Los ríos de color púrpura (41 page)

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Authors: Jean-Christophe Grangé

Tags: #Policíaco, Thriller

El árabe soltó una risa seca y helada.

—Yo conozco su identidad.

—¿Qué?

—Ahora todo encaja. Recuerde mi propia investigación: esos diablos que querían destruir el rostro de Judith porque constituía una prueba, una prueba convincente. Los diablos no eran otros que Etienne Caillois y René Sertys, los padres de las víctimas, y sé por qué debían borrar totalmente el rostro de Judith. Porque este rostro podía revelar su conspiración, desvelar la naturaleza de los ríos de color púrpura y el principio del intercambio de bebés.

Ahora le tocó el turno a Niémans de quedarse estupefacto.

—¿Por qué?

—Porque Judith Hérault tenía una hermana gemela, que habían intercambiado.

58

Esta vez fue Karim quien habló. En tono grave y voz neutra, bajo la lluvia que ahora parecía retroceder frente a los albores del día. Sus tirabuzones se perfilaban como tentáculos de un pulpo sobre la corola del alba.

—Usted dice que los conspiradores seleccionaban a los niños que retenían, estudiando el perfil de sus padres. Buscaban sin duda los seres más fuertes, los más ágiles de las laderas. Buscaban a las fieras de las cumbres, a los leopardos de las nieves. Entonces no podían haber pasado por alto a Fabienne y Sylvain Hérault, una joven pareja que vivía en Taverlay, en las alturas del Pelvoux, a mil ochocientos metros de altitud.

»Ella, un metro ochenta, colosal, magnífica. Una institutriz aplicada. Una pianista virtuosa. Silenciosa y grácil, fuerte y poética. Palabra de honor: Fabienne ya era por sí misma una verdadera criatura ambivalente.

»Tengo mucha menos información sobre el marido, Sylvain. Vivía exclusivamente en el éter de las cimas, arrancando cristales raros de las rocas. Un verdadero gigante, también él, que no vacilaba en agarrarse a las montañas más abruptas, más inaccesibles.

»Comisario, si los conspiradores hubieran tenido que robar un solo niño en toda la región, tenía que ser el muchacho de esa pareja espectacular, cuyos genes contenían los secretos diáfanos de las altas cumbres.

»Estoy seguro de que esperaban con avidez el nacimiento del bebé, como si fueran vampiros genéticos. Por fin llegó el 22 de mayo de 1972, la noche fatídica. Los Hérault entran en el CHRU de Guernon; la mujer alta y bella está a punto de dar a luz. Al término de sólo siete meses de gestación. El bebé será prematuro pero, según las comadronas, no hay nada insuperable.

»Sin embargo, los acontecimientos no se desarrollan según lo previsto. El niño está mal colocado. Interviene un especialista en obstetricia. Los bip-bip de los aparatos de vigilancia dan vueltas vertiginosas. Son las dos de la madrugada del 23 de mayo. Pronto, el médico y la comadrona saben la verdad. Fabienne Hérault está a punto de dar a luz no a un niño, sino a dos, dos gemelos homocigóticos, comprimidos en el útero como dos almendras siamesas.

»Anestesian a Fabienne. El médico practica una cesárea y logra extraer a las criaturas. Dos niñas minúsculas, encerradas en su identidad como una palabra de hombre en su juramento. Sufren dificultades respiratorias. Las toma a su cargo un enfermero que debe ponerlas en una incubadora con la máxima urgencia. Niémans, veo como si hubiera estado allí esos guantes de látex que cogen a las niñas. Mierda. Porque esas manos son las de René Sertys, el padre de Philippe.

»El tipo está totalmente desorientado. Su misión de esa noche era cambiar a la niña de los Hérault, pero no podía prever que serían dos. ¿Qué hacer? El cerdo tiene sudores fríos mientras lava a las dos niñas prematuras… auténticas obras maestras, compendios perfectos de sangre nueva para la población nueva de Guernon. Al final, Sertys coloca a las niñas en una incubadora y decide cambiar una sola. Nadie ha distinguido su rostro con claridad. Nadie ha podido ver en el desorden escarlata del quirófano si las dos niñas se parecen o no. Entonces Sertys intenta el golpe. Saca a una de las gemelas de la incubadora y la cambia por una niña salida de una familia de profesores, cuyo aspecto corresponde más o menos al de las niñas Hérault: la misma talla, el mismo grupo sanguíneo, el mismo peso aproximado.

»Una certeza le roe ya el estómago: tiene que matar a la niña sustituida. Tiene que matarla porque no puede dejar vivir a una gemela falsa que no tendrá absolutamente nada en común con su hermana. Asfixia, pues, a la recién nacida y luego llama a grandes gritos a pediatras y enfermeras. Interpreta su papel: el pánico, el remordimiento. No comprende qué ha podido pasar, realmente no lo sabe… Ni el ginecólogo ni el pediatra emiten una opinión clara. Es otra de esas muertes súbitas como las que afligen misteriosamente a las familias de montañeses desde hace cincuenta años. El personal médico se consuela pensando que una de las niñas ha sobrevivido. René Sertys lo celebra: la otra pequeña Hérault ya está integrada en el clan de Guernon a través de su nueva familia de adopción.

»Todo esto, Niémans, lo imagino gracias a sus descubrimientos. Porque la mujer que me ha hablado esta noche, Fabienne Hérault, lo ignora todo, incluso hoy, sobre el complot de los chiflados. Y aquella noche no ve nada, no oye nada; está bajo los efectos de la anestesia.

«Cuando se despierta, a la mañana siguiente, le explican que ha dado a luz dos hijas pero que sólo ha sobrevivido una de ellas. ¿Puede uno llorar a un ser cuya existencia no sospechaba siquiera? Fabienne acepta la noticia con resignación; ella y su marido están completamente desorientados. Al cabo de una semana, la mujer es autorizada para abandonar el hospital y llevarse a su hijita, que ya es una fuerza de la naturaleza. Desde alguna parte de la clínica. René Sertys observa al matrimonio que se aleja. Llevan en brazos a la doble de una niña cambiada, pero sabe que esta pareja poco sociable, que vive a cincuenta kilómetros de allí, no tendrá nunca ningún motivo para regresar a Guernon. Sertys, al dejar con vida a esa segunda niña, ha corrido un riesgo, pero el riesgo es mínimo. Piensa entonces que el rostro de la gemela no volverá jamás para traicionar su conspiración.

»Se equivoca.

»Ocho años más tarde, la escuela de Taverlay, donde Fabienne es profesora, cierra sus puertas. Ahora bien, la mujer ha sido trasladada —será el único peligro de toda la historia— al propio Guernon, a la prestigiosa escuela Lamartine, la institución escolar reservada a los hijos de los profesores de la facultad.

»Así es como Fabienne descubre un hecho alucinante, imposible. En la clase de CE2, a la que asiste Judith, hay otra Judith. Una niña que es la réplica exacta de su hija. Pasada la primera sorpresa —el fotógrafo de la escuela tiene tiempo de realizar un retrato de la clase donde son visibles las dos—, Fabienne analiza la situación. Sólo hay una explicación posible. Esta niña idéntica, este doble, no es otro que la hermana gemela de Judith, que ha sobrevivido al parto y ha sido, por una razón misteriosa, intercambiada por otro bebé.

»La profesora va a la maternidad y explica su caso. Es acogida con frialdad y suspicacia. Fabienne es una mujer de carácter, no de la clase que se deja intimidar por cualquiera. Insulta a los médicos, los trata de ladrones de niños y promete volver. Sin duda alguna, René Sertys asiste a la escena y capta el peligro. Pero Fabienne ya está lejos: ha decidido visitar a la familia de los profesores, los presuntos padres de su segunda hija, los usurpadores. Parte en bicicleta, con Judith, en dirección al campus.

»Pero de repente surge el terror. Cuando anochece, un automóvil intenta atropellarlas. Fabienne y su hija ruedan por la carretera, hasta el borde del precipicio. La profesora, disimulada en un barranco, con su hija en los brazos, vislumbra a los asesinos. Unos hombres, salidos de un vehículo, empuñando un fusil. Escondida, asustada, Fabienne no lo comprende. ¿Por qué este súbito estallido de violencia?

»Los pistoleros acaban por marcharse, pensando sin duda que las dos mujeres han muerto en el fondo del precipicio. La misma noche, Fabienne se reúne con su marido en Taverlay, donde él todavía reside durante la semana. Le explica toda la historia. Concluye que es absolutamente necesario prevenir a los gendarmes. Sylvain no comparte la decisión de su esposa. Quiere saldar él mismo sus cuentas con los malhechores que han intentado matar a su mujer y a su hija.

»Se apodera de un fusil, monta en su bicicleta y baja otra vez al valle. Allí encuentra a los pistoleros mucho antes de lo que habría deseado. Porque los asesinos siguen merodeando, se cruzan con él en una carretera departamental y le embisten con su cacharro. Lo atropellan varias veces y luego huyen. Mientras tanto, Fabienne se ha refugiado en la iglesia de Taverlay. Espera a Sylvain durante toda la noche. Al amanecer le dicen que su marido ha muerto bajo las ruedas de un conductor desconocido. La profesora comprende entonces que sus hijas han sido víctimas de una manipulación y que los hombres que han eliminado a su marido la matarán si no huye inmediatamente.

»Para ella y su hija, la fuga ha comenzado.

»Ya conoce la continuación. La huida de la mujer y su hijita a Sarzac, a más de trescientos kilómetros de Guernon. Su nueva carrera, cuando Étienne Caillois y René Sertys vuelven a encontrar su pista, los esfuerzos de Fabienne para exorcizar el rostro de su hija, persuadida de que es víctima de una maldición, y después el accidente de coche que costará finalmente la vida a Judith.

»Desde esta época, la madre vive en la oración. Siempre había oscilado entre varias hipótesis. Pero la principal era que los padres adoptivos de su segunda hija, personalidades poderosas y diabólicas de la facultad, habían tramado toda esta historia para reemplazar a su hija muerta y estaban dispuestos a eliminarlas, a ella y a Judith, simplemente para no perturbar su propia realidad. La mujer no captó nunca la verdad: la naturaleza de la manipulación real. Ni la de los conspiradores, que buscaron a las dos mujeres por toda Francia, temiendo que revelasen su terrible maquinación y que el rostro de la niña sirviera como cuerpo del delito.

»Ahora, Niémans, nuestras dos investigaciones se juntan como los dos raíles de la muerte. Su hipótesis corrobora la mía. Sí: el asesino repasó este verano las fichas robadas. Sí: siguió a Caillois, y después a Sertys y Chernecé. Sí: descubrió la manipulación y decidió vengarse de la manera más sangrienta. Y este asesino no es otro que la hermana gemela de Judith.

»Una gemela homocigótica que actúa como lo habría hecho Judith, porque ahora conoce la verdad sobre su propio origen. Por eso utiliza una cuerda de piano, para recordar los talentos de su verdadera madre. Por eso sacrifica a los manipuladores en las alturas rocosas, allí mismo donde su propio padre arrancaba los cristales. Por eso sus huellas digitales han podido confundirse con las de la propia Judith… Buscamos a su hermana de sangre, Niémans.

—¿Quién es? —estalló Niémans—. ¿Bajo qué nombre ha crecido?

—No lo sé. La madre se ha negado a dármelo. Pero poseo su rostro.

—¿Su rostro?

—La fotografía de Judith a la edad de once años. El rostro de la asesina, ya que son perfectamente idénticas. Creo que con este retrato podremos…

Niémans temblaba.

—Enséñamelo. Deprisa.

Karim sacó la fotografía y se la alargó.

—Es ella la que mata, comisario. Venga a su hermana desaparecida. Venga a su padre asesinado. Venga a los bebés asfixiados, a las familias manipuladas, a todas esas generaciones engañadas desde… Niémans, ¿se encuentra mal?

La foto tremolaba entre los dedos del comisario, que observaba la cara de la niña y apretaba los dientes hasta hacerlos rechinar. De pronto, Karim comprendió y se inclinó hacia él. Le agarró por el hombro.

—Dios mío, ¿la conoce? ¿Es eso, la conoce?

Niémans dejó caer la fotografía en el barro. Parecía ir a la deriva hacia los confines de la demencia pura. Su voz resonó, igual que una cuerda rota:

—Viva. Debemos capturarla viva.

59

Los dos polis caminaron bajo la lluvia. Ya no hablaban, respiraban apenas. Franquearon varios controles policiales; los centinelas del amanecer les lanzaban miradas suspicaces. Ninguno de los dos expresó la idea de formar un destacamento en este momento. Niémans estaba fuera de servicio, Karim no se encontraba en su territorio. Y no obstante, era su investigación. Suya, exclusivamente suya.

Se acercaron al campus. Pisaron las avenidas de asfalto, las superficies de hierba brillante, y entonces se detuvieron y subieron al último piso del edificio principal. De una sola carrera llegaron hasta el final del pasillo y llamaron a la puerta, pegados a cada lado del marco. No hubo respuesta. Hicieron saltar los cerrojos y entraron en el apartamento.

Niémans apuntaba su fusil Remington, cargado, que había recuperado en el puesto central. Karim empuñaba su Glock, que cruzaba contra su muñeca, con la linterna. Convergencia de haces, muerte y luz.

Nadie.

Iniciaban un registro rápido cuando sonó el busca de Niémans. Debía llamar a Marc Costes con urgencia. El comisario telefoneó inmediatamente. Sus manos seguían temblando, furiosos dolores le roían el vientre. Resonó la voz del joven médico:

—Niémans, estoy con Barnes. Justo para decirle que hemos encontrado a Sophie Caillois.

—¿Viva?

—Viva, sí. Huía hacia Suiza con el tren de…

—¿Ha declarado algo?

—Dice que es la próxima víctima. Y que conoce al asesino.

—¿Ha dado su nombre?

—Sólo quiere hablar con usted, comisario.

—Mantenedla bajo una fuerte vigilancia. Que nadie le hable. Ni se le acerque. Estaré en el puesto dentro de una hora.

—¿Dentro de una hora? Usted sigue una pista…

—Hasta luego.

—¡Espere! ¿Está Abdouf con usted?

Niémans lanzó el móvil al joven teniente y continuó el apresurado registro. Karim se concentró en la voz del médico:

—Tengo la tonalidad de la cuerda de piano —dijo el médico forense.

—¿Si
bemol?

—¿Cómo lo sabes?

Karim no respondió y colgó. Miró a Niémans, que le observaba desde detrás de las gafas salpicadas de lluvia.

—No encontraremos nada aquí —dijo este último, yendo hacia la puerta—. Corramos al gimnasio. Es su guarida.

La puerta del gimnasio, un edificio aislado en un extremo del campus, no resistió ni un segundo. Los dos hombres entraron y se desplegaron en círculo. Karim seguía empuñando la Glock por encima del haz de su linterna. Niémans también había fijado la linterna a su fusil, en el eje exacto del cañón.

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