Los Pilares de la Tierra (21 page)

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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

No era el obispo.

Un mayordomo se levantó de su asiento junto a la puerta.

—Buenos días, padre. ¿A quién queréis ver? —preguntó a Philip.

Un podenco tumbado junto al fuego levantó la cabeza y lanzó unos gruñidos.

El hombre de negro dirigió rápidamente la mirada hacia allí, y al ver a Philip alzó una mano, e interrumpió la conversación.

—¿Qué pasa? —preguntó con brusquedad.

—Buenos días —dijo Philip con cortesía—. He venido a ver al obispo.

—No está —dijo el sacerdote dando por concluida la conversación.

Philip se quedó de piedra; había estado temiendo la entrevista y sus peligros y ahora se sentía defraudado ¿Qué podría hacer con su terrible secreto?

—¿Cuándo esperáis que regrese? —preguntó al sacerdote.

—No lo sabemos. ¿Para qué queréis verle?

El sacerdote habló en un tono algo brusco, que incomodó a Philip.

—Asuntos de Dios —le dijo con tono cortante— ¿Quién sois vos?

El sacerdote alzó las cejas como sorprendido de que le desafiaran y los otros hombres quedaron repentinamente quietos como esperando una explosión, pero al cabo de una pausa respondió con bastante tranquilidad.

—Soy su arcediano. Mi nombre es Waleran Bigod.

Buen nombre para un sacerdote
, se dijo Philip.

—Mi nombre es Philip. Soy prior del monasterio de St-John-in-the-Forest. Es una celda del priorato de Kingsbridge.

—He oído hablar de vos —dijo Waleran—. Sois Philip de Gwynedd.

Philip quedó sorprendido. No podía imaginar cómo un verdadero arcediano había de conocer el nombre de alguien tan insignificante como él. Pero su rango, por modesto que fuera, bastó para cambiar la actitud de Waleran. La mirada irritada desapareció del rostro del arcediano.

—Acercaos al fuego —dijo—. ¿Tomareis un trago de vino caliente para reconfortaros la sangre?

Hizo un ademán a alguien sentado en un banco junto al muro y una figura andrajosa se apresuró a cumplir su mandato.

Philip se acercó al fuego. Waleran dijo algo en voz baja y los demás hombres se pusieron en pie, dispuestos a irse. Philip se sentó, calentándose las manos mientras Waleran acompañaba a sus visitantes a la puerta. Philip se preguntó de qué habían estado hablando y por qué el arcediano no había puesto fin a la reunión con una plegaria.

El andrajoso sirviente le alargó una copa de madera. Bebió un sorbo de vino caliente y especiado mientras reflexionaba sobre su próximo movimiento. Si el obispo no estuviera disponible ¿a quién podía dirigirse? Pensó en hablar con el conde Bartholomew y suplicarle sin más que considerara su rebeldía. La idea era ridícula. El conde se limitaría a arrojarle a una mazmorra y a echar la llave. Sólo quedaba el sheriff, quien en teoría era el representante del rey en el condado. Pero nadie podía asegurar de qué lado se inclinaría cuando aún existían algunas dudas de quién sería el rey.
Aun así,
se dijo Philip,
al final habré de correr ese riesgo.
Ansiaba retornar a la vida sencilla del monasterio, donde su enemigo más peligroso era Peter de Wareham.

Una vez que se hubieron ido los invitados de Waleran y cerrada la puerta para aislarles del ruido de los caballos en el patio, Waleran volvió junto al fuego y arrastró un gran sillón.

Philip estaba preocupado con su problema y en realidad no quería hablar con el arcediano, aunque se sintió obligado a mostrarse cortés.

—Espero no haber interrumpido su reunión —dijo.

Waleran hizo un ademán restándole importancia.

—Estaba a punto de terminar —dijo—. Esas cosas se prolongan más de lo necesario; estábamos discutiendo la renovación de arriendos de las tierras diocesanas. Es el tipo de cosas que pueden quedar solventadas en unos momentos, si la gente se mostrara decidida —Agitó una mano huesuda como dando de lado todos los arriendos diocesanos y a sus beneficiarios—. Veamos, ya me he enterado de que habéis hecho un trabajo excelente en esa pequeña celda del bosque.

—Me sorprende que esté enterado de ello —replicó Philip.

—El obispo es abad ex-officio de Kingsbridge y por ello se interesa.

O tal vez tiene un arcediano bien informado
, se dijo Philip.

—Bueno, Dios nos ha bendecido —dijo.

—Así es.

Hablaban en francés normando, la lengua que habían estado utilizando Waleran y sus invitados, la lengua del gobierno. Pero había algo extraño en el acento de Waleran y al cabo de unos momentos Philip se dio cuenta de que éste tenía las inflexiones de alguien que hubiera sido educado hablando inglés. Ello significaba que no era un aristócrata normando sino un nativo que había medrado por su propio esfuerzo como el propio Philip.

Un instante después vio confirmada su teoría cuando Waleran cambió al inglés.

—Deseo que Dios conceda bendiciones parecidas al priorato de Kingsbridge.

Así pues, no era sólo Philip quien se sentía inquieto sobre el estado de las cosas en Kingsbridge. Probablemente Waleran sabría mejor lo que ocurría allí que Philip.

—¿Cómo está el prior James?

—Enfermo —contestó lacónico Waleran.

Philip pensó tristemente que entonces era seguro que nada podía hacer respecto a la insurrección del conde Bartholomew. Tendría que ir a Shiring y probar suerte con el sheriff.

Se le ocurrió que Waleran era el tipo de hombre que conocería a toda persona de importancia en el condado.

—¿Qué me dice del sheriff de Shiring? —le preguntó.

Waleran se encogió de hombros.

—Impío, arrogante, codicioso y corrupto. Así son todos los sheriffs, ¿por qué lo preguntáis?

—Si no puedo hablar con el obispo probablemente tendré que ir ver al sheriff.

—Debéis de saber que yo gozo de la confianza del obispo —dijo Waleran con una leve sonrisa—. Si puedo ser de alguna ayuda...

Hizo un amplio ademán, como un hombre que se estuviera mostrando generoso, aún a sabiendas de que puede ser rechazado.

Philip, que se había tranquilizado algo pensando que el momento de crisis había quedado aplazado por uno o dos días, se sentía de nuevo presa de gran turbación. ¿Podía confiar en el arcediano Waleran? Philip se dijo que la indiferencia de éste era estudiada. El arcediano se mostraba inseguro, pero en realidad debía estar rebosante de curiosidad por saber qué era aquello tan importante. Sin embargo ello no era motivo suficiente para desconfiar de él. Parecía una persona juiciosa. ¿Sería lo bastante poderoso para hacer algo respecto a la conjura? De no poderlo hacer por sí mismo, acaso le fuera posible localizar al obispo. De repente a Philip le pareció que la idea de confiar en Waleran presentaba una ventaja importante porque mientras el obispo podía insistir en conocer la fuente real de la información de Philip, el arcediano no tenía autoridad para hacerlo y habría de contentarse con la historia que Philip le contara, la creyera o no.

Waleran esbozó de nuevo su leve sonrisa.

—Si sigue pensándolo empezaré a creer que desconfía de mí.

Philip se dio cuenta de que comprendía a Waleran. Era un hombre en cierto modo semejante a él. Joven, bien educado, de humilde cuna e inteligente. Acaso un poco demasiado mundano para el gusto de Philip, pero era excusable en un sacerdote que se veía obligado a pasar tanto tiempo con damas y caballeros y no tenía el beneficio de la vida protegida de un monje. Philip pensó que en el fondo de su corazón Waleran era un hombre devoto. Haría lo correcto para la Iglesia.

Philip vaciló en el momento de tomar la decisión. Hasta entonces solo él y Francis conocían el secreto. Una vez que se lo hubiera dicho a una tercera persona podía ocurrir de todo. Aspiró hondo.

—Hace tres días llegó a mi monasterio, en el bosque, un hombre herido —empezó a decir impetrando el perdón en su fuero interno por mentir—. Era un hombre armado sobre un hermoso y rápido corcel. Se había caído a una o dos millas de distancia. Debía cabalgar veloz cuando cayó, porque tenía el brazo roto y las costillas aplastadas. Le colocamos el brazo pero nada pudimos hacer con las costillas; además al toser vomitaba sangre, señal evidente de daños internos. —Mientras hablaba, Philip observaba atento el rostro de Waleran. Hasta aquel momento sólo revelaba una atención cortés—. Le aconsejé que confesara sus pecados por encontrarse en peligro de muerte. Me reveló un secreto.

Vaciló.

No estaba seguro de hasta qué punto Waleran se hallaba al corriente de las noticias políticas.

—Supongo que ya sabrá que Stephen de Blois ha reclamado el trono de Inglaterra con las bendiciones de la Iglesia.

Waleran sabía más que Philip.

—Y fue coronado en Westminster tres días antes de Navidad —dijo.

—¿Ya?

Francis no sabía aquello.

—¿Cuál era el secreto? —preguntó Waleran con un atisbo de impaciencia.

Philip dio el paso decisivo.

—Antes de morir el jinete me dijo que su señor Bartholomew, conde de Shiring, había conspirado con Robert de Gloucester para levantarse en armas contra Stephen.

Estudió el rostro de Waleran conteniendo el aliento.

Las mejillas de Waleran adquirieron una mayor palidez. Se inclinó hacia delante en su asiento.

—¿Creéis que decía la verdad? —dijo en tono apremiante.

—Un moribundo suele decir la verdad a su confesor.

—Acaso estuviera repitiendo un rumor que circulara por la casa del conde.

Philip no había esperado que Waleran se mostrara escéptico.

Improvisó presuroso.

—No, no —dijo—. Se trataba de un mensajero enviado por el conde Bartholomew para reunir las fuerzas del conde en Hampshire.

La mirada inteligente de Waleran escudriñó la expresión de Philip.

—¿Llevaba algún mensaje por escrito?

—No.

—¿Algún sello o muestra de la autoridad del conde?

—Nada. —Philip empezó a sudar ligeramente—. Me dio la impresión de ser bien conocido por la gente a la que iba a ver, como representante autorizado del conde.

—¿Cómo se llamaba?

—Francis —dijo Philip estúpidamente, y al punto sintió deseos de morderse la lengua.

—¿Sólo eso?

—No me dijo qué otro nombre tenía —dijo Philip con la sensación de que su historia estaba quedando al descubierto con el interrogatorio de Waleran—. Sus armas y armadura podrían identificarle. Enterramos las armas con él..., a los monjes no les sirven de nada. Podríamos cavar en la tumba y sacarlas, pero le aseguro de antemano que eran corrientes, sin distintivo alguno. No creo que revelaran señal alguna. —Tenía que apartar a Waleran de aquella línea de investigación—. ¿Qué cree que deba hacerse? —le preguntó.

Waleran mostró un gesto preocupado.

—Resulta difícil saber qué hacer sin tener pruebas. Los conspiradores pueden negar sencillamente la inculpación y entonces es condenado el acusador. —No dijo específicamente, "sobre todo si la historia resulta ser falsa", pero Philip dedujo que era lo que pensaba. Waleran siguió diciendo— ¿Se lo habéis dicho a alguien?

Philip hizo un ademán negativo con la cabeza.

—¿Adónde iréis cuando os vayáis de aquí?

—A Kingsbridge. Tuve que inventar un motivo para dejar la celda, así que dije que iba a hacer una visita al priorato. Y ahora he de hacerlo así para que sea verdad.

—No habléis allí a nadie de esto.

—No lo haré.

Philip no había pensado hacerlo, pero ahora se preguntaba por qué Waleran se mostraba tan insistente al respecto. Tal vez fuera por interés propio. Si estaba dispuesto a aceptar el riesgo de poner al descubierto la conspiración, quería asegurarse de que le fuera reconocido el mérito. Era ambicioso. Tanto mejor para el propósito de Philip.

—Dejadme esto a mí —dijo Waleran mostrándose de nuevo brusco.

Y el contraste en su actitud anterior hizo comprender a Philip que podía quitarse y ponerse la amabilidad como si se tratara de una capa. Waleran siguió diciendo —Id ahora al priorato de Kingsbridge y olvidaos del sheriff. Espero que así lo hagáis.

—Sí.

Philip comprendió que todo iba a marchar bien, al menos por un tiempo. Se sintió liberado de un gran peso. No le iban a arrojar a una mazmorra ni a interrogarle bajo torturas. Y tampoco sería acusado de sedición; además había descargado aquella responsabilidad en otra persona, alguien que parecía encantado con ella.

Se levantó de su asiento y se dirigió a la ventana más próxima.

Estaba mediada la tarde y aún había mucha luz; sentía una gran necesidad de alejarse de allí, dejando tras él el secreto.

—Si me voy ahora podré hacer ocho o diez millas antes de que caiga la noche —dijo.

Waleran no insistió en que se quedara.

—Ello os conducirá a la aldea de Bassingbourg; allí encontrareis una cama. Si emprendéis camino por la mañana temprano podréis estar en Kingsbridge para el mediodía.

—Sí —Philip se apartó de la ventana y miró a Waleran. El arcediano contemplaba el fuego con el ceño fruncido, sumido en sus pensamientos. Philip le observó unos instantes. El arcediano no compartía sus ideas. A Philip le hubiera gustado saber lo que maquinaba aquella cabeza inteligente—. Salgo de inmediato —dijo.

Waleran salió de su ensimismamiento, mostrándose de nuevo extremadamente amable. Sonrió y se puso en pie.

—Muy bien —dijo. Acompañó a Philip hasta la puerta y bajó luego con él las escaleras hasta el patio. El mozo de cuadra condujo hasta ellos el caballo de Philip y lo ensilló. Waleran pudo haberse despedido en ese momento y volver junto a su chimenea, pero esperó. Philip supuso que quería asegurarse de que tomaba el camino de Kingsbridge y no el de Shiring.

Philip montó su caballo sintiéndose más tranquilo que cuando llegó. Estaba a punto de irse cuando vio a Tom Builder atravesar la puerta con su familia a la zaga.

—Ese hombre es un albañil que conocí de camino —dijo Philip a Waleran—. Parece un hombre honrado que atraviesa tiempos duros. Si necesitáis hacer algunas reparaciones os dejará sin duda muy satisfecho.

Waleran no contestó. Tenía la mirada fija en la familia mientras atravesaban el recinto. Todo su aplomo y compostura se habían esfumado. Tenía la boca abierta y la mirada fija; parecía un hombre que sufriera un sobresalto.

—¿Qué pasa? —le preguntó Philip ansioso.

—¡Esa mujer! —exclamó Waleran con un susurro.

Philip la miró.

—Es verdaderamente hermosa —dijo, dándose cuenta por primera vez—. Pero se nos ha enseñado que para un sacerdote lo mejor es ser casto. Apartad la mirada, arcediano.

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