Medianoche (12 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Yo sabía que se equivocaba respecto a Lucas, pero también era consciente de que no había pasado tanto tiempo a su lado para conocerlo a fondo.

¿Por qué había empezado Lucas a criticar a mis padres? La única vez que nos había visto a todos juntos había sido en el cine y ellos se habían mostrado cordiales y afectuosos. Lucas había dicho que se guiaba por mi patético intento de fuga del primer día de clase, pero no sabía si creerle. Si tenía algún problema con mis padres, era obvio que se lo había inventado él por alguna extraña y paranoica razón con la que yo no quería tener nada que ver.

Posibles explicaciones acudieron a mi mente sin ser invitadas. Tal vez había tenido una novia antes de mí, por Europa, una chica elegante y sofisticada que había viajado alrededor del mundo, cuyos padres habían sido unos pedantes y se habían comportado injustamente con él. Quizá le habían cerrado la puerta en las narices, o incluso le habían prohibido volver a ver a su hija nunca más, y por eso ahora estaba escarmentado y no confiaba en nadie.

La historia que había acabado de inventarme no me ayudó en lo más mínimo. Primero: me hizo sentir mal por Lucas, como si comprendiera por qué se había comportado de ese modo tan extraño cuando él no era así en realidad. Y segundo: me hizo sentir insegura al compararme con una teórica novia europea y sofisticada… ¿Y qué hay más patético que sentirse amenazada por una persona que ni siquiera existe?

Creo que hasta ese momento, hasta separarnos y tener razones de peso para mantenerme alejada de él, no comprendí lo importante que Lucas era para mí. La clase de Química, la única a la que íbamos juntos, era una hora de tortura diaria. Era como si lo sintiera cerca de mí igual que se siente el calor que desprende el fuego de un hogar en una habitación fría. Sin embargo, no me dirigí a él en ningún momento, y él hizo otro tanto, respetando el silencio que yo había impuesto y que mantenía. Me resultaba imposible imaginar que él estuviera sufriendo más que yo. La lógica dictaba que lo mejor para mí era alejarme de él, pero la lógica me importaba bien poco. Lo echaba de menos a todas horas y daba la impresión de que, cuanto más me decía que lo dejara en paz, más deseaba estar con él.

¿Se sentiría él igual? No tenía ni idea; lo único que sabía era que se equivocaba respecto a mis padres.

—¿Cómo estás, Bianca? —me preguntó mi madre con ternura, mientras aclarábamos los platos de la cena del domingo.

No había dormido bien, apenas había probado bocado y lo único que me apetecía era esconder la cabeza debajo de una manta los siguientes dos años más o menos. Sin embargo, por primera vez en mi vida no tenía ganas de compartir mis preocupaciones con ellos. Eran sus profesores y no sería justo para él que les contara lo que Lucas opinaba de ellos. Además, hablar del hecho de que Lucas y yo al parecer habíamos acabado incluso antes de empezar solo habría conseguido ahondar en la herida.

—Estoy bien.

Mis padres intercambiaron una mirada. Sabían que estaba mintiendo, pero no me presionaron.

—¿Sabes qué? No hace falta que te vuelvas ya a tu habitación —dijo mi padre, dirigiéndose hacia el equipo de música.

—¿De verdad?

Por lo general, según las normas de la cena de los domingos, debía regresar a mi dormitorio para ponerme a estudiar poco después de acabar de cenar.

—La noche está despejada y se me ha ocurrido que tal vez te gustaría echar una ojeada por el telescopio. Además, estaba a punto de poner Frank Sinatra y sé lo que te gusta la voz.


Fly Me to the Moon
—le pedí, y al cabo de escasos segundos Frank cantaba para nosotros.

Les enseñé la galaxia de Andrómeda. Les pedí que primero buscaran Pegaso en el firmamento y que luego se dirigieran hacia el noreste hasta que toparan con el suave y difuso resplandor de un billón de estrellas lejanas. Después de eso, pasé un buen rato paseándome por el cosmos y saludando a las estrellas conocidas como a mis viejas amigas.

Al día siguiente, vi a Lucas en el pasillo de camino a la clase de Historia en el mismo momento en que él me vio a mí. La luz tamizada por los cristales de la vidriera lo bañaba con los colores del otoño, y pensé que nunca había estado tan guapo.

Sin embargo, cuando nuestras miradas se encontraron, el momento perdió toda su belleza. Lucas parecía resentido, y tan desorientado y desamparado como yo desde la pelea del restaurante, que por un angustioso momento me sentí responsable de su desdicha. Sin embargo, en sus ojos también adiviné el sentimiento de culpabilidad, aunque enseguida apretó la mandíbula y dio media vuelta, con los hombros ligeramente vencidos. Segundos después, había desaparecido entre la marea de uniformes, una persona invisible más de Medianoche.

Tal vez estuviera repitiéndose una vez más que lo mejor era mantenerse alejado de la gente. Recordé cómo se había comportado estando juntos, mucho más relajado y feliz, más libre, y la idea de que yo hubiera podido obligarle a apartarse de los demás se me hizo insoportable.

—Lucas está de un bajón que no veas —me informó Vic ese mismo día, cuando nos topamos en la escalera un poco después. Por una vez en su vida, Vic iba vestido de manera formal, al menos de los tobillos para arriba porque las deportivas rojas de bota que llevaba en los pies definitivamente no formaban parte del uniforme—. Vale, de todos modos el tío siempre ha tenido sus rollos raros, pero es que está raro que te cagas. Superraro. Megarraro. Rarito extremo.

Vic hizo una cruz con los brazos para dibujar la «x» de extremo.

—¿Te ha enviado para que defiendas su caso? —dije, con intención de parecer desenfadada, aunque creo que no me salió muy bien; tenía la voz tan carrasposa que cualquiera habría adivinado que había estado llorando, incluso alguien tan despistado como Vic.

—No me ha envidado él, no le pega. —Vic se encogió de hombros—. Es que me preguntaba de qué va este drama.

—No hay ningún drama.

—Ya lo creo que sí, un dramón, y ya veo que tú no vas a soltar prenda; pero, eh, no pasa nada, porque no es asunto mío.

Menudo chasco. Me habría enfadado si Lucas hubiera enviado a Vic para discutir el asunto en su nombre, pero aun fue peor comprender que Lucas iba a darse por vencido sin luchar.

—Vale.

Vic me dio un codazo amistoso.

—Tú y yo seguimos siendo amigos, ¿no? Que sepáis que en este divorcio tenéis la custodia compartida. Amplios derechos de visitas.

—¿Divorcio? —Me eché a reír a mi pesar. Solo a Vic se le ocurriría llamar divorcio al resultado de una primera cita que había salido mal—. Seguimos siendo amigos.

En realidad antes tampoco habíamos sido exactamente amigos, así que lo de «seguir siéndolo» era un poco exagerado, pero habría resultado de muy mal gusto sacar aquello a relucir. Además, Vic me gustaba.

—Excelente. Los bichos raros tienen que mantenerse unidos en estos sitios.

—¿Me estás llamando bicho raro?

—Es el mayor honor que puedo concederte. —Extendió los brazos mientras caminábamos por los pasillos, abarcándolo todo en ese gesto: los altos techos, las oscuras volutas de madera que enmarcaban vestíbulos y puertas, y la luz tamizada que se filtraba a través de los viejos ventanales y que dibujaba largas e irregulares sombras en el suelo—. Este lugar es la capital de lo raro. Lo que es raro aquí es normal en cualquier otro sitio. Bueno, al menos esa es mi opinión.

Suspiré.

—¿Sabes? Creo que tienes más razón que un santo.

Vic tenía toda la razón del mundo al decir que me convenía tener todos los amigos que pudiera en un lugar como la Academia Medianoche. No es que ese sitio me hubiera gustado nunca, pero el poco tiempo que había pasado con Lucas me había hecho comprender lo que se siente cuando no se está completamente sola, y ahora que lo había perdido, el relieve de mi desamparo resaltaba con mayor nitidez. Saber lo distinto que podría haber sido solo conseguía que fuera aun más duro soportar la hostilidad y la intimidación que se respiraba en ese lugar.

El cambio de estación tampoco resultaba de mucha ayuda. El estilo gótico del edificio había quedado ligeramente suavizado por la exuberante hiedra y las lomas cubiertas de césped. Los ventanales estrechos y la luz de tintes extraños no habían conseguido enmascarar por completo el fulgor del sol de finales de verano. Sin embargo, ahora anochecía cada vez más pronto, lo que hacía que Medianoche pareciera más aislada que nunca. A medida que bajaban las temperaturas, un frío perpetuo se deslizaba en las aulas y los dormitorios y a veces parecía que los flecos de la escarcha en los cristales estuvieran intentando abrirse camino a través del vidrio. Incluso las bellas hojas otoñales susurraban estremecidas por el rumor solitario del viento. Ya habían empezado a caer y dejaban las primeras ramas desnudas como garras descarnadas que escarbaban en un cielo encapotado.

Me pregunté si los fundadores de la academia habrían instaurado el Baile de otoño para levantar el ánimo de los estudiantes en un momento del año tan lánguido.

—No creo —opinó Balthazar.

Compartíamos mesa en la biblioteca. Me había invitado a estudiar con él un par de días después del fatídico viaje a Riverton. En mi antiguo colegio no había estudiado con nadie, porque «estudiar» normalmente se convertía en «hablar y gandulear», y luego los trabajos se hacían interminables. Prefería llevarme los deberes y hacerlos yo sola. Resultó que Balthazar era de la misma opinión y habíamos pasado un montón de tiempo juntos en las últimas dos semanas, trabajando el uno al lado del otro sin apenas intercambiar una palabra durante horas. De hecho, no hablábamos hasta que empezábamos a recoger los libros.

—Sospecho que los fundadores de la academia adoraban el otoño. Creo que saca a relucir la verdadera naturaleza de Medianoche.

—Por eso necesitarían animarse.

Balthazar sonrió y se colgó la cartera de cuero al hombro.

—No es la peor academia sobre la faz de la tierra, Bianca. —Balthazar solo quería provocarme, aunque su preocupación por mí era genuina—. Me gustaría que te lo pasaras mejor aquí.

—Ya somos dos —dije, echando un vistazo al rincón donde unos minutos antes había visto que Lucas estaba leyendo.

Seguía allí. Su cabello reflejaba la luz de la lamparilla, pero él ni siquiera se dignó a volver la vista hacia nosotros.

—Podría gustarte si de verdad le dieras una oportunidad. —Balthazar sujetó la puerta de la biblioteca para que yo pasara—. Deberías explorar un poco más y poner un poco más de tu parte para conocer gente.

Me lo quedé mirando.

—¿Como Courtney?

—Corrijo: poner un poco más de tu parte para conocer a la gente adecuada.

Cuando Balthazar dijo «adecuada» no se refería a los más ricos o a los más populares, se refería a los que realmente valía la pena conocer. Hasta el momento, el único de los alumnos típicamente de allí que pudiera valer la pena conocer era el propio Balthazar, así que pensé que tampoco lo estaba haciendo tan mal.

—No creo que Medianoche sea adecuada para nadie —le confesé—. Al menos seguro que para mí no. Sé que cumple con su cometido, pero te aseguro que cuando acaben las clases seré la persona más feliz del mundo.

—Yo también, pero no por la misma razón. —Balthazar caminaba a mi lado con paso lento, midiendo su larga zancada con cuidado para que yo no me quedara atrás. A veces me sorprendía lo grande que era, alto y fornido, de constitución fuerte, y sentía un extraño y pequeño hormigueo en el estómago—. Gracias a Medianoche, tengo la sensación de que puedo llegar a comprender el mundo, a manejarme en él sin problemas. Las materias nuevas que estudio, todo lo que aprendo… Es como si estuviera impaciente por salir ahí fuera para probarlo por mi cuenta.

Su entusiasmo no bastaba para conseguir reconciliarme con la academia, pero me hizo sonreír por primera vez en lo que ya me parecían siglos.

—Bueno, al menos uno de los dos es feliz.

—Espero que ambos lo seamos dentro de poco —contestó Balthazar, en voz baja.

Tenía sus ojos negros clavados en mí y volví a sentir el cálido hormigueo.

Habíamos llegado al pasadizo abovedado que conducía al ala de los dormitorios de las chicas, y Balthazar se detuvo justo en la frontera. Era fácil imaginárselo en el siglo
XIX
, con sus finos modales. Una sonrisa asomó a mis labios al pensar en él haciendo una reverencia.

Balthazar parecía a punto de decir algo, pero en ese momento apareció Patrice, quien por lo visto ya había acabado de estudiar.

—Ah, Bianca, estás aquí. —Entrelazó su brazo con el mío con toda naturalidad, como si fuéramos amigas íntimas—. Tienes que explicarme los deberes que nos han puesto en Tecnología moderna, no entiendo nada.

—Esto… De acuerdo. —Volví la vista atrás mientras me arrastraban por el pasillo y le dije adiós con la mano a Balthazar, quien parecía más divertido que molesto—. Estábamos hablando —le susurré a Patrice.

—Ya me he dado cuenta —respondió del mismo modo—. Así se quedará con las ganas de seguir hablando contigo y, cuantas más ganas tenga, antes irá a buscarte.

—¿De verdad?

—Te lo digo por experiencia. Además, no es broma, necesito que me ayudes con los deberes.

No era la primera vez que tenía que auxiliar a Patrice en esa asignatura en concreto, ni la última que me preguntaba por qué me molestaba en decir que sí a todo.

—Ningún problema —contesté en un suspiro.

Patrice rio tontamente y por un momento casi me pareció una cría.

—Si te interesa mi opinión, Balthazar es el hombre más atractivo de la escuela. No es que sea mi tipo precisamente, pero ¿has visto qué espalda? ¿Y esos ojos oscuros? Te lo has montado bien.

—Solo somos amigos —protesté, mientras regresábamos a nuestro cuarto.

—Solo amigos, ya —dijo Patrice, con ojillos traviesos—. Me pregunto si Courtney estaría de acuerdo.

Levanté las manos para intentar cortar esa conversación antes de que se volviera más incómoda de lo que ya era.

—No le digas nada a Courtney de esto, ¿vale? No quiero problemas.

Patrice enarcó una ceja.

—¿Que no le hable de qué? Creía que me habías dicho que no había nada que contar.

—Si quieres que te ayude con los deberes, será mejor que dejes el tema. Ya.

Ligeramente ofendida, Patrice se encogió de hombros.

—Como quieras. Yo en tu lugar estaría encantada de atraer la atención de un tipo como Balthazar, pero, de acuerdo, hablemos de los deberes en su lugar.

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