Los señores de la instrumentalidad (10 page)

Oda preguntó a la joven:


¿Quién eres?

Su mente extraña y caliente respondió sin vacilar:


Juli, por supuesto.
Allí intervino Charis:


No hay «por supuesto» que valga
—linguó.

¿Qué es esto?
, pensó la muchacha.
Me estoy comunicando mentalmente con gente-perro.

Charis y Oda la miraron confundidos mientras ella dejaba fluir sus pensamientos.

¿No sabe contener la mente?, se preguntó Charis. ¿Y por qué su mente había parecido tan cerrada cuando ella estaba en la caja?


gente-perro. ¿Dónde me encuentro si —estoy tratando con gente-perro? ¿Podrá ser la Tierra? ¿Dónde he estado? ¿Cuánto tiempo he estado viajando? ¿Dónde está Alemania? ¿Dónde están Carlotta y Karla? ¿Dónde están papá, mamá y tío Joachim? ¡gente-perro!

Charis y Oda tantearon el agudo borde de la mente que les arrojaba estos pensamientos atropellados. Había una especie de carcajada cruel cada vez que ella pensaba
«gente-perro».
Advertían que esta mente era tan brillante como las más brillantes de los hombres verdaderos, aunque distinta. No captaban el singular fervor ni la prudente sabiduría que saturaba la mente de los hombres verdaderos.

Charis recordó algo. Sus padres le habían hablado una vez de una mente parecida a ésta.

Juli continuó lanzando pensamientos como chispas de una fogata, como gotas de una salpicadura. Charis tenía miedo y no sabía qué hacer; y Oda empezó a apartarse de la extraña muchacha.

Luego Charis lo percibió. Juli estaba asustada. Los llamaba
gente-perro
para ocultar su temor. No sabía dónde estaba.

Reflexionó, sin dirigir su pensamiento a Juli:
El miedo no le da derecho a dirigirnos pensamientos brillantes y crueles.

Quizá la postura delató su opinión; Juli pareció captar el pensamiento.

De repente empezó a articular de nuevo palabras que ellos no entendían. Parecía que rogaba, pedía, suplicaba, reprochaba. Parecía estar llamando a personas u objetos específicos. Las palabras formaban un torrente, y captaron nombres que también usaban los hombres verdaderos. ¿Serían sus padres? ¿Su amante? ¿Sus hermanas? Tenía que ser alguien que ella había conocido antes de entrar en aquella caja ruidosa donde había permanecido encerrada en el azul del cielo durante... ¿cuánto tiempo?

La joven se calló de golpe. Algo le había llamado la atención.

Señaló los árboles luchadores.

Había oscurecido y los árboles empezaban a encenderse. El suave fuego despertaba como lo había hecho durante todos los años de la vida de Charis y sus antepasados.

Juli, señalando, habló de nuevo. Dijo algo parecido a
v-a-s-i-s-d-a-s.

Charis no pudo contener el enfado.
¿Por qué no se limita a pensar?
Resultaba extraño que no pudieran leerle la mente cuando usaba palabras.

De nuevo, aunque Charis no le había dirigido la pregunta a ella, Juli pareció captarla. Emitió un destello de pensamiento, una sola idea que brotó como un chorro de fuego de esa cansada cabecita femenina:
¿Qué es este mundo?
Luego el pensamiento se desvió ligeramente.


Vati, Vati, ¿dónde estoy? ¿Dónde estás tú? ¿Qué ha sido de mí?

El pensamiento revelaba añoranza y aflicción.

Oda tendió una mano suave hacia la muchacha. Juli la observó y algunos de los pensamientos crueles y atemorizados regresaron. Luego la absoluta compasión de la postura de Oda pareció absorber la atención de Juli, y con la distensión sobrevino el derrumbe. El pensamiento grande y aterrador desapareció. Juli rompió a llorar. Rodeó con sus largos brazos a Oda, y ésta le palmeó la espalda cuando la joven sollozó aún con más fuerza.

Con los sollozos surgió un pensamiento raro y cordial, cariñoso y carente de desdén:


Queridos cachorros, ayudadme, por favor. Se supone que sois nuestros mejores amigos... ayudadme ahora...

Charis irguió las orejas. Algo o alguien se acercaba por la cima de la colina.

Claro que un pensamiento grande y agudo como el de Juli podía atraer a todas las criaturas vivas en kilómetros a la redonda. Incluso podía llamar la atención de los altivos pero ominosos hombres verdaderos.

Charis no tardó en serenarse. Reconoció el andar de sus padres. Se volvió hacia Oda.

—¿Oyes eso? Ella sonrió.

—Son papá y mamá. Deben de haber percibido ese gran pensamiento que tuvo la muchacha.

Charis observó con orgullo cómo se acercaban sus padres. Era un orgullo justificado. Bil y Kae parecían lo que eran, seres sensibles e inteligentes. Además, el color del pelo de ambos casaba muy bien. La bella pelambrera color caramelo de Bil tenía manchas blancas y negras sólo a lo largo de los pómulos y la nariz y en la punta de la cola; la de Kae era de un color gris pardusco que contrastaba visiblemente con sus bellos ojos verdes.

—¿Estáis bien los dos? —preguntó Bil mientras se acercaban—. ¿Quién es ella? Parece un hombre verdadero. ¿Es amigable? ¿Os ha lastimado? ¿Era ella quien emitía esos pensamientos tan violentos? Los percibíamos con claridad desde más allá de la ladera.

Oda se echó a reír.

—Haces tantas preguntas como yo, papá.

—Sólo sabemos que una caja cayó del cielo y que ella estaba dentro —explicó Charis—. Oísteis el ruido penetrante cuando bajaba, ¿verdad?

—¿Quién no lo oyó? —rió Kae.

—La caja se estrelló allí. Puedes ver la parte chamuscada de la ladera.

La zona donde había aterrizado la caja se extendía negra y temible. Alrededor, los árboles
luchadores derribados brillaban
en el suelo, en una enmarañada confusión.

Bil miró a Juli y agitó la cabeza.

—Todavía no entiendo cómo no se mató si se estrelló con tanta fuerza.

Juli empezó de nuevo a articular palabras, pero al fin pareció entender. Gritar en su idioma no serviría de nada. En cambio pensó:


Por favor, queridos cachorros. Por favor, ayudadme. Por favor, entended.

Bil quiso mantener la dignidad, pero notó consternado que la cola se le meneaba como si adquiriera voluntad propia. Advirtió que el impulso era incontrolable. Sintió una mezcla de rencor y felicidad cuando respondió:


Claro que te entendemos y trataremos de ayudarte, pero haz el favor de no pensar de forma tan desconsiderada. Tus pensamientos nos hieren la mente cuando son tan brillantes y agudos.

Juli intentó reducir la intensidad de los pensamientos. Suplicó:


Llevadme a Alemania.

Los cuatro hombres no autorizados —madre, padre, hija e hijo— intercambiaron una mirada. Ignoraban qué era eso de Alemania.

Oda se volvió a Juli, muchacha a muchacha, y linguó:


Piensa en una Alemania para que sepamos qué es.

La extraña muchacha emitió imágenes de increíble belleza. Una clara figura siguió a la otra hasta que la pequeña familia quedó casi enceguecida por la magnificencia de la exhibición. Presenciaron el resurgimiento de todo el mundo antiguo. Las ciudades se erguían resplandecientes en un mundo rodeado de verde. No había altivos y lánguidos hombres verdaderos; en cambio, todas las personas que vieron en la mente de Juli se parecían a ella. Eran vitales, a veces feroces, arrolladoras; las vieron altas, erguidas, con dedos largos; y desde luego no tenían cola, como los hombres no autorizados. Los niños eran increíblemente graciosos.

Lo más asombroso de aquel mundo era la cantidad de gente que lo poblaba. La gente abundaba más que las aves migratorias, y estaba más apiñada que los salmones en tiempo de desove.

Charis se consideraba un joven con experiencia. Había conocido a una cincuentena de personas además de su propia familia, y había visto hombres verdaderos en el cielo cientos de veces. Había presenciado a menudo el intolerable resplandor de las ciudades y había caminado alrededor de ellas más de una vez, y en cada ocasión llegó a la firme conclusión de que no había modo de entrar. Su valle le parecía bueno. Al cabo de pocos años tendría edad suficiente para visitar los valles vecinos y buscar esposa.

Pero esta visión que surgía de la mente de Juli... No entendía cómo tantas personas podían vivir juntas. ¿Cómo podían saludarse todas por la mañana? ¿Cómo lograban ponerse de acuerdo? ¿Cómo conseguían tener tranquilidad suficiente para captar la presencia de los demás, las necesidades de los demás?

Le llegó una imagen especialmente fuerte y brillante. Cajas con pequeñas ruedas llevaban a la gente a velocidades insensatas por carreteras muy lisas.

—Conque para eso servían las carreteras —jadeó. Entre las personas vio muchos perros. No se parecían en nada a las criaturas del mundo de Charis. No eran esos animales largos, parecidos a nutrias, a quienes los hombres no autorizados desdeñaban como parientes pobres; tampoco se parecían a los hombres no autorizados, y desde luego no eran como esos animales modificados cuyo aspecto era casi idéntico al de los hombres verdaderos. No, los perros del mundo de Juli eran criaturas felices y saltarinas con pocas responsabilidades. Parecía existir una relación afectuosa entre ellos y las personas. Compartían risas y penas.

Juli había cerrado los ojos mientras evocaba a Alemania. Concentrándose con esfuerzo, introdujo en la imagen de la belleza y felicidad algo más: terroríficos artefactos voladores que arrojaban fuego, relámpagos y ruido; una cara muy desagradable, una cara chillona con una mancha de suciedad sobre la boca; un chorro de llamas en la noche; un estruendo de máquinas mortíferas. Encima de ese estruendo estaba la imagen de Juli y dos muchachas parecidas a ella, caminaban con un hombre, al parecer el padre, hacia tres cajas de hierro como la que había traído a Juli. Luego se hizo la oscuridad.

Eso era Alemania.

Juli se desmayó.

Los cuatro le sondearon la mente con delicadeza. Para ellos era como un diamante, clara y transparente como un lago iluminado por el sol en el bosque, pero la luz que les devolvía no era un reflejo. Era rica, brillante y deslumbrante. Ahora que estaba en reposo, podían escrutar sus honduras. Vieron hambre, dolor y soledad. Vieron una soledad tan grande que cada cual intentó pensar en un modo de aplacarla.
Amor
, pensaron,
lo que necesita es amor y gente de su especie.
¿Pero dónde encontrarían un antiguo? ¿Lo sabría un hombre verdadero?

—Sólo se puede hacer una cosa —dijo Bil—. Tenemos que llevarla a la casa del Viejo Oso Sabio. Él se comunica con los hombres verdaderos.

—¡Pero ella no ha hecho nada malo! —exclamó Oda. Su padre la miró.

—Querida, no sabemos qué hacer. Ella es una antigua que ha regresado a este mundo después de dormir en el espacio. Han transcurrido miles de años desde que existió su mundo; creo que ella está empezando a comprenderlo, y eso la ha trastornado. Necesitamos ayuda. Quizá los nuestros hayan sido perros alguna vez, y eso es lo que ella cree que somos. Pero necesita una casa, y la única casa no autorizada que conozco pertenece al Viejo Oso Sabio.

Charis miró a sus padres con ojos preocupados.

—¿Qué es eso de los perros? ¿Por eso sentimos tanta confusión cuando pensamos en los hombres verdaderos? Ella también me desconcierta. ¿Supones que realmente quiero pertenecerle?

—No —dijo su padre—. Ése es sólo el vestigio de un instinto muy, muy antiguo. Ahora regimos nuestras propias vidas. Pero esta muchacha representa un problema demasiado grande para nosotros. Se la llevaremos al Viejo Oso Sabio. Al menos él tiene casa.

Juli aún estaba inconsciente, y para ellos era demasiado grande. Cada uno tomó una extremidad y, no sin dificultad, la levantaron. En menos de la décima parte de una noche llegaron a la casa del Viejo Oso Sabio. Por suerte no se toparon con ningún manshonyagger ni cualquier otro peligro del bosque.

Ante la puerta de la casa del Viejo Oso Sabio, depositaron suavemente a la muchacha en el suelo.

—Oso, Oso —gritó Bil—, sal afuera, sal afuera.

—¿Quién es? —tronó una voz desde dentro.

—Bil y su familia. Tenemos a una antigua con nosotros. Sal afuera. Necesitamos tu ayuda.

La luz amarilla que se filtraba por la puerta se redujo a proporciones soportables cuando la inmensa mole del Oso se plantó ante ellos.

Extrajo sus gafas de un estuche sujeto al cinturón, se las caló sobre la nariz y miró de soslayo a Juli.

—Por todos los cielos —dijo—. Otra más. ¿Dónde habéis encontrado a la muchacha antigua? Solemne pero feliz, Charis explicó:

—Cayó del cielo en una caja chillona.

El Oso cabeceó en un ademán de comprensión.

—Has dicho «otra más» —comentó Bil—. ¿A qué te referías? El Oso hizo una mueca.

—Olvida lo que he dicho —repuso—. Por un momento olvidé que no sois hombres verdaderos. Olvídalo, por favor.

—¿Quieres decir que es algo que los hombres no autorizados no deberían saber? —preguntó Bil. El Oso asintió consternado. Comprendiendo, Bil dijo:

—Bien, si alguna vez puedes, ¿nos harás el favor de explicárnoslo?

—Claro —aseguró el Oso—. Y ahora creo que será mejor que llame al ama de llaves para que cuide de ella. Herkie, Herkie, ven aquí.

Apareció una mujer rubia de mirada ansiosa. Al parecer tenía algún problema en los ojos azules, pero parecía funcionar adecuadamente.

Bil se apartó de la puerta.

—Es una persona experimental —exclamó—. ¡Es una gata!

—En efecto —corroboró el Oso sin inmutarse—, pero puedes ver que tiene los ojos imperfectos. En realidad, por eso se le permite ser mi ama de llaves y su nombre no va precedido de una G.

Bil entendió. Los errores que los hombres verdaderos cometían en sus intentos de crear subpersonas a menudo acababan destruidos, pero en ocasiones se les permitía continuar con vida si parecían capaces de realizar alguna tarea necesaria. El Oso tenía contactos con los hombres verdaderos. Si necesitaba un ama de llaves, un animal modificado defectuoso era una solución ideal.

Herkie se inclinó sobre el cuerpo inerte de Juli. Le estudió la cara con asombro. Luego miró al Oso.

—No comprendo —murmuró—. No entiendo cómo puede ser posible.

—Luego —susurró el Oso—. Cuando estemos solos. Herkie se esforzó por escrutar la oscuridad y descubrió a la familia canina.

— Oh, entiendo —dijo.

Bil y Charis se sintieron desconcertados. Oda y Kae no parecieron darse cuenta de la descortesía. Bil agitó la mano.

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