Los señores de la instrumentalidad (17 page)

Martel lo sabía; estaba en
cranch
. Si hubiera sido háberman habría pensado sólo con el cerebro, no con el corazón, las entrañas y la sangre. ¿Cómo podían saberlo los demás observadores?

Vomact regresó a la tribuna por última vez.


El comité ha deliberado; cúmplase su voluntad.
—Como decano —añadió verbalmente—, os pido lealtad y silencio.

Los dos observadores soltaron a Martel, quien se frotó las manos entumecidas, sacudiendo los dedos para facilitar la circulación. Estaba libre, y se preguntó si podría hacer algo. Se examinó: el
cranch
continuaba. Quizá durara un día. Bien, podría seguir adelante aun después de volverse háberman, pero resultaría incómodo, pues tendría que hablar con el dedo y la tablilla. Buscó a Chang con la mirada. Lo vio de pie en un rincón, sereno e inmóvil. Martel se le acercó despacio, para no llamar la atención de los demás. Miró a Chang, de cara a la luz, y articuló:

—¿Qué haremos? No permitirás que maten a Adam Stone, ¿verdad? ¿No comprendes lo que representaría para nosotros el trabajo de Stone, sí tuviera éxito? No habría más observadores. No habría más hábermans. Se acabaría el dolor del arriba-afuera. Te digo que si los demás estuvieran ahora como yo, lo verían todo desde una perspectiva humana, no con esa lógica estrecha e insensata que han manifestado en la reunión. Tenemos que detenerlos. ¿Crees que será posible? ¿Qué haremos ahora? ¿Qué piensa Parizianski? ¿A quién han escogido?

—¿Qué pregunta contesto primero? Martel rió. (Era bueno reír, aun en estas circunstancias; le ayudaba a sentirse más humano.)

—¿Me ayudarás?

—No, no, no —respondió Chang con un destello en los ojos.

—¿No ayudarás?

—No.

—¿Por qué, Chang? ¿Por qué?

—Soy un observador. Se ha votado. Tú harías lo mismo si no estuvieras en esa extraña condición.

—No es una extraña condición. Estoy en
cranch
y veo las cosas tal como las verían los Otros. Veo la necedad. La imprudencia. El egoísmo. Es un asesinato.

—¿Qué es un asesinato? ¿Acaso tú no has matado? No eres uno de los Otros, Martel, sino un observador. Ve con cuidado o lo lamentarás.

—Entonces, ¿por qué has votado contra Vomact? ¿No has entendido lo que significa Adam Stone para todos nosotros? Los observadores vivirán en vano. ¡Gracias a Dios! ¿No lo entiendes?

—No.

—Pero estás hablando conmigo, Chang. ¿Eres mi amigo?

—Estoy hablando contigo. Soy tu amigo. ¿Por qué no?

—Pero ¿qué piensas hacer?

—Nada, Martel. Nada.

—¿Me ayudarás?

—No.

—¿Ni siquiera para salvar a Stone?

—No.

—Entonces, pediré ayuda a Parizianski.

—Pierdes el tiempo.

—¿Por qué? En este momento Parizianski es más humano que tú.

—Parizianski no te ayudará porque tiene una misión. Vomact lo ha designado para matar a Adam Stone.

Martel se interrumpió en mitad de una palabra. De repente adoptó la postura:
Gracias, hermano, me marcho.

Cuando llegó a la ventana, se volvió hacia los demás. Vio que Vomact le estaba observando. Indicó
gracias, hermano, me marcho
, y añadió el saludo de respeto a los decanos. Vomact captó la señal, y Martel alcanzó a distinguir un movimiento de los labios. Creyó interpretar las palabras «Ten mucho cuidado», pero no se quedó a preguntar. Retrocedió un paso y se arrojó por la ventana.

Alejándose del edificio ajustó la aerochaqueta a velocidad máxima. Nadó ociosamente en el aire, observándose con atención y reduciendo el flujo de adrenalina. Al fin abrió la llave de propulsión y el aire frío le azotó como un torrente. Adam Stone tenía que estar en el Puerto Principal. Adam Stone tenía que estar allí.

Esa noche Adam Stone se llevaría una verdadera sorpresa. La sorpresa de encontrarse con el más extraño de los seres, el primer observador renegado. (De pronto, Martel cayó en la cuenta de que ese renegado era él mismo.) ¡Martel, traidor a los observadores! No sonaban bien. ¿Y Martel, leal a los hombres? ¿No era acaso una compensación? Y si ganaba, ganaría a Lucí. Si perdía, no se perdía nada: un insignificante y prescindible háberman. Claro que ese háberman era él mismo. Pero ¿qué importaba en comparación con la humanidad, la hermandad, Lucí?

Adam Stone recibirá dos visitas esta noche
, pensó Martel.
Dos observadores, uno amigo del otro.
Esperaba que Parizianski aún fuera su amigo.

Y el mundo
, añadió,
depende de quién llegue primero.
Las multifacéticas luces del Puerto fulguraron a lo lejos en la bruma. Martel vio las torres exteriores de la ciudad y vislumbró la periferia fosforescente que los protegía de las Bestias, las Máquinas y los No Perdonados que merodeaban en el Yermo.

Invocó a los señores de la fortuna:

—¡Ayudadme a pasar por un Otro!

Martel no tuvo problemas en el Puerto. Se echó la aerochaqueta sobre los hombros, ocultando el instrumental. Sacó el espejo de observación y se maquilló la cara desde dentro, agregando tono y animación a la sangre y los músculos hasta que la cara adquirió color, y una saludable transpiración le brotó de la piel. Parecía un hombre normal al cabo de un prolongado vuelo nocturno.

Tras alisarse la ropa y esconder la tablilla en la chaqueta, Martel reflexionó sobre el problema del dedo parlante. Si conservaba la uña, descubrirían que era un observador. Lo respetarían, pero también lo identificarían. Los guardias que la Instrumentalidad habría apostado en torno de Adam Stone se apresurarían a detenerlo. Si se cortaba la uña... ¡Imposible!

Ningún observador, en toda la historia de la hermandad, se había roto la uña voluntariamente. Eso habría significado renuncia, y no existía tal posibilidad. ¡La única manera de salir era en el arriba-afuera! Martel se llevó el dedo a la boca y se mordió la uña. Se contempló el dedo, que ahora tenía un aspecto extraño, y suspiró.

Echó a andar hacia las puertas de la ciudad, se metió la mano en la chaqueta y cuadruplicó la fuerza muscular. Quiso observar, pero de pronto recordó que tenía los instrumentos ocultos.
Lo arriesgaré todo
, pensó.

El guardia lo paró con un alambre inspector. La esfera chocó contra el pecho de Martel.

—¿Eres un hombre? —preguntó la voz invisible. (En la condición de háberman observador, el campo magnético de Martel habría encendido la esfera.)

—Soy un hombre.

Martel sabía que el tono de voz era adecuado; esperaba que no le confundieran con un Menshanyágger, una Bestia o un No Perdonado, los cuales intentaban entrar en las ciudades y los puertos imitando a los hombres.

—Nombre, número, jerarquía, propósito, función, hora de partida.

—Martel. —Tuvo que recordar su viejo número, para no presentarse como el observador 34—. Sol 4234, año 782 del Espacio. Jerarquía: subjefe en ascenso. —No mentía, era su jerarquía oficial—. Propósito: personal y legal, en los límites de la ciudad. Ninguna función de la Instrumentalidad. Partida del Puerto Exterior: 20:19.

Ahora todo dependía de que le creyeran o de que solicitaran información al Puerto Exterior.

—Tiempo deseado dentro de la ciudad —dijo la voz, monótona y rutinaria.

Martel pronunció la frase de rigor:

—Solicito vuestra honorable tolerancia.

Esperó en el fresco aire nocturno. Muy arriba, a través de un claro en la niebla, vio el ponzoñoso resplandor del cielo de los observadores.
Las estrellas son mis enemigas
, pensó.
He vencido a las estrellas, pero las estrellas me odian. ¡Ah, qué viejo suena eso!
Como en un libro. He estado mucho tiempo en
cranch
.

—Sol 4234 guión 782 —dijo la voz—. Subjefe en ascenso Martel, entra por las puertas legales de la ciudad. Bien venido. ¿Deseas alimento, ropa, dinero, compañía?

La voz no sonaba hospitalaria, sino rutinaria. ¡Qué distinto era entrar en una ciudad en calidad de observador! Los subalternos aparecían entonces displicentes, y te alumbraban la cara con la luz del cinturón, y articulaban las palabras con ridículo paternalismo, gritando a los oídos de los observadores, sordos como tapias. De manera que así recibían a los subjefes: impersonalmente, pero no de forma desagradable. En absoluto desagradable.

—Tengo lo que necesito —respondió Martel—, pero suplico un favor a la ciudad. Mi amigo Adam Stone está aquí. Desearía verle. Motivos urgentes, personales y legales.

—¿Tienes cita con Adam Stone? —preguntó la voz.

—No.

—La ciudad lo encontrará. ¿Qué número?

—Lo he olvidado.

—¿Olvidado? ¿No es Adam Stone un magnate de la Instrumentalidad? ¿De verdad eres amigo de Stone?

—De verdad —replicó Martel con tono de fastidio—. Guardia, si hay alguna duda, llama al subjefe.

—No he hablado de dudas. ¿Cómo no conoces el número? Dejaré constancia de ello —continuó la voz.

—Fuimos amigos en la infancia. Stone ha cruzado el... —Martel iba a decir «arriba-afuera» cuando recordó que sólo los observadores usaban esta expresión—. Ha ido de Tierra en Tierra y acaba de regresar. Lo conozco bien y lo estoy buscando para llevarle noticias de sus amigos. ¡Que la Instrumentalidad nos proteja!

—Oído y aceptado. Buscaremos a Adam Stone. Aun a riesgo —un riesgo pequeño— de que la alarma de la esfera sonara indicando
no humano
, Martel conectó el transmisor dentro de la chaqueta. La trémula aguja de luz osciló esperando las palabras y Martel se puso a escribir con el dedo romo.
Esto no sirve
, pensó, y el pánico lo dominó un instante hasta que encontró el peine. Escribió con una púa aguda.

«Ninguna emergencia. Observador Martel llamando a observador Parizianski.»

La aguja fluctuó y la respuesta brilló y se apagó: «Observador Parizianski de servicio. Observador automático recibe llamadas.»

Martel apagó el transmisor.

Parizianski debía de estar cerca. ¿Habría entrado directamente, por encima de la muralla de la ciudad, haciendo sonar la alarma y alegando una misión oficial cuando los suboficiales lo detuvieron en el aire? Difícil. Otros observadores debían de haber acompañado a Parizianski, fingiendo que iban en busca de los escasos e insignificantes placeres de que podía gozar un háberman, como mirar las imágenes de las noticias o contemplar a las bellas mujeres de la Galería del Placer. Parizianski andaba cerca, pero no podía haber llegado por su cuenta, pues la Central de Observadores lo consideraba de servicio y lo seguía de ciudad en ciudad.

La voz volvió. Habló con tono perplejo.

—Han encontrado y despertado a Adam Stone. Pide disculpas al honorable, y asegura no conocer a ningún Martel. ¿Deseas ver a Adam Stone por la mañana? La ciudad te dará la bienvenida.

Martel sintió que se le agotaban los recursos. Ya le costaba bastante imitar a un hombre cuando no tenía que mentir. Repitió:

—Dile que soy Martel. El esposo de Lucí.

—Así lo haré.

De nuevo el silencio, las estrellas hostiles, la impresión de que Parizianski andaba cerca y se acercaba cada vez más. Sintió que el corazón se le aceleraba. Echó una ojeada furtiva a la caja del pecho y bajó los latidos un punto. Se tranquilizó, aunque no había podido observarse con cuidado.

Ahora la voz sonaba alegre, como si la situación se hubiera aclarado.

—Adam Stone acepta verte. Entra en el Puerto, y bien venido.

La pequeña esfera cayó al suelo sin ruido y el alambre se retiró a la oscuridad con un susurro. Un estrecho y brillante arco de luz se elevó desde el suelo frente a Martel y barrió la ciudad hasta detenerse en un edificio alto que parecía un hotel y donde Martel nunca había estado. Martel recogió la aerochaqueta, se la apretó contra el pecho como lastre, pisó el rayo de luz y subió silbando por el aire hasta la ventana de entrada. La ventana se abrió de golpe como una boca voraz. Junto a la ventana había un guardia.

—Te esperan, señor. ¿Llevas armas?

—Ninguna —dijo Martel, agradecido de poder contar con sus propias fuerzas.

El guardia lo hizo pasar ante la pantalla detectora. Martel notó un fugaz chispazo de advertencia en la pantalla. Su instrumental lo identificaba como observador, pero el guardia no lo había notado.

Llegaron a una puerta y se detuvieron.

—Adam Stone está armado. Está legalmente armado por autorización de la Instrumentalidad y por liberalidad de la ciudad. Prevenimos a todos los que entran.

Martel asintió y entró en el cuarto.

Adam Stone era bajo, rechoncho y afable. El pelo canoso le crecía muy tieso sobre la estrecha frente. La cara era rubicunda y jovial. Parecía un risueño guía de la Galería del Placer, no un hombre que había viajado al filo del arriba-afuera luchando contra el gran dolor sin ninguna protección háberman.

Miró fijamente a Martel. Parecía sorprendido, quizá fastidiado, pero no hostil. Martel fue al grano.

—Usted no me conoce, Stone. Mentí. Me llamo Martel y no quiero causarle daño, pero mentí. Suplico el honorable obsequio de su hospitalidad. Siga armado. Apúnteme con el arma.

—Eso mismo estoy haciendo —sonrió Stone, y Martel advirtió la diminuta punta de alambre en la rolliza y diestra mano de Stone.

—Bien. No baje la guardia. Así podrá oírme mejor. Pero le ruego que conecte una pantalla de seguridad. No quiero testigos casuales. Es cuestión de vida o muerte.

—Ante todo —dijo Stone con voz inmutable y rostro sereno—, ¿la vida y la muerte de quién?

—Suya y mía, y de los mundos.

—No es usted muy claro, pero acepto. —Y gritó a la puerta—: Secreto, por favor.

Se oyó un zumbido y los rumores de la noche desaparecieron.

—¿Quién es usted? —preguntó Stone—. ¿Qué lo trae aquí?

—Soy el observador Treinta y Cuatro.

—¿Usted un observador? No lo creo. Martel se abrió la chaqueta y mostró la caja del tórax. Stone lo miró sorprendido. Martel explicó:

—Estoy en
cranch
. ¿Nunca lo había visto?

—En hombres no. En animales... ¡Asombroso! Pero ¿qué quiere?

—La verdad. ¿Me tiene miedo?

—No, si tengo esto —replicó Stone, aferrando la punta de alambre—. No obstante, le diré la verdad.

—¿Es cierto que ha vencido el gran dolor? Stone titubeó, buscando las palabras.

—Pronto, cuénteme cómo lo consiguió, para que yo pueda creerle.

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