis había saltado en dirección a la ducha. La abrió a chorro máximo, saltó sobre la cama de agua, metió el hombro bajo la axila de Chmeee y lo alzó. La piel del kzin ardía debajo del pelo.

El kzin se puso en pie y se dejó conducir bajo el chorro de agua fría; luego se volvió, dejando que el agua le recorriese por todas partes, y finalmente, se bañó la cara con el chorro.

—¿Cómo lo supiste? —logró articular.

—Lo olerás dentro de un momento —explicó Luis—. Piel chamuscada, pelo quemado. ¿Qué pasó?

—De súbito, me vi ardiendo. En el panel de mandos todas las luces rojas estaban encendidas. Salté hacia el disco transportador. El módulo debe seguir con el piloto automático, si no ha quedado destruido.

—Quizá necesitemos averiguarlo. La «Aguja» está empotrada dentro de la lava. ¿Inferior?

Luis se volvió hacia la cabina de mandos. El Inferior estaba enrollado sobre sí mismo, con las cabezas ocultas debajo de su barriga.

Aquel golpe había sido demasiado para él. Resultaba fácil descubrir por qué. En la cabina, una pantalla mostraba una cara medio conocida.

La misma cara, pero aumentada, miraba por el rectángulo correspondiente a la proyección del radar de largo alcance. Más que una cara parecía una máscara, como un rostro humano moldeado en cuero viejo. Pero no del todo. Carecía de cabello. Las mandíbulas eran dos semicírculos endurecidos y sin dientes. Bajo un grueso arco superciliar, un par de ojos miraban con curiosidad a Luis Wu.

30. Ruedas dentro de ruedas

—Me parece que habéis perdido a vuestro piloto —dijo el intruso del rostro de cuero que flotaba fuera del casco: la cabeza deformada y los hombros amelonados de un protector, imagen espectral en medio del basalto negro en que estaban sepultados.

Luis no pudo sino asentir con la cabeza. Las sorpresas habían sido demasiado rápidas y procedentes de demasiadas direcciones inesperadas. Advirtió que Chmeee estaba a su lado, chorreando agua y estudiando en silencio al posible enemigo. Los Ingenieros de las Ciudades estaban callados y, si Luis no se equivocaba al interpretar la expresión de sus caras, parecían más próximos al éxtasis o al temor sagrado que al miedo.

El protector dijo:

—Con eso quedáis atrapados por completo. Pronto tendréis que pasar a estasis, y no hace falta discutir lo que ocurrirá después de eso. Es un alivio. Me preguntaba si sería capaz de mataros.

—Os creíamos desaparecidos por completo —dijo Luis.

—Los Pak se extinguieron hace un cuarto de millón de años —los labios y encías deformados del protector distorsionaban algunas consonantes, pero, desde luego, hablaba en Intermundial. ¿Por qué en Intermundial?—. Una epidemia se los llevó. Tenías razón al suponer que estaban desaparecidos. Pero el árbol de la Vida sobrevive estupendamente bajo el mapa de Marte. De vez en cuando, alguien lo redescubre. Sospecho que la droga de la inmortalidad se inventó aquí cuando algún protector necesitó financiación para algún proyecto.

—¿Cómo aprendiste el Intermundial?

—Desde la infancia. Luis, ¿no me conoces? Fue como una puñalada en el vientre.

—Teela, ¿cómo es posible?

El rostro era rígido como una máscara. ¿Cómo podría reflejar ninguna expresión? Ella contestó:

—Un poco de saber… Ya conoces el dicho. El Caminante buscaba la base del Arco, y yo le hice una demostración de mi superior sapiencia: le dije que el Arco no tenía base, que el mundo era un anillo. Eso le contrarió sobremanera. Le dije que si buscaba el lugar desde donde se gobernaba el mundo, tendría que encontrar la factoría de construcción.

—El Centro de Mantenimiento —dijo Luis.

Una ojeada hacia el puente de mando le mostró al Inferior en figura de taburete blanco elegantemente decorado con piedras preciosas.

—Por supuesto, con el tiempo se convertiría en centro de mantenimiento, y en el centro del poder también —dijo la protector—. El Caminante recordaba algunas leyendas del Gran Océano. Parecía la opción lógica, protegido por las barreras naturales de la distancia, las tormentas y una docena de ecologías predadoras. Los astrónomos habían estudiado el Gran Océano desde puntos de observación idóneos de distintos lugares del Arco, y el Caminante recordaba lo suficiente como para dibujar unos mapas.

»Nos costó dieciséis años cruzar el Gran Océano. Supongo que esa expedición también habrá dado lugar a leyendas. ¿Sabías que los mapas se abastecen con regularidad? Los kzinti han colonizado el mapa de la Tierra. No hubiéramos podido continuar, a no ser porque logramos capturar un barco kzinti colonizador. En el Gran Océano hay islas que son seres vivos enormes, con los lomos cubiertos de vegetación, y que se hunden cuando el marino menos lo espera…

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