Marea oscura II: Desastre (40 page)

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Authors: Michael A. Stackpole

Tags: #Ciencia ficción

Podía hacer cientos de cosas que harían que el yuuzhan vong sufriera la peor de las agonías.

Puedo vengar a Chewie, vengar a Daeshara'cor, vengar al pueblo de Sernpidal. Aquí,
ahora, empezando por este guerrero yuuzhan vong.
Sonrió fríamente y saludó con la cabeza y de forma solemne a su enemigo.
Puedo demostrarle lo que sabe hacer un verdadero Jedi.

El yuuzhan vong avanzó casi con tranquilidad, haciendo girar su anfibastón.

Llegó a los pies de Daeshara'cor y ella gimió de dolor. Él la miró un instante y le lanzó el anfibastón hacia la garganta.

En una milésima de segundo, Anakin se dio cuenta de que un verdadero Jedi no debería pensar en qué hacer con el enemigo, sino en el mal que podía impedirle hacer. Utilizando la Fuerza, alzó el sable láser de Daeshara'cor lo suficiente como para rechazar el golpe del anfibastón. El arma del yuuzhan vong se clavó en la barandilla, destrozando los paneles.

El yuuzhan vong ya casi había sacado su arma de la pared cuando Anakin llegó hasta él. El rayo de energía violeta del sable láser se deslizó por debajo, llevándose por delante una rodilla. Cuando el guerrero yuuzhan vong comenzó a caer, el Jedi alzó su arma y se la hundió al alienígena entre cuello y hombro, rajándole el pecho. La armadura inerte aguantó un segundo o dos, pero se derritió.

El guerrero ensartado cayó al suelo, inerte.

Anakin se arrodilló junto a Daeshara'cor. Su carne verde había comenzado a adquirir un matiz lechoso, y él supo que aquello no iba a salir bien. Pulsó el intercomunicador.

—Equipo Doce, tenemos una baja.

—Te recibo, Doce. Vuelve a la gruta de ópalo y ve a la estación médica.

—A sus órdenes.

Anakin apagó su sable láser y el de ella. Se prendió el sable de la twi'leko en el cinturón y la alzó, apoyándola en su hombro. Echando una mirada atrás, y llamando a la Fuerza para ayudarle, Anakin llevó a Daeshara'cor hacia las profundidades de la ciudad ithoriana.
No sé si podremos salvar esto, pero espero que podamos salvarla a ella.

Traest Kre'fey se apartó de la imagen holográfica que reflejaba la batalla, cuando su oficial de escudos le llamó.

—¿Qué ocurre, comandante?

El bothan de piel color crema gruñó.

—El escudo de babor está al cinco por ciento. El siguiente impacto…

Algo colisionó con la cubierta del puente y desestabilizó la nave. Kre'fey perdió el equilibrio y cayó al suelo. Se puso en pie, apoyándose con las manos.

Al levantarse, se sacudió del cuerpo afilados pedazos de ferrocerámica, algunos de los cuales estaban ensangrentados. Le costó un momento darse cuenta de que lo que había golpeado el casco había conseguido desmantelar la cubierta interna del puente.
Si no me hubiera dado la vuelta..

Miró a la estación de comunicaciones y vio, temblando en el suelo, lo que quedaba del teniente Arr'yka.

—El oficial de comunicaciones ha caído. ¡Que alguien ocupe su puesto! ¿Cómo están los escudos?

Grai'tvo se quitó la manga de su uniforme y la utilizó para vendarse la herida de la cabeza.

—Los escudos se han apagado. Nos ha acertado un coralita. Era demasiado potente para nosotros.

Demasiado potente para nosotros…
Kre'fey gruñó una risotada.

—Sí, eso es, ésa es la solución.

Grai'tvo ladeó la cabeza.

—¿Almirante?

—A por las defensas yuuzhan vong —Kre'fey miró al oficial de armamento—. Quiero un cincuenta por ciento más en la potencia de disparo.

—Pero eso reducirá la cantidad de disparos.

—Lo sé, pero están generando vacíos débiles para nuestros disparos débiles.

Si variamos la estrategia serán nuestros —Kre'fey se giró hacia la estación de comunicaciones—. Ponme con el almirante Pellaeon. Borsk Fey'lya asintió y limpió la sangre del panel con la manga. —Realizando la llamada, esperando respuesta.

—Gracias, primo —Kre'fey se acercó a la estación—. ¿Estás seguro de que quieres estar aquí, teniendo en cuenta el peligro que corres? El líder de la Nueva República asintió solemnemente.

Mejor morir aquí que esperar ahí abajo a que los yuuzhan vong me encuentren.

Kre'fey sonrió y dio unas palmaditas a Fey'lya en el hombro.

—Si lo haces bien aquí, primo, ya no habrá más yuuzhan vong que temer.

Shedao Shai se movía por la jungla con sus tropas. Por encima de su cabeza, los transportes de soldados se elevaban de vuelta hacia el cielo en busca de refuerzos para el planeta, exceptuando el que hacía las veces de cuartel general en tierra. Las tropas de tierra consistían en una docena de chazrach por cada guerrero yuuzhan vong. Había dividido sus fuerzas en cuatro componentes. Un escuadrón se quedó en el cuartel general. Situó tríadas en cada flanco, sabiendo que serían suficiente para retrasar a cualquier enemigo al que se enfrentaran. Él lideraba un grupo de nueve, con una tríada al frente, otra de reserva y la central, en la que estaba él.

Su intención era realizar una mera misión de reconocimiento, porque sabía que no tenía tropas suficientes como para hacer nada tan pronto. El villip de su hombro izquierdo le susurraba al oído.

—Amo, ya hemos llegado a las instalaciones. Creo que querrá ver esto.

—Estoy de camino —en la voz de su explorador había percibido algo que le hizo replantearse su intención de limitarse a reconocer el edificio enemigo. No habían encontrado resistencia en el planeta, lo que le permitía imaginar que el enemigo caería con la presión suficiente. La batalla de Dantooine le había demostrado que no tenía por qué ser así, pero Elegos le había contado que los ithorianos eran pacifistas. Y
si ellos están aquí al mando..

Shedao Shai se abrió paso entre las tropas y echó a correr por la selva tropical en penumbra. Aunque sabía que su gente controlaba esa parte del planeta, y que no corría peligro, no podía quitarse de encima una sensación de hostilidad.

No, no es hostilidad, es sólo oposición. No nos quieren aquí. No nos odian, pero está claro que no nos quieren.

Por un breve instante albergó dudas respecto a la invasión. Los dioses les habían dado esta misión porque eran sus elegidos, pero ahí estaba él, en ese planeta, sintiéndose un extraño, un auténtico invasor. No llegó a cuestionarse si los Sacerdotes le habrían mentido, o si su misión era un error. En lugar de eso se preguntó si seguía los deseos de los dioses de manera adecuada, pero llegó a la conclusión de que la inquietud que sentía era por los medios que empleaba, no por los fines que perseguía.

Al poco llegó hasta donde estaba apostado el líder del escuadrón delantero, y se agazapó a su lado.

—Informe.

—Tenemos movimiento ahí —el guerrero yuuzhan vong señaló a un complejo de edificios blancos de ferrocemento. El edificio tenía tres pisos en terraza. Las torres que salían de la planta superior ofrecían un amplio descubierto, y había armas saliendo de las paredes y los ventanales—. Está defendido.

—No esperábamos menos.

—Está defendido por autómatas —la voz del guerrero se estremeció—. No nos respetan. Nos deshonran dejando que sus máquinas maten por ellos.

Shedao Shai se levantó y contempló desafiante el edificio que tenía enfrente.

Lo señaló, dejando que su tsaisi se deslizara por su mano y se pusiera rígido.

—Se burlan de nosotros. Se burlan de nuestros dioses. Vamos a destrozar sus juguetitos para que no les quede más remedio que enfrentarse a nosotros. Y, cuando lo hagan, les destrozaremos a ellos también.

Capítulo 33

Te recibo, gracias, Base Uno —Corran miró a los otros seis Jedi que le acompañaban—. Ya lo habéis oído. El general Dendo dice que han mordido el anzuelo. Gavin ha localizado la nave que les sirve de cuartel general. Montad.

Vamos para allá.

Corran, ataviado como los demás, con el uniforme negro de combate Jedi, se subió a una motojet que llevaba un baúl de aluminio pulido atado en la parte trasera. Pulsó el botón de encendido y sintió cómo rugía el motor. Una pequeña imagen holográfica de la jungla apareció entre ambos manillares, describiendo con llamativos colores los árboles de la jungla ocultos por la oscuridad.

Sonrió. Él podía sentir esos árboles con la Fuerza y esquivarlos.
Esta cosa me dirá dónde acechan los vong, la temperatura sanguínea de sus cuerpos delatará su presencia aunque estén escondidos.

Corran miró a su alrededor un momento, y sonrió a Jacen, oculto entre las sombras.

—¿Tú qué miras?

—El joven señaló al baúl.

—Ese baúl. Es un poco difícil no fijarse.

—¿Sí, verdad? —Corran asintió seguro—. Ése es precisamente el propósito de todo esto. Shedao Shai estará luchando, y con esto vamos a recordarle de nuevo los motivos por los que lucha.

A una orden de Shedao Shai, el batallón yuuzhan vong avanzó, saliendo de la jungla y corriendo a campo abierto hacia el edificio ithoriano. De las paredes comenzaron a salir disparos rojos, dardos de luz que iban en todas direcciones.

Los chazrach corrían alrededor de Shedao Shai, aullando y jadeando. Entre ellos se movían los guerreros yuuzhan vong, más altos y delgados que sus subordinados, avanzando en un mar de cabecitas.

El líder yuuzhan vong, que veía a sus tropas como siluetas a la luz del fuego enemigo, se puso al frente. Los dardos de energía explotaban en el pecho de los chazrach, amputaban miembros y hacían girar a los diminutos guerreros hasta que caían al suelo humeantes. Algunos de los heridos se lamentaban y se quejaban, otros luchaban por seguir avanzando. Shedao Shai no malgastó el tiempo administrando el golpe de gracia a los heridos graves, sino que les ofreció el honor de morir sufriendo para redimir su fracaso.

Aunque el fuego de los láseres era muy concentrado, los autómatas que controlaban las armas eran incapaces de cambiar de táctica según el desarrollo de la situación. Todas las variables que estaban preparados para asumir cambiaban constantemente, por lo que a cada segundo tenían que realizar nuevos cálculos y movimientos que imitaban de forma imperfecta los del enemigo vivo al que se enfrentaban. Cada máquina respondía a una velocidad diferente, por lo que a veces dejaban alguna zona al descubierto mientras otras zonas que dejaban de ser peligrosas, recibían una cobertura doble. Esclavas de su programación, las máquinas no podían prescindir de lo insignificante para concentrarse en lo importante.

Tal y como hacen las criaturas vivientes.
Shedao Shai vio que uno de sus guerreros caía y se llevaba la mano al costado. Le quitó el anfibastón a aquel cuerpo inerte y lo blandió por encima de su cabeza, lanzándose a la carga y dejándose llevar por la ira y la furia.

Los insectos de ataque de los yuuzhan vong llenaban el aire a su alrededor.

Algunos daban en el blanco y hacían explosión, derribando paredes, destruyendo parapetos electrónicos armados y reduciendo a los autómatas a restos chispeantes y miembros descoyuntados.

Un enemigo vivo seguiría luchando, pero estas cosas no.

Los chazrach escalaron el muro como un enjambre y corrieron por las rampas hacia el piso superior. De las torres surgían más disparos láser, aunque las armas no eran tan flexibles como para apuntar a las terrazas superiores.

Shedao Shai sonrió, porque una criatura viviente, una criatura inteligente, no habría pasado eso por alto.
Un auténtico guerrero empuñaría esas armas y dirigiría
esa energía letal hacia nosotros. Estos autómatas ni siquiera son tan inteligentes como las bestias.

Los insectos explosivos, apuntados con pericia, hicieron explotar la parte superior de una de las torres, arrancando un grito triunfal al líder yuuzhan vong. El sonido metálico de los anfibastones y las chispas que soltaban los coufees al cortar los cables se unieron en una sinfonía de destrucción. Hubo más explosiones en la noche, y una segunda torre cayó con tanta fuerza que todo el edificio retumbó hasta los cimientos.

Shedao Shai se vio a sí mismo gritando victorioso con los suyos, pero, de repente, se quedó en silencio. Dio un paso atrás, con una fría sensación de miedo atravesándole, mientras los guerreros yuuzhan vong y los chazrach entraban en el edificio. Algo no iba bien, y no se dio cuenta hasta que fue consciente de que la estructura ligera de una simple torre derrumbándose no tenía por qué hacer temblar un edificio entero.

No es una estructura permanente.
Miró de nuevo a su alrededor, con los ojos abiertos como platos, aterrorizado. A su alrededor había una orgía de destrucción. Los chazrach reducían a ceniza las consolas, y los paneles de circuitos eran arrancados de sus estructuras con los cables colgando comointestinos de colores. Hasta sus guerreros se apropiaron de cables y juntas para adornarse con reliquias de lo conquistado.

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