Maratón

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Authors: Christian Cameron

Tags: #Novela histórica

 

Momento histórico 490 a.C

La batalla de Maratón fue un momento decisivo y crucial en la Historia. Era la primera vez que los griegos derrotaban a los persas en una batalla campal que dió lugar al comienzo de la civilización griega clásica. Ocurrió en el año 490 a.C y tuvo lugar en los campos y la playa de la ciudad de Maratón, sita a pocos kilómetros de Atenas, en la costa este de Ática. Enfrentó por un lado al rey persa Dario I, que deseaba invadir y conquistar Atenas y, por otro lado, a los atenienses y sus aliados (de Platea, entre otros). La historia está contada con mucho realismo. Los griegos no aparecen caracterizados como los buenos en la historia. En muchas ocasiones el lector podrá verlos como ignorantes e intolerantes en comparación con los persas. Por un lado tenemos al heroico Milcíades, que aunque condujo a los griegos a Maratón y a la victoria final, en la novela se presenta como un hombre con muchas imperfecciones.

Su oponente, el rey persa Dario, victima de su propia ambición y de un orgullo desmedido, aparece como un hombre integro y de gran generosidad. Entre estos dos hombres se encontrará Arimnestos el protagonista de la historia que desempeñará un papel crucial en la batalla. En esta segunda parte le vemos convertido en un gran guerrero valorado y respetado por muchos. Pero no todo serán alegrías en su vida. Se casará con Euforia, una mujer a la que adora. Irá a luchar a Maratón, pero a su regreso victorioso, el destino le tenía preparado un triste final. Pero como bien dice el propio Arimnestos: «No os había prometido una historia alegre».

Christian Cameron

Maratón

Libertad o muerte

ePUB v1.1

Dermus
11.07.12

Título original:
Marathon

© Christian Cameron, 2011

Primera edición: 2012

© traducción: Alejandro Pareja Rodríguez, 2012

Diseño de cubierta: www.blacksheep-uk.com

Helmet © Ray Roberts/Alamy

Editor original: Dermus (v1.0 a v1.1)

Corrección de erratas: EfeJota

ePub base v2.0

Para los artesanos que dan vida a la historia

desde vasijas hasta espadas, desde copas

de cuerno hasta armaduras, desde cuchillos

de cocina hasta joyas.

Ya no soy joven, eso está claro, pero supongo que mi historia es interesante. De lo contrario, vosotros, los jóvenes, no os apiñaríais a mi alrededor con tanto interés para escuchar mi cuento.

Cariño, has vuelto a traerme a tu escritor. Ha prometido escribirlo todo a la manera moderna; aunque, si de mí dependiera, yo preferiría oírsela cantar a un rapsoda a la manera antigua. Pero las costumbres antiguas murieron con los medos, ¿no es así? Ahora, todo es distinto. El mundo del que os hablo viene a estar tan muerto como los héroes del viejo Homero en Troya. Hasta mi
zugater
, aquí presente, me considera una reliquia del tiempo en que los dioses todavía andaban por el mundo. ¿Eh?

Vosotros, los jóvenes, me hacéis reír. Sois blandos. Pero si vosotros sois blandos, es porque nosotros matamos a todos los monstruos. Y ¿quién tiene la culpa de eso?

Y la muchacha que se sonroja ha vuelto… Ah, niña, me siento más joven solo de verte. Te tomaría yo mismo, pero todas mis demás esposas protestarían. ¡Ja! Mirad qué colores le salen al rostro, jóvenes amigos. Bajo esa piel hay fuego. Casadla en seguida, antes de que ese fuego prenda donde no debe.

Me da la impresión de que mi hija se ha traído a todos los jovencitos de la ciudad, y también a algunos extranjeros de otras ciudades de la costa, solo para que oigan a su viejo hablar de su destino. Es halagador, en cierto modo, pero sabéis que os voy a contar lo de Maratón. Y ya sabéis que no ha existido una ocasión más noble en toda la historia de los hombres… de los helenos. Nos plantamos ante ellos, de hombre a hombre, y fuimos mejores.

Pero la cosa no empezó así, ni de lejos, ni de tan lejos como puede llegar un hombre en un año con un buen caballo.

Para los que os perdisteis las primeras noches de mi larga historia, diré que soy Arímnestos de Platea. Conté cómo mi padre era el herrero broncista de nuestra ciudad, y cómo nos pusimos en marcha para luchar contra los espartanos en Oinoe, y cómo libramos tres batallas en una semana. Cómo asesinó a mi padre su primo, Simón. Cómo Simón me vendió como esclavo en un lugar lejano al oriente, entre los hombres de la Jonia, y cómo me hice hombre siendo esclavo en la casa de un buen poeta, en Éfeso, que es una de las ciudades más grandes del mundo, a la sombra misma del templo de Artemisa. Yo era esclavo del poeta Hiponacte y de su hijo, Arquílogos. Andando el tiempo, me liberaron. Me hice guerrero, y llegué a ser un gran guerrero; pero, cuando comenzó la Guerra Larga, la guerra entre los medos y los griegos, milité en Sardes al servicio de los atenienses.

Puede que os preguntéis por qué. Si vuelvo a contarlo, mi
zugater
refunfuñará; pero el caso era que yo amaba a Briseida. La verdad es que, decir que la amaba, que amaba a la hija de cabellos oscuros de Hiponacte, avatar de Artemisa y quizá también de Afrodita, Elena vuelta a la tierra… bueno, decir que la amaba no es decir nada. Ya lo oiréis si os quedáis a escucharme.

Briseida no era la única persona de Éfeso a la que yo quería. También quería a Arquílogos, mi amigo fiel de la juventud. Nos complementábamos bien en todo. Yo fui su compañero, primero de esclavo y después siendo libre, y competíamos. En todo. Y también quería a Heráclito, el mayor filósofo de su época. Para mí, el mejor que ha existido nunca, casi como un dios por su sabiduría. Gracias a él, y solo a él, me hice hombre sin convertirme en un matador puro. Me dio unos consejos que yo no seguí… pero que se me quedaron en la cabeza. Hasta hoy, en verdad. Me enseñó que el río de nuestras vidas fluye constantemente sin que podamos hacerlo volver atrás nunca. Más tarde, supe que había intentado apartarme de Briseida.

Cuando el padre de ella nos sorprendió juntos, aquello fue el final de mi juventud. Me expulsaron de la casa, y por eso estaba en Sardes con los atenienses, y no en la falange de los hombres de Éfeso para haber salvado a Hiponacte cuando los medos lo hirieron de muerte.

Me lo encontré en el campo de batalla; gritaba, y yo lo envié a su último viaje porque lo quería, aunque había sido mi amo. Lo hice como acto de amor; pero su hijo, Arquílogos, no lo entendió de esa manera, y nos hicimos enemigos.

Pasé los años siguientes de la Revuelta Jónica, los primeros años de la Guerra Larga, ganando fama de palabras a cada golpe que daba. Debería sonrojarme al contarlo, pero… ¿por qué? Cuando serví en Sardes, yo era un hombre en el que confiaban los que iban a mi lado en la falange. Cuando dirigí mi barco contra los persas en el gran combate de Chipre, ya era un guerrero al que temían los demás hombres en la tormenta de bronce.

Aquella jornada, en Chipre, los griegos ganaron el combate naval pero perdieron por tierra. Y aquello debía haber quebrado el espinazo a la revuelta, pero no se lo quebró. Nos retiramos a Quíos y a Lesbos, y me uní a Milcíades de Atenas, gran aristócrata y gran pirata, y captamos nuevos aliados, y los combates se trasladaron al Quersoneso, la tierra de la guerra de Troya. Combatimos a los medos por tierra y por mar. A veces los superábamos. Milcíades ganaba dinero, y yo también. Tenía mi propio barco, y era rico.

Maté a muchos hombres.

Y después hicimos frente a los medos en Tracia; solo unos pocos barcos de cada bando. Por entonces, Briseida se había casado con el hombre más poderoso de la revuelta griega… y había descubierto sus defectos. Vencimos a los persas y a sus aliados tracios, y yo maté a su marido, aunque supuestamente estaba en mi bando. Todavía me río al recordarlo; fue una buena muerte, y escupo sobre su sombra.

Pero ella no me quería, salvo en la cama y en sus pensamientos. Briseida me amaba como yo la amaba a ella, pero no aspiraba a ser la querida de un pirata, sino la reina de los jonios; y en aquellos tiempos yo no era más que un pirata de manos ensangrentadas.

Era justo. Pero me dejó destrozado durante algún tiempo.

Me marché de Tracia y del lado de Milcíades y me volví a mi tierra, a Platea. Donde el hombre que había matado a mi padre y que se había casado con mi madre se había hecho el amo de nuestra finca familiar.

Simón, y sus cuatro hijos. Mis primos.

También eran primos tuyos,
zugater
. Simón era un cobarde y un desecho humano, pero no diré lo mismo de sus retoños. Eran unos canallas duros. No lo abatí en persona. Recurrí a la asamblea, como habría querido mi maestro, Heráclito.

La ley mató al viejo Simón, el cobarde; pero sus hijos querían venganza.

Y los persas estaban decididos a acabar con los jonios y a someter a todos los griegos a sus pies.

Y Briseida seguía casándose con hombres importantes y descubriendo que no daban la talla.

Como sabéis, el mundo tiene la forma del cuenco de un
aspis
. Por el borde corre el borde del río-mar que lo rodea todo, y donde está el
porpax
que se ciñe al brazo del hombre están el sol y la luna, y en medio está el gran círculo de la tierra. El cuenco del
aspis
, de borde a borde, está ocupado por los medos y los persas, los escitas, los griegos, los jonios, los eolios, los italos, los etíopes, los egipcios, los africanos, los lidios, los frigios, los carios, los celtas, los fenicios y los dioses sabrán cuántos pueblos más. Y en aquellos tiempos, cuando la Larga Guerra empezaba a prender como una chispa en la maleza seca, se oía a los hombres hablar de la guerra, hacer la guerra, matar, morir, construir armas y aprender a usarlas, por todo el cuenco de ese
aspis
, de borde a borde, hasta que el murmullo del coro del dios vestido de bronce llenó el mundo.

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