Se volvió hacia Chmeee.
—¿Te importa pilotar tú este trasto? No pases de seis kilómetros por segundo.
El módulo se elevó y se proyectó hacia delante obedeciendo a las instrucciones de Chmeee. Un muro gris de nubes se abrió para dejarles pasar; al otro lado, sólo había un azul infinito, cada vez más oscuro a medida que ganaban altura. El mapa de Kzin empezó a quedar atrás.
Chmeee comentó:
—Está muy dócil el titerote.
—Psé.
—Pareces muy seguro de lo del mapa de Marte.
—Sí —sonrió Luis—. Es una buena maniobra de engaño, pero por otra parte, podría ser perfecto, ¿no? Tenían mucho que esconder, en cuanto al tamaño. Para llegar aquí hemos pasado antes por debajo del Anillo. ¿A que no sabes lo que vimos mientras pasábamos bajo el mapa de Marte?
—No me vengas con acertijos.
—Nada. Nada excepto el fondo marino. Ni siquiera las aletas refrigerantes. La mayoría de los demás mapas tienen radiadores para enfriar los polos. Sistemas pasivos de enfriamiento. Debería existir uno que enfriase el mapa de Marte. ¿Adónde irradia el calor? Pensé que directamente al mar, pero no es así. Creemos que el calor se inyecta directamente en la reja superconductora del subsuelo.
—¿Reja superconductora?
—De enormes dimensiones, pero que controla los efectos magnéticos del subsuelo del Anillo, y lo usan para controlar los fenómenos solares. Si el mapa de Marte estuviese conectado a esa reja, habríamos encontrado el centro de mando del Mundo Anillo.
Chmeee lo pensó.
—No es lógico pensar que evacuasen el calor en el mar. El aire caliente y húmedo, al subir, daría lugar a la formación de nubes, que se concentrarían en el interior desde una gran distancia. Desde lejos, el mapa de Marte parecería una diana de tiro al blanco. ¿Tú concibes que los protectores de Pak cometiesen un error de tal calibre?
—No.
Aunque Luis no lo veía así.
—Apenas recuerdo nada sobre Marte. Nunca fue un planeta demasiado importante para los tuyos, ¿no? Sólo servía para dar pie a leyendas. Sé que el mapa está a treinta kilómetros de altura, para imitar la atmósfera tenue del planeta original.
—Treinta kilómetros de alto y una superficie de ciento cuarenta y cinco millones de kilómetros cuadrados. Eso nos da cuatro mil trescientos cincuenta millones de kilómetros cúbicos de volumen donde esconder cosas.
—¡Grrr! —replicó Chmeee—. Supongo que tienes razón. El mapa de Marte es el Centro de Reparación y los Pak se tomaron muchas molestias para esconderlo bien. Chjarrl me habló de los monstruos, las tormentas y las enormes distancias del Gran Océano. Excelentes defensas pasivas. Una flota invasora no habría adivinado jamás el secreto.
Luis se frotó cuatro puntos del entrecejo que le picaban.
—Cuatro mil trescientos cincuenta millones de metros cúbicos. Confieso que la cifra me aturde. ¿Qué guardarán ahí dentro? ¿Parches lo bastante grandes como para tapar el cráter del Puño-de-Dios? ¿Maquinaria lo bastante grande como para transportar esos parches e instalarlos? ¿Aquellos sistemas elevadores que vimos en la pared del borde, para los reactores de corrección de posición? ¿Reactores de repuesto? ¡Nej! ¡Ya me gustaría hallar reactores de repuesto! Pero aun así, me parece demasiado volumen.
—Flotas de guerra.
—Sí. Conocemos ya su arma definitiva, pero… flotas de guerra, naturalmente, y también naves para transportar refugiados. Es posible que todo el mapa no sea más que un solo barco de transporte. Tuvo que ser muy grande para evacuar el Mundo Anillo antes de que la población empezase a ocupar todos los nichos ecológicos.
—¿Un vehículo espacial? ¿Lo bastante grande como para remolcar el Anillo y devolverlo a su posición? Me cuesta pensar a una escala tan descomunal, Luis.
—A mí también. No creo que fuese suficientemente grande.
—Entonces, ¿en qué estabas pensando cuando destruiste nuestra hiperpropulsión? —rugió el kzin, enseñando los colmillos con súbito enfado.
Luis optó por no hacer caso.
—Me figuré que el Mundo Anillo estaba preparado para influir en el sol magnéticamente. Y casi estaba en lo cierto. Sólo que…
La voz del Inferior ladró por el altavoz.
—¡Luis! ¡Chmeee! Poned el piloto automático del módulo y saltad aquí, ¡pronto!
Chmeee dio un salto tremendo para colocarse sobre el disco antes que Luis. Éste pensó que cuando convenía, el kzin también sabía obedecer, aunque se guardó de expresar tal idea.
Los Ingenieros miraban hacia el exterior del casco, pero no hacia el mar (que era sólo un espectáculo monótono de azul oscuro abajo y azul celeste arriba, estriado de nubes, hasta el infinito), sino contemplando un holograma del tamaño de una pantalla de cine. Cuando Chmeee hizo su aparición sobre el disco receptor, tuvieron una reacción de espanto, pero luego, procuraron disimular.
Luis dijo:
—Chmeee, te presento a Harkabeeparolyn y a Kawaresksenjajok, bibliotecarios de la ciudad flotante. Nos han prestado un gran servicio con sus informaciones.
—Bien. ¿Cuál es el problema, Inferior? —dijo el kzin. Luis le tiró del pellejo y le indicó un punto en el cielo.
—Sí —dijo el titerote—. El sol.
El sol aparecía en el holograma aumentado y con el brillo atenuado. Cerca de su centro, una mancha brillante cambiaba de forma, se retorcía y se desplazaba.
—¿No hacía eso mismo, el sol, justo antes de que abordáramos la zona de los espaciopuertos? —preguntó Chmeee.
—Cierto. Estás contemplando la defensa antimeteoritos del Mundo Anillo. ¿Qué hacemos ahora, Inferior? Podemos reducir la velocidad, pero no veo ningún modo de salvar el módulo.
—Lo primero que se me ocurrió fue tratar de salvar vuestras valiosas personas —contestó el titerote.
Debajo mismo de la «Aguja» en vuelo, el océano arrojó un haz de luz que se fue intensificando cada vez más, y adquirió un tinte violáceo. Por un momento, el brillo se hizo intolerablemente intenso; luego se dibujó una mancha oscura en el casco, debajo de sus pies.
Y una línea de un negro intenso, rodeada de un halo violeta blanquecino, se alzó en el horizonte hacia el sentido del giro, una columna vertical que iba del suelo al cielo. Por encima de ella no se veía la atmósfera.
El kzin masculló algunas palabras en la Lengua del Héroe.
—Todo esto está muy bien —dijo el Inferior en Intermundial.
—¿No está el mapa de la Tierra en esa dirección? —preguntó Luis.
—Sí, y también una buena cantidad de agua y de paisaje del Mundo Anillo.
Cuando el rayo tocó el suelo, se alzó un resplandor blanco que inundó todo el horizonte. Chmeee seguía hablando en la Lengua del Héroe, en voz baja, pero Luis le entendió.
—Si tuviese un arma así, reduciría la Tierra a cenizas.
—Que te calles.
—Ha sido una idea instintiva, Luis.
—Ya.
El rayo se cortó de súbito. Luego volvió a tocar la tierra algo más lejos, varios grados más a babor.
—¡Nej y maldita sea! Subamos un poco, Inferior, para poder usar el telescopio.
En el mapa de la Tierra se veía un punto incandescente, blanco amarillento. Parecía el impacto de un asteroide de gran tamaño.
Más lejos, en la orilla distal del Gran Océano, aparecía otro punto similar.
La actividad del sol había disminuido y empezaba a perder coherencia el rayo.
—¿Había aviones o naves espaciales en esa dirección? ¿Algún objeto que se moviese con rapidez?
—Tal vez los instrumentos hayan registrado algo —dijo el Inferior.
—Averígualo. Y bájanos a kilómetro y medio de altitud. Creo que será mejor aproximarnos al mapa de Marte a nivel inferior al de la plataforma continental.
—¿Luis?
—Haz lo que te digo.
—¿Tienes alguna noción de cómo se produce ese rayo láser? —preguntó Chmeee.
—Luis te lo contará —dijo el titerote—. Voy a estar ocupado.
La «Aguja» y el módulo se reunieron sobre el mapa de Marte procedentes de dos direcciones distintas. El Inferior los mantuvo en paralelo de manera que fuese posible pasar de uno a otro vehículo.
Luis y Chmeee se trasladaron al módulo para almorzar. Chmeee estaba hambriento, y consumió varias libras de carne cruda, un salmón y cinco litros de agua. A Luis se le quitó el apetito al verle, y se alegró de que no estuviesen allí sus invitados.
—No entiendo por qué has recogido a esos pasajeros —comentó Chmeee—. A no ser para aparearte con la mujer, pero… ¿a qué viene entonces el muchacho?
—Son Ingenieros —replicó Luis—. Los de su raza fueron los dueños de casi todo el Mundo Anillo. A esos dos los saqué de una biblioteca. Háblales, Chmeee. Pregunta lo que se te ocurra.
—Me temen.
—Tú eres un diplomático melifluo, ¿no lo recuerdas? Invitaré al chico para que visite el módulo. Cuéntale cosas. Háblale de Kzin y de los grandes cazadores, y de la Casa del Patriarca. Cuéntale cómo se aparean los kzinti.
Luis pasó a la «Aguja», habló con Kawaresksenjajok y ambos pasaron a la naveta antes de que Harkabeeparolyn cayera en la cuenta de lo que tramaban.
Chmeee le enseñó a pilotar. El módulo hizo cabriolas y dio saltos en el aire bajo la acción de los mandos, y el chico estaba en la pura gloria. Chmeee le mostró la magia de los binoculares, de la tela superconductora y de las corazas de impacto.
El muchacho quiso saber detalles sobre las costumbres amatorias de los kzinti.
¡Chmeee se había apareado con una hembra capaz de hablar! Aquello le había abierto perspectivas nuevas para él. Le contó a Kawaresksenjajok cuanto éste quiso saber (y que a Luis le pareció bastante aburrido), y luego hizo que el chico le hablase de apareamientos y de rishathra.
Kawaresksenjajok carecía de práctica pero se sabía bien la teoría.
—Grabamos a todas las especies, si nos lo permiten. Tenemos archivadas todas las cintas. Algunas especies hacen otras cosas en vez de rishathra, o les gusta mirar o hablar de ello. Unos se aparean siempre en la misma postura, y otros sólo en la temporada de celo, y al final todo se sabe. Lo cual es útil para las relaciones comerciales. Hay diferentes tipos de ayudas. ¿Te ha contado Luhiwu lo del perfume de vampiro?
Apenas se dieron cuenta de que Luis había regresado solo a la «Aguja».
Harkabeeparolyn estaba preocupada.
—¿Y si le hace daño a Kawa, Luhiwu?
—Se llevan muy bien —explicó Luis—. Chmeee es mi compañero de tripulación y le gustan los niños de todas las especies. Kawa está perfectamente a salvo con él. Si quieres ser amiga suya también, ráscale detrás de las orejas.
—¿Y cómo te hiciste esas heridas en la frente?
—¡Ah! Eso fue un descuido. Mira, ya sé cómo tranquilizarte.
E hicieron el amor… o mejor dicho, rishathra, sobre la cama de agua y con el aparato de masaje en marcha. Tal vez fuese verdad que aquella mujer hubiese odiado su estancia en el edificio Panth, pero le había servido para aprender un montón de cosas. Dos horas después, Luis estaba seguro de que no podría volver a moverse jamás y Harkabeeparolyn le acariciaba la mejilla.
—Mi período de apareamiento acaba mañana. Entonces, podrás descansar.
—Por un lado lo celebro y por otro, no —bromeó él.
—Me sentiría más tranquila si te reunieras con Chmeee y con Kawa, Luhiwu.
—Muy bien. Fíjate como me pongo en pie, macilento. ¿Me ves sobre el disco teleportador? Allá voy. ¡Puf!, y desaparezco.
—Luhiwu…
—Bueno, como quieras.
El mapa de Marte, aquella línea negra, aumentó de tamaño hasta convertirse en muro que les cerraba el paso. Mientras Chmeee reducía la velocidad, los micrófonos instalados en el exterior del casco del módulo captaron una especie de susurro continuo, más intenso que el viento debido al rozamiento del aire.
Se acercaban a una catarata que era una inmensa pared de agua.
Desde un kilómetro de distancia, parecía infinitamente recta e infinitamente larga. El borde superior de la catarata quedaba a treinta kilómetros sobre sus cabezas, mientras la base desaparecía en medio de la niebla. El trueno del agua los ensordeció hasta que Chmeee desconectó los micrófonos, pero luego llegó a penetrar a través del casco de la naveta.
—Es como los condensadores de agua de la ciudad —observó el muchacho—. Así fue como debieron aprender los míos a construir condensadores de agua. ¿Te he contado lo de los condensadores de agua, Chmeee?
—Sí, y si los Ingenieros de las Ciudades llegaron tan lejos, me pregunto qué más hallaron por aquí. ¿Dicen algo vuestras leyendas acerca de un continente hueco?
—No.
—Todos los magos de sus leyendas tienen la anatomía de los protectores de Pak —observó Luis.
El muchacho preguntó:
—Luis, esta catarata enorme… ¿por qué ha de ser tan grande?
—Estoy seguro de que rodeaba toda la periferia del mapa. Es para eliminar el vapor de agua. La parte superior del mapa ha de estar perfectamente seca —dijo Luis—. ¿Me oyes, Inferior?
—Sí. ¿Cuáles son tus órdenes?
—Daremos una vuelta con el módulo, utilizando el radar de profundidad y los demás instrumentos. Tal vez encontremos una entrada debajo de la catarata. La «Aguja» nos servirá para explorar al mismo tiempo la plataforma superior. ¿Cómo andamos de combustible?
—Tenemos lo necesario, habida cuenta de que no vamos a regresar a casa.
—Bien. Vamos a desmontar la sonda y haremos que siga a la «Aguja», digamos… a unos quince kilómetros de distancia y rozando el suelo, diría yo. Mantén abiertos los enlaces teleportadores y los micrófonos. ¿Quieres pilotar el módulo, Chmeee?
—A la orden, señor —dijo el kzin.
—Perfecto. Ven aquí, Kawa.
—Preferiría quedarme —dijo el chico.
—¡Para que me despelleje Harkabeeparolyn! Acompáñame.
La «Aguja» se elevó treinta kilómetros y vieron ante ellos la extensión del planeta rojo.
Kawaresksenjajok comentó:
—Qué aspecto tan espantoso.
Luis ignoró la observación.
—Al menos, sabemos que estamos buscando una cosa de gran tamaño. Imagina un parche lo bastante grande como para tapar el cráter de Puño-de-Dios. Buscamos un tinglado de tamaño suficiente como para esconder ese parche más el vehículo que pudiera servir para transportarlo. ¿Dónde situarías eso en el mapa de Marte, Inferior?
—Debajo de la catarata —replicó el Inferior—. ¿Quién iba a verlo? El océano está vacío, y la caída del agua lo oculta todo.