Los ingenieros de Mundo Anillo

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

 

Han pasado veinte años desde que Luis Wu, Chmee Instructor-de-animales y Nessus escaparan de su primera expedición a Mundo Anillo. Ahora, Luis se ha convertido en un cableta adicto a los impulsos eléctricos y su amigo alienígena ocupa un puesto de autoridad en su mundo de origen. Los dos serán secuestrados por el titerote conocido como Ser Último y llevados de vuelta a Mundo Anillo en busca de los tesoros tecnológicos que contiene. Durante su periplo Luis Wu y Chmee conocerán toda clase de extrañas razas y sociedades humanoides, desvelarán el misterio sobre los auténticos constructores de Mundo Anillo y explorarán las sorpresas y los secretos que se esconden en su interior.

Larry Niven

Los Ingenieros de Mundo Anillo

Mundo Anillo - 2

ePUB v1.0

libra_861010
11.09.12

Título original:
The Ringworld Engineers

Larry Niven, 1980.

Traducción: J. A. Bravo

Editor original: libra_861010 (v1.0)

ePub base v2.0

Primera Parte
1. Enganchado al cable

Luis Wu estaba enganchado al cable cuando los dos intrusos invadieron su habitación.

Sentado en la perfecta postura de loto, sobre la fastuosa moqueta amarilla de hierba de interior, lucía una expresión de felicidad ensoñadora. El somero apartamento constaba de una sola, aunque espaciosa, habitación. Podía divisar las dos puertas. Pero, engolfado en ese placer que sólo los cabletas conocen, no se dio cuenta de que llegaban. Y se le plantaron delante de improviso: dos individuos jóvenes, pálidos, de estatura bastante superior a los dos metros diez, que observaban a Luis con despectivas sonrisas. Uno de ellos resopló y se guardó en el bolsillo algo que parecía un arma. Avanzaron hacia él y entonces Luis se puso en pie.

No fue sólo la sonrisa de felicidad lo que les engañó. Fue el contactor, del tamaño de un puño, que sobresalía de la coronilla de Luis Wu como un tumor de plástico negro. Estaban ante un adicto a la corriente y sabían lo que se podía esperar. Aquel hombre llevaría años sin pensar en otra cosa que no fuese en el hilo que administraba electricidad al centro del placer de su cerebro. Se habría olvidado de sí mismo incluso hasta el extremo de dejarse morir de hambre. Era de poca estatura, casi cuarenta centímetros menos que cualquiera de los dos intrusos. Así que…

Cuando fueron a agarrarle, Luis se hizo a un lado para equilibrarse y lanzó una, dos, tres patadas. Uno de los invasores quedó en el suelo, doblado sobre sí mismo y privado de respiración antes de que el otro lograse reaccionar y apartarse.

Luis fue a por él.

Lo que dejó semiparalizado al mozo fue la sonrisa de placidez ausente con que Luis se disponía a matarle. Echó mano del arma que se había guardado, pero demasiado tarde. Luis hizo que la soltara de un golpe, esquivó un puño que parecía una maza y pateó las rótulas de su adversario (el coloso se quedó inmovilizado). Golpe al plexo, al corazón (el coloso se dobló sobre sí mismo con un jadeo sibilante), a la garganta (el jadeo se quebró en seco).

El otro invasor andaba a gatas, mientras poco a poco recobraba la respiración, cuando Luis le golpeó dos veces en la nuca con el canto de la mano.

Los intrusos quedaron inmóviles sobre el piso de hierba amarilla. Luis Wu fue a cerrar su puerta. Ni por un instante la sonrisa de felicidad abandonó sus facciones, ni tampoco después de haber cerrado la puerta, echado el seguro y puesto la alarma. Verificó la puerta que daba al balcón: cerrada y con la alarma conectada.

¿Cómo diablos habrían entrado?

Aturdido, se dejó caer en el mismo lugar donde estaba, asumió la postura del loto y no volvió a moverse hasta transcurrida una hora.

Hasta que se disparó un temporizador y cortó la corriente del contactor.

La adicción a la electricidad es el más reciente de los vicios humanos. Casi todas las culturas del espacio humano, en uno u otro momento de su historia, han considerado el hábito como un azote grave. Resta fuerzas al mercado del trabajo, que lo dejan para morir de autoabandono.

Los tiempos cambian. Generaciones después, esas mismas culturas vienen a considerar la electrodependencia como un mal menor. Los vicios tradicionales (el alcohol, las drogas, el vicio del juego) no resisten la comparación. Los que quizá se dejarían enganchar por las drogas son más felices con el cable. Así tardan más en morir, y no suelen dejar descendencia.

Y no cuesta apenas nada. Un traficante de éxtasis puede subir el precio de la operación, pero luego ¿qué? El usuario no será un cableta hasta que se le haya implantado el hilo en el centro del placer de su cerebro, desde luego. Hecho esto, el traficante ya no tendrá ningún ascendiente sobre él, ya que el consumidor puede darse el viaje con cualquier enchufe de su casa.

Y el placer es puro. No hay malos viajes ni resacas.

De manera que, hacia los tiempos de Luis Wu, los susceptibles de dejarse esclavizar por el cable o por otros estilos inferiores de autodestrucción llevaban ochocientos años eliminándose de la raza humana, por selección natural, a sí mismos.

Hoy incluso existen aparatos que pueden cosquillear a distancia los centros de placer de una víctima. Los tasps son ilegales en la mayoría de los planetas y además de fabricación cara, pero se usan. (Pasa un desconocido, triste, con el rostro surcado por las arrugas de la rabia o de la miseria. Tú, escondido detrás de un árbol, le das el día. ¡Ping! Su cara se ilumina. Por unos momentos, se ha quedado sin preocupaciones)… Por lo general, no se arruina ninguna existencia. La mayoría lo soporta bastante bien.

El temporizador emitió un clic y desconectó el contactor.

Luis se hundió en sí mismo como un saco vacío, se pasó la mano sobre la calva, buscando la base de su larga coleta negra, y desenchufó el contactor del zócalo oculto bajo los cabellos. Lo sostuvo en la mano y lo consideró unos momentos; luego, y como siempre, lo echó en un cajón y cerró con llave. El cajón desapareció. La cómoda, que imitaba un mueble antiguo de madera, en realidad era de duraluminio delgado como un papel y con abundancia de espacio para compartimentos secretos.

Siempre estaba la tentación de poner de nuevo en marcha el temporizador, como solía hacer durante los primeros años de su adicción. El abandono había hecho de él un pelele, reducido a un esqueleto harapiento y siempre sucio. Por último, logró reunir lo que le quedaba de su antigua obstinación y construyó un temporizador que necesitaba veinte minutos de manipulaciones pacientes para reinicializarse. Lo dejó ajustado para quince horas de corriente y doce de sueño, más el tiempo dedicado a lo que él llamaba mantenimiento.

Los cadáveres continuaban allí. Luis no tenía ni idea de qué hacer con ellos. Aunque hubiese avisado a la policía enseguida, no habría dejado de llamar la atención intempestivamente… Pero, ¿qué explicar una hora y media más tarde? ¿Que le habían dejado inconsciente de un golpe? ¡Se empeñarían en hacerle una radargrafía del cráneo por si lo tenía fracturado!

Ya se sabía: durante la negra depresión que seguía siempre a las dosis de cable, sencillamente le resultaba imposible tomar decisiones. Se sometía a su rutina de mantenimiento como un robot. Hasta la cena estaba preprogramada.

Bebió un vaso de agua. Puso en marcha la cocina. Pasó al cuarto de baño. Hizo diez minutos de ejercicio, empleándose a fondo, como para combatir la depresión con el agotamiento. Cuando hubo terminado, la cena estaba ya preparada. Comió sin saborear los platos… Mientras, recordaba que, en otro tiempo, comía y hacía gimnasia y todo lo demás con el contactor puesto en la cabeza, aunque con la corriente atenuada al décimo del valor normal. Durante una temporada vivió con una mujer que también era cableta. Hacían el amor bajo la corriente… y jugaban a juegos de batallas y de ingenio… Hasta que a ella dejó de interesarle todo lo que no fuese el cable mismo. Para entonces Luis recobró algo de su prudencia natural y huyó de la Tierra.

Se le ocurrió que esta vez sería más fácil huir de aquel planeta que desembarazarse de dos fiambres tan voluminosos como indiscretos. ¿Y si estaba ya sometido a vigilancia?

No parecían agentes de la BRAZO. Corpulentos, de músculos flojos, pálidos de una luz solar más anaranjada que amarilla, desde luego eran especie de un ambiente de baja gravedad, canyonitas muy probablemente. No habían peleado como agentes de la BRAZO… aunque sí habían sabido burlar sus sistemas de alarma. Aquellos hombres podían ser mercenarios, a los que quizá estuvieran esperando otros que sí fuesen de la BRAZO.

Luis Wu desmontó la puertaventana del balcón y salió.

Canyon no se ajusta del todo a las leyes normales de los planetas.

No mucho más grande que Marte, hasta hace pocos siglos su atmósfera tenía apenas la densidad necesaria para permitir la existencia de vegetales capaces de utilizar la fotosíntesis. El aire contenía oxígeno, pero insuficiente para la vida humana o kzinti. La vida autóctona era tan primitiva y resistente como los líquenes; en cuanto a los animales, no había llegado a desarrollarse.

Pero había monopolios magnéticos en el halo que rodeaba el sol anaranjadoamarillento de Canyon, y radiactivos en el planeta mismo. Fue absorbido por el Imperio Kzinti, que lo pobló por medio de cúpulas herméticas y compresores. Le llamaron Vanguardia, por su proximidad a los mundos Pierin todavía invictos.

Un milenio más tarde, el Imperio Kzinti en su expansión tropezó con el espacio humano.

Las guerras Kzin-Humanidad eran ya cosa del pasado histórico cuando nació Luis Wu. La Humanidad las ganó todas. Los kzinti tenían la manía de atacar antes de estar verdaderamente preparados. La civilización de Canyon es un legado de la Tercera Guerra Kzin-Humanidad, de cuando hubo en el planeta humano Wunderland una afición a los armamentos esotéricos.

El Pacificador de Wunderland fue usado una sola vez. Era una versión gigantesca de un artilugio utilizado comúnmente en la minería: un desintegrador que lanza un rayo supresor de la carga del electrón. Donde toca ese rayo, los sólidos se vuelven repentina y violentamente positivos, y se pulverizan en una niebla de partículas monoatómicas.

Wunderland construyó y transportó hasta el sistema de Vanguardia un desintegrador descomunal que disparaba en paralelo con un rayo similar que suprimía la carga del protón.

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