Mass effect. Ascensión (15 page)

Read Mass effect. Ascensión Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

Hendel colgó inmediatamente y, al tiempo que arrancaba a correr, vociferó:

—¡Abrir puerta!

Kahlee necesitó un segundo entero para reaccionar y salir tras él.

ONCE

—Ya casi hemos llegado —dijo Jiro para animarla—. Un poquito más y descansaremos.

Gillian se movía lentamente, daba pasos comedidos y avanzaban por el camino del atrio de la Academia Grissom. Tendría que haber previsto que ocurriría aquello. Los árboles y plantas la distraían; las hojas de mil formas distintas y el calidoscopio de colores que formaban las flores eran demasiado para que su percepción sensorial limitada lo procesara todo a la vez.

No había nadie más en el atrio; no era raro, porque la mayoría del personal y estudiantes estaban en clase. Pero los senderos que serpenteaban por el parque arbolado eran lugares populares para los que intentaban hacer algo de ejercicio corriendo en su tiempo libre. No quería empezar a darle la medicación y que un soldado de la Alianza fuera de servicio apareciera de improviso haciendo
footing
y le pillara con las manos en la masa. Hacía todo lo que podía para que la niña fuera más rápido, pero con cuidado de no tocarla ni mostrar nerviosismo para que no se sintiera mal.

—Podemos sentamos junto a la cascada. Venga, Gillian, que ya casi estamos.

El atrio era un bosque de unas dos hectáreas, construido cuidadosamente en el corazón de la estación espacial, para darles a los profesores y alumnos de la Academia un lugar donde comunicarse con la naturaleza. El techo de cristal estaba equipado con espejos ajustables que reflejaban la luz del sol de Elysium y la redirigían hacia los árboles, imitando la duración de los ciclos de día y noche y las estaciones tal y como ocurrían sobre el planeta.

La flora local componía la mayor parte de la vida del bosque, aunque también había algunas especies exóticas importadas de otros mundos colonizados por la Humanidad, esparcidos por el parque, todas en sus pequeños jardines especializados. También albergaba una población de insectos, aves y pequeños mamíferos originarios de Elysium, además de numerosas especies de peces que nadaban en los pequeños arroyos que recorrían el paisaje.

Los arroyos eran artificiales. El agua corría por ellos en un circuito continuo que empezaba y terminaba en un gran estanque, encima del montículo que se elevaba en el centro del parque. En su base había un pequeño claro donde el agua caía del estanque en una cascada artificial. Era un sitio popular para ir a merendar. A aquella hora temprana, sin embargo, Jiro sospechaba que el claro estaría vacío…, y estaba a una distancia segura de los senderos que usaban los corredores.

—Muy bien, Gillian —la animó cuando la niña se puso a andar de nuevo, moviendo la cabeza de un lado a otro, fascinada por el espectáculo que la rodeaba—. Ahora a la derecha —dijo al llegar a una bifurcación del camino.

El sol artificial era cálido y lo hacía sudar bajo la bata de laboratorio.

Gillian tropezó una vez de camino hacia la cascada; al contrario que los cuidados senderos de los corredores, el suelo en aquella parte estaba lleno de raíces que lo hacían áspero e irregular. Jiro extendió el brazo para agarrarle el codo y evitar que se cayera. Por suerte, la niña estaba concentrada observando lo que sería el equivalente de una ardilla de Elysium, que comía y miraba en su dirección desde la rama de un árbol. Gillian no pareció reaccionar ante el contacto.

Sin soltarle el codo, la empujó suavemente por el camino hasta que llegaron a su destino. Alrededor de los bordes del claro había media docena de bancos, dispuestos de manera que la caída de agua de más de cuatro metros fuera visible desde todos ellos. Jiro vio con alivio que los bancos estaban todos vacíos.

Aún faltaba más de una hora para la comida y no parecía probable que nadie apareciera por allí antes. De todos modos, no iba a arriesgarse más de lo debido. Aún agarrando a la niña por el codo, la guio hasta uno de los bancos que estaban a la sombra, la ayudó a sentarse, y la soltó del brazo.

Luego esperó y le dio tiempo para acostumbrarse a su nuevo entorno. Esperaba que el sonido dulce de la cascada la tranquilizara.

Unos minutes después, Gillian murmuró:

—¿Por qué me has traído aquí?

Jiro se dio cuenta de que la niña habría notado su prisa y buscó cuidadosamente las palabras para responderle. No quería que se asustara o se enfadara, mucho menos ahora que sabía de lo que era capaz.

—Tengo que comprobar tus lecturas, Gillian —dijo con tono profesional.

La niña frunció el ceño y Jiro notó que el corazón se le aceleraba.

—La señorita Sanders me las comprobó ayer.

—Ya sé que no te gusta, pero necesito comprobarlas de nuevo —explicó—. Por lo que pasó en el comedor.

Gillian se mordió el labio y finalmente asintió. Dejó caer la cabeza hacia adelante y le ofreció la nuca.

Jiro se sacó del bolsillo de la bata el botellín que le había dado Grayson y una jeringa larga.

—Puede que esto te duela un poquito —la avisó, llenando la jeringa.

Después de bajarle un poco el cuello de la camiseta, le pinchó con la aguja en la carne entre los hombros, apuntando con cuidado para que entrara entre dos vértebras.

Siguiendo las instrucciones de Cerberus, le había administrado una última dosis por vía oral, mezclándola con un vaso de agua que le había llevado a la habitación. Sin embargo, como parte del experimento que tenían en marcha, tenía que administrarle también dosis alternadas por inyección directa en el líquido cefalorraquídeo.

Gillian se quejó un poco cuando apretó con el pulgar en la jeringa.

Jiro no sabía exactamente qué tipo de drogas estaba recibiendo Gillian, pero imaginaba que era algún tipo de estimulante neurológico. La dosis anterior se habría diluido al pasar por su sistema digestivo, antes de que el sistema circulatorio la absorbiera y la transfiriera finalmente por la barrera hematoencefálica. Una inyección directamente en el líquido cefalorraquídeo, en cambio, tendría efectos más inmediatos, y más dramáticos.

—Todo listo —dijo sacando la aguja.

Gillian levantó de nuevo la cabeza y se quedó con la mirada fija en la cascada mientras se frotaba distraídamente con una mano la parte de la nuca en la que había recibido el pinchazo.

«Qué raro… Nunca había hecho eso».

—¿Te duele? —le preguntó.

La niña no respondió, pero dejó caer la mano a un lado, inerte e inútil.

—¿Gillian? ¿Qué te pasa?

La cabeza le cayó a un lado y los ojos se le pusieron en blanco. Se estremeció hasta ponerse a temblar y finalmente cayó de frente. Jiro consiguió detener su caída justo antes de que se golpeara la cabeza contra el suelo.

La puso de lado mientras sus extremidades se movían nerviosamente, poseídas por los espasmos de un ataque en toda regla.

—¡Dios mío! —gritó cuando la niña empezó a espumear.

Los pasos de Hendel retumbaron por el suelo de la residencia y llenaron el pasillo mientras corría hacia el atrio. Incluso mientras corría su mente intentaba evaluar la situación. «Puede que Jiro no sea quien pensábamos que era».

Lo que no quería decir necesariamente que fuera un enemigo, pero hasta que supiera lo que ocurría, Hendel tenía que asumir lo peor. Sin dejar de correr, desenfundó la pistola, sacándola del cinto con un movimiento rápido sin perder el ritmo. Dudó si pedir o no refuerzos y rápidamente decidió que no era buena idea. Jiro no sabía que le habían descubierto; Hendel no quería que nadie diera la alarma y lo avisara.

«¿Para qué habrá llevado a Gillian al atrio?».

No sabía qué conexión tenía Jiro con Gillian, ni si era responsable de algún modo de lo ocurrido en el comedor, pero lo descubriría muy pronto…, costara lo que costara.

Hendel tomó la esquina golpeando la pared y absorbió el impacto con su cintura y hombros para no perder velocidad.

«Demasiada gente en el ala de cuarentena. Quería privacidad. Pero ¿para qué?».

Dobló otra esquina, cruzó una pequeña sala a la carrera y tomó el pasillo a su izquierda, que daba a la serenidad boscosa del atrio. Si Jiro buscaba privacidad, tendría que llevar a Gillian a un sitio lejos de los senderos. Pero no podía meterla en el bosque: cada vez que chocara con una rama le daría un ataque.

«El claro de la cascada».

Acompañado de Gillian, Jiro tendría que permanecer en los senderos, siguiendo el camino largo y tortuoso que llegaba finalmente al claro. Hendel no tenía que preocuparse de ello. Confiando en su sentido de la orientación, salió del camino y penetró en el bosque creando su propio atajo.

Las ramas le golpeaban la cara y le rasgaban la ropa. Apartó de un manotazo la rama áspera de un abeto de Elysium, pero lo único que logró fue que volviera disparada contra él, le rascara la mejilla y le dejara varios surcos rojos.

Hendel simplemente ignoró el dolor y cargó hacia adelante hasta que apareció en el claro. Jiro estaba arrodillado en el suelo, sobre el cuerpo de Gillian.

—¡Apártate de ella! —chilló Hendel, apuntando al joven científico con su pistola.

Jiro levantó una mirada de miedo y confusión.

—¡Apártate y da un paso atrás!

Jiro hizo lo que le ordenaban y se movió lentamente con las manos en alto.

—No sé qué ha pasado. Le ha dado un ataque de repente.

Hendel se arriesgó a lanzar una mirada rápida a Gillian, que se convulsionaba en el suelo.

—Ahí —dijo, haciendo un gesto con el arma—. Al suelo. Boca abajo. No te muevas.

Jiro obedeció las instrucciones con rapidez. Cuando estuvo en posición, Hendel se adelantó y se arrodilló junto a Gillian, completamente concentrado en ella.

Cuando osó mover un poco la cabeza, Jiro vio al jefe de seguridad acurrucado junto a la niña inconsciente. Lentamente y sin hacer ruido, bajó la mano hasta llegar a la pistola aturdidora que llevaba en el cinturón. Cuando Hendel dejó su arma sobre la hierba para comprobar los signos vitales de Gillian, Jiro apuntó con la pistola aturdidora y disparó.

El disparo alcanzó al jefe de seguridad entre los omóplatos y lo hizo arquearse con un grito, antes de caer de frente sobre el cuerpo de la niña.

Jiro se apresuró a ponerse en pie, se abalanzó sobre el arma de Hendel e intentó recogerla con la mano izquierda mientras seguía empuñando su pistola aturdidora con la derecha. Cuando tomaba la culata con los dedos, el jefe de segundad alargó el brazo y le agarró por la muñeca.

Jiro dejó escapar un alarido de sorpresa e intentó escapar. Hendel no lo soltó. Estaba desorientado, pero todavía consciente de algún modo, incluso después del impacto directo de una corriente eléctrica de cien mil voltios, y le retorció la muñeca hasta hacerle soltar la pistola.

El joven científico lanzó una patada hacia su oponente caído. El primer impacto lo alcanzó en las costillas, haciendo que el hombre gruñera de dolor y se revolviera soltando a Jiro. Una segunda patada lo impactó en el estómago, pero Hendel se las arregló para agarrar a Jiro por una pierna.

Al perder el equilibrio, Jiro cayó al suelo. Hendel se arrojó sobre él sin perder un instante. La lucha fue breve, pero el forcejeo les llevó rodando lejos de Gillian. El jefe de segundad era más grande, más fuerte y estaba mejor entrenado. Pero Jiro aún conservaba su pistola aturdidora.

La apretó contra las costillas de su adversario; Jiro disparó de nuevo, justo cuando Hendel le daba un fuerte codazo en la cabeza.

Jiro se recuperó primero y, tambaleándose, se puso en pie. Mientras se esforzaba por mantener el equilibrio vio que Hendel, por increíble que pareciera, tenía problemas para levantarse. El joven conservaba su pistola aturdidora, la usó por tercera vez y vació completamente la batería. Hendel cayó de frente y se quedó inmóvil.

Como no quería arriesgarse a que su enemigo no estuviera completamente fuera de combate, Jiro se dio la vuelta y escapó corriendo entre los árboles. Después de tirar a un lado su pistola, ya inutilizada, corrió por el bosque a trompicones, con paso irregular, intentando deshacerse de los efectos del codazo en la cabeza.

Kahlee notó cómo le quemaban los pulmones al entrar en el atrio. Había intentado seguir el ritmo de Hendel en la carrera desde su oficina, pero cada una de las poderosas y largas zancadas del jefe de seguridad la había ido dejando más y más lejos. En pocos segundos lo había perdido de vista y al minuto ya no oía ni el eco de sus pasos.

La mujer había corrido por pasillos y escaleras hasta llegar al atrio…, y ahora no sabía por dónde seguir. Decidió detenerse y esperar, tanto para recuperar el aliento como para decidir qué hacer.

Podía pedir refuerzos; en la entrada al atrio había un botón de emergencia. Pero si Hendel, que era el jefe de seguridad, hubiera querido refuerzos los habría convocado él mismo.

«Lo más probable es que le estés dando demasiada importancia a esto —se dijo—. Lo único que sabes es que Jiro te ha mentido. Puede que te dé rabia, pero no quiere decir que tengas que llamar a seguridad por ello».

Frustrada por la inactividad, caminaba de un lado a otro sin encontrar un plan útil. Podía ir a buscarlos, pero había muchos caminos y senderos; no sería difícil que escogiera el que no era y no los encontrara nunca. En cambio, sólo había una entrada al atrio, o sea que mientras se quedara allí era sólo cuestión de tiempo que acudieran ellos.

«Y cuando aparezcan, ¡alguien me va a dar unas cuantas respuestas!».

Hendel no se sentía el cuerpo. No sabía si estaba dormido, despierto, vivo o muerto. Su mente era un caldero hirviente de pensamientos y sensaciones incoherentes sin conexión alguna. Y luego, burbujeando hasta la superficie, apareció una imagen clara.

«Gillian».

Inspiró profundamente y aguantó el aire dentro durante tres segundos antes de espirar poco a poco. Fue un acto puramente instintivo, un ejercicio para calmarse y concentrar la mente, un hábito arraigado durante años de entrenamiento biótico. Una segunda inspiración profunda hizo que el mundo se detuviera a su alrededor y las piezas fragmentadas de su conciencia se pusieran en posición.

Estaba cabeza abajo en el suelo. El ácido láctico le ardía en todos y cada uno de los músculos del cuerpo.

«Te ha disparado con una pistola aturdidora. Ese hijo de puta te ha disparado con una pistola aturdidora».

Estaba agotado. Necesitaba descansar. Era lo único que podía hacer.

Other books

The Last Romanov by Dora Levy Mossanen
The Truth About You & Me by Amanda Grace
An Indecent Marriage by Malek, Doreen Owens
The Fourth Star by Greg Jaffe
Being Hartley by Rushby, Allison
Sisters of the Heart - 03 - Forgiven by Shelley Shepard Gray
Bed of Roses by Nora Roberts