Los ingenieros de Mundo Anillo (10 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

—¿Verdad que no? Pues deja que la hagamos a nuestro modo, y muchas gracias.

Luis se volvió hacia Chmeee y le dijo:

—Intenta aterrizar sobre el muro.

Pero entonces observó la postura peculiarmente rígida del kzin, la mirada ausente, las garras agarrotadas. ¿Rabia? ¿Realmente se proponía embestir contra «La Aguja Candente de la Cuestión»?

El kzin lanzó un alarido en la Lengua del Héroe.

El titerote respondió en el mismo idioma que había utilizado el kzin, pero luego cambió de opinión y repitió en Intermundial:

—Dos propulsores de fusión, uno a popa y otro en medio. Sin cohetes de aceleración. No es necesario encender los motores de fusión en tierra, excepto para defensa; el despegue se hace con los repulsores, que rechazan el material del suelo del Anillo. Pueden pilotarse como generadores de gravedad negativa, sólo que los repulsores son de diseño más sencillo, más fáciles de reparar y de mantener. No los utilicéis ahora; os repelería la pared del borde y saldríais empujados al espacio exterior.

Aquélla era la explicación del aparente pánico de Chmeee. No sabía pilotar el módulo, cosa que no resultaba excesivamente tranquilizadora. Pero la zona de los espaciopuertos quedaba ya muy abajo, y la alarmante vibración advertida durante el despegue acababa de desaparecer. Bajo sus pies notaba el empuje de los 4 g, que se cortó de súbito.

—¡Ufff! —exclamó Luis mientras el módulo entraba en caída libre.

—No conviene que nos elevemos demasiado sobre el muro. Registra las taquillas, Luis. Haz un inventario de nuestra dotación.

—¿Me avisarás antes de volver a hacer eso?

—Prometido.

Luis se desembarazó de la red paracaídas y salió flotando hacia la escalerilla.

Aquello era un camarote lleno de armarios y provisto de una compuerta de esclusa. Luis empezó a abrir puertas. La taquilla más espaciosa contenía como tres kilómetros cuadrados de una tela negra sedosa y muy fina, y cientos de kilómetros de hilo negro en bobinas de unos treinta mil metros. En otro armario había arneses de vuelo modificados, con repulsores en los correajes de los hombros y un pequeño cohete direccional. Dos pequeños y uno grande. Uno para Halrloprillalar, naturalmente. Luis halló linternas láser y pistolas sónicas, así como un mandoble desintegrador pesado. Encontró unas cajitas del tamaño de los puños de Chmeee, con micrófonos y auriculares (dos juegos pequeños y uno grande) en el mismo compartimento. Serían traductoras automáticas, con un microordenador incorporado, ya que si hubieran funcionado a través del ordenador de a bordo habrían abultado mucho menos.

Había grandes placas repulsoras rectangulares… ¿Para remolcar cargas por el aire? Bobinas de cadenas moleculares Sinclair, parecidas a un sedal muy fino, pero extraordinariamente resistente. Pequeños lingotes de oro, ¿para comerciar? Visores binoculares con intensificador de luz. Armaduras de impacto.

—Ha pensado en todo —murmuró Luis.

—Gracias —habló el titerote desde una pantalla en la que no se había fijado Luis—. He tenido muchos años para prepararlo.

Luis empezaba a estar un poco harto de tropezarse con el Inferior por todas partes. Lo curioso era que se oía al mismo tiempo, procedente de la cabina de mando, un estrépito como de pelea de gatos. El Inferior sostenía dos diálogos simultáneamente, ya que estaba instruyendo a Chmeee en el manejo de los mandos de la naveta. Oyó la expresión que significaba «cohetes de corrección de posición».

La voz poderosa de Chmeee rugió, sin necesidad de ayudas microfónicas:

—¡Vuelve a tu puesto, Luis!

El aludido se deslizó escalerilla arriba. Apenas se había acomodado en su puesto, cuando Chmeee puso en marcha los motores de fusión. El módulo descendió y se situó justo en la coronación del muro.

La anchura de éste daba espacio para un módulo de aterrizaje, pero no mucho más. ¿Cómo se tomaría todas aquellas maniobras la defensa antimeteoritos?

Estaban dentro del arco del Anillo, en caída hacia el aro interno de pantallas de sombra, cuando la luz violeta bañó la nave «Embustero». El casco quedó envuelto inmediatamente en una burbuja de no tiempo. Cuando el tiempo se reanudó, el casco y sus ocupantes no habían sufrido ningún daño. Pero el ala en delta del «Embustero», con sus cohetes, sus motores de fusión y montones de instrumentos detectores, quedaba convertida en vapor ionizado. Y el casco caía hacia el Mundo Anillo.

Luego supusieron que el láser violeta no había sido nada más que una defensa automática contra los asteroides, con base, al parecer, en las pantallas de sombra. Todo suposiciones. Nunca llegaron a saber nada concreto acerca de las armas del Mundo Anillo.

El sistema de transporte de los márgenes fue una adición posterior. Los Ingenieros del Mundo Anillo no lo habrían tenido en cuenta cuando programaron la defensa contra meteoritos. Pero Luis había visto antiguas grabaciones de la defensa en acción, en un edificio abandonado por la raza de Halrloprillalar. Y funcionaba correctamente, ya que no había disparado contra las bobinas de aceleración lineal ni contra las naves situadas en ese campo. Luis aferró con fuerza los brazos de su asiento, en espera de la llamarada violeta, mientras Chmeee descendía con el módulo sobre el muro.

Pero no ocurrió nada.

8. Mundo Anillo

A unos mil seiscientos kilómetros de la Tierra —desde, por ejemplo, una estación espacial puesta en órbita de dos horas—, la Tierra es una gran bola. Allá abajo giran los reinos de este mundo. Tras la curva del horizonte unos detalles desaparecen mientras otros aparecen por el otro lado. De noche, el resplandor de las ciudades orla los continentes.

A mil seiscientos kilómetros del Mundo Anillo, en cambio, el mundo es plano y todos sus reinos se revelan al mismo tiempo.

La pared del margen era del mismo material que el subsuelo del Anillo. Luis lo había pisado en los lugares donde había sido puesto al descubierto por la erosión. Era grisáceo, translúcido y terriblemente resbaladizo. En aquel lugar se le había dado rugosidad a la superficie para facilitar la tracción. Pero con el traje presurizado y la mochila, Chmeee y Luis se mantenían en un precario equilibrio Sus movimientos eran cautelosos. Aquel primer paso iba a ser estupendo.

Debajo de mil quinientos kilómetros de arrecife cristalino, se divisaban capas de nubes y lagos: embalsamientos de agua con una superficie de entre veinticinco mil y dos millones de kilómetros cuadrados, más o menos uniformemente esparcidos por el territorio, y enlazados por redes fluviales. A medida que Luis iba alzando los ojos, los lagos se empequeñecían con la distancia y sus contornos se difuminaban un poco, hasta que resultaban demasiado pequeños para ser visibles. El agua y la tierra fértil, los desiertos y las nubes, se reunían en un filo azulado sobre el fondo negro del espacio.

A derecha e izquierda todo era lo mismo, hasta que la mirada sorprendía una cinta azul elevándose desde el infinito, más allá del horizonte. El Arco se elevaba, se estrechaba y se curvaba sobre y por encima de sí mismo. Azul claro salpicado de azul nocturno, hasta donde la finísima cinta del Arco se ocultaba detrás de un sol disminuido.

Aquella parte del Mundo Anillo acababa de pasar por su máxima distancia con respecto al sol, pero aquel astro aún podía abrasarle a uno los ojos. Luis parpadeó y sacudió la cabeza, con los ojos y la mente nublados. Aquellas distancias se apoderaban de la mente de uno y le hipnotizaban, y uno se quedaba mirando al infinito durante horas o durante días enteros. Allí se podía perder el alma. ¡Qué era un hombre, comparado con un artefacto tan inmenso!

Él era Luis Wu, y no había otro igual en todo el Mundo Anillo. Se aferró a esa idea. Olvidar los infinitos, fijarse en el detalle.

Luego, treinta y cinco grados arriba, sobre el Arco, una mancha de un azul un poco más intenso.

Luis graduó los aumentos de sus binoculares. Aunque estaban fijos sobre el visor del casco, era preciso mantener bien quieta la cabeza. Aquella mancha era toda océano, una elipse que abarcaba casi toda la anchura del Mundo Anillo, tachonada de archipiélagos que apenas se entreveían bajo la capa de nubes.

El otro Gran Océano estaba en el lado opuesto al Arco y un poco más alto. Era como una estrella irregular de cuatro puntas, manchada también de islitas…, islitas a aquella distancia, naturalmente, desde la cual la Tierra apenas habría sido perceptible a simple vista.

El vértigo del infinito se apoderaba nuevamente de él. Haciendo un esfuerzo, bajó los ojos y se puso a estudiar los accidentes cercanos.

Casi debajo, a unos trescientos kilómetros mirando en el sentido de la rotación, una montaña semicónica se apoyaba contra el muro del margen, como un borracho en una pared. Estaba hecha de capas semicirculares: una cúspide pelada, color de barro; más abajo, una capa blanca, probablemente de nieve o hielo, y luego, hasta el pie, cubierta de verde que se prolongaba hacia unas estribaciones.

Era una prominencia bastante aislada. Hacia el sentido de la rotación la pared era un farallón liso y vertical hasta donde alcanzaban los binoculares…, o casi. Si aquel saliente que se advertía casi en el límite de la visibilidad era otra montaña similar, estaba a un buen trecho de distancia, donde casi se podía adivinar que el Anillo iniciaba la curva ascendente.

En la dirección contraria o antigiro había otra joroba parecida. Luis frunció el ceño. Archivar para investigación futura.

Muy lejos, a estribor (hacia delante) y un poco hacia el giro (a la derecha), se divisaba una región de un blanco deslumbrante, más brillante que la tierra y que el océano. El borde de una sombra azul oscuro se acercaba hacia ella. Sal, fue lo primero que pensó Luis. Era muy extensa; habrían cabido en ella un par de docenas de lagos del Mundo Anillo, y eso que aquellos lagos podían ser como el Hurón o como el mar Mediterráneo. Unos puntos más brillantes iban y venían como la resaca sobre el oleaje.

—¡Ah! Campos de girasoles.

Chmeee miró.

—Más grande era el otro, donde yo me quemé.

Los girasoles de los esclavistas eran más antiguos que el Imperio Esclavista, desaparecido hacía un millón de años. Por lo visto plantaban girasoles alrededor de sus posesiones como método de defensa. Uno aún podía tropezarse con aquellas plantas en algunos mundos del espacio conocido. Erradicarlas era una difícil empresa. Uno no podía limitarse a abrasarlas con el cañón láser, porque aquellas corolas plateadas devolvían el rayo.

La existencia de los girasoles en el Mundo Anillo era un misterio.

Mientras Interlocutor volaba con su aerocicleta sobre un paisaje del Mundo Anillo, un claro entre nubes le expuso, de improviso, a las plantas de abajo. Cicatrices que justamente estaban desapareciendo…

Luis intensificó el aumento de sus binoculares. Una divisoria en arco marcaba la separación entre el color azul-pardo-verdoso de un territorio similar al terrestre y el plateado del campo de girasoles; la frontera se volvía hacia el interior y ceñía a medias uno de los lagos más grandes.

—¿Luis? Busca una línea más oscura y corta, justo más allá de los girasoles y un poco hacia el antigiro.

—La veo.

Un trazo negro sobre el panorama infinito de mediodía, como a unos ciento sesenta mil kilómetros de donde ellos estaban. ¿Qué podía ser? ¿Un inmenso yacimiento de alquitrán? No, en el Mundo Anillo no pudieron formarse hidrocarburos fósiles. ¿Una sombra? ¿Y qué hubiera proyectado una sombra en el mediodía eterno del Mundo Anillo?

—Creo que es una ciudad flotante, Chmeee.

—Sí… En el peor de los casos, será un centro de civilización. Tendríamos que consultarles.

En algunas de las antiguas ciudades habían hallado edificios flotantes. ¿Por qué no iba a existir una ciudad flotante? Naturalmente, estarían viéndola de refilón.

—Tendríamos que aterrizar un poco lejos —dijo Luis—, y luego acercarnos a preguntar. No me hace ninguna gracia caer de repente sobre los nativos. Si saben lo suficiente como para mantener en funcionamiento su ciudad, podrían resultar peligrosos. Supón que aterrizásemos cerca del campo de girasoles…

—¿Por qué allí?

—Los girasoles habrán perjudicado la ecología y quizá los lugareños agradezcan algo de ayuda. Así estaremos más seguros de ser bien recibidos. ¿Qué opinas tú, Inferior?

No hubo respuesta.

—¿Inferior? Hola… Llamando al Ser Ultimo… Creo que no puede oírnos, Chmeee. El muro debe de bloquear sus señales.

Chmeee replicó:

—No permaneceremos mucho tiempo libres. Vi que tenía un par de sondas espaciales en la bodega de carga, detrás del módulo de aterrizaje. El titerote las utilizará como repetidores. ¿Hay algo que quieras decirme mientras dura esta libertad provisional?

—Creo que todo quedó dicho la pasada noche.

—No todo. Nuestros motivos no son exactamente los mismos, Luis. Admito que te interesa salvar tu vida. Por otra parte, desearás tener acceso a la corriente. En cuanto a mí, deseo vivir y ser libre, pero necesito también una satisfacción. El Inferior ha secuestrado a un kzin. He de conseguir que lo lamente.

—Yo también estoy de acuerdo en eso, puesto que también he sido secuestrado.

—¡Qué sabe un cableta de ofensas al honor! Ni se te ocurra interponerte en mi camino, Luis.

—Me disponía a recordarte humildemente que fui yo quien te sacó del Mundo Anillo. Sin mí jamás habrías logrado llevarte a casa la «Tiro Largo» y ganarte un apellido.

—Entonces no eras un adicto al cable.

—Ahora tampoco lo soy. Y no me llames embustero.

—No he dicho que…

—¡Calla! —dijo Luis y señaló algo con el dedo.

Por el rabillo del ojo acababa de divisar un objeto oscuro que se movía entre las estrellas. Un segundo después resonó en sus oídos la voz del Inferior.

—Perdonad el lapsus. ¿Qué habéis decidido hacer?

—Explorar —replicó secamente Chmeee, mientras se disponía a regresar hacia la naveta.

—Dadme más detalles, no me gusta arriesgar una de mis sondas sólo para mantener la comunicación. Estas sondas debían servir sobre todo para repostar la «Aguja».

—Ponla en un lugar seguro —le contestó Chmeee al titerote—. Recibirás un amplio informe a nuestro regreso.

Gracias a la acción de varios pequeños cohetes, la sonda se posó en la coronación del muro. Era un grueso cilindro de unos seis metros de longitud. El Inferior se lamentó:

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