Los ingenieros de Mundo Anillo (9 page)

Read Los ingenieros de Mundo Anillo Online

Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

—Yo pensaba en embestir contra la «Aguja». Si no hay otra escapatoria, al menos tomémonos nuestra propia venganza.

—Sería divertido verlo. Tú, embistiendo contra un casco de la General de Productos.

El kzin se acercó, amenazador.

—No seas tan chistoso, Luis. ¿Qué sería de mí en el Mundo Anillo sin compañera, sin tierra, sin apellido y con sólo un año de vida por delante?

—Es preciso ganar tiempo para buscar una escapatoria. Mientras tanto… —Luis se puso en pie—. Oficialmente seguimos buscando una máquina prodigiosa de transmutación. Al menos vamos a fingir que la buscamos.

7. Instante decisivo

Luis despertó famélico. Tras componer en la botonera un soufflé de queso Cheddar, un café irlandés y unas naranjas sanguinas, lo devoró todo.

Chmeee dormía enroscado sobre sí mismo, como para protegerse. Había cambiado; parecía más… pulido, sí, porque la cicatriz estaba desapareciendo y le salía pelo nuevo.

Tenía una resistencia física impresionante. Habían registrado de arriba a abajo las cuatro naves de los anillícolas y luego habían visitado una construcción estrecha y larga, al borde mismo del infinito, que resultó ser el centro de control del sistema acelerador de vehículos espaciales. Al final, Luis se movía en una neblina de puro cansancio. Aunque se decía que hubiera valido más examinar los detalles de la construcción de la «Aguja», sus puntos débiles, los posibles accesos a la cabina de pilotaje, no podía dejar de observar a Chmeee, lleno de rabia. El kzin jamás hacía un alto para descansar.

El Inferior se materializó quién sabe de dónde, de detrás o desde dentro del sector reservado pintado de verde. Tenía la melena recién peinada, esponjosa, espolvoreada de cristales cuyo espectro cambiaba con sus movimientos. Aquello intrigó a Luis. Mientras pilotaba él solo la «Aguja», el titerote había descuidado su aspecto. ¿Se habría adornado ahora para impresionar con su elegancia a unos prisioneros que no eran de su raza?

—¿Quieres tu contactor, Luis? —preguntó.

Sí, lo quería, pero prefirió decir:

—Por ahora no.

—Has dormido once horas.

—Será que me estoy acostumbrando al horario del Mundo Anillo. ¿Has adelantado algo?

—He tomado espectrogramas láser de los cascos de esas naves. Están hechos principalmente de aleaciones férricas. He tomado vistas con el radar de penetración, dos para cada una de las cuatro naves, y he cambiado la posición de la «Aguja» mientras dormíais. Hay otras dos zonas de espaciopuerto alrededor del Anillo, a ciento veinte grados de distancia entre sí. Por la composición de los cascos he localizado otras once naves, aunque a esa distancia no pude distinguir más detalles.

Chmeee despertó, estiró los miembros y fue a reunirse con Luis, junto al mamparo transparente.

—Nuestra exploración sólo nos ha traído más preguntas —dijo—. Una de las naves quedó intacta, las otras tres fueron desguazadas. ¿Por qué?

Halrloprillalar quizá hubiera podido decírnoslo —dijo el Inferior—. Ocupémonos de lo único que urge. ¿Dónde está el sistema de transmutación?

—Aquí no tenemos instrumental. Pásanos a la naveta, Inferior. Usaremos las pantallas de la cabina de vuelo.

En el semicírculo del panel de instrumentos del módulo de aterrizaje relucían ocho pantallas. Chmeee y Luis estudiaban las transparencias de las naves y de los propulsores Bussard calculadas por el ordenador a partir de los datos transmitidos por el radar.

—A mí me parece que fue un único grupo el que hizo todo el saqueo —comentó Luis—. Tenían tres naves a su disposición y se llevaron primero lo que más necesitaban. Y siguieron trabajando hasta que algo les impidió continuar; quizá se les acabó el aire, o algo así. No se ocuparon de la cuarta nave hasta después. ¡Hum! Pero…, ¿por qué no desguazó su propia nave la cuarta tripulación?

—Eso es trivial. Sólo buscamos el transmutador. ¿Dónde está?

Chmeee respondió:

—No hemos podido identificarlo.

Luis estudió los fantasmas de las cuatro naves.

—Seamos metódicos y empecemos por lo que no es un sistema de transmutación.

Valiéndose del lápiz óptico trazó líneas sobre la imagen de la nave intacta.

—Aquí ese par de bobinas que ciñen el fuselaje deben de ser las generadoras del campo de los propulsores. Aquí los depósitos de combustible. Tubos de acceso aquí, aquí y aquí…

A medida que los iba señalando, el Inferior le ayudaba suprimiendo de la pantalla los grupos designados.

—El motor de fusión, todo este lado. Los motores de las patas de aterrizaje; quita las patas, también. Los cohetes de posicionamiento, aquí y aquí, alimentados por estas tuberías que conducen el plasma desde este pequeño generador de fusión. La batería. Esta cosa morruda que destaca en medio del casco… ¿Cómo la llamaba Prill?

—Cziltang brone —bufó Chmeee—. Sirve para ablandar temporalmente el piso del Mundo Anillo y atravesarlo. Lo utilizaban como nosotros las esclusas.

—En efecto —asintió Luis, animado y secretamente divertido—. Aunque seguramente no tendrían el transmutador mágico cerca de las zonas de habitabilidad, pero… Lo de aquí son camarotes, aquí salas de control, y aquí y aquí la cantina…

—¿No podría ser…?

—No, ya lo habíamos pensado. Sólo se trata de un laboratorio químico automático.

—Continúa —le dijo el Inferior.

—Zona de plantación aquí, en comunicación con el tratamiento de efluentes. Esclusas de aire…

Cuando Luis hubo terminado, la pantalla estaba en blanco. El Inferior restauró pacientemente la imagen de la nave.

—¿Qué se nos ha olvidado? Aunque hubieran desmontado el transmutador, tendría que quedar el espacio donde estuviese alojado.

Aquello empezaba a ponerse divertido.

—¡Eh! Si es cierto que guardaban el combustible por fuera en forma de planchas de plomo alrededor del casco, entonces esto no es un depósito interior de hidrógeno, ¿verdad? A lo mejor guardaban ahí el transmutador mágico. Necesitaría un blindaje fuerte, o un aislamiento grueso, o un circuito refrigerador de hidrógeno líquido.

Antes de que el Inferior pudiera replicar, lo hizo Chmeee:

—¿Y cómo lo desmontaron?

—Tal vez valiéndose del cziltang brone de otra nave. ¿Estaban vacíos todos los depósitos de combustible? —Contempló las imágenes de las otras naves—. Sí. Bien, según eso encontraremos los transmutadores en el Mundo Anillo… y no funcionarán. La plaga los habrá atacado.

—La historia de Halrloprillalar sobre la bacteria que se come los superconductores figura en nuestros registros —confirmó el Inferior.

—En realidad, no pudo explicar gran cosa —dijo Luis—. Su nave salió para un largo viaje, y cuando volvieron la civilización del Mundo Anillo había dejado de existir. Todo lo que utilizase superconductores estaba estropeado.

No había dejado de preguntarse hasta qué punto debía dar crédito a la historia del Derrumbamiento de las Ciudades que le había contado Prill. Sin embargo, algo había destruido la civilización dominante de los anillícolas.

—Los superconductores son algo que resulta casi demasiado maravilloso. Uno acaba por aplicarlos a casi todo.

—Entonces, ¡podremos reparar los transmutadores! —dijo el Inferior.

—¿Cómo?

—Encontraréis cable y fibra de superconductor a bordo de la naveta. No es del mismo que usaban los anillícolas, así que la bacteria no lo atacará. Pensé que íbamos a necesitar material para comerciar.

Aunque el Inferior acababa de hacer una afirmación muy sorprendente, Luis no mudó su gesto impasible. ¿Cómo era posible que los titerotes supieran tanto acerca de una plaga mutante que había destruido las máquinas del Mundo Anillo? A partir de entonces Luis no puso más en duda lo de la bacteria.

Chmeee no se daba cuenta.

—Necesitamos averiguar cómo hicieron el transporte los saqueadores. Si el sistema transportador del muro falló, es posible que nuestros transmutadores cayeran del otro lado y, si estaban estropeados, quedaran abandonados allí.

Luis asintió.

—En caso contrario, nos queda bastante territorio por explorar. Creo que deberíamos buscar un Centro de Reparación.

—¿Un qué, Luis?

—En alguna parte debe de haber un centro de control y de mantenimiento. El Mundo Anillo no puede conservarse a sí mismo indefinidamente. Tiene que existir una defensa antimeteoritos, un servicio de reparación de impactos, unos propulsores de corrección de posición, de lo contrario la ecología podría desequilibrarse. Todo eso necesitaba vigilancia. Por supuesto, el Centro de Reparación podría estar en cualquier parte, pero pienso que sería algo bastante grande. No debe de resultar muy difícil de encontrar. Y probablemente lo hallaremos abandonado, ya que si existiese aún alguien a cargo del negocio no habría dejado que se descentrase el Mundo Anillo.

El Inferior dijo:

—Lo has estado pensando durante mucho tiempo.

—La primera vez que vinimos aquí no hicimos gran cosa. Íbamos a explorar, ¿recuerdas? Alguna especie de arma láser nos derribó y nos pasamos el resto del tiempo intentando salir con vida. Quizá recorrimos una quinta parte de la anchura, y prácticamente no averiguamos nada. Lo que debimos buscar era el Centro de Reparación; allí es donde se hacen los milagros.

—No esperaba encontrar tanta ambición en un adicto a la corriente.

—Empezaremos con precaución. —Con precaución a lo humano, se dijo Luis, no para titerotes—. Chmeee tiene razón, tal vez abandonaron las máquinas nada más pasar la pared, cuando las atacó la bacteria.

Chmeee dijo:

—Será mejor que no intentemos atravesar el muro con la naveta, no confío en una máquina de otra raza, y además, con un millar de años de antigüedad. Hay que pasar por encima.

—¿Cómo evitarás la defensa contra asteroides?

—Procuraremos esquivarla. Tú, Luis, ¿todavía crees que lo que disparó contra nosotros fue sólo una defensa automática contra meteoritos?

—Lo pensé entonces. ¡Nej! ¡Ocurrió con tanta rapidez! Cayendo hacia el sol, todos un poco achispados, aturdidos por la realidad del Mundo Anillo. Todos menos Teela, naturalmente. Un resplandor momentáneo de luz violeta, y luego el «Embustero» se había visto envuelto en un gas tenue de resplandor violeta. Teela miró a través de la pared y dijo: «Hemos perdido el ala».

—Cuando dispararon contra nosotros, nuestra trayectoria no tenía ningún punto de intersección con la superficie del Mundo Anillo. Debió de ser un dispositivo automático. Ya te he dicho por qué creo que no hay nadie en el Centro de Reparación.

—Nadie que deliberadamente disparase contra nosotros. Muy bien, Luis. Un sistema automático no estaría ajustado para disparar contra el dispositivo transportador de la pared, ¿no?

—No sabemos quién construyó ese dispositivo, Chmeee. Quizá no fueron los Ingenieros del Mundo Anillo; pudo ser añadido más tarde por la raza de Prill…

—Así fue —intervino el Inferior.

Sus acompañantes se volvieron hacia la imagen del titerote en la pantalla.

—¿Os había dicho que he estado trabajando un poco con el telescopio? He visto que el sistema de transporte del margen sólo está terminado en parte. Cubre un cuarenta por ciento de este muro, que por cierto no incluye la zona en que estamos ahora. En el borde de estribor, el sistema no está completo más que en un quince por ciento. Los Ingenieros del Mundo Anillo no habrían dejado sin terminar un subsistema tan secundario, ¿no? En cuanto a su propio medio de transporte, pudo ser el mismo vehículo espacial que usaron para supervisar las obras.

—La raza de Prill apareció más tarde —dijo Luis—. Quizá mucho más tarde. A lo mejor les resultó demasiado costoso el mantenimiento del sistema de transporte de los márgenes. O tal vez, en realidad, no concluyeron nunca su conquista del Mundo Anillo… Aunque, en ese caso, ¿por qué construían naves estelares? ¡Ah, cuernos! Tal vez no lleguemos a saberlo nunca. ¿En qué situación quedamos con eso?

—En la de ver cómo burlamos la defensa contra asteroides —dijo Chmeee.

—Sí. Y tenías razón. Si la defensa disparase automáticamente contra todo cuanto se moviera cerca de los márgenes, nadie habría podido construir aquí.

Luis lo rumió todavía durante un rato. Habría lagunas en sus posiciones, pero la otra alternativa era la de pasar a través del muro con un cziltang brone antiguo y de fiabilidad desconocida.

—Muy bien, volaremos por encima del muro.

El titerote objetó:

—Lo que planteáis comporta un riesgo tremendo. Me preparé lo mejor que pude, pero tuve que recurrir a la técnica humana. ¿Y si falla el módulo de aterrizaje? No soy muy partidario de poner en juego todos mis recursos. Y vosotros estaríais perdidos, ya que el Mundo Anillo debe destruirse.

—No lo habíamos olvidado —dijo Luis.

—Antes hemos de inspeccionar los espaciopuertos de los márgenes. Hay once naves más en el de este lado, y no se sabe cuántas en el de estribor…

Pasarían algunas semanas antes de que el Inferior se convenciera de que aquellas naves no albergaban ningún sistema de transmutación. Pues bueno…

—Vamos ya —dijo Chmeee—. ¡El secreto quizá se encuentra a nuestro alcance!

—Tenemos combustible y provisiones. Podemos permitirnos esperar.

Chmeee alargó la mano y pulsó los mandos. Sin duda había estudiado la secuencia con todo detalle; se había aprendido de memoria la naveta mientras Luis yacía borracho de fatiga. El pequeño vehículo cónico se alzó medio metro del suelo, giró noventa grados y el chorro del motor de fusión llenó de incandescencia la cámara de lanzamiento.

—Os portáis como unos estúpidos —les reprochó la melosa voz de contralto del Inferior—. Puedo desconectar vuestro propulsor cuando quiera.

El módulo salió de la cámara y se alzó con una brutal aceleración de 4 g. Para cuando terminó de hablar el Inferior, la caída ya habría sido suficiente para que se mataran. Luis se maldijo por no haber sido capaz de preverlo. Los ímpetus juveniles ponían la sangre de Chmeee en estado de ebullición. La mayoría de los kzinti no llegaban nunca a adultos, morían antes en combate.

Y Luis Wu, demasiado ocupado consigo mismo y con su síndrome de abstinencia, había dejado escapar sus oportunidades.

Preguntó fríamente:

—¿Has decidido efectuar por tu cuenta la exploración, Inferior?

Las cabezas del titerote se balanceaban, indecisas, sobre el cuadro de mandos.

Other books

The Directive by Matthew Quirk
Tick Tock by James Patterson
Singing Hands by Delia Ray
A Countess Below Stairs by Eva Ibbotson
Castle on the Edge by Douglas Strang
Cyber Lover by Lizzie Lynn Lee
Indelible by Woodland, Lani
Marked Masters by Ritter Ames