Los masones (41 page)

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Authors: César Vidal

Tags: #Ensayo, Historia

Firmado: Joseph Antonio de Yarza.)

Hallándome informado de que la invención de los que se llaman Franc-Masones, es sospechosa a la Religión, y al Estado, y que como tal esta prohibida por la Santa Sede debaxo de Excomunión, y también por las leyes de estos Reynos, que impiden las Congregaciones de muchedumbre, no constatando sus fines, e institutos a su Soberano: He resuelto atajar tan graves inconvenientes con toda mi autoridad; y en consecuencia prohibo en todos sus Reynos las Congregaciones de los Fran-Masones, debaxo de la pena de mi Real indignación, y de las demás que tuviese por conveniente imponer a los que incurrieren en esta culpa: Y mando al Consejo, que haga publicar esta prohibición por Edicto en estos mis Reynos, encargando en su observancia, al zelo de los Intendentes, Corregidores, y Justicias, aseguren a los contraventores, dándoseme cuenta, de los que fuere, por medio del mismo Consejo, para que sufran las penas que merezca el escarmiento: En inteligencia, de que he prevenido a los Capitanes Generales, a los Gobernadores de Plazas, Gefes Militares e Intendentes de mis Exércitos, y Armada Naval, hagan notoria, y zelen la citada prohibición, imponiendo a cualquier Oficial, o Individuo de su jurisdicción, mezclado o que se mezclare en esta congregación, la pena de privarle y arrojarle de su empleo con ignominia. Tendrase entendido en el consejo, y dispondrá su cumplimiento en la parte que le toca.

En Aranjuez a dos de Julio de mil setecientos y cinquenta y uno. Al Obispo Gobernador del Consejo.

El copia del Real Decreto de S. M., que original, por ahora, queda en mi poder, para ponerle en el Archivo del Consejo, que publicado en él, acordó su cumplimiento: Y mando que para su puntual observancia se participase a la Sala de Alcaldes de Casa, y Corte, a fin de que le hiciese publicar en ella. Y para que se executasse los mismo en todas las Ciudades, Villas, y Lugares del Reyno, se comunicasse con la mayor brevedad a sus Corregidores y Justicias, de que certifico yo Don Joseph Antonio de Yarza, Secretario del Rey nuestro Señor, su Escribano de Cámara más antiguo, y de Gobierno del Consejo, en Madrid a tres de Julio de mil setecientos y cinquenta y uno.

(AHN,
Osuna
3117;
Consejos, Alcaldes de Casa y Corte
. Año 1751, fols. 314-315;
Consejos
, Libro 1480, fols. 355-356;
Consejos
, Libro 1516, n.° 66.)

DOCUMENTO 12. Plancha de quite de Francisco Ferrer y Guardia, anarquista e impulsor de acciones terroristas como el atentado contra Alfonso XIII de 1906

Barcelona, 30 de diciembre de 1884

A la Resp. . Log..
Verdad

S..F..U..

Ven.. M.. y qquer.. hh.. :

Habiendo tenido que trasladar mi domicilio a Granollers, por haberme destinado allí la Compañía de la cual soy empleado, me veo en la triste necesidad de pedir plancha de quite.

Lo siento más porque, por las pocas veces que he podido asistir a trabajos, no tan sólo no he sido censurado, sino muy al contrario, he recibido muestras de deferencia por todos los hermanos del taller.

Nulos son los beneficios que la Masonería ha experimentado al admitirme en su seno, en cambio, grato es el recuerdo de ella; no dejando de hacer votos para que mis ocupaciones profanas me permitan cuanto antes concurrir con todas mis fuerzas a la sublime obra de regeneración de que la Masonería está encargada.

Recibid, Venerable Maestre y queridos hermanos, el abrazo fraternal ofreciéndome al taller y a cada hermano en particular para que en donde sea que me encuentre puedan disponer de su humilde hermano.

Francisco Ferrer,
Cero
, gr.. 3º

Barcelona, 30 de diciembre de 1884.

(Tusquets,
Orígenes de la revolución española
, Barcelona, 1932, p. 30.)

DOCUMENTO 13. Protesta por el fusilamiento del hermano Ferrer y Guardia, cursada por la Logia Morayta n.° 284, de Tánger, al gran consejo del Grande Oriente español, de Madrid

Tánger, 17 de octubre de 1909

Ilustre Gran Maestre y Venerables hermanos Consejeros.

Os comunicamos que en tenida celebrada anoche, en que procedimos a la reapertura de Trabajos, este taller ha tributado una triple batería de duelo a la memoria de nuestro desgraciado hº. Francisco Ferrer Guardia, y acordó elevar una protesta por el procedimiento tan inicuo cual ilegal con que los detractores del progreso y la difusión de la verdad han llevado a cabo un proceso tan vergonzoso para ellos y una sentencia tan cruel como injusta.

Veremos con gusto suméis esta nuestra enérgica protesta a la que hagáis ante quien corresponda.

Recibir Ilustre Gran maestre y venerables Hermanos Consejeros el triple abrazo y ósculo de paz que os envían por nuestro conducto todos los obreros de este taller.

(Archivo de Servicios Documentales, Salamanca, leg. 760 A, 7.)

DOCUMENTO 14. Conferencia de Léo Taxil descubriendo el fraude

Mis reverendos Padres,

Señoras,

Señores,

Antes que nada, quiero dirigir mi agradecimiento a aquellos de mis cofrades de la prensa católica, que —emprendiendo de repente, hace seis o siete meses, una campaña de resonantes ataques— han producido un resultado maravilloso, que constatamos esta tarde y que se constatará todavía mejor mañana: el resplandor completamente excepcional de la manifestación de la verdad en una cuestión cuya solución habría podido quizá, sin ellos, pasar absolutamente desapercibida.

A estos queridos colegas, pues, ¡mi primera felicitación! Y en seguida comprenderán cuán sincero y justificado es este agradecimiento.

En esta charla intentaré olvidar lo que de injusto e hiriente contra mi persona ha sido publicado en el curso de la polémica a la que acabo de aludir; o al menos, si me veo forzado a ilustrar ciertos hechos con una luz que, para muchos, es insospechada, diré la verdad descartando de mi pensamiento incluso la sombra del más ligero resentimiento.

Tal vez, tras estas explicaciones, cuya hora finalmente ha sonado, esos colegas católicos no cesarán en sus ataques ante mi pacífica filosofía; pero si mi buen humor, en lugar de clamarles, les irrita, les aseguro que nada me hará abandonar esta placidez de alma que he adquirido desde hace doce años y en la que soy infinitamente feliz./p>

Por lo demás, si es verdad que este auditorio está compuesto de los elementos más dispares —puesto que se ha convocado indistintamente a todas las opiniones—, estoy convencido de que no carece del sentimiento de la más dulce tolerancia en materia de examen. En una palabra: estamos aquí entre gente de buena compañía. Todos sabemos juzgar lo que es serio, y lo examinamos con la gravedad necesaria, sin cólera; pero no nos enfademos cuando el hecho que se nos somete es ante todo divertido. Más vale reír que llorar, dice el proverbio.

Ahora, me dirijo a los católicos, y les digo: cuando supisteis que el doctor Bataille, que se decía entregado a la causa católica, había pasado once años de su vida explorando los antros más tenebrosos de las sociedades secretas, logias y traslogias, e incluso Triángulos luciferinos, le aprobasteis sin rodeos; encontrasteis su conducta admirable. Recibió una verdadera lluvia de felicitaciones. Tuvo artículos elogiosos, incluso en los periódicos de aquellos que, hoy día, no tienen suficientes rayos para pulverizar a Miss Diana Vaughan, tratándola de mito, aventurera y echadora de cartas.

Hoy podríamos recordar aquellas aclamaciones que acogieron al doctor Bataille; pero ya no tienen lugar; y, sin embargo, fueron ostentosas. Ilustres teólogos, elocuentes predicadores, eminentes prelados, le cumplimentaron a porfía. Y no digo que no tuvieran razón. Constato pura y simplemente. Y esta constatación tiene también como finalidad el que me permitáis decirlo todo:

No os enfadéis, mis reverendos Padres, reíd más bien de buena gana, al saber hoy que lo que ocurrió es exactamente lo contrario de lo que habéis creído. No hubo, en modo alguno, ningún católico que se dedicara a explorar la Alta Masonería del palladismo. Sino al contrario, hubo un librepensador que para su provecho personal,
en modo alguno por hostilidad
, vino a pasearse por vuestro campo, no durante once años, sino doce; y… es vuestro servidor.

No hay el menor complot masónico en esta historia y os lo voy a probar inmediatamente. Es preciso dejar a Homero catar los éxitos de Ulises, la aventura del legendario caballo de madera; ese terrible caballo no tiene nada que ver en el caso presente. La historia de hoy es mucho menos complicada.

Un buen día, vuestro servidor se dijo que, habiendo partido demasiado joven hacia la irreligión y quizás con demasiado ímpetu, podía muy bien no tener el sentido exacto de la situación, y entonces, obrando por cuenta propia, queriendo rectificar su manera de ver, si había lugar, no confiando su resolución en un principio a nadie, pensó haber encontrado el medio de mejor conocer, de mejor darse cuenta, para su propia satisfacción.

Añadid a esto, si queréis, un fondo de farsante en el carácter; ¡uno no es impunemente hijo de Marsella! Sí, añadid ese delicioso placer, que la mayor parte ignoran, pero que es bien real; esta alegría íntima que se experimenta frente a un adversario, sin malicia, sólo por divertirse, por reír un poco.

Y bien, debo decirlo ahora mismo; esta mixtificación de doce años me ha proporcionado, desde el mismo inicio, una precisa enseñanza: que había actuado verdaderamente sin medida; que debía haber permanecido siempre en el terreno de las ideas; que en la mayoría de los casos no pretendía atacar a las personas.

Esta declaración, tengo el deber de hacerla, y debo decir también que no me cuesta hacerla. En estos doce años pasados bajo la bandera de la Iglesia, y aunque enrolado como histrión, adquirí la convicción de que se imputa injustamente a las doctrinas la malignidad que es propia de ciertas personas. Todo esto es bueno. El que es malo permanece malo; de la misma forma que el que es bueno obra con bondad tanto si permanece creyente como si pierde la fe. Hay gente mala por todas partes, y hombres buenos por todas partes.

He hecho, personalmente, un estudio que ha traído sus frutos. Es ese estudio el que me ha dado esta serenidad de alma, esta filosofía íntima de la que hablaba al comienzo.

Así llegué a asegurarme dos colaboradores; dos, ni uno más. Uno, un antiguo camarada de niñez, que yo mismo mixtifiqué al principio dándole el pseudónimo de Dr. Bataille; la otra, Miss Diana Vaughan, protestante francesa, más bien librepensadora, mecanógrafa de profesión, y representante de una de las fábricas de máquinas de escribir de Estados Unidos. Uno y otro eran necesarios para asegurar el éxito del último episodio de esta alegre broma, que los periódicos americanos llaman «la más grande mixtificación de los tiempos modernos».

He aquí algunas confesiones de mis principios en esta noble carrera: En primer lugar, en mi villa natal. Nadie ha olvidado en Marsella la famosa historia de la devastación de la rada por una bandada de tiburones. De varias localidades de la costa llegaban cartas de pescadores narrando cómo habían escapado a los más terribles peligros. El pánico se extendió a los bañistas y los establecimientos de baños de mar, desde los Catalanes hasta la playa del Prado quedaron desiertos durante semanas. La Comisión municipal se asustó; el alcalde emitió la opinión muy juiciosa, que esos tiburones, azote de la rada, habían verosímilmente venido de Córcega siguiendo algún navío que, sin duda, había arrojado al agua alguna carga estropeada de carnes ahumadas. La Comisión municipal votó un escrito al general Espivent de la Villeboisnet —entonces estaba bajo el régimen de estado de sitio— pidiéndole pusiera a su disposición una compañía armada de fusiles, para una expedición en un remolcador. El bravo general, no deseando otra cosa que ser agradable a los administradores que él mismo había escogido para la querida y buena ciudad en la que vi el día, el general Espivent, hoy senador, concedió, pues, cien hombres, bien armados, con una amplia provisión de cartuchos. El navío liberador abandonó el puerto, saludado con los bravos del alcalde y sus adjuntos; la rada fue explorada en todas direcciones, pero el remolcador volvió con el rabo entre las piernas; ¡ni un solo tiburón! Una encuesta ulterior demostró que las cartas de queja emanadas de diversos pescadores de la costa eran todas fruto de la fantasía. En las localidades en las que estas cartas habían sido depositadas en correos, no existían esos pescadores; y al reunir las cartas se observó que parecían haber sido escritas todas por la misma mano. El autor de la mixtificación no fue descubierto. Lo tenéis delante de vosotros. Era 1873, entonces tenía diecinueve años.

Espero que el general Espivent me perdonará de haber, por un barco, comprometido momentáneamente su prestigio a los ojos de la población. Había suprimido la
Marrote, diario de locos
. El asunto de los tiburones fue, pues, una muy inofensiva venganza.

Unos años más tarde, estaba en Ginebra huyendo de algunas condenas de prensa. La
Fronde
, después el
Frondeur
había sucedido a la
Marotte
.

Un buen día, el mundo erudito fue sorprendido al conocer un maravilloso descubrimiento. Quizás alguno, en este auditorio, se acordará del hecho: se trataba de la ciudad sub-lacustre que se divisaba —se decía— bastante confusamente, en el fondo del lago Leman, entre Nyon y Coppet. Fueron enviadas relaciones a todos los rincones de Europa, teniendo los periódicos al corriente de las pretendidas excavaciones. Se había dado una explicación muy científica apoyada en los
Comentarios de julio César
. La ciudad debió de ser construida en la época de la conquista romana, en un tiempo en el que el lago era tan estrecho que el Ródano lo atravesaba sin mezclar con él sus aguas. Brevemente, el descubrimiento hizo por todas partes mucho ruido, por todas partes excepto en Suiza, por supuesto. Los habitantes de Nyon y de Copet se extrañaron no poco con la llegada de algún turista, que, de vez en cuando, pedía ver la ciudad sub-lacustre. Los remeros del lugar acabaron por decidirse a llevar sobre el lago a los turistas más insistentes. Se extendió aceite sobre el agua para ver mejor; y, en efecto, hubo quienes distinguieron algo…, restos de calles bastante bien alineadas, encrucijadas, ¿qué sé yo? Un arqueólogo polaco, que había hecho el viaje, se volvió satisfecho y publicó un informe en el que afirmaba haber distinguido muy bien restos de una plaza pública, con alguna cosa informe que bien podía ser restos de una estatua ecuestre. Un instituto delegó a dos de sus miembros; pero éstos, a su llegada, se dirigieron a las autoridades, y al enterarse que la ciudad sub-lacustre era sólo una broma, volvieron como habían venido, y no vieron nada, ¡lástima! La ciudad sub-lacustre no sobrevivió a la visita científica.

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