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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (89 page)

Nadia examinó la roca mellada del Gran Acantilado. Lo que en la distancia parecían flores eran en realidad enormes masas de cactos coralinos. Una corriente de agua parecía una escalera hecha de nenúfares. La pendiente irregular de roca roja ofrecía un paisaje desolado, surrealista, encantador.

Un repentino espasmo de miedo la atravesó: algo iría mal y ella moriría y ya no podría contemplar aquel mundo y su evolución. Un misil podía aparecer en el cielo violeta en cualquier momento; el refugio era un blanco ideal si algún comandante asustado del puerto espacial de Burroughs descubría su localización y decidía actuar por su cuenta. Estarían muertos en cuestión de minutos.

Pero así era la vida en Marte. Podían morir en cualquier momento como consecuencia de incontables sucesos adversos, como siempre. Apartó esos pensamientos y bajó las escaleras con Sax.

Quería ir a Burroughs para evaluar la situación, caminar entre los ciudadanos y ver que decían y hacían. A última hora del jueves le dijo a Sax:

—Vayamos a echar un vistazo. Pero al parecer era imposible.

—Todas las puertas están controladas —le informó Maya—. Y registran minuciosamente todos los trenes que llegan a la estación. Ocurre lo mismo con el metro que va al puerto espacial. La ciudad está cerrada. En realidad somos rehenes.

—Podemos seguir los acontecimientos a través de las pantallas —

observó Sax—. No importa.

Nadia accedió de mala gana.
Shikata ga nai.
Pero le desagradaba la situación, le parecía que se estaba acercando con rapidez a un punto muerto, al menos allí. Y le intrigaban enormemente las condiciones de Burroughs.

—Dime cómo van las cosas —le pidió a Maya por el enlace telefónico.

—Bien, ellos controlan las infraestructuras —dijo Maya—. La planta física, las puertas, todo. Pero no hay bastantes para obligar a la gente a quedarse en sus casas o ir a trabajar. Así que no saben qué hacer.

Nadia lo comprendía, porque tampoco ella sabía qué hacer. Los trenes llegaban con las tropas de las ciudades tienda que las habían entregado a los rebeldes. Y los recién llegados se unían a sus camaradas y recorrían la ciudad en grupos armados hasta los dientes que nadie se atrevía a molestar. Se alojaban en Branch Mesa, Double Decker Butte y Syrtis Negra, y sus líderes se reunían con cierta frecuencia en el cuartel general de la UNTA en la Montaña Mesa, pero no daban órdenes.

Reinaba la incertidumbre. Las oficinas de Praxis y Biotique en HuntMesa funcionaban como centro de información para todos ellos, divulgando las noticias de la Tierra y el resto de Marte mediante tablones de anuncios y pantallas gigantes en las calles. Esos medios, junto con Mangalavíd y otros canales privados, permitían que todos se mantuvieran bien informados sobre el curso de los acontecimientos. De cuando en cuando se producían grandes aglomeraciones de gente en los parques y bulevares, pero lo habitual era ver docenas de grupos pequeños en una especie de parálisis activa, algo a medio camino entre una huelga general y una crisis de rehenes. Todos se preguntaban qué ocurriría después. La población parecía animada, muchas tiendas y restaurantes continuaban abiertos y la gente que entrevistaban en ellos no parecía crispada.

Mirándolos mientras engullía algunos alimentos, Nadia sintió el irresistible deseo de estar allí, de hablar con la gente. Alrededor de las diez, y comprendiendo que no dormiría, volvió a llamar a Maya y le pidió que se pusiese las videogafas y saliese a dar un paseo por la ciudad. Maya, tan ansiosa como ella, si no más, la complació de buen grado.

Muy pronto Maya estaba fuera transmitiéndole lo que veía a Nadia, que aguardaba inquieta ante una pantalla en la sala de descanso de Du Martheray. Sax y otros acabaron mirando por encima de su hombro las imágenes oscilantes que Maya transmitía y escuchando sus comentarios.

Maya bajó a buen paso por el bulevar del Gran Acantilado hacia el valle central. Una vez allí, entre los vendedores ambulantes del extremo superior del Parque del Canal, aminoró el paso y miró lentamente alrededor para darle a Nadia una panorámica. La gente llenaba las calles, conversando, inmersos en una especie de atmósfera festiva. Cerca de Maya dos mujeres iniciaron una animada conversación sobre Sheffield. Unos recién llegados se acercaron a Maya y le preguntaron qué iba a ocurrir ahora, al parecer seguros de que ella lo sabría, «¡Sólo porque soy vieja!», comentó Maya con disgusto cuando se fueron. Nadia casi sonrió. Algunos jóvenes reconocieron a Maya y se acercaron a saludarla alegremente. Nadia observó ese encuentro desde el punto de vista de Maya, advirtiendo el encandilamiento de la gente. ¡De manera que así aparecía el mundo ante Maya! No era extraño entonces que se creyera tan especial, si la gente la miraba de ese modo, como si fuese una temible diosa salida de un mito...

Era turbador en más de un sentido. Nadia pensaba que su vieja compañera se arriesgaba a que la detuvieran y así se lo dijo. Pero la imagen osciló de un lado a otro cuando Maya sacudió la cabeza y dijo:

—¿Ves algún policía? Las fuerzas de seguridad se concentran en las puertas y estaciones y yo me mantengo alejada de ellos. Además, ¿para qué van a molestarse en detenerme si toda la ciudad está arrestada?

Siguió con la mirada un vehículo blindado que en ese momento circulaba por el bulevar y que no redujo la velocidad, como dándole la razón.

—Eso es para que sepamos que están armados —comentó Maya sombría.

Llegó hasta el Parque del Canal y luego tomó el sendero que llevaba a la Montaña Mesa. Hacía frío esa noche; las luces que reflejaba el canal revelaban que la superficie del agua estaba helándose. Pero si las fuerzas policiales habían pensado que eso desanimaría a los ciudadanos, se equivocaban. El parque estaba atestado y la gente seguía llegando. Se reunían en belvederes y cafés, o alrededor de unas grandes bobinas calefactoras anaranjadas. Y allá donde Maya mirara se veía gente dirigiéndose al parque. Había músicos tocando e individuos hablando a través de pequeños altavoces portátiles. Otros miraban las noticias en sus ordenadores de muñeca o en pantallas de atril.

—¡Reunión esta noche! —gritó alguien—. ¡Reunión en el lapso marciano!

—No estaba al corriente de esto —dijo Maya con aprensión—. Tiene que ser obra de Jackie.

Miró alrededor tan deprisa que las imágenes en la pantalla le dieron vértigo a Nadia. Había gente por todas partes. Sax fue a otra pantalla y llamó al piso franco de Burroughs en Hunt Mesa. Contestó Art, el único que quedaba allí. Jackie había convocado una manifestación multitudinaria en el lapso marciano; se había difundido por todos los medios de comunicación de la ciudad. Nirgal estaba con ella.

Nadia le transmitió todo esto a Maya, que maldijo con furia.

—¡La situación es demasiado volátil para una cosa así! Maldita sea esa mocosa.

Pero no podía hacer nada. Miles de personas llenaban los bulevares y afluían al Parque del Canal y a Princess Park, y cuando Maya miró alrededor alcanzaron a ver figuras diminutas en los bordes de las mesas y llenando los tubos peatonales sobre el parque.

—Los oradores hablarán desde Princess Park —dijo Art en la pantalla de Sax.

—Tienes que llegar allí, Maya —le dijo Nadia—, y deprisa. Tal vez puedas ayudar a controlar la situación.

Maya se puso en camino, y mientras se abría paso entre la multitud Nadia siguió hablando con ella, sugiriéndole lo que debía decir si tenía oportunidad de hablar. Las palabras le salían a borbotones, y cuando hizo una pausa para reflexionar Art intervino con sus sugerencias, hasta que Maya dijo:

—Un momento, un momento; ¿todo eso es cierto?

—No te preocupes de si es cierto o no —dijo Nadia.

—¡Que no me preocupe dices! —exclamó Maya en su muñeca—. ¡Que no me preocupe de si lo que digo a cien mil personas, a la población de dos mundos, es cierto!

—Nosotros haremos que sea cierto —dijo Nadia—. ¡Vamos, inténtalo! Maya echó a correr. Otros caminaban en la misma dirección que ella, subiendo por el Parque del Canal hacia la zona entre el Monte Ellis y la Montaña Mesa, y su cámara les transmitía imágenes oscilantes de nucas y algunos rostros encendidos de excitación que se volvían cuando ella gritaba pidiendo paso. Gritos y vítores se alzaban de la multitud, que cada vez era más apretada. Maya empujaba para abrirse paso. Muchos eran jóvenes mucho más altos que ella. Nadia fue a la pantalla de Sax para mirar las imágenes de Mangalavid, que alternaba entre la cámara instalada en el borde de un viejo pingo que dominaba Princess Park y enfocaba la tribuna de oradores y una cámara situada en uno de los puentes tubo. Los dos mostraban una muchedumbre inmensa; quizás unas ochenta mil personas, calculó Sax con la nariz a un centímetro de la pantalla, como si los estuviera contando uno a uno. Art se las arregló para conectar con Nadia y Maya al mismo tiempo, y ambos continuaron hablándole mientras Maya luchaba por avanzar entre la multitud.

Antar había terminado un breve pero incendiario discurso en árabe mientras Maya daba los últimos empujones, y Jackie hablaba en ese momento detrás de la hilera de micrófonos. Su voz, repetida y amplificada por infinidad de altavoces, flotaba en todas partes. Las frases eran recibidas con grandes aclamaciones que impedían a muchos oír lo que decía a continuación.

—... No permitiremos que utilicen Marte como un mundo de recambio... una clase dirigente responsable de la destrucción de la Tierra... ratas que abandonan el barco que se hunde... ¡organizarán el mismo caos en Marte si les dejamos!... ¡no sucederá! ¡Porque ahora estamos en un Marte libre! ¡Marte libre! ¡Marte libre!

Levantó el puño al cielo y la muchedumbre creciente rugió repitiendo las palabras al unísono:
¡Marte libre! ¡Marte libre! ¡Marte libre!

En medio de ese cántico, Nirgal subió a la plataforma y al verlo muchos empezaron a gritar
«Nirgal, Nirgal»
, y se produjo así un formidable contrapunto coral.

Cuando llegó al micrófono Nirgal agitó una mano pidiendo silencio, pero el auditorio siguió repitiendo su nombre y el entusiasmo vibró en esa gran voz colectiva, como si cada uno de los presentes fuese amigo personal de él y se sintiera enormemente complacido de reencontrarlo. Y eso no estaba demasiado lejos de la verdad, pensó Nadia, porque Nirgal había pasado buena parte de su vida viajando.

Los gritos fueron apagándose hasta reducirse a un vasto rumor sobre el cual el saludo de Nirgal se oyó sin dificultad. Mientras él hablaba, Maya siguió acercándose a la plataforma, ya más fácilmente porque la gente se había quedado quieta, aunque a veces también ella se detenía a escuchar y mirar a Nirgal y sólo se acordaba de avanzar cuando los vítores y aplausos coronaban muchas de sus frases.

El joven se expresaba en un tono cordial y tranquilo, lo que permitía escucharlo con facilidad.

—Para todos aquellos que hemos nacido en Marte —dijo— éste es nuestro hogar.

Tuvo que esperar casi un minuto a que se acallara el clamor de la multitud, en su mayoría nativos, observó Nadia.

—Nuestros cuerpos están constituidos por átomos que hasta no hace mucho formaban parte del regolito —prosiguió Nirgal—. Somos marcianos hasta la médula. Somos porciones vivas de Marte. Somos seres humanos que han asumido un compromiso permanente, biológico, con este planeta, que es nuestro hogar. Y nunca podremos regresar. —El bien conocido eslogan levantó otra oleada de ovaciones.

»En cuanto a aquellos que nacieron en la Tierra, bien, hay diferentes clases. Cuando la gente se traslada a un lugar nuevo, algunos intentan quedarse allí y hacer del lugar su hogar; éstos son los colonos. Otros vienen para trabajar un tiempo y luego regresar al lugar del que vinieron, y a éstos los llamamos visitantes o colonialistas.

»Los nativos y colonos somos aliados naturales. Después de todo los nativos no somos más que los hijos de los primeros colonos. Éste es el hogar de todos. En cuanto a los visitantes... también hay lugar para ellos en Marte. Cuando decimos que Marte es libre, no estamos diciendo que los terranos ya no podrán venir aquí. ¡En absoluto! Somos hijos de la Tierra de un modo u otro. Es nuestro mundo natal, y nos alegramos de ayudarlos cuanto podamos.

Este último comentario pareció sorprender a la multitud, que no respondió con el acostumbrado coro de aplausos.

—Pero lo cierto —continuó— es que lo que ocurre en Marte no debe ser decidido por los colonialistas ni por nadie en la Tierra. —Los gritos se elevaron, sofocando en parte lo que decía.—... una simple afirmación de nuestro deseo de autodeterminación... nuestro derecho natural... la fuerza motriz de la historia de la humanidad. Marte no es una colonia y no será tratado como tal. Ya no existe en Marte ninguna colonia. Marte es libre.

Las aclamaciones alcanzaron su mayor intensidad y brotó de nuevo el cántico:
¡Marte libre! ¡Marte libre!

Nirgal interrumpió el clamor.

—Como marcianos libres, intentamos recibir a todo terrano que quiera venir a nosotros. Ya sea para vivir aquí un tiempo y luego regresar o para instalarse permanentemente. Y tenemos intención además de hacer lo posible para ayudar a la Tierra en esta hora de crisis medioambiental. Tenemos bastante experiencia en inundaciones —risas— y podemos ayudarlos. Pero de ahora en adelante las metanacionales ya no serán las mediadoras en el intercambio del que sacan tajada. Nuestra ayuda será un regalo que beneficiará a los pobladores de la Tierra mucho más que cualquier cosa que hubieran podido arrancarnos como colonia. Y esto es así en el sentido literal de la suma de recursos y trabajo que serán transferidos de Marte a la Tierra. Confiamos en que la población de ambos mundos acogerá de buen grado el nacimiento de un Marte libre.

Retrocedió y agitó una mano, y los vítores y el cántico recomenzaron. Nirgal se quedó en la plataforma, sonriendo y saludando, complacido pero sin saber qué hacer.

Durante su intervención Maya había continuado avanzando poco a poco, y a través de sus videogafas Nadia vio que se encontraba al pie de la plataforma, entre la gente de la primera fila. Maya agitó los brazos repetidas veces, tapando la imagen; Nirgal lo advirtió y la miró.

Cuando descubrió a Maya, sonrió, se acercó a ella y la aupó a la plataforma. La llevó delante de los micrófonos y Nadia vio la imagen fugaz de la expresión de sorpresa y disgusto en la cara de Jackie Boone antes de que Maya se quitara las videogafas. La imagen de la pantalla osciló frenéticamente y terminó mostrando las planchas de la plataforma. Nadia soltó una maldición y corrió a la pantalla de Sax con el corazón en la boca. Sax seguía con las imágenes de Mangalavid, tomadas ahora desde el puente entre el Monte Ellis y la Montaña Mesa. Desde ese ángulo se veía el mar de gente que rodeaba el pingo y llenaba el valle central de la ciudad hasta el Parque del Canal. Debía de estar allí casi toda la población de Burroughs. En el estrado Jackie parecía estar gritándole a Nirgal al oído. Nirgal no le respondió y la dejó con la palabra en la boca. Maya se veía pequeña y vieja al lado de Jackie, pero su porte tenía la majestad de un águila, y cuando Nirgal se acercó a los micrófonos y dijo: «Tenemos con nosotros a Maya Toitovna», la aclamaron ruidosamente.

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