Mass effect. Ascensión (18 page)

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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

Al llegar a la habitación, Grayson se detuvo y levantó lentamente la mano para cubrirse la boca ante la imagen de la niña tendida en la cama y conectada a media docena de máquinas.

—Oh, Gigi —susurró, con un dolor en la voz que hizo que a Kahlee le diera un vuelco el corazón—. ¿Para qué son todas esas máquinas? —preguntó luego con voz temblorosa.

—Son para seguir su evolución —explicó Kahlee, intentando dar a su voz un tono profesional de optimismo—. Para estar al tanto de lo que le pasa.

Grayson entró en la habitación, se movía lentamente, como si estuviera bajo el agua. Una vez junto a la cama, se arrodilló y alargó la mano, aunque no la puso sobre su frente, sino sobre las sábanas, justo al lado del hombro.

—Oh, Gigi… ¿Qué te han hecho? —murmuró.

Ante el sonido de su voz, Gillian parpadeó y abrió los ojos, al tiempo que se giraba hacia él.

—Papi —dijo con voz débil, pero claramente contenta de verle.

Hendel y Kahlee se quedaron atrás, para que se tomara su tiempo con su hija.

—Me han dicho lo que ha pasado —le dijo él—. Tenía mucho miedo.

—No pasa nada —le aseguró la pequeña y alargó los dedos para acariciarle la mano—. Estoy bien, ahora.

Era difícil decir cuál de los adultos se quedó más atónito ante aquel simple gesto. En todos los años que Gillian había pasado en la Academia Grissom, Kahlee no la había visto nunca iniciar ningún tipo de contacto físico con otra persona. La misma Gillian parecía no haberse dado cuenta de su reacción. Simplemente dejó caer la mano y cerró los ojos.

—Estoy cansada —murmuró—. Quiero dormir.

Unos segundos más tarde roncaba suavemente. Grayson la miró durante largo rato antes de ponerse en pie y girarse hacia ellos. Un silencio incómodo se extendió por la habitación.

Kahlee lo rompió diciendo:

—Los médicos dicen que se va a recuperar completamente. Sólo quieren que se quede unos días aquí para hacer el seguimiento. Por su enfermedad.

—¿Ha dicho que el doctor Toshiwa le ha hecho esto?

A Grayson se le había iluminado la cara cuando Gillian le había acariciado la mano. Ahora, sin embargo, su expresión era de una ira oscura apenas contenida.

Con la cabeza, Kahlee hizo una señal hacia la puerta para indicar que sería mejor continuar la conversación fuera y no estorbar el sueño de la pequeña. Los dos hombres entendieron el mensaje y el grupo se trasladó al pasillo, donde Gillian no podía oírlos. La doctora se dio cuenta de que tanto Hendel como Grayson se detuvieron un paso antes de tomar la esquina, para evitar perder de vista la habitación.

—Jiro estaba haciendo un tipo de experimento no autorizado con ella —explicó Hendel, retomando el hilo de la conversación donde lo habían dejado—. Lo tenemos bajo custodia.

Grayson asintió ligeramente.

—Bien.

—Trabajaba para un grupo llamado Cerberus —dijo Hendel de improviso, disparando las palabras con rapidez.

Kahlee se dio cuenta de que buscaba provocar una reacción.

—¿Cerberus? —dijo Grayson confuso, torciendo la cabeza.

—Un grupo terrorista radical pro-humano —contestó Hendel—. Con mucho dinero. Creemos que se infiltró en el Proyecto Ascensión para estar cerca de Gillian.

—No había oído nunca hablar de ellos. ¿Trabajaba solo?

Hendel dudó antes de responder y Kahlee temió que fuera a intentar alguna otra treta con Grayson. Para alivio de la investigadora, el jefe de seguridad respondió con total honestidad.

—Todavía no lo sabemos. Los interrogatorios llevan tiempo. Está dando información poco a poco. Imagino que cree que puede negociar un acuerdo mejor respecto al tiempo de condena si se guarda algo.

—Tendrían que intentar la tortura en vez de la negociación.

La voz de Grayson era fría y monótona, pero su cólera era inconfundible. Era la ira primaria de un padre defendiendo a su única hija.

—La Alianza no hace las cosas así —le dijo Kahlee.

—No tardaremos en obtener respuestas —añadió Hendel, aunque Kahlee no estaba segura de si lo decía para consolarlo o para amenazarlo.

Grayson empezó a andar arriba y abajo por el pasillo del hospital, mientras se rascaba la barba incipiente con una mano.

—O sea que podría ser que hubiera más de esos agentes de Cerberus trabajando en las instalaciones.

—Es muy poco probable —le aseguró Hendel—. Tuve algunos encuentros con Cerberus durante mis años en la Alianza. Sé algunas cosas sobre sus métodos. Sus agentes encubiertos tienden a trabajar solos.

—Pero no está seguro —insistió Grayson y se detuvo directamente frente a él—. El doctor Toshiwa trabajó aquí durante años, y usted no tenía ni idea de que era uno de ellos.

El jefe de seguridad no contestó, pero movió los pies como si se sintiera incómodo.

—Cualquiera podría estar trabajando para ellos. Otro investigador. Un maestro. Una de las enfermeras. ¡Incluso usted!

Para subrayar la acusación, le plantó el dedo en el pecho mientras gritaba la última frase. Hendel se encrespó, pero no dijo nada. Kahlee dio un paso adelante, tomó a Grayson de la muñeca y le bajó suavemente la mano.

—Hendel le salvó la vida a Gillian —le recordó.

El padre dejó caer la cabeza, avergonzado.

—Lo había olvidado. Lo siento.

Levantó de nuevo la mirada y extendió la mano.

—Gracias, jefe Mitra.

Hendel se la estrechó sin decir palabra.

—Aprecio mucho lo que han hecho por Gillian —dijo Grayson, con voz más formal—. No sólo ahora, sino en todos los años que ha pasado en la Academia. Y estoy muy agradecido de que se le concediera la oportunidad de formar parte del Proyecto Ascensión, pero después de todo esto no puedo dejar que siga aquí. Necesita volver conmigo. Esa es la única manera de asegurarme que estará a salvo.

Kahlee asintió.

—Sentimos mucho tener que despedirnos de ella, señor Grayson, pero comprendemos perfectamente su decisión. Le buscaremos un sitio para que se aloje hasta que Gillian esté a punto para el viaje.

—Creo que no me ha entendido —dijo Grayson, sacudiendo la cabeza—. Me voy. Ahora. Y me voy a llevar a mi hija conmigo.

—Lo… Lo siento, señor —respondió Kahlee, momentáneamente desorientada—, pero eso no es posible. Necesita atención médica. Hasta que le den el alta…

—Ha dicho que no había ningún problema físico —protestó él, cortándola.

—Pero todavía está muy débil después de todo lo que ha ocurrido —contraatacó Hendel, levantando la voz—. Los bióticos necesitan ingerir una gran cantidad de calorías para…

—Tengo comida en la nave.

—Y en su caso necesita una dieta especialmente equilibrada —recalcó Hendel.

—¡Prefiero que se pierda un par de comidas óptimamente nutricionales antes que tener que dejarla aquí! —gritó Grayson, hirviendo de indignación—. La última vez que estuvo en este hospital, ¡alguien intentó matarla!

Kahlee levantó la mano para cortar a Hendel antes de que respondiera.

—Nos aseguraremos de que haya alguien vigilando en su puerta a todas horas —le aseguró a Grayson.

—¿Y si el guardia trabaja para ese grupo de Cerberus? —replicó él—. ¿Y las enfermeras que controlan las máquinas? ¿O la gente que le prepara la comida? ¿¡Cómo va a estar segura aquí!?

—¡No va a estar segura en ningún sitio! —gritó Hendel—. ¿Tiene usted alguna idea de a qué nos enfrentamos? Cerberus tiene agentes en todos los mundos y colonias de la Alianza. Tienen gente infiltrada en todos los niveles del gobierno y el ejército. ¡Si se la lleva de aquí, los encontrarán!

—¡Maldita sea, Hendel! —chilló Kahlee y le dio un manotazo en el hombro para que se callara.

El jefe de seguridad le lanzó una mirada airada, pero dejó de hablar al ver la expresión de su compañera.

—Puede ir a decirle a Gillian que se van —le sugirió a Grayson—. Nosotros buscaremos a alguien que pueda desconectarla de las máquinas.

—Gracias —respondió Grayson, asintió brevemente y se dio la vuelta para volver a la habitación de su hija.

Kahlee esperó hasta que el hombre hubo desaparecido tras la puerta para volverse hacia Hendel.

—¿¡Pero que te pasa!? —le preguntó—. ¿De verdad pensabas que le ibas a meter miedo y dejaría que Gillian se quedara?

—Tendría que tener miedo —respondió el jefe de seguridad—. Cerberus es peligroso. No puedes dejar que se vayan.

—No tenemos otra opción —le dijo ella—. Gillian no es nuestra prisionera. Si su padre quiere llevársela, no podemos detenerlo.

—Pues tenemos que hacer que espere —insistió—, al menos hasta que Jiro nos haya contado más cosas.

—¿Y cuánto crees que va a tardar eso? —preguntó ella, incrédula—. ¿Una hora? ¿Un día?

—Ese mocoso no era el cerebro de la operación —le dijo Hendel—. Tenemos que tener a Grayson cerca hasta que descubramos quién le estaba pasando a Jiro sus órdenes.

—No me dirás que crees que está implicado en todo esto… —preguntó ella con incredulidad.

—Me da malas vibraciones —respondió el jefe de segundad—. Hay algo raro en ese tipo. Y aunque no trabaje para Cerberus, no deja de ser un drogadicto. No voy a dejar a Gillian a su cargo así como así.

Conocía a Hendel lo bastante como para saber que no iba a darse por vencido. También sabía que Grayson temía por la vida de su hija y no iba a dejar que Hendel le intimidara. Si no encontraba una solución, aquello terminaría mal. Buscaba desesperadamente una salida y saltaba de idea en idea sin pausa. Como si necesitara aún más presión, vio entonces salir de la habitación a Grayson y a Gillian, aún con la bata del hospital. Fue entonces cuando un plan alocado apareció en su mente.

A Grayson le retumbaba el corazón mientras esperaba a que una enfermera acudiera a desconectar las máquinas que controlaban el estado de Gillian. Había representado bien su papel hasta aquel punto, pero sabía que sólo era cuestión de tiempo que los interrogadores de la Alianza le sacaran a Jiro el nombre de su contacto. Tendría que estar lo más lejos posible de la estación cuando eso ocurriera. Nervioso, empezó a caminar arriba y abajo por la habitación.

«La enfermera no viene. El jefe de seguridad sabe que escondes algo. Está jugando contigo. No tienes tiempo».

Se giró con velocidad, cambió de dirección y se acercó a la cama para susurrarle a Gillian:

—Vamos, Gigi. Despierta, cariño. Es hora de irse.

La niña se revolvió y se puso erguida, ojerosa y todavía medio dormida.

—¿Adónde vamos?

Grayson no respondió, sino que se giró hacia las máquinas. No parecía que fuera muy complicado.

—Tenemos que irnos rápido, Gigi —le dijo a su hija—. Voy a desconectar las máquinas, ¿vale?

La niña pareció preocupada, reproduciendo en su expresión la misma ansiedad que él sentía, pero asintió con la cabeza. Sólo le llevó un minuto desconectarla: no tuvo más que quitarle unos pocos y simples electrodos que tenía pegados en la cabeza, un monitor que llevaba en la nuca y otro del abdomen. La niña se estremecía cada vez que la tocaba sobre la piel y ponía una mueca de disgusto. Parecía que habían pasado siglos desde aquel momento en que le había acariciado la mano voluntariamente.

—Ya está —dijo cuando terminó.

Después de una búsqueda alocada por la habitación, encontró un par de sandalias en la esquina, que recogió y puso en el suelo junto a la cama.

—Ponte las zapatillas. Venga, rápido.

Gillian hizo lo que su padre le decía y en unos pocos segundos ya estaban en el pasillo. No habían avanzado más de dos o tres metros, cuando Grayson notó una mano que le caía pesadamente sobre el hombro, con tanta fuerza que lo hizo estremecerse.

Al darse la vuelta, no le sorprendió encontrarse con que era Hendel quien lo había parado. Kahlee estaba detrás del fornido jefe de seguridad, lanzándole una mirada confusa y llena de incertidumbre.

—Le hemos dicho que esperara a la enfermera —dijo Hendel con voz airada.

Grayson se quitó la mano de encima con un gesto.

—Cada segundo que permanecemos aquí es un segundo más que Gillian está en peligro. Ya estoy harto de esperar.

—¿Adónde piensa ir? —le retó Hendel—. ¿Adónde cree que puede llevarla para mantenerla fuera del alcance de Cerberus?

—Conozco a gente en los sistemas Terminus —respondió rápidamente, sabiendo que tenía que contarles algo—. Gente en quien confío.

—¿Ah, sí? ¿Traficantes de arena?

En vez de responder, Grayson simplemente se dio la vuelta. Hendel lo agarró de la camisa, lo forzó a girarse y lo empujó contra la pared. Inmovilizado, Grayson vio cómo Gillian observaba el enfrentamiento con una mirada de puro terror.

—¡Espera! —dijo Kahlee, intentando separados—. ¿Y si los acompañamos?

Ambos hombres la miraron como si estuviera loca.

—Lo que usted quiere es sacar a Gillian de aquí —dijo hacia Grayson, hablaba tan rápidamente como podía—. ¿Y si los acompañamos? Yo puedo hacer el seguimiento de los implantes de Gillian y Hendel tiene formación médica básica.

Ninguno de los hombres contestó, pero Hendel soltó a Grayson y dio un paso atrás.

—Para escapar de un grupo terrorista va a necesitar toda la ayuda que pueda —añadió Kahlee.

—¿Cómo sé que puedo confiar en vosotros? —preguntó Grayson, en tono cauteloso.

—Hendel ya le ha salvado la vida a Gillian una vez —le recordó Kahlee—. Y yo…, me temo que en mi caso tendrá que confiar en su instinto.

Grayson asintió y calculó las posibilidades de aquella propuesta inesperada. No era la situación ideal, pero cada segundo que permaneciera en la estación lo acercaba más al momento de ser descubierto. Lo único que tenía que hacer era salir de la Academia y luego podría ocuparse de los dos como fuera necesario.

Pero primero tenía que hacer su papel.

—¿Sabéis lo que esto significa? Vais a perder vuestros trabajos.

Kahlee cambió una mirada con Hendel y se giró hada Grayson para asentir con solemnidad.

—De acuerdo. Podéis acompañarnos —dijo—. Pero tenemos que salir enseguida y sin decirle a nadie adónde vamos. Si hay más agentes de Cerberus en la Academia no quiero darles ninguna oportunidad de perseguimos.

—Muy bien —aceptó Kahlee y se giró hacia Hendel—. ¿Estás con nosotros?

El jefe de seguridad dudó un instante antes de responder.

—Parece que no tengo muchas más opciones, si quiero vigilar a Gillian —dijo, mirando fijamente a Grayson—. Voy con vosotros.

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