Los robots del amanecer (60 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

81

Una vez más, Baley cruzó el césped que separaba los establecimientos de Fastolfe y Gladia. Iba a ver a Gladia por cuarta vez en tres días y, en esta ocasión (su corazón pareció encogérsele en el pecho, formando un nudo), sería la última.

Giskard le acompañaba pero a cierta distancia, más pendiente de los alrededores que nunca. Sin duda, ahora que el Presidente conocía todos los hechos, debería haber un poco menos de preocupación por la seguridad de Baley, y más teniendo en cuenta que quien realmente había corrido peligro era Daneel. Probablemente, Giskard no había recibido todavía instrucciones para modificiar su actitud de vigilancia. Sólo en una ocasión se acercó a Baley, y lo hizo cuando éste le preguntó a gritos:

—Giskard, ¿dónde está Daneel?

Al oír que le llamaba, el robot recorrió rápidamente el terreno que le separaba de Baley, como si no quisiera hablar más que en voz baja.

—Daneel está camino del espaciopuerto, señor, en compañía de otros miembros del personal robótico del doctor Fastolfe, para disponer lo necesario para su traslado a la Tierra. Se reunirá con usted en el espaciopuerto y embarcará en la nave para acompañarle hasta la Tierra.

—Una magnífica noticia. Aprecio muchísimo cada día que paso en compañía de Daneel. ¿Y tú, Giskard? ¿Nos acompañarás también?

—No, señor. Tengo órdenes de permanecer en Aurora. No obstante, Daneel le servirá bien, incluso en mi ausencia.

—Estoy seguro de ello, Giskard, pero te echaré de menos.

—Gracias, señor —dijo Giskard. Después, se retiró otra vez a cierta distancia con la misma rapidez con que se había acercado. Baley se quedó mirándole en actitud pensativa durante unos instantes. No, lo primero era lo primero. Tenía que ver a Gladia.

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Gladia se adelantó a recibirle. ¡Qué cambio tan inmenso se había producido en ella en apenas dos días! Gladia no estaba alegre, no bailaba, no te bullía la sangre; todavía presentaba el aspecto abatido de quien ha padecido una gran pérdida, pero había desaparecido de ella el aura atormentada que la había rodeado. Ahora su presencia tenía una especie de gran serenidad, como si hubiera cobrado conciencia de que la vida continuaba pese a todo y que todavía podía ser dulce en ocasiones.

Ofreció a Baley una sonrisa cálida y amistosa, avanzó hacia él y le tendió la mano.

—¡Oh, tómala, tómala, Elijah! —exclamó cuando vio que Baley titubeaba—. Es ridículo por tu parte que dudes y finjas que no deseas tocarme después de lo de anoche. Ya ves, todavía lo recuerdo y sigo sin arrepentirme. Todo lo contrario.

Baley realizó la (para él) desusada operación de devolverle la sonrisa.

—Yo también lo recuerdo, Gladia, y tampoco me arrepiento de ello. Hasta me gustaría volver a hacerlo, pero esta vez he venido a despedirme.

El rostro de Gladia se ensombreció.

—Entonces, ¿regresas a la Tierra? Sin embargo, el informe que he recibido por medio de la red de robots que siempre funciona entre el establecimiento de Fastolfe y el mío dice que todo ha salido bien. No es posible que hayas fallado.

—No, no he fallado. En realidad, el doctor Fastolfe ha conseguido una rotunda victoria. No creo qué nunca vuelvas a oír la menor sugerencia de que él tuvo algo que ver con la muerte de Jander.

—¿Y eso se deberá a lo que tú dijiste en la reunión, Elijah?

—Así lo creo.

—Estaba segura —dijo Gladia, con un asomo de autosatisfacción en la voz—. Cuando me dijeron que ibas a encargarte del caso, les aseguré que lo conseguirías. Pero, entonces, ¿por qué te envían de vuelta?

—Precisamente porque el caso está resuelto. Si permanezco aquí por más tiempo, al parecer me convertiré en un objeto extraño que puede irritar al cuerpo político.

Gladia le observó con aire dubitativo durante un instante, y luego dijo:

—No estoy segura de entender a qué te refieres. Debe de ser una frase típica de tu planeta, pero no importa. ¿Has logrado descubrir quién mató a Jander? Eso es lo importante.

Baley echó una mirada alrededor. Giskard estaba en uno de los nichos, y uno de los robots de Gladia, en otro. Gladia interpretó su gesto sin dificultad.

—Bien, Elijah —dijo—, tienes que aprender a olvidarte de los robots. Seguro que no te preocupa la presencia de esa silla, o de esas cortinas, ¿verdad?

—Es cierto, Gladia, lo siento mucho —reconoció con un gesto de asentimiento—. Lo siento muchísimo, pero he tenido que explicarles que Jander era tu esposo.

Gladia abrió los ojos como platos y Baley se apresuró a continuar.

—He tenido que hacerlo, pues era fundamental para el caso. Sin embargo, te prometo que eso no afectará a tu posición en Aurora.

Baley le resumió, con la mayor brevedad posible, lo que había ocurrido en la confrontación que acababa de mantener. Cuando terminó, añadió:

—Así pues, nadie mató a Jander. La desactivación fue resultado de alteraciones accidentales en las conexiones positrónicas, aunque las probabilidades de que se produjeran esas alteraciones accidentales aumentaron debido a lo que había estado haciendo Amadiro.

—Y yo no lo supe nunca —murmuró ella—. Y yo no lo supe nunca... Pensar que yo consentí sin querer ese horrible plan de Amadiro. Y él es tan responsable de la muerte de Jander como si le hubiera aplastado la cabeza con un mazo.

—Gladia —replicó Baley con la mayor seriedad—, eso no es justo. Amadiro no tenía intención de causar daño a Jander, y lo que hacía era, a sus ojos, solamente por el bien de Aurora. Y está recibiendo su castigo por ello: ha sido derrotado, sus planes han quedado desbaratados y su Instituto de Robótica quedará bajo el dominio del doctor Fastolfe. Ni tú misma habrías podido encontrar un castigo más adecuado.

—Pensaré en eso —contestó ella—. Pero queda todavía Santirix Gremionis, ese guapo y joven lacayo cuya misión era alejarme de Jander. No me extraña que apareciera una y otra vez, insistiendo pese a que siempre le rechazaba. Bueno, seguramente volverá a presentarse y entonces tendré el placer de...

Baley movió la cabeza violentamente, en gesto de negativa.

—No, Gladia. Le he interrogado y te aseguro que no tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo. Gremionis fue tan víctima de los engaños de Amadiro como tú misma. De hecho, las cosas fueron precisamente al revés, de como has dicho. Su insistencia no se debía a un plan maquiavélico para alejarte de Jander, sino que Amadiro se sirvió precisamente de su insistencia, que únicamente se debía a su interés por ti. A su amor por ti, si esa palabra significa en Aurora lo mismo que en la Tierra.

—En Aurora, el amor es una coreografía. Jander era un robot, y tú eres un terrícola. Los auroranos son distintos.

—Ya me lo explicaste. Sin embargo, Gladia, tú aprendiste de Jander a recibir, y aprendiste de mí a dar (aunque yo no me lo proponía). Si has sacado provecho de ambos, ¿no es justo y correcto que ahora enseñes tú a otros? Gremionis se siente lo bastante atraído por ti para que acceda a aprender. Fíjate que ya desafía los convencionalismos de Aurora al insistir pese a tus negativas. Estoy seguro de que es capaz de seguirlos desafiando. Tú puedes enseñarle a dar y a recibir y, así, tú misma aprenderás a hacer ambas cosas, a la vez o alternadamente, en su compañía.

Gladia miró a Baley a los ojos con aire inquisitivo.

—¿Intentas librarte de mí, Elijah?

Baley asintió lentamente con la cabeza.

—Sí, Gladia. En este momento, deseo que llegues a ser feliz más de lo que nunca he deseado nada para mí o para la Tierra. Yo no puedo darte la felicidad, pero si Gremionis te la puede dar, me sentiré feliz. Casi tan feliz como si fuera yo mismo quien te estuviera ofreciendo ese regalo.

»Cuando le enseñes lo que sabes, Gladia, quizá te sorprenda la facilidad con que se desembarazará de eso que llamas "coreografía". Y probablemente correrá la voz, de modo que otros muchos vendrán a rendirse a tus pies. Y Gremionis podrá enseñar asimismo a otras mujeres. Puede que, antes de que te des cuenta, hayas organizado una verdadera revolución sexual en Aurora. Dispones de casi tres siglos para conseguirlo.

Gladia siguió mirándole fijamente y luego estalló en una carcajada.

—Te estás burlando de mí. Estás diciendo tonterías deliberadamente. Nunca lo hubiera pensado de ti, Elijah. Siempre pareces tan serio y ponderado. ¡Jehoshaphat!

(Y, con la última exclamación, intentó imitar el apagado timbre de barítono de su voz.)

—Quizás esté bromeando un poco —contestó Baley—, pero en esencia lo que digo es cierto. Prométeme que le darás una oportunidad a Gremionis.

Gladia se acercó a Baley y éste, sin titubeos esta vez, le pasó el brazo por la cintura. Ella le puso un dedo sobre los labios y Baley depositó en él un suave beso. Gladia susurró dulcemente:

—¿Y no preferirías tenerme para ti, Elijah?

Baley contestó con la misma dulzura (aunque incapaz de olvidarse de la presencia de los robots en la sala):

—Sí, lo preferiría, Gladia. Me avergüenza tener que reconocer que, en este momento, me daría igual que la Tierra estallase en pedazos con tal de tenerte a tí. Sin embargo, no puedo. Dentro de pocas horas habré partido de Aurora y no hay modo de. conseguir que te permitan venir conmigo. Y tampoco creo que me autoricen a volver nunca a Aurora, igual que es imposible que a ti te dejen visitar la Tierra.

»Nunca volveré a verte, Gladia, pero jamás podré olvidarte. Dentro de algunas décadas habré muerto, y para entonces tú seguirás tan joven como ahora. Así pues, de todos modos tendríamos que despedirnos pronto, hiciéramos lo que hiciésemos.

Gladia apoyó la cabeza en el pecho de Baley.

—¡Oh, Elijah!, dos veces has irrumpido en mi vida, y en ambas has estado conmigo apenas unas horas. Dos veces has hecho grandes cosas por mí, y luego te has marchado. La primera vez, sólo conseguí rozarte la mejilla con mis dedos, pero ello representó un enorme cambio. La segunda vez, he conseguido mucho más, y de nuevo has representado un cambio absoluto en mi vida. Jamás te olvidaré, Elijah, aunque viva más siglos de los que puedo contar.

—Entonces, no permitas que ese recuerdo te prive de la felicidad. Acepta a Gremionis y hazle feliz a él, y deja que él también te haga feliz a tí. Por otra parte, recuerda que nada te impide enviarme cartas. Hay un servicio de hipercorreo entre Aurora y la Tierra.

—Lo haré, Elijah. Y tú, ¿me escribirás también?

—Sí, Gladia.

Hubo un silencio y, con gran pesar, se separaron. Gladia permaneció en medio de la habitación y, cuando Baley llegó a la puerta y se volvió, ella seguía en el mismo lugar, esbozando una leve sonrisa. Baley formó con sus labios la palabra «adiós». Después, igualmente en silencio —pues en voz alta no se habría atrevido— añadió: «amor mío».

También los labios de Gladia se movieron en silencio: «Adiós, queridísimo mío.»

Baley dio media vuelta y salió. Sabía que nunca volvería a verla en forma tangible, que nunca volvería a tocarla.

83

Transcurrió un rato antes de que Baley consiguiera centrarse y repasar la tarea que todavía le esperaba. Había recorrido en silencio aproximadamente la mitad de la distancia que le separaba del establecimiento de Fastolfe, cuando se detuvo y alzó un brazo.

Giskard, que no le perdía de vista, estuvo junto a él en un instante.

—¿Cuánto tiempo falta para ir al espaciopuerto, Giskard?

—Tres horas y diez minutos, señor. Baley permaneció unos instantes pensativo.

—Me gustaría ir hasta ese árbol de ahí, sentarme con la espalda apoyada en su tronco y pasar un rato solo. Contigo, naturalmente, pero lejos de los demás seres humanos.

—¿En el exterior, señor? —la voz del robot era incapaz de expresar sorpresa o nerviosismo, pero, por alguna razón, Baley tuvo la sensación de que si Giskard hubiera sido un ser humano, sus palabras habrían expresado aquellas emociones.

—Sí. Tengo que pensar y, después de lo sucedido anoche, un día tan tranquilo como éste, soleado, relajante y despejado, apenas me puede afectar. De todos modos, te prometo que buscaré refugio si siento agorafobia. ¿Me acompañas?

—Sí, señor.

—Muy bien.

Baley abrió la marcha. Llegaron hasta el árbol y Baley acarició el tronco con cautela. Después se miró la mano, y vio que estaba totalmente limpia. Seguro de que no se ensuciaría si se apoyaba en él, inspeccionó el suelo y se sentó con cuidado, descansando la espalda contra el tronco.

No era tan cómodo como habría resultado una silla, ni mucho menos, pero había una sensación de paz (cosa extraña) que probablemente no habría podido encontrar dentro de una habitación cerrada.

Giskard continuó de pie y Baley le preguntó:

—¿No quieres sentarte?

—Estoy más cómodo de pie, señor.

—Ya lo sé, Giskard, pero podré pensar mejor si no tengo que levantar la cabeza para mirarte.

—Si me sentara, no podría protegerle tan bien de algún posible daño, señor.

—También lo sé, Giskard, pero en este momento no creo que corra ningún peligro. Mi misión ha terminado y el caso está resuelto. La posición del doctor Fastolfe es segura. Puedes arriesgarte a tomar asiento, y te ordeno que lo hagas.

Giskard se sentó al instante frente a Baley, pero sus ojos siguieron escrutando los alrededores a un lado y a otro, vigilantes como siempre.

Baley contempló el cielo a través de las hojas del árbol, verde sobre fondo azul. Escuchó el zumbido de los insectos y el repentino canto de un pájaro, notó un pequeño movimiento en las hierbas próximas, que seguramente indicaba el paso de algún animalillo y, nuevamente, se maravilló de la extraña paz del lugar y de la abismal diferencia con el rumor continuo y el movimiento apresurado de las Ciudades. El jardín aurorano tenía una paz tranquila, una paz sin prisas, una paz solitaria y apartada.

Por primera vez, Baley se hizo una leve idea de cómo sería la vida en el Exterior, fuera de las Ciudades. Se sintió agradecido por sus experiencias en Aurora, sobre todo por la tormenta, pues ahora sabía que sería capaz de salir de la Tierra y afrontar las condiciones de vida de cualquier nuevo mundo por colonizar. Sí, podría vivir en el Exterior con Ben, y quizás hasta con Jessie.

—Anoche, en la oscuridad de la tormenta —dijo—, me preguntaba si habría podido ver el satélite de Aurora de no haber tantas nubes en el cielo. Si recuerdo correctamente lo que he leído, Aurora tiene un satélite, ¿verdad?

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