Los Pilares de la Tierra (114 page)

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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

—¿Yo?

Aliena estaba sobresaltada.

—Sí. —Jack sonrió y luego su expresión se hizo solemne—. Si quisieras hacerlo otra vez, eso compensaría toda la tristeza de los últimos nueve meses.

Aliena volvió a levantar la cara cerrando los ojos. Al cabo de un instante, sintió la boca de él sobre la suya. Abrió los ojos, vaciló y después nerviosa, metió la lengua en la boca de él. Al hacerlo recordó cómo se sintió la última vez que lo hizo, en el molino viejo y se repitió aquella sensación de éxtasis. Se vio embargada por la necesidad de tenerle abrazado, de tocar su piel y su pelo, de sentir sus músculos y sus huesos, de estar dentro de él y tenerle dentro de ella. Sus lenguas se encontraron y, en lugar de sentirse incómoda y notar una leve repugnancia, estaba excitada al hacer algo tan íntimo como tocar con su lengua la de Jack.

Ahora ya ambos jadeaban. Él sostenía la cabeza de ella entre las manos y Aliena le acariciaba los brazos, la espalda y luego las caderas, sintiendo los músculos tensos y fuertes. El corazón le latía con fuerza.

Por último, ya sin aliento, rompió el beso.

Aliena lo miró. Tenía la cara enrojecida. Jadeaba y le brillaba en el rostro toda la fuerza de su deseo. Al cabo de un momento se inclinó de nuevo, pero en lugar de besarla en la boca le levantó la barbilla y besó la suave piel de la garganta. Ella misma escuchó su lamento de placer. Bajando aún más la cabeza, Jack rozó con los labios el nacimiento de su seno. A Aliena se le inflamaron los pezones debajo del tosco tejido de su camisón de lino al tiempo que los sentía insoportablemente tiernos. Los labios de Jack se cerraron sobre uno de ellos.

Aliena sintió en la piel su aliento abrasador.

—Despacio —murmuró temerosa.

Jack le besó el pezón a través del lino y a pesar de que lo hizo de la manera más suave posible, Aliena sintió una sensación de placer tan aguda que fue como si le hubiera mordido, y lanzó un leve grito entrecortado.

Y entonces Jack cayó de rodillas ante ella.

Apretó la cara contra su falda. Hasta aquel momento, toda la sensación la había experimentado en los senos; pero entonces, de repente, sintió el hormigueo en el pubis. Jack, cogiendo el borde de su camisón se lo levantó hasta la cintura. Ella le miraba temerosa de su reacción, ya que siempre se había sentido avergonzada de tener allí tanto vello. Pero a Jack no pareció repelerle. Por el contrario, se inclinó y la besó suavemente, precisamente allí, como si fuera la cosa más maravillosa del mundo.

Aliena cayó de rodillas frente a él. Ahora ya respiraba entrecortadamente, igual que si hubiese corrido una milla. Le necesitaba terriblemente. Sentía la garganta seca por el deseo. Puso las manos sobre las rodillas de él y luego deslizó una de ellas por debajo de su túnica.

Aliena jamás había tocado el pene de un hombre. Estaba caliente, seco y duro como un palo. Jack, cerrando los ojos, gimió hondo, con la garganta, mientras ella exploraba su miembro a todo lo largo con las yemas de los dedos. Finalmente, le levantó la túnica e, inclinándose, se lo besó al igual que él se lo había besado, con un suave roce de labios. Tenía la punta tensa como el parche de un tambor y un poco humedecida.

De repente se sintió poseída por el deseo de mostrarle los senos.

Se puso de nuevo de pie. Jack abrió los ojos. Sin dejar de mirarlo, se sacó rápidamente el camisón por la cabeza y lo arrojó lejos. Ya estaba completamente desnuda. Se sentía consciente de sí misma, pero era una sensación grata, como una indecente delicia. Jack se quedó mirándole los senos como hipnotizado.

—Son muy bellos —dijo.

—¿Lo crees de veras? —le preguntó ella—. Siempre me pareció que eran demasiado grandes.

—¿Demasiado grandes? —repitió Jack como si la sugerencia fuese ofensiva. Alargando el brazo le tocó el seno izquierdo con la mano derecha. Se lo acarició suavemente con las yemas de los dedos. Aliena miraba hacia abajo observando lo que él hacía. Al cabo de un momento quiso que lo hiciera con más fuerza. Le cogió las manos y se las apretó contra sus senos.

—¡Hazlo más fuerte! —le dijo con voz enronquecida—. Necesito sentirte más hondo.

Las palabras de ella le enardecieron. Le acarició vigorosamente los senos y luego, cogiéndole los pezones se los pellizcó con la fuerza suficiente para que sólo le dolieran un poco. Aquella sensación pareció enloquecerla. Se le quedó la mente en blanco, sintiéndose totalmente embargada por el contacto de sus dos cuerpos.

—Quítate la ropa —le pidió—. Quiero mirarte.

Jack se despojó de la túnica y de la ropa interior, se quitó las botas y las calzas y se arrodilló de nuevo ante ella. El pelo rojo empezaba a secársele en forma de bucles indómitos. Tenía el cuerpo delgado y blanco, con hombros y caderas huesudos. Parecía nervioso y ágil, joven y lozano. El pene le sobresalía semejante a un árbol entre la fronda del vello rojizo. De repente Aliena sintió deseos de besarle el pecho. Inclinándose hacia delante rozó con los labios los lisos pezones masculinos. Se inflamaron al igual que los de ella. Los mordisqueó suavemente con el ansia de hacerle sentir el mismo placer que él le había producido. Jack le acarició el pelo.

Quería sentirlo dentro de ella. En seguida.

Aliena comprendió que Jack no estaba seguro de lo que había de hacer.

—¿Eres virgen, Jack? —le preguntó.

Él asintió sintiéndose algo estúpido.

—Me alegro —manifestó ella con fervor—. Me alegro mucho.

Aliena, cogiéndole las manos se las puso entre las piernas. Tenía aquella parte inflamada y sensible y el roce de él fue electrizante.

—Pálpame —le dijo y Jack movió los dedos explorando—. Pálpame dentro —insistió Aliena.

Jack introdujo en ella un dedo vacilante. Estaba resbaladizo por el deseo.

—Ahí —dijo ella suspirando satisfecha—. Ahí es donde tiene que ir.

Le soltó la mano y se tendió encima de la paja.

Jack se tumbó sobre ella, y apoyándose en un codo la besó en la boca. Aliena le sintió entrar un poco y luego detenerse.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

—Parece tan pequeño —repuso Jack—. Tengo miedo de hacerte daño.

—Empuja más fuerte —le dijo—. Te deseo tanto que no me importa que duela.

Aliena le sintió empujar. Dolía más de lo que ella esperara, pero fue sólo un instante y luego se sintió maravillosamente colmada. Le miró. Él se retiró un poco y empujó de nuevo. Ella empujó a su vez.

—Nunca pensé que fuera tan delicioso —confesó Aliena maravillada.

Jack cerró los ojos como si fuera incapaz de resistir tanta felicidad.

Jack empezó a moverse rítmicamente. Los impulsos constantes producían a Aliena una sensación de placer en alguna parte del pubis. Se escuchó a sí misma dar pequeños gritos excitados cada vez que se juntaban sus cuerpos. Él se bajó hasta tocar con su pecho los pezones de ella, pudiendo sentir Aliena su ardiente aliento. Hundió los dedos en la fuerte espalda de él. Su jadeo regular se transformó en gritos. De repente sintió la necesidad de besarle. Hundiendo las manos en los bucles de él atrajo su cabeza hacia ella. Le besó con fuerza en los labios y luego, metiéndole la lengua en la boca empezó a moverse cada vez más deprisa. Tenerle a él dentro de ella al tiempo que su lengua estaba en la boca de él, la hizo casi enloquecer de placer.

Sintió que la sacudía un espasmo inmenso de gozo, tan violento como si cayera de un caballo y se golpeara contra el suelo. Gritó con fuerza. Abrió los ojos y mirándose en los de él pronunció su nombre. Entonces la invadió otra oleada y luego otra. Sintió también convulso el cuerpo de él, al tiempo que dentro de ella se derramaba un chorro cálido que la enardeció aún más haciéndola estremecerse de placer una y otra vez hasta que, por último, la sensación pareció empezar a desvanecerse y se fue quedando desmadejada y quieta.

Se encontraba demasiado exhausta para hablar o moverse pero sentía sobre ella el peso de Jack, sus huesudas caderas contra las suyas, su pecho liso aplastando sus suaves senos, su boca junto a su oído y los dedos enredados en su pelo. Parte de su mente pensaba de un modo vago: esto es lo que pasa entre hombre y mujer, éste es el motivo que trae tan excitada a la gente, y también la razón de que marido y esposa se quieran tanto.

La respiración de Jack se hizo más leve y regular, y su cuerpo se relajó hasta quedar completamente laxo. Estaba dormido.

Aliena, volviendo la cabeza le besó en la cara. No pesaba demasiado. Ansiaba que siguiera así para siempre, dormido sobre ella.

Aquella idea le hizo recordar. Era el día de su boda.

¡Santo Dios!,
pensó,
¿qué he hecho?

Rompió a llorar.

Al cabo de un momento Jack se despertó.

Besó con ternura las lágrimas que le caían por las mejillas.

—Quisiera casarme contigo, Jack —dijo Aliena.

—Entonces eso es lo que haremos —afirmó él con tono de profunda satisfacción.

No la había comprendido, eso sólo servía para empeorar las cosas.

—Sin embargo, no podemos.

—Pero después de esto...

—Lo sé...

—Después de esto tienes que casarte conmigo.

—No podemos casarnos —repitió ella—. He perdido todo mi dinero y tú no tienes nada.

Jack se incorporó, apoyándose en los codos.

—Tengo mis manos —dijo con orgullo—. Soy el mejor tallista en piedra en muchas millas a la redonda.

—Te despidieron...

—Eso carece de importancia. Puedo encontrar trabajo en cualquier construcción del mundo.

Aliena movió la cabeza desolada.

—No es suficiente. Tengo que pensar en Richard.

—¿Por qué? —exclamó Jack indignado—. ¿Qué tiene que ver todo esto con Richard? Puede cuidar de sí mismo.

De repente Jack pareció pueril, y Aliena comprendió la diferencia de edad. Era cinco años menor que ella y todavía seguía pensando que tenía derecho a ser feliz.

—Juré a mi padre, cuando se estaba muriendo, que cuidaría de Richard hasta que llegara a ser conde de Shiring —explicó.

—¡Pero puede ser que eso no ocurra nunca!

—Un juramento es un juramento.

Jack parecía estupefacto. Rodó apartándose de ella. Salió de ella su pene laxo haciéndola experimentar una dolorosa sensación de pérdida.
Jamás volveré a sentirlo dentro de mí
, pensó desconsolada.

—Es imposible que creas tal cosa —dijo él—. ¡Un juramento sólo son palabras! No es nada en comparación con esto. Esto es real, esto somos tú y yo.

Le miró los senos. Luego, alargando el brazo le acarició el vello rizado entre las piernas. Era tan penetrante que Aliena sintió su tacto como una descarga. Jack la vio sobresaltarse y quedó quieto. Por un instante, Aliena estuvo a punto de decir:
Sí, muy bien, huyamos juntos ahora
, y acaso lo habría hecho si hubiera seguido acariciándola de aquella manera. Pero recuperó la sensatez.

—Voy a casarme con Alfred.

—No seas ridícula.

—Es la única solución.

Jack se quedó mirándola.

—No me es posible creerte —dijo.

—Es verdad.

—No soy capaz de renunciar a ti. No puedo. No puedo.

Se le quebró la voz y ahogó un sollozo.

—¿De qué serviría que quebrantara un juramento hecho a mi padre para prestar otro juramento de matrimonio contigo? Si rompo el primero, el segundo carece de valor.

—No me importa. No quiero tus juramentos. Sólo quiero que estemos toda la vida juntos y hagamos el amor siempre que queramos.

Es el punto de vista del matrimonio de un muchacho de dieciocho años
, pensó Aliena, pero no lo dijo. Se hubiera sentido muy contenta de aceptarlo de haber sido libre.

—No puedo hacer lo que quiera —declaró con tristeza—. No es mi destino.

—Lo que estás haciendo está mal —le aseguró Jack—. Quiero decir que es malvado. Renunciar a la felicidad es como arrojar piedras preciosas al océano. Es mucho peor que cualquier pecado.

Aliena se sobresaltó al caer en la cuenta de que su madre hubiera estado de acuerdo con aquello. Ignoraba cómo lo sabía. Apartó la idea de su cabeza.

—Jamás podría sentirme feliz, ni siquiera contigo, si hubiera de vivir con la certeza de haber roto la promesa que hice a mi padre.

—Te importan más tu padre y tu hermano que yo —se quejó Jack con un leve tono acusador por vez primera.

—No...

—Entonces, ¿qué?

Sólo estaba divagando; pero Aliena consideró la pregunta con seriedad.

—Supongo que significa que mi juramento a mi padre es para mí más importante que mi amor por ti.

—¿De veras? —preguntó él incrédulo—. ¿De verdad lo es?

—Sí, lo es —repuso Aliena sintiendo como una losa en el corazón.

Sus palabras le sonaron como el toque a muertos.

—Entonces no hay nada más que decir.

—Sólo... que lo siento.

Se puso en pie. Volviéndose de espaldas a Aliena, cogió su ropa. Ella contempló su cuerpo largo y delgado. En las piernas tenía abundante vello rizado, de un rojizo dorado. Se puso rápidamente la camisa y la túnica; luego los calcetines y se colocó las botas. Todo ocurrió con excesiva rapidez.

—Vas a ser desgraciadísima —dijo a Aliena.

Trataba de mostrarse desagradable con ella pero el intento fue un fracaso, ya que ella pudo captar compasión en su voz.

—Sí, lo soy —repuso—. ¿No querrías al menos... al menos decir que me respetas por mi decisión?

—No —contestó él sin vacilar—. De ninguna manera. Te desprecio por ella.

Aliena seguía allí sentada, desnuda, mirándole. Prorrumpió en llanto.

—Más vale que me vaya —dijo Jack, y se le quebró la voz.

—Sí, vete —sollozó Aliena.

Él fue hacia la puerta.

—¡Jack!

Se volvió ya junto a la salida.

—¿No querrás desearme suerte, Jack?

Levantó la barra.

—Buena... —calló incapaz de seguir hablando, miró el suelo y luego la miró a ella de nuevo, la voz llegó hasta Aliena como un susurro—. Buena suerte —dijo. Y salió.

La casa que había sido de Tom era ya de Ellen, aunque también el hogar de Alfred, de manera que aquella mañana estaba llena de gente preparando el festín de bodas organizado por Martha, la hermana de trece años de Alfred, mientras que la madre de Jack tenía un aspecto desconsolado. Alfred se encontraba allí con una toalla en la mano, a punto de bajar al río. Las mujeres se bañaban una vez al mes y los hombres por Pascua Florida y la Sanmiguelada; pero era tradicional bañarse el día de la boda. Se hizo el silencio con la llegada de Jack.

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