Marea estelar (64 page)

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Authors: David Brin

—Los Hermanos se han decidido —anunció Wattaceti—. ¡Nos están persssiguiendo!

Tsh't entornó los ojos. Gillian asintió en silencio. No podremos engañarlos otra vez.

—Suessi llama. Quiere saber sssi...

—Dile a Hannes —dijo Gillian suspirando— que ya no habrá más «maniobras femeninas». Me he quedado sin ideas.

Los dos acorazados estaban ya junto a la popa del Streaker. Todavía no disparaban, pero se preparaban para el ataque definitivo.

Gillian pensó en Tom. No podía evitar pensar en qué le había fallado.

Era un buen plan, cariño. Pero me hubiera gustado llevarlo a cabo por ti de un modo competente.

El enemigo caía sobre ellos, enorme, amenazante.

—¡Cambio de vector! —gritó entonces Lucky Kaa. La cola del piloto se agitaba—.

¡Están virando y alejándose como un banco de salmonetes!

—Pero si ya nos tenían —parpadeó Gillian perpleja.

—¡Es por los que se aproximan, Gillian! ¡Por esas seis naves! —gritó Tsh't con júbilo.

—¿Qué? ¿Quiénes son?

Tsh't rió con la sonrisa más amplia que un neofín podía conseguir.

—¡Son thenanios! ¡Vienen disparando! ¡Pero no nosss disparan a nosotrosss!

Las pantallas mostraron a los dos cruceros que les habían estado persiguiendo; ahora volaban, disparando hacia atrás a la miniflotilla que se acercaba.

—¡Wattaceti! —rió Gillian—. Dile a Suessi que vaya frenando. Que lo pare todo y que emita una cortina de humo. ¡Vamos a interpretar el papel de un soldado gravemente herido!

Al cabo de un momento llegó la respuesta del ingeniero.

—Suessi dice que no hay problema. Ningún problema en absoluto.

121
GALÁCTICOS

La cresta de Buoult se rizó con oleadas de emoción. El Krondorsfire yacía ante ellos, herido pero orgulloso. Había dado por desaparecido al viejo acorazado desde el primer día de la batalla, y a Barón Ebremsev, su capitán. Buoult anhelaba ver de nuevo a su antiguo camarada.

—¿Aún no hay respuesta? —preguntó al operador.

—No, comandante, la nave está en silencio. Es posible que hayan sufrido un golpe fatal que... Espere ¡Hay algo! ¡Una señal de destellos luminosos en un lenguaje sin codificar!

Lo están enviando desde uno de los faros de proa.

Buoult se inclinó hacia adelante con impaciencia.

—¿Qué dicen? ¿Necesitan ayuda? El oficial de comunicaciones se concentró en el monitor, observando las luces que centelleaban.

—Todo el armamento y sistema de comunicación destruidos —recitó—. Los medios de supervivencia y los mandos auxiliares todavía son utilizables... Los terrestres delante nuestro, perseguidos por algunas naves. Tenemos que replegarnos... feliz cacería.

Krondorsfire, corto.

Buoult pensó que él mensaje era un poco extraño. ¿Por qué Ebremsev quería retirarse si todavía podía seguir y, de esa forma, librarse del fuego del enemigo?

Tal vez estaba representando una comedia para no retenerlos. Buoult estuvo a punto de insistir en ofrecerles ayuda cuando él oficial de comunicaciones habló de nuevo.

—¡Comandante! ¡Un escuadrón acaba de aparecer tras el planeta acuático! Son al menos diez navíos. Puedo leer los signos soro y tandu.

La cresta de Buoult se inmovilizó durante unos instantes. Tenía que ocurrir. Los herejes se habían aliado.

—¡Tenemos una oportunidad! ¡Tras los fugitivos, inmediatamente! ¡Podemos vencer a quienes los persiguen cuando ellos venzan a los terrestres, y largarnos antes de que lleguen los SORO y los tandu!

Mientras su nave saltaba hacia el exterior, envió un mensaje al Krondorsfire.

—Que los Grandes Espíritus estén con vosotros...

122
STREAKER

—Hay un pequeño ordenador muy sofisticado que has tenido oculto todo este tiempo —comentó Tsh't.

—En realidad es de Tom —sonrió Gillian.

Los fines asintieron. Aquella explicación era suficiente.

Gillian dio las gracias a la máquina Niss por su rápida traducción al thenanio. La voz incorpórea susurró desde un cúmulo de chispas que flotaban junto a ella, danzando y arremolinándose en medio de la efervescencia de las burbujas del oxiagua.

—No puedo hacer nada más, Gillian Baskin —replicó—. Vosotros, unos cuantos terrestres perdidos, habéis acumulado, en el transcurso de los numerosos desastres, más datos que mis Maestros en el último milenio. Las lecciones sobre la elevación sólo serían de utilidad para los tymbrimi, siempre tan deseosos de aprender, incluso de los lobeznos.

La voz se desvaneció y las chispas desaparecieron antes de que Gillian pudiera responder.

—Gillian, el grupo de señales ya ha vuelto de los puntos de observación de babor —dijo Tsh't—. Los thenanios se han lanzado en persecución de nuestras sombras, pero regresarán. Cuando ocurra, ¿qué haremos?

Gillian sintió los temblores de la reacción adrenalínica. Más allá de este punto, no había planeado nada. Sólo había una cosa que deseara hacer fervientemente. Un único destino en todo el universo a donde anhelara dirigirse.

—Kithrup —susurró.

—¿Kithrup? —se preguntó a sí misma.

Miró a Tsh't, sabiendo cuál sería la respuesta que le daría y deseando que fuera otra.

—Hay una flotilla orbitando Kithrup en estos momentos —dijo Tsh't sacudiendo su satinada cabeza—. El combate ha terminado. Ya debe haber un vencedor de la gran batalla. Otro escuadrón se dirige hacia aquí a toda velocidad. Uno grande. No queremos que se acerquen demasiado y descubran nuestro camuflaje.

Gillian asintió. Su voz parecía no querer funcionar, pero ella forzó a las palabras para que salieran.

—Norte —dijo—. Hay que tomar la dirección del norte galáctico, Tsh't... hacia el punto de transferencia. A toda máquina. Cuando estemos lo bastante cerca, soltaremos al «Caballo Marino» y dejaremos este maldito infierno de Ifni con... con las cenizas de nuestra victoria.

Los delfines volvieron a sus puestos. El rugido de los motores empezó a adquirir fuerza.

Gillian nadó hasta un rincón oscuro del domo de cristal, a un lugar en donde había una grieta en el casco thenanio, a un lugar desde donde podría contemplar a las estrellas directamente.

El Streaker adquirió velocidad.

123
GALÁCTICOS

El destacamento tandu-soro acortaba distancias sobre la incrementada columna de fugitivos.

—Señora, una nave thenania con desperfectos se está acercando al punto de transferencia en una trayectoria de escape.

Krat se retorció en su cojín y dio un bufido.

—¿Y qué? Casualmente acabamos de abandonar un campo de batalla. Todos los bandos intentan evacuar a sus heridos. ¿Por qué me molestas cuando casi hemos concluido?

El pequeño pila, oficial de detección, regresó a su cubículo. Krat se incorporó para mirar sus pantallas.

Un pequeño escuadrón de thenanios se esforzaba por seguir en cabeza. Más adelante, en un ángulo del detector, unas chispas de la inconexa batalla mostraban que los vencedores todavía seguían en la brecha, a pesar de que tenían rodeada a su presa.

¿Y si se equivocan?, se preguntó Krat. Perseguimos a los thenanios, que persiguen a los supervivientes, que a su vez persiguen ¿a quién? Esos estúpidos se están persiguiendo unos a otros.

No tenía importancia. La mitad de la flota tandu-soro estaba orbitando Kithrup, de manera que, de una forma u otra, los terrestres estaban atrapados.

Ya nos ocuparemos de los tandu en un mejor momento, pensó, e iremos nosotros solos a encontrarnos con los antiguos.

—¡Señora! —gritó el pila estridentemente—. Hay una transmisión desde el punto de transferencia.

—Vuelve a molestarme con cosas sin importancia...

—bramó ella, doblando de modo amenazante su espolón nupcial. El pupilo la había molestado. ¡Se había atrevido a molestarla!

—¡Señora! ¡Es la nave de la Tierra! ¡Nos han engañado! ¡Se han burlado de nosotros!

¡Ellos...!

—¡Quiero verlo! —silbó Krat—. ¡Debe ser una trampa! ¡Quiero verlo ahora mismo!

El pila se marchó temblando hacia su puesto. En la pantalla principal de Krat apareció la holoimagen de un humano, y varios delfines. Por la forma de su cuerpo, Krat intuyó que era una mujer, probablemente la líder.

—...criaturas estúpidas que no merecen el nombre de «sofontes». Idiotas, presensitivos que han sido educados por inadecuados Maestros. Hemos escapado de toda vuestra potencia logística, riéndonos de vuestra ineptitud. Y ahora que tenemos una auténtica ventaja ¡ya nunca nos alcanzaréis! ¡Qué mejor prueba de que los Progenitores no os favorecen a vosotros, sino a nosotros! Qué mejor prueba...

Los improperios continuaban. Krat los escuchaba furiosa aunque saboreando, al mismo tiempo, su profesionalidad. Esos hombres son mejores de lo que yo creía. Sus insultos son vulgares y exagerados, pero tienen talento. Se merecen una muerte lenta y honorable.

—¡Señora! ¡Los tandu que nos acompañan están cambiando de rumbo! Sus otras naves están saliendo de Kithrup para dirigirse al punto de transferencia.

Krat silbó con desesperación.

—¡Seguidlos! ¡Seguidlos ahora mismo! ¡La caza continúa!

La tripulación volvió resignadamente a sus tareas. La nave de la Tierra estaba en buena posición para la huida. En el mejor de los casos, aquélla iba a ser una larga cacería.

Krat se dio cuenta de que no podría llegar a casa a tiempo de aparearse. Moriría lejos de allí.

En la pantalla, el hombre continuaba burlándose de ellos.

—¡Bibliotecario! —gritó—. No entiendo algunas de las palabras del hombre. ¡Averigua que significa ja-ja-ja en su bestial idioma de lobeznos!

124
TOM ORLEY

Sentado con las piernas cruzadas sobre una estera de juncos, a la sombra de una nave abatida, oía cómo el murmullo del volcán se reducía al silencio. Pensando en el hambre que sentía, escuchó los suaves y chapoteantes sonidos del interminable paisaje vegetal, hasta considerarlos como algo amablemente familiar. Los chapoteos constituían un fondo sonoro para su meditación.

Frente a él, sobre la estera, estaba la bomba de mensajes que nunca llegó a enviar. El objeto brillaba bajo los rayos del sol de aquel primer buen día, desde hacía semanas, en el hemisferio norte de Kithrup. La luz se reflejaba especialmente en los lugares donde el metal estaba algo abollado.

¿Dónde estás ahora?

Las superficiales olas marinas ondulaban la esterilla Flotaba en trance a través de diversos niveles de conciencia, como un viejo que hurgara en su desván, como un antiguo vagabundo que mirase sin curiosidad el paisaje a través de los cristales de una furgoneta.

¿Dónde estás, amor mío?

Recordó un haikú japonés del siglo XVIII del gran poeta Yosa Buson.

Caen las lluvias de primavera

Y empapan en el tejado

La pelota de trapo de un niño.

Contemplando las imágenes que se reflejaban en la superficie metálica de la esfera psi, escuchó los sonidos de la jungla, los sonidos de los animalillos que se escondían, del viento que silbaba entre las hojas mojadas.

¿Dónde ha ido esa parte de mí que se ha marchado?

Escuchó las lentas pulsaciones del mundo oceánico, contempló los dibujos en el metal, y al cabo de un rato, en los reflejos de los pliegues de la bomba, vio una imagen que iba hacia él.

Una forma corpulenta se acercaba a un lugar que era un no-lugar, una brillante oscuridad en el espacio. Mientras lo observaba, vio cómo se abría. El grueso caparazón se separó despacio, como la eclosión de un huevo. Los fragmentos cayeron y se alzó un delgado cilindro que recordaba un poco a una oruga. Alrededor de ella brillaba un halo, una capa de probabilidad que se solidificaba ante sus ojos.

No es una ilusión, concluyó. No puede serlo.

Se abrió a la imagen, aceptándola. Y desde la oruga le llegó un pensamiento.

Perales en flor

Y una mujer bajo la luz de la luna

Lee una carta...

Sus labios, aún heridos, le dolieron al sonreír. Otro haikú de Buson. Su mensaje contenía tan poca ambigüedad como era posible, dadas las circunstancias. De algún modo, ella había captado el poema y le ofrecía una respuesta.

Jill... emitió lo más fuerte que pudo.

La oruga, dentro de su capullo de estasis, se aproximaba a un gran agujero en el espacio. Cayó hacia el no-lugar, volviéndose transparente al hacerlo. Luego, desapareció.

Durante un buen rato, Tom permaneció sentado, in móvil, contemplando los reflejos en la bomba de metal que cambiaban lentamente a medida que transcurría la mañana.

Finalmente, pensó que no le haría ningún daño, ni a él ni al Universo, si empezaba a preocuparse por su supervivencia.

125
LA LANCHA

—Entre los dos, malditos masc, ¿no sois capaces de adivinar de qué está hablando?

Keepiru y Sah'ot miraron, los dos al mismo tiempo, a Hikahi. Después continuaron su discusión, sin responderle, inclinándose sobre Creideiki y tratando de descifrar las embarulladas instrucciones del capitán.

Hikahi levantó la vista al cielo y se dirigió a Toshio.

—¿Crees que piensan incluirme en sus sesiones? Después de todo, Creideiki y yo somos compañeros.

—Creideiki necesita los conocimientos lingüísticos de Sah'ot y la habilidad de Keepiru como piloto —respondió Toshio encogiéndose de hombros—. Pero ya has visto sus caras. Ahora mismo están a mitad de camino del Sueño Cetáceo. No podemos permitir que te ocurra lo mismo, ahora que estás cumpliendo las funciones de capitán.

—¡Bueno! —Dijo Hikahi poco convencida—. Supongo que has terminado el inventario, ¿verdad, Toshio?

—Sí, señor —asintió—. Ya he hecho una lista. Tenemos víveres suficientes para llegar al primer punto de transferencia, y resistir, al menos, hasta el siguiente. Desde luego, estamos en medio de ninguna parte, y es probable que necesitemos más de cinco saltos de transferencia para llegar a algún sitio civilizado. Nuestros mapas no son adecuados para ello, y los motores pueden fallar. Pocas naves del tamaño de la nuestra han logrado llegar a los puntos de transferencia con éxito. Aparte de eso, y del hacinamiento que vamos a tener que soportar todo está bien.

—No perdemos nada con intentarlo —suspiró Hikahi—. Al menosss, los galácticos se han marchado.

—Sí —asintió él—. Fue maravilloso cómo Gillian se burló de los ETs desde el punto de transferencia. Eso nos permitió saber que ellos lograron marcharse y nos quitó a los ETs de la espalda.

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