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Authors: David Brin

Marea estelar (21 page)

Bueno, sólo faltaba una hora para saber lo que ella tenía en mente. Uno de los privilegios del comandante de una nave era el disponer cuando quisiera de una piscina entera. ¡Eso si no surgía una emergencia hasta entonces!

—Sí, nada más por ahora, Hikahi. Haz lo que te he dicho.

Ella saludó de forma impecable con uno de los brazos de su arnés.

Brookida y Charlie seguían discutiendo cuando Creideiki se dirigió a Metz:

—¿Será lo bastante privada nuestra conversación si se desarrolla mientras nos dirigimos al puente, doctor? Me gustaría revisar una o dos cosas con Takkata-Jim antes de ocuparme de otros asuntos.

—Será perfecto, comandante. Lo que tengo que decirle no es muy largo.

Creideiki mantuvo el rostro impasible. Pero, ¿estaba Metz sonriendo por algún motivo determinado? ¿Era que el hombre se divertía por algo que había visto u oído?

—Essstoy todavía confuso por las características de los volcanes que se extienden a lo largo de los tres mil kilómetros de zona limítrofe que separa las placas —dijo Brookida.

Hablaba con lentitud, en parte para que Charlie le comprendiera, en parte porque era difícil discutir en el oxiagua. Siempre tenía la sensación de qué no había aire suficiente—.

Si examinasss los mapas que trazamos en órbita, verás que los volcanes son escasos.

Pero aquí los volcanes son abundantes y son todos casi del mismo tamaño.

—No veo la relación, viejo amigo —respondió Charlie, encogiéndose de hombros—. En mi opinión, sólo se trata de una gran coincidencia.

—Pero ¿no es ésta también la única área donde se encuentran las colinas de metal?

—sugirió de repente Hikahi—. No soy una experta, pero cualquier cosmonauta aprende a desconfiar de las coincidencias en cadena.

Charlie abrió y cerró la boca, como si hubiera estado a punto de decir algo y luego lo hubiera pensado mejor.

—¡Todo esto me está fastidiando! —dijo al fin—. ¡Sí! Brookida, ¿crees que esas criaturas de coral necesitan un elemento nutritivo que sólo puede proporcionarles ese tipo de volcán?

—Esss posible. Pero habría que preguntárselo a nuestra exobióloga, Dennie Sudman.

Y ella está ahora en una de las islas, investigando a los aborígenes.

—¡Debe conseguirnos muestras! —exclamó Charlie frotándose las manos—. ¿Crees que sería demasiado pedir que se acercara a un volcán? No muy alejado, por supuesto, después de lo que Creideiki acaba de decirnos. Sólo un pequeño rodeo insignificante.

Hikahi soltó un ligero silbido de risa. ¡Aquel tipo estaba chalado! Sin embargo, su entusiasmo era contagioso; una maravillosa distracción para las preocupaciones. Si ella, al igual que Charlie Dart, pudiera perderse en abstracciones que la alejaran de los peligros de aquel universo...

—¡Y una sonda de temperatura! —gritó Charlie—. ¡Seguramente Dennie hará eso por mí, después de todo lo que yo he hecho por ella!

Creideiki trazó una larga espiral alrededor del nadador humano, estirando sus músculos mientras se arqueaba y giraba.

Por orden neural, flexionó los manipuladores principales de su arnés, como hubiera hecho un humano para estirar los brazos.

—Muy bien, doctor. ¿Qué puedo hacer por usted? Metz nadaba con brazadas muy lentas. Miró a Creideiki con amabilidad.

—Comandante, creo que ha llegado el momento de replantear nuestra estrategia. Las cosas han cambiado desde que llegamos a Kithrup. Necesitamos un nuevo enfoque.

—¿Podría ser más claro?

—Desde luego. Como recordará, huimos del punto de transferencia de Morgran porque no queríamos ser aplastados por las mandíbulas de siete bocas. Usted pronto se dio cuenta de que incluso si nos rendíamos a uno de los grupos, sólo lograríamos que los demás luchasen contra nuestros captores, llevándonos inevitablemente a la destrucción.

Entonces tardé cierto tiempo en entender su lógica. Ahora la admiro. Sus maniobras tácticas fueron perfectas.

—Gracias, doctor Metz. Pero olvida mencionar el otro motivo de nuestra huida.

Teníamos órdenes del Concejo de Terragens de entregarles nuestros datos directamente a ellos, sin que se produjeran filtraciones. Nuestra captura hubiera representado una «filtración», ¿no le parece?

—¡Claro! —reconoció Metz—. Y hemos mantenido la situación refugiándonos en Kithrup, maniobra que, incluso corriendo el riesgo de repetirme, considero perfecta. Tal como yo lo veo, ha sido sólo por mala suerte que este refugio no haya resultado ser como habíamos previsto.

Creideiki se abstuvo de mencionar que todavía seguían ocultos en ese refugio.

Rodeados, pero no atrapados.

—Prosiga —indicó.

—Bien, mientras existió la posibilidad de evitar que nos capturaran, su estrategia de huida fue buena. Sin embargo, la cosas han cambiado. Nuestras posibilidades de escapar son ahora casi nulas. Kithrup quizá siga siendo un refugio contra el caos de la batalla, pero no podrá ocultarnos por mucho tiempo cuando acabe y haya un vencedor.

—.¿Está sugiriendo que no tenemos ninguna posibilidad de evitar que nos capturen?

—Exacto. Y creo que debemos examinar nuestras prioridades y prepararnos para contingencias desagradables.

—¿Qué prioridades considera usted importantes? Creideiki conocía de antemano la respuesta que podía esperar.

—¡La supervivencia de la nave y su tripulación, desde luego! ¡Y la de los datos que permitirán evaluar los rendimientos de ambas. Después de todo, ¿cuál era el principal objetivo de nuestra misión? ¿Cuál?

Metz dejó de nadar para quedarse en posición vertical, mirando a Creideiki como un profesor que interroga a un alumno.

Creideiki podía enumerar media docena de tareas que le habían sido asignadas al Streaker, desde comprobar la veracidad de la Biblioteca hasta establecer contacto con potenciales aliados, pasando por las informaciones de índole militar que debía recopilar Thomas Orley.

Todas las tareas eran importantes. Pero el objetivo prioritario de su misión era evaluar el rendimiento de una nave espacial tripulada y comandada por delfines. El Streaker y su dotación eran el experimento.

¡Pero todo había cambiado desde que descubrieron la flota abandonada! Ya no podían actuar según las prioridades determinadas al comienzo del viaje. ¿Cómo hacer que comprendiera esto un hombre como Metz?

«Ten buen sentido», recordó Creideiki, «y huye con los animales si el hombre ha perdido la razón...». A veces, pensaba que Shakespeare debía haber sido medio delfín.

—Conozco su opinión, doctor Metz. Pero no veo la necesidad de un cambio en nuestra estrategia. Estaríamos abocados a la destrucción con sólo sacar la nariz por encima de la superficie de Kithrup.

—¡Sólo si lo hacemos antes de que haya un vencedor allí arriba! Sería absurdo, evidentemente, exponernos mientras dure el fuego cruzado. Sin embargo, estaremos en posición de negociar cuando haya un vencedor. Y si negociamos con habilidad podremos conseguir que esta misión sea un éxito Creideiki reanudó su lenta espiral, obligando al genetista a nadar de nuevo hacia la esclusa del puente.

—¿Puede decirme qué tenemos para ofrecer en la negociación, doctor Metz?

—En primer lugar —sonrió Metz—, tenemos la información que Brookida y Charles Dart han literalmente desenterrado. El Instituto recompensa a todo aquel que denuncia crímenes ecológicos. La mayor parte de las facciones que se enfrentan sobre nuestras cabezas son conservadores tradicionalistas de una u otra tendencia, y apreciarían nuestro descubrimiento.

Creideiki contuvo su desprecio ante la ingenuidad del hombre.

—Prosiga, doctor —dijo con voz inexpresiva—. ¿Tenemosss algo más que ofrecer?

—Bien, comandante, también tenemos el honor de nuestra misión. Incluso si nuestros captores deciden retener durante un tiempo el Streaker, pueden ser benévolos con el objetivo de nuestro viaje. Enseñar a los pupilos a utilizar una nave espacial es una de las tareas básicas de la elevación. Con toda seguridad, nos permitirán enviar a casa a un pequeño grupo de hombres y fines con nuestros datos de evaluación de comportamiento; así se progresaría en el camino hacia futuras naves tripuladas por delfines. ¡Para ellos actuar de otro modo sería como si un extraño interfiriera en el desarrollo de un niño a causa de una discusión con sus padres!

¿Y cuántos niños humanos fueron torturados y muertos en las Edades Oscuras por los delitos de sus padres? A Creideiki le hubiera gustado preguntar quién sería el emisario designado para llevar a la Tierra los datos sobre la elevación cuando el Streaker fuera capturado.

—Doctor Metz, creo que subestima usted el fanatismo de los que nos rodean. Pero ¿hay otros puntos en los que podamos basarnos?

—Por supuesto. He guardado lo más importante para el final —Metz tocó el costado de Creideiki con énfasis—. Comandante, debemos considerar la posibilidad de entregar a los galácticos lo que desean.

Creideiki lo estaba esperando.

—¿Cree usted que podemos darles la posición de la flota abandonada?

—Sí, y cualesquiera reliquias o datos recogidos ahí arriba.

Creideiki se revistió con su cara de póker. ¿Cuánto sabrá acerca del «Herbie» de Gillian?, se preguntó. ¡Gran Soñador! ¡Tantos problemas por un cadáver!

—Recordará usted, comandante —insistió Metz—, que el breve mensaje recibido de la Tierra nos ordenaba ocultarnos y mantener en secreto nuestras informaciones, ¡si era posible! ¡También decía que podíamos usar nuestro propio criterio! ¿Acaso nuestro silencio retrasará por mucho tiempo el redescubrimiento de ese Sargazos de naves perdidas, ahora que todo el mundo conoce su existencia? No dude de que la mitad de los linajes tutelares de las Cinco Galaxias habrán enviado ya enjambres de patrulleras intentando reproducir nuestro descubrimiento. Saben que deben buscar en una conexión débil, un cúmulo globular oscuro. Es cuestión de tiempo que tropiecen con el cúmulo correcto a través de la tendencia gravitacional adecuada.

Creideiki pensaba que eso era discutible. Los galácticos raramente pensaban igual que los Hijos de la Tierra, y no conducirían sus investigaciones en el mismo sentido. Prueba de ello era que la flota hubiera pasado tanto tiempo sin ser descubierta. Sin embargo, a largo plazo, quizá Metz tuviera razón.

—En ese caso, doctor, ¿por qué no transmitir simplemente su posición a la Biblioteca?

Se haría público el conocimiento y no alargaríamos más este asunto. Sin duda, un descubrimiento tan importante sería investigado por un equipo autorizado por el Inssstituto.

Creideiki estaba mostrándose sarcástico, pero se daba cuenta, por la tutorial sonrisa de Metz, que el humano le estaba tomando en serio.

—Es usted un poco ingenuo, comandante. Los fanáticos de ahí arriba se preocuparán muy poco de los perdidos códigos galácticos cuando crean que el milenio está en su mano. ¡Si conocieran el emplazamiento de la flota abandonada, lo único que harían es trasladar allí su guerra! Aquellas antiguas naves serán destruidas en un fuego cruzado, no importa cuál sea la intensidad de los fantásticos campos protectores que los rodean. ¡Y los galácticos seguirán luchando para capturarnos si les mentimos!

Habían llegado a la esclusa del puente. Creideiki se detuvo.

—¿Sería preferible que sólo una de las partes contendientes dispusiera de la información y pudiera investigar sola la flota?

—¡Sí! En definitiva, ¿qué es ese montón de chatarra flotante para nosotros? Sólo un lugar peligroso donde perdimos una patrullera y doce de los mejores fines de la tripulación. No somos adoradores de ancestros como esos fanáticos ETs que luchan ahí arriba, y apenas nos preocupa, excepto por una maldita curiosidad intelectual, si la flota abandonada es un vestigio de la época de los Progenitores o incluso el regreso de los Progenitores. Seguro que no vale la pena morir por ello. Si algo hemos aprendido en los últimos doscientos años es que un pequeño clan de recién llegados, como los terrestres, debe hacerse a un lado cuando los chicos grandes como los soro y los gubru, meten sus narices en cualquier cosa.

El plateado pelo del doctor Metz ondeó cuando sacudió la cabeza con énfasis. Un gaseoso halo de efervescencia rodeó su cabeza.

Creideiki no quería perderle el respeto a Ignacio Metz, pero cuando el hombre se apasionaba lo bastante como para alterar su tranquila fachada, le parecía casi divertido.

Por desgracia, Metz estaba equivocado en lo fundamental.

El reloj del arnés de Creideiki repicó. El comandante se sobresaltó al ver lo tarde que se había hecho.

—Ha sido una discusión muy interesante, doctor Metz. Lamento no tener tiempo para seguir manteniéndola. En cualquier caso, no tomaré ninguna decisión hasta la próxima reunión plenaria del estado mayor de la nave. ¿Le parece bien?

—Sí, creo que sí, aunque...

—Y hablando de la batalla que se desarrolla sobre Kithrup, ahora iré a ver a Takkata-Jim y oiré lo que tenga que decir.

No se había propuesto perder tanto tiempo con Metz. No había planeado perder su tan aplazado período de descanso.

—Ah —En apariencia, Metz no quería dejarle ir—. Al mencionar a Takkata-Jim, comandante, me recuerda otra cosa que quería tratar con usted. Estoy preocupado por la sensación de aislamiento social que experimentan algunos fines de la tripulación pertenecientes a diversas subcastas experimentales. Se quejan de ostracismo, y parecen estar bajo disciplina una desproporcionada cantidad de tiempo.

—Supongo que se referirá a algunos de los stenos.

—Un término coloquial que parece haber arraigado —dijo Metz, mirándole con incomodidad—, aunque todos los neofines sean taxonómicamente hablando
tursiops amicus
...

—He metido el hocico en la situación, doctor Metz —le interrumpió Creideiki, sin preocuparse por más tiempo de no herir su susceptibilidad—. Están en juego sutiles dinámicas de grupo, y yo aplico las técnicas que considero más eficaces para mantener la solidaridad de la tripulación.

Sólo alrededor de una docena de stenos había mostrado su descontento. Creideiki sospechaba que se trataba de un contagio de atavismo debido al estrés, un desmoronamiento de la sapiencia por efecto del miedo y la presión. Pero el doctor Metz, supuesto especialista, parecía creer que la mayor parte de la tripulación del Streaker estaba practicando la discriminación racial.

—¿Está usted suponiendo que Takkata-Jim también tiene problemas? —preguntó Creideiki.

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