Los señores de la instrumentalidad (14 page)

—Perdóname, Lucí —dijo con tristeza—. Supongo que no debí entrar en
cranch
. No tan pronto. Pero tengo que abandonar el estado de háberman, querida. De lo contrario, ¿cómo puedo estar cerca de ti? ¿Cómo puedo ser un hombre si no oigo mi propia voz, si no siento la vida corriendo por mis venas? Te amo, querida. ¿No estaré nunca cerca de ti?

—¡Pero eres un observador! —replicó Lucí con orgullo.

—Ya sé que soy un observador. ¿Y qué? Lucí repitió las palabras, como un cuento relatado mil veces, para infundirse tranquilidad:

—Los observadores son los más valientes entre los valientes, los más diestros entre los diestros. Toda la humanidad honra al observador, que une las Tierras de la humanidad. Los observadores son los protectores de los hábermans, los jueces en el arriba-afuera. Permiten que los hombres vivan en lugares donde necesitan desesperadamente morir. ¡No hay nadie más respetado en toda la humanidad, y aun los jefes de la Instrumentalidad se complacen en rendirles homenaje!

—Lucí, ya estamos cansados de oír eso —respondió Martel con obstinada amargura—. Pero ¿vale la pena el sacrificio?

—«Los observadores buscan algo más que una recompensa. Son los fuertes guardianes de la humanidad.» ¿No lo recuerdas?

—Pero nuestras vidas, Lucí. ¿De qué te sirve ser esposa de un observador? ¿Para qué te casaste conmigo? Sólo soy humano cuando estoy en
cranch
. Pero excepto en estos momentos... ya sabes qué soy. Una máquina. Un hombre a quien mataron y mantienen con vida para que cumpla con su deber. ¿No comprendes lo que echo de menos?

—Claro que sí, querido, claro que sí...

—¿Crees que no recuerdo mi infancia? —continuó Martel—. ¿Crees que no recuerdo en qué consiste ser hombre y no háberman? ¿Caminar sintiendo los pies en el suelo? ¿Percibir un dolor limpio y decente en vez de tener que mirarme el cuerpo a cada minuto para averiguar si sigo con vida? ¿Cómo sabré si estoy muerto? ¿Alguna vez lo has pensado, Lucí? ¿Cómo sabré si he muerto?

Lucí ignoró el exabrupto de Martel.

—Siéntate, por favor —le dijo, tratando de calmarlo—. Te prepararé algo para beber. Estás rendido. Martel se observó automáticamente.

—¡No, no lo estoy! Escúchame. ¿Cómo crees que se siente uno arriba-afuera, en medio de los tripulantes atados-para-el-espacio? ¿Cómo crees que te sientes viéndolos dormir? ¿Crees que me gusta observar, observar, observar, un mes tras otro, mientras el dolor del espacio me golpea cada parte del cuerpo tratando de atravesar los bloqueos háberman? ¿Crees que me gusta tener que despertar a los hombres y que me odien por eso? ¿Has visto alguna vez una pelea entre hábermans? Hombres fuertes que luchan sin sentir dolor, hasta que uno de ellos llega a
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. Imagínatelo, Lucí —Y concluyó triunfalmente—: ¿Puedes reprocharme que entre en
cranch
dos días al mes, para volver a ser hombre?

—No te lo reprocho, querido. Disfrutemos de tu
cranch
. Siéntate y toma una copa.

Martel se quedó sentado, apoyando la cara en las manos, mientras Lucí le preparaba la bebida: zumo natural de frutas conservado en frascos, alcaloides inocuos. La miró con impaciencia y la compadeció por ser esposa de un observador; y luego, aunque era injusto, le molestó esa compasión.

Cuando Lucí se volvía para acercarle el vaso, los sobresaltó el teléfono. No tenía por qué sonar. Lo habían desconectado. Sonó de nuevo. Evidentemente, la llamada llegaba por el circuito de emergencia. Adelantándose a Lucí, Martel se acercó al teléfono y lo miró. Vio la imagen de Vomact.

La tradición autorizaba a los observadores a mostrarse bruscos, incluso hacia un observador mayor, en ciertas ocasiones. Ésta era una de ellas.

Antes de que Vomact hablara, Martel dijo dos palabras sin importarle que el viejo le leyera los labios:


Cranch
. Ocupado.

Cerró el interruptor y se acercó a lucí.

El teléfono llamó otra vez.

—Yo puedo cogerlo —dijo Lucí dulcemente—. Toma el vaso y siéntate.

—Deja el teléfono —ordenó Martel—. Nadie tiene derecho a llamarme cuando estoy en
cranch
. Vomact lo sabe. O tendría que saberlo.

El teléfono sonó de nuevo. Martel se levantó con furia, fue hasta la placa y pulsó el interruptor. Vomact aparecía en la pantalla. Antes de que Martel hablara, Vomact alzó la uña parlante sobre la caja del corazón. Martel volvió de nuevo a la disciplina:

—El observador Martel presente y esperando, señor. Los labios se movieron con solemnidad.

—Emergencia máxima.

—Señor, estoy bajo el alambre.

—Emergencia máxima.

—Señor, ¿no entiendes? —Martel articuló exageradamente las palabras para asegurarse de que Vomact las captara—. Estoy... bajo... el... alambre. ¡Inservible... para... el... espacio!

—Emergencia máxima —repitió Vomact—. Acude a la base central.

—Pero, señor, nunca se ha presentado...

—En efecto, Martel. Nunca se ha presentado semejante emergencia. Acude a la base. —Con un tenue destello de amabilidad, Vomact añadió—: No es preciso que dejes el
cranch
. Preséntate como estás.

Esta vez fue Vomact quien cortó la comunicación. La pantalla se oscureció.

Martel se volvió hacia lucí. El mal humor se le había pasado. Lucí se le acercó, lo besó y le acarició el cabello.

—Lo lamento —dijo. Lo besó otra vez, sabiendo que Martel estaba desilusionado—. Cuídate, querido. Te esperaré.

Martel observó y se puso la aerochaqueta transparente. Al llegar a la ventana se detuvo a saludar.

—¡Buena suerte! —le gritó Lucí.

Y mientras surcaba el aire, Martel se dijo:

—¡Hace once años que no disfruto de la sensación de volar! ¡Cielos, qué fácil resulta volar cuando te sientes vivo!

La blanca y austera base central resplandecía a lo lejos. Martel escrutó el paisaje. No se veía ninguna nave brillante regresando del arriba-afuera, ningún incendio voraz. Todo permanecía en calma, como correspondía a una de las noches de permiso.

Pero Vomact había llamado. Había invocado una emergencia más grave que el espacio. No existía tal cosa. Pero la había invocado.

Al llegar, Martel encontró reunidos a casi la mitad de los observadores, un par de docenas. Alzó el dedo parlante. La mayoría de los observadores estaba de pie, cara a cara, conversando en parejas y leyéndose los labios. Los más viejos e impacientes garrapateaban en las tablillas y las ponían ante los ojos de los demás. Todas las caras lucían la muerta, apagada y lánguida expresión del háberman. Cuando Martel entró en la sala, supo que en la recóndita soledad de sus mentes los demás se reían de él, pensando cosas que era inútil expresar con palabras. Hacía mucho tiempo que un observador no se presentaba a una reunión en estado de
cranch
.

Vomact no había llegado;
tal vez aún estaba llamando a otros por teléfono
, pensó Martel. La luz del teléfono se encendió y se apagó: sonó el timbre. Martel se sintió raro cuando notó que nadie más había oído el timbrazo. Comprendió por qué la gente normal prefería no relacionarse con hábermans u observadores. Buscó compañía.

Su amigo Chang estaba allí, explicando a un viejo y terco observador que ignoraba el motivo de la reunión. Martel miró más lejos y descubrió a Parizianski. Se le acercó, abriéndose paso entre los demás con una soltura que evidenciaba que sentía los pies y no necesitaba mirarlos. Algunos lo miraron con sus caras inexpresivas e intentaron sonreír. Pero no tenían control muscular completo y las caras se convirtieron en máscaras deformes. (Normalmente los observadores se abstenían de gesticular con el rostro, puesto que ya no lo dominaban. Martel pensó:
Juro no sonreír más si no estoy en cranch.)
Parizianski le hizo la seña del dedo parlante.

—¿Vienes en
cráneo
—preguntó cara a cara. Parizianski no oía su propia voz, y las palabras sonaron como un rugido en un teléfono roto y rechinante. Martel se sobresaltó, pero sabía que la pregunta era bien intencionada. Nadie era más bondadoso que ese polaco corpulento.

—Llamó Vomact. Emergencia máxima.

—¿Le dijiste que estabas en
cranch?

—Sí.

—¿Y aun así te hizo venir?

—Sí.

—Entonces ¿todo esto no es para el espacio? ¡Tú no puedes ir arriba-afuera! ¡Ahora eres como un hombre común!

—En efecto.

—¿Pues para qué nos llamó Vomact?

Algún hábito preháberman hizo que Parizianski acompañara la pregunta con un ademán inquisitivo. La mano golpeó la espalda del viejo que tenía detrás. El golpe resonó en todo el cuarto, pero sólo Martel lo oyó. Por instinto, observó a Parizianski y al viejo, y ellos también lo observaron. Sólo entonces el viejo preguntó por qué lo había observado. Cuando Martel explicó que estaba bajo el alambre, el otro se apresuró a difundir la noticia de que había un observador en
cranch
en la base.

Ni siquiera este pequeño escándalo impidió que la mayoría de los observadores siguieran preocupados por la emergencia máxima. Un joven que había observado su primer tránsito hacía apenas un año se interpuso entre Parizianski y Martel. Les mostró enfáticamente la tablilla.


¿Vmct std le?

Los dos hombres mayores negaron con un gesto. Martel recordó que el joven era háberman desde hacía poco tiempo, y mitigó la severa solemnidad de la negación con una sonrisa amigable.

—Vomact es el decano de los observadores —dijo con voz normal—. No puede estar loco. ¿No lo descubriría enseguida en sus cajas?

Martel tuvo que repetir la pregunta despacio, articulando con cuidado para que el joven observador comprendiera. El joven intentó sonreír y la cara se le torció en una máscara cómica. Al fin tomo la tablilla y escribió:
Tins rzón.

Chang dejó al viejo y se acercó; la cara le relucía en la noche tibia. (Resulta extraño, pensó Martel, que no haya más observadores chinos. O quizá no tan extraño, teniendo en cuenta que nunca llenan la cuota de hábermans. Los chinos aman demasiado la buena vida. Pero los que observan son todos excelentes).

Chang notó que Martel estaba en estado de
cranch
y habló con la voz:

—Rompes los precedentes. ¿No se ha enfadado Lucí por haberte perdido?

—Lo comprendió. Qué extraño, Chang.

—Qué es extraño?

—Te oigo, pues estoy en
cranch
, y tu voz resulta agradable. ¿Cómo aprendiste a hablar como... una persona normal?

—Practiqué con grabaciones. Es curioso que lo hayas notado. Creo que soy el único observador de todas las Tierras que puede pasar por un hombre normal. Espejos y grabaciones. Aprendí a actuar.

—¿Pero no...?

—No. No siento, ni saboreo, ni oigo, ni huelo. Hablar no me produce gran satisfacción. Pero noto que gusta a cuantos me rodean.

—Qué cambio representaría para la vida de Lucí. Chang asintió.

—Mi padre insistió siempre en ello. Decía: «Aunque estés orgulloso de ser un observador, yo lamento que no seas un hombre. Oculta tus defectos.» Lo intenté. Quería hablar con el viejo sobre el arriba-afuera, y sobre lo que hacíamos allí, pero resultaba inútil. Él me decía: «Los aeroplanos eran buenos para Confucio, y son buenos para mí.» ¡Viejo farsante! Se empecina en ser chino aunque ni siquiera sabe leer el idioma antiguo. Pero tiene un gran sentido común, y para ser un anciano que ronda los doscientos años, anda muy bien.

—¿En aeroplano? —sonrió Martel.

Chang le devolvió la sonrisa. Los músculos faciales de Chang se movían con asombrosa disciplina; quien pasara por allí no podría sospechar que era un háberman y que controlaba los ojos, las mejillas y los labios con frío dominio intelectual. Esa expresión tenía la espontaneidad de la vida. Martel miró las frías y muertas caras de Parizianski y los demás, y por un instante envidió a Chang. Sabía que él mismo tenía una buena expresión. ¿Por qué no? Estaba en
cranch
. Se volvió hacia Parizianski y dijo:

—¿Has oído lo que dijo Chang del padre? El viejo anda en aeroplano.

Parizianski movió la boca, pero los sonidos no significaron nada. Cogió su tablilla y la mostró a Martel y Chang.

Que vij ncribi

En ese instante, Martel oyó pasos que procedían del pasillo. No pudo evitar mirar hacia la puerta. Otros ojos siguieron la mirada de Martel.

Vomact entró en el cuarto.

El grupo se ordenó en cuatro filas paralelas. Cada uno observó a los demás. Muchas manos se extendieron para ajustar los controles electroquímicos de las cajas torácicas, que habían empezado a cargarse. Un observador mostró un dedo roto descubierto por un contraobservador, y lo acercó para que se lo curaran y entablillaran.

Vomact había sacado el bastón de mando. El cubo del extremo superior del bastón emitió una luz roja y brillante; las filas se reordenaron y los observadores saludaron con una seña:


Presentes y atentos.


Soy el decano y asumo el mando
—respondió Vomact. Los dedos parlantes se alzaron en un ademán de asentimiento.

Vomact alzó el brazo derecho y dejo caer la muñeca como si la tuviera rota, un extraño ademán inquisitivo:


¿Hay algún hombre cerca? ¿Hay algún háberman no controlado? ¿Todo despejado para los observadores?

Sólo Martel oyó el extraño susurro de pies cuando todos se volvieron para mirarse mutuamente sin abandonar su posición, alumbrando los rincones oscuros de la sala con las luces de los cinturones. Cuando se volvieron de nuevo hacia Vomact, el decano declaró:


Todo despejado. Atención.

Martel advirtió que sólo él se relajaba. Los demás no podían hacerlo, ya que tenían la mente bloqueada dentro del cráneo, conectada sólo con los ojos, y el resto del cuerpo controlado por la mente sólo a través de nervios no sensoriales y gracias a las cajas de instrumentos del pecho. Martel advirtió que, estando en
cranch
, había esperado oír la voz de Vomact; ya que el decano estaba hablando. Sin embargo, ningún sonido le salía de la boca. (Vomact nunca se preocupaba por el sonido.)

—...y cuando los primeros que fueron arriba-afuera llegaron a la Luna, ¿qué encontraron?

—Nada —repuso el callado coro de labios.

—De forma que viajaron más lejos, a Marte y Venus. Las naves salían un año tras otro, pero ninguna volvió hasta el Año Uno del Espacio. Al fin regresó una nave con el primer efecto. Observadores, os pregunto: ¿qué es el primer efecto?

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