Los refugios de piedra (51 page)

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Authors: Jean M. Auel

–Las antorchas despiden un olor muy intenso –comentó Ayla.

–Sí. Los zelandonia preparan antorchas especiales para los entierros, así las personas podemos entrar en el terreno de enterramiento sin peligro de ser tomados por los espíritus o quizá debería decir sin
mucho
peligro –explicó Marthona–. Si las antorchas despiden olor son más seguras.

Los zelandonia de las seis cavernas se situaron a intervalos equidistantes en la parte interior del círculo, creando de esta forma otra línea de protección. La Que Era la Primera se colocó en la cabecera de la fosa, y los cuatro portadores llevaron la hamaca con su lúgubre carga hacia la zona delimitada por las antorchas. Los dos hombres de delante rodearon por su lado derecho la fosa que ellos mismos habían cavado hasta hallarse en la cabecera, frente a la Primera, donde se detuvieron, dejando a los otros dos hombres al pie de la tumba.

Los cuatro aguardaron en silencio, sosteniendo el cuerpo en la hamaca mortuoria por encima del hoyo. Otros parientes y los jefes de la Caverna de Shevoran llenaron el área interior del círculo iluminado por las antorchas; los demás se amontonaron al otro lado de los límites creados por los postes labrados.

La Zelandoni de la Novena Caverna dio un paso al frente. Aguardó un momento en un silencio absoluto. No se oía ni el menor susurro entre la gente. En medio de aquel silencio, se oyó el rugido lejano de un león cavernario seguido del gañido de una hiena, que parecían unirse al estado de ánimo de los humanos. A continuación llegó a oídos de Ayla un sonido agudo y misterioso. Se quedó helada. Un escalofrío le recorrió la espalda, pero no era la única que experimentaba esa sensación.

Ya antes había oído la música de ultratumba de la flauta, pero de eso hacía mucho tiempo. Manen había tocado ese instrumento en la Reunión de Verano de los mamutoi. Se acordó de que ella misma tuvo que realizar los rituales funerarios propios del clan para Rydag, el niño que tanto le recordaba a su hijo, porque no permitían que la criatura de espíritu mixto que Nezzie había adoptado tuviera un entierro mamutoi. A pesar de todo, Manen había tocado la flauta mientras Ayla, mediante el leguaje mudo y formal de los signos, imploraba al Gran Oso Cavernario y al espíritu de su propio tótem que llevara a Rydag al otro mundo del clan.

Recordó asimismo el entierro de Iza, cuando el Mog-ur había hecho sobre la tumba aquellos signos con una sola mano. Acudió luego a su memoria la muerte de Creb. Ella había entrado en la caverna después del terremoto y lo había encontrado sobre la sepultura de Iza, con el cráneo partido a causa del desprendimiento de rocas. Ayla realizó los signos sobre él, pero nadie más se atrevió a entrar en la caverna mientras siguió temblando la tierra. Aquella flauta había avivado aún otro recuerdo, pues había oído su sonido incluso antes de que lo tocara Manen. Fue durante la Ceremonia del Oso Cavernario en la Reunión del Clan. El Mog-ur de otro clan tocó un instrumento parecido, pero aquel sonido más agudo y cantarín que simbolizaba la voz espiritual de Ursus tenía un timbre distinto al de la flauta que Manen había tocado y al de la que oía en ese momento.

La voz sonora y vibrante de la Zelandoni la apartó de sus pensamientos.

–Gran Madre Tierra, Primera Progenitora, has llamado a tu hijo para que vuelva contigo. Fue llamado en sacrificio por el espíritu del Bisonte, y los zelandonii, tus hijos que viven en el suroeste de esta región, ruegan que sea suficiente con esta vida. Era un cazador valiente, buen hombre para su compañera, hacedor de extraordinarias lanzas. Te honró durante toda su vida. Guíalo hacia Ti con firmeza, te lo suplicamos. Su compañera lo llora, sus hijos lo querían, la gente lo respetaba. Ha sido llamado para servirte en la flor de la vida. Te pedimos, oh, Doni, que el espíritu del Bisonte se dé por satisfecho, que baste con esta vida.

–Que baste, oh, Doni –entonaron los otros zelandonia.

Luego la gente de las cavernas congregadas, más o menos al unísono, repitió la imploración.

Empezó a oírse un rítmico golpeteo. El sonido era un tanto apagado, o al menos no demasiado nítido, porque procedía de varios instrumentos tocados simultáneamente. Los instrumentos en cuestión consistían en pieles muy tensas colocadas sobre un lado de unos aros, con un mango para sostenerlos. Se unió el enigmático sonido de la flauta, entretejiéndose con el son regular de los tambores. El evocador tono parecía inducir al llanto. Relona se echó a llorar y expresó nuevamente su dolor y su aflicción. Pronto todos, con lágrimas en los ojos, empezaron a emitir gemidos y lamentos.

Se unió entonces una potente voz de contralto que cantaba sin palabras pero se ajustaba al ritmo de los tambores y se fundía con la flauta de modo que sonaba casi como otro instrumento. Ayla oyó cantar por primera vez cuando fue a vivir con los mamutoi. En el Campamento del León casi todo el mundo cantaba, como mínimo en grupo. A ella le gustaba escucharlo, e incluso había intentado imitarlos, con escaso éxito. Podía producir un monótono tarareo, pero era incapaz de entonar. Recordaba que algunas personas cantaban mejor que otras, y ella las admiraba; sin embargo, nunca había oído una voz tan potente y vibrante. Era la voz de la Zelandoni, la Primera, y Ayla se sintió conmovida.

Los dos hombres que sostenían la vara por su extremo delantero se dieron media vuelta para colocarse de cara a los hombres de detrás. Alzaron la vara que sostenían en hombros y empezaron a bajar la oscilante hamaca. La fosa no era muy profunda, y la longitud de la vara era algo mayor. Cuando los extremos de la vara tocaron tierra, el cuerpo yacía ya en el fondo de la fosa. Desataron las cuerdas de la red y las dejaron caer también al interior.

A rastras, volvieron a acercar a la tumba la piel en la que habían amontonado la tierra extraída del hoyo, y plantaron la vara a los pies de la tumba, apilando en la base un poco de tierra suelta para que se sostuviese. Se colocó a la cabecera un poste de menor altura, labrado y con el abelán de Shevoran pintado con ocre rojo. Su marca de identificación indicaría el lugar donde estaba enterrado y serviría para advertir que su cuerpo reposaba allí y su elán podía rondar cerca.

Muy rígida, intentando mantener la serenidad, Relona avanzó hasta el poste y, casi con rabia, agarró un puñado de tierra y lo echó al interior de la tumba. Dos mujeres de mayor edad ayudaron a los dos niños a hacer lo mismo y luego también ellas arrojaron tierra sobre el cadáver amortajado. A continuación se acercaron los demás, y uno por uno fueron cogiendo un puñado de tierra y lanzándolo a la tumba. Cuando hubieron pasado todos, la fosa estaba llena y la tierra suelta formaba un montículo.

Algunos se aproximaron para añadir un poco más. De pronto, Relona cayó de rodillas y, cegada por las lágrimas, se arrojó sobre la tierra blanda de la tumba con grandes sollozos. Su hijo mayor se acercó a ella y se quedó de pie a su lado, llorando y frotándose los ojos con los nudillos para limpiarse las lágrimas. Luego la pequeña, asustada y desorientada, corrió hasta la tumba y tiró del brazo de su madre, intentando tranquilizarla y obligarla a levantarse.

Ayla se preguntó dónde estaban las mujeres de mayor edad y por qué nadie trataba de ayudar y consolar a los niños.

Capítulo 16

Al cabo de un rato Ayla vio que la madre empezaba a reaccionar a los sollozos atemorizados de su hija menor. Relona se apartó de la tumba y, sin sacudirse el polvo siquiera, cogió a la niña en brazos. El hijo mayor se sentó y echó los brazos alrededor del cuello de su madre. Ella lo abrazó también, y los tres permanecieron allí inmóviles, llorando juntos.

Pero parecía que esos sollozos tenían un tono distinto, pensó Ayla, no tanto de desesperación como de tristeza y consuelo mutuo. Entonces, a una señal de la Primera, los zelandonia y algunas otras personas, incluido Ranokol, el hermano de Shevoran, los ayudaron a levantarse y alejarse de la tumba.

El dolor de Ranokol por la pérdida de su hermano era tan intenso como el de Relona, pero lo expresó de manera diferente. Siguió preguntándose por qué había tenido que sacrificarse a Shevoran y no a él. Su hermano tenía una familia; en cambio él no tenía siquiera compañera. Ranokol no podía quitarse esa idea de la cabeza, pero prefería no hablar de ello. De haber podido evitarlo, ni habría asistido a la ceremonia del entierro, y nada más lejos de sus deseos que arrojarse sobre aquella tumba. Su único deseo era marcharse cuanto antes.

–Gran Madre Tierra, hemos devuelto a Tu seno a Shevoran de la Novena Caverna de los zelandonii –entonó la Zelandoni.

Alrededor de la tumba se encontraban todos aquellos que se habían reunido para el entierro de Shevoran, y Ayla percibió cierta expectación. Esperaban que algo ocurriera y centraban su atención en la corpulenta donier. Los tambores y las flautas habían seguido tocando, pero Ayla no lo advirtió hasta que cambió el tono de la música y la Zelandoni empezó a cantar de nuevo.

En el caos del tiempo, en la oscuridad tenebrosa
,

el torbellino dio a luz a la Madre gloriosa
.

Despertó ya consciente del gran valor de la vida
,

el oscuro vacío era para la Gran Madre una herida
.

La gente respondió al unísono, unos cantando, otros simplemente pronunciando las palabras:

La Madre sola se sentía. A nadie tenía
.

Luego La Que Era la Primera volvió a cantar sola:

Al otro creó del polvo que al nacer traía consigo
,

un hermano, compañero, pálido y resplandeciente amigo
.

Juntos crecieron, aprendieron qué era amor y consideración,

y cuando Ella estuvo a punto, decidieron confirmar su unión
.

La gente volvió a responder con el siguiente verso:

Él la rondó expectante. Su pálido y luminoso amante
.

Ayla comprendió que aquello era una canción que todos conocían y habían estado esperando. Ella misma se sentía ya atrapada y quería oír más. Escuchó mientras la Zelandoni cantaba la primera parte de cada estrofa y la gente respondía con la última frase.

En un principio su otra mitad la colmó de ventura
;

mas con el tiempo se sintió inquieta, su alma insegura
.

Amaba a su blanco amigo, su complemento adorado
,

pero algo le faltaba, parte de su amor veía desaprovechado
.

La Madre era. De algo estaba a la espera
.

Desafió al caos, a las tinieblas, al gran vacío
,

para hallar la chispa dadora de vida en un confín sombrío
.

La oscuridad era absoluta; el torbellino, aterrador
.

El caos se helaba, y acudió a Ella en busca de calor
.

La Madre era valerosa. Su misión, azarosa
.

Extrajo del frío caos la fuente germinal
,

y tras concebir, huyó con la fuerza vital
.

Creció junto con la vida que dentro llevaba,

y se entregó con amor y orgullo, sin traba
.

Algo al mundo traía. Su vida compartía
.

El oscuro vacío y la tierra yerma y vasta

aguardaron el nacimiento con ánimo entusiasta
.

La vida desgarró su piel, bebió la sangre de sus venas
,

respiró por sus huesos y redujo sus rocas a blancas arenas
.

La Madre alumbraba. Otro alentaba
.

Al romper aguas, éstas llenaron mares y ríos
,

anegándolo todo, creando así árboles y plantíos
.

De cada preciosa gota, hojas y tallos brotaron
,

verdes y exuberantes plantas la Tierra renovaron
.

Sus aguas fluían. Nueva vegetación crecía
.

En violento parto, vomitando fuego a borbotones
,

dio a luz una nueva vida entre dolorosas contracciones
.

Su sangre seca se tornó en limo ocre, y llegó el radiante hijo
.

El supremo esfuerzo valió la pena, ya todo era gran regocijo
.

El niño resplandecía. La Madre no cabía en sí de alegría
.

Ayla contuvo la respiración al oír esas palabras. Parecían contar la historia de ella y su hijo Durc. Recordó sus dolorosas contracciones al dar a luz y la posterior sensación de que el esfuerzo había valido la pena. Durc había sido su mayor alegría. Zelandoni prosiguió con su magnífica voz.

Se alzaron montañas, de cuyas crestas brotaban llamas
,

y Ella alimenta a su hijo con sus colosales mamas
.

Chispas saltaban al chupar el niño, tal era su anhelo
,

y la tibia leche de la Madre trazó un camino en el cielo
.

Una vida se iniciaba. A su hijo amamantaba
.

«Esta historia resulta tan familiar, pensó Ayla. Sacudió la cabeza como si intentara colocar algo en su sitio. Jondalar, él me contó parte de ella en nuestro viaje hacia aquí.»

El niño reía y jugaba, y así se desarrollaban su cuerpo y su mente
.

Para gozo de la Madre, las tinieblas disipaba con su luz refulgente
.

Su mente y su fuerza crecían, recibiendo de Ella cariño
,

pero pronto aquel hijo maduró, pronto dejó de ser niño
.

Atrás quedaba la edad de la inocencia. Quería independencia
.

A la fuente Ella recurrió cuando a una vida dio nacimiento
.

Ahora el vacío y gélido caos atraía al hijo con embaucamiento
.

La Madre daba amor, pero el joven tenía otras ambiciones
,

buscaba conocimientos, aventuras, viajes, emociones
.

Para Ella el vacío era abominable. A él le parecía deseable
.

Algo seguía agitándose en el fondo de la mente de Ayla. «No es sólo lo que me contó Jondalar, pensó. Tengo la sensación de que conozco esta canción, o como mínimo su esencia –de pronto cayó en la cuenta–. ¡Losaduna! Memoricé las cosas más diversas que me enseñaba. Había una historia como ésta acerca de la Madre. Jondalar incluso recitó algunas partes durante aquella ceremonia. No era exactamente igual, y estaba en su lengua, pero el losadunai es afín al zelandonii. ¡Por eso he entendido tan fácilmente lo que decían!» Mientras escuchaba, se concentró en recordar aquella otra historia sobre la Madre y comenzó a percibir las similitudes y diferencias.

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