Medianoche (7 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Patrice saltó hasta la rama del árbol y luego se dejó caer al suelo con un aterrizaje tan controlado como la salida de una gimnasta de las barras paralelas. La seguí como pude y acabé raspándome las manos con la corteza. El miedo a que nos descubrieran aguzó mi oído y presté atención a todos los sonidos que nos envolvían: risas en un dormitorio, el susurro de las primeras hojas del otoño en el suelo, el ulular de otra lechuza saliendo de caza…

El frío aire nocturno me hizo estremecer al cruzar los prados a la carrera en dirección al bosque. Patrice sabía abrirse camino entre la maleza sin hacer ruido, una habilidad que le envidié. Tal vez algún día llegaría a tener esa coordinación, pero me costaba imaginarlo.

Por fin vimos la hoguera. Habían encendido un fuego a la orilla del lago, lo bastante pequeño para no llamar la atención, pero suficientemente grande para emitir una luz fantasmagórica y vacilante y poder calentarnos a su alrededor. Los alumnos se juntaban en grupos desperdigados, inclinándose para hablar entre susurros o cuando se echaban a reír. Me pregunté si serían las mismas risas que había oído la noche del picnic.

A primera vista, no se diferenciaban de cualquier otro grupo de adolescentes que hubiera salido a divertirse, pero algo vibraba en el aire que agudizaba mis sentidos, algo que añadía tensión a sus movimientos y crueldad a la mayoría de las sonrisas. En ese momento, recordé lo que había pensado al conocer a Lucas en el bosque durante nuestro primer y aterrador encuentro: al mirar a ciertas personas, a veces se percibe algo salvaje bajo la superficie. Pues eso mismo era lo que sentía allí.

Alguien había puesto música en su radio, hipnotizante y suave. No conocía al cantante y no cantaban en inglés. Patrice no tardó en desaparecer entre su círculo de amistades, así que me quedé allí plantada y sola, sin saber qué hacer con las manos.

«¿Me las meto en los bolsillos? No, así tendré pinta de imbécil. ¿Pongo los brazos en jarras? Venga ya, ¿cómo si estuviera enfadada o algo así? No. Vale, incluso pensar en esto es patético».

—Eh, hola —me saludó Balthazar.

Se me había acercado por la espalda, por eso no lo había visto venir. Llevaba una chaqueta negra de ante y una botella en la mano. La hoguera le bañaba el rostro con una luz cálida. Tenía el cabello rizado, una mandíbula cuadrada y cejas gruesas. Parecía un tipo duro, un matón, alguien más familiarizado con los puños que con las palabras. Sin embargo, su mirada lo hacía accesible e incluso atractivo, porque en sus ojos se adivinaba la inteligencia y también el ingenio. Además, su sonrisa carecía de crueldad.

—¿Quieres una cerveza? Todavía quedan.

—No, así está bien. —A pesar de lo oscuro que estaba, seguro que se dio cuenta de que me sonrojaba—. No tengo la edad.

¿Que no tenía la edad? Como si allí fuera a importarle a alguien. Debería haberme colgado al cuello un cartel que dijera «rarita», para ahorrarles trabajo.

Balthazar sonrió, pero no parecía estar riéndose de mí.

—Antes, los niños solían beber vino con sus padres durante las comidas. Y los médicos recomendaban a las mujeres cuyos hijos no mamaban lo suficiente que les dieran un poco de cerveza como alimentación suplementaria.

—Eso era antes.

—Tienes razón. —No insistió y me di cuenta de que no estaba nada borracho. Empecé a relajarme. A pesar de su corpulencia y su más que evidente fortaleza física, Balthazar tenía un don para conseguir que la gente se sintiera cómoda—. Desde el primer día que tengo ganas de hablar contigo.

—¿De verdad? —dije, confiando en que no se me escapara un chillido.

—Te lo advierto, voy detrás de algo. —Balthazar debió de ver la cara que puse porque se echó a reír, una risotada grave y estentórea—. Tu madre dijo que ya te había dado clases antes, por eso quería que me dieras unos cuantos consejos, para saber de qué pie cojea. Tengo que averiguar los secretos de mi profesora.

Decidí que a mi madre no le importaría que se los contara.

—Pues no estaría mal que prestaras atención cuando se balancea sobre los pies.

—¿Cuándo se balancea?

—Sí, eso suele significar que está emocionada, que hay algo que le interesa mucho. Y si a ella le interesa, cree que también debería interesarte a ti.

—Lo que significa que saldrá en el examen.

—Exacto.

Volvió a reír. Tenía un hoyuelo en la barbilla que le daba un aire travieso. Fijarme en lo guapo que estaba Balthazar casi me hizo sentir que traicionaba a Lucas, pero es que saltaba a la vista. Después del modo en que Lucas me había ignorado durante toda la semana, no estaba segura de seguir debiéndole lealtad. Además, no estaba nada mal que un chico guapísimo se interesara por una.

Balthazar se acercó un poco más.

—Veo que no voy a arrepentirme de habernos conocido.

Le devolví la sonrisa y durante tres segundos, ni uno más ni uno menos, tuve la sensación de que la fiesta iba a estar bien… Hasta que Courtney hizo acto de presencia. Llevaba una falda negra muy, muy corta y una camisa blanca abierta casi hasta el ombligo. No tenía muchas curvas, pero lo compensaba pasando del sostén, algo bastante obvio en esos momentos.

—Balthazar, me alegro de que tengamos la oportunidad de ponernos al día.

—Ya estamos al día.

Balthazar parecía aún menos entusiasmado que yo de verla; sin embargo, Courtney no pareció darse cuenta o al menos eso fingió.

—Parece que hayan pasado siglos desde que salíamos juntos. Bueno, ha pasado demasiado tiempo. La última vez que nos vimos fue en Londres, ¿no?

—San Petersburgo —la corrigió.

Balthazar dijo el nombre de la ciudad como quien no quiere la cosa. Por lo visto era lo bastante audaz y experimentado para cruzar el océano sin pensárselo dos veces.

Courtney deslizó las manos con suavidad sobre la chaqueta de Balthazar, perfilando su poderoso físico con el movimiento de los dedos. La envidié. No por su aspecto de estrella, ni por sus viajes continentales, sino por su descaro. Si en el bosque hubiera sido la mitad de lanzada con Lucas, si lo hubiera tocado o utilizado el comentario sobre la «niña buena» para tontear con él, tal vez no se comportaría como si fuéramos dos extraños. La voz de Courtney se abrió paso entre mis fantasías.

—No estás haciendo nada, ¿no, Balthazar?

—Estoy hablando con Bianca.

Courtney se volvió para mirarme. El largo cabello rubio, que suelto le llegaba a la cintura, se onduló al ladear la cabeza.

—¿Tienes algo interesante que compartir, Bianca?

—Yo… —¿Qué se suponía que debía decir? Aunque cualquier cosa habría sido mejor que lo que dije —: Pues no.

—Entonces no te importará que me lo lleve un rato, ¿verdad?

Empezó a tirar de él sin esperar una respuesta. Balthazar me miró con intención y comprendí que si yo decía algo, aunque fuera una sola palabra, él se detendría. Sin embargo, me quedé allí plantada como un pasmarote viendo cómo se iban.

Un par de personas ahogaron una risita. Miré a un lado y vi a Erich, y a pesar de las sombras vacilantes que proyectaba la luz de la hoguera, pondría la mano en el fuego que estaba señalándome.

Me aparté de allí con la intención de desaparecer del mapa hasta encontrar a Patrice o a alguien que pudiera considerar mínimamente cordial. Sin embargo, cada paso que me alejaba de los demás me hacía sentir mejor y, antes de darme cuenta, ya me había ido de la fiesta.

Si no me hubiera escabullido después del toque de queda, habría corrido hasta la puerta y habría subido al dormitorio, pero me detuve a tiempo al recordar que en esos momentos estaba fuera de la ley. Así que me dirigí al cenador, al oeste de los terrenos del internado, para tranquilizarme y planear la entrada.

Estaba subiendo los escalones cuando vi a alguien, aunque al principio no reconocí quién era. Fuera quien fuese, tenía unos binoculares colocados delante de la cara. Lo identifiqué cuando la luna iluminó su cabello cobrizo.

—¿Lucas?

—Eh, hola, Bianca. —Todavía tardó unos segundos en apartar los binoculares y sonreírme—. Bonita noche para una fiesta.

Me quedé mirando los prismáticos.

—¿Qué haces?

—¿Tú qué crees? Estoy espiando a los de la fiesta —me espetó casi con la misma brusquedad que en el pasillo, hasta que me miró a la cara. Debí de parecerle muy desolada, porque me preguntó con mayor suavidad —: ¿Estás bien?

—Sí, no pasa nada. Soy una pringada, pero estoy bien.

Lucas se echó a reír.

—Ya he visto que te ha faltado tiempo para irte. ¿Te ha molestado alguien?

—No, la verdad es que no, pero es que estaba un poco… agobiada. Ya sabes lo que me pasa con los extraños.

—Pues has hecho bien, no pegas con ellos.

—No me digas. —Me quedé mirando los prismáticos. Solo alguien con una visión nocturna excelente podía utilizarlos para ver algo, aunque supuse que la luz de la hoguera ayudaría un poco—. ¿Por qué estás vigilando la fiesta?

—Estoy controlando que nadie se emborrache, se ponga tontorrón o le dé por ir a pasear al bosque.

—¿Es que ahora eres el monitor de pasillo de la señora Bethany o qué?

—Ni de coña. —Lucas bajó los prismáticos. Iba vestido para confundirse con las sombras: pantalones negros y una camiseta de manga larga que hacía resaltar sus brazos y su pecho musculosos. Era más delgado y estaba más fibrado que Balthazar, pero también era más bajo. Había algo casi agresivamente masculino en él—. Me preguntaba qué narices hacían esos tíos cuando no están metiéndose con los demás, pavoneándose o haciéndole la pelota a alguien. —Me lanzó una mirada curiosa—. Parece que te gustan.

—¡¿Qué?!

Se encogió de hombros.

—Siempre andas con esa gente.

—¡Eso es mentira! Patrice es mi compañera de habitación, por eso paso tiempo con ella, y sus amigos vienen a visitarla cada dos por tres, no puedo ignorarlos. Es decir, hay un par que se salvan, pero a los demás les tengo pavor.

—No se salva ni uno, créeme.

Se me ocurrió que podría romper una lanza a favor de Balthazar, pero en esos momentos no me apetecía hablar de él. También me di cuenta de que Lucas me había hecho poner a la defensiva y de que no tenía derecho a hacerlo.

—Un momento, ¿por eso te has mostrado tan frío conmigo? ¿Por qué te comportas como si no nos conociéramos?

—No quería quedarme a ver cómo caías en las garras de esa gente, una chica tan dulce como tú. Sobre todo sin poder hacer nada al respecto. —Me sorprendió el sentimiento con que lo dijo. Todavía nos separaban unos cuantos metros, pero nunca había tenido la sensación de estar tan cerca de alguien—. Cuando te vi salir corriendo, comprendí que no todo estaba perdido.

—Créeme, no formo parte de ese grupo —insistí—. Creo que me invitaron a la fiesta solo para reírse de mí. Únicamente he ido porque, bueno, porque digo yo que tarde o temprano tendré que conocer gente. Tú eras el único amigo que tenía y creía que te había perdido.

Lucas unio las manos alrededor de uno de los adornos en forma de volutas del cenador y yo hice otro tanto, de modo que quedamos el uno al lado del otro. Nos enroscábamos con las volutas, como la enredadera.

—He herido tus sentimientos, ¿verdad?

—Más o menos —admití con un hilo de voz —. Es decir… Ya sé que solo hemos hablado una vez…

—Pero para ti fue importante. —Nuestras miradas se encontraron apenas un instante—. También lo fue para mí, pero no me había dado cuenta de que… Bueno, creía que solo me había pasado a mí.

¿Lucas no se había dado cuenta de que a mí también me gustaba él? Nunca en la vida conseguiría comprender a los hombres.

—Pero si me acerqué a hablar contigo el primer día de clase…

—Sí, y justo antes de eso andabas paseando y charlando con Patrice Devereaux, que no puede ser más de aquí. Los de su clase y los de la mía… Admitámoslo, no se mezclan. —Parecio disgustado unos segundos—. Me dijiste que apenas hablabas con extraños, por eso pensé que debíais de ser muy amigas.

—Es mi compañera de cuarto. Más me vale ser capaz de comunicarme con ella si quiero ir tirando.

—Vale, me equivoqué. Lo siento.

Tuve la sensación de que no era del todo sincero conmigo, pero Lucas parecía verdaderamente arrepentido de haber sacado conclusiones precipitadas y con eso me bastaba. Mi protector no había dejado de preocuparse por mí, aunque yo no lo supiera, y esa certeza me hizo sentir cálidamente reconfortada, como si me hubieran echado un abrigo sobre los hombros para resguardarme del frío.

El silencio se instaló entre nosotros, aunque no fue incómodo. A veces encuentras gente con la que puedes estar callada sin tener la sensación de que necesitas rellenar el silencio con charlas insustanciales. Solo me había sentido así de a gusto con un par de personas, en mi pueblo, y siempre había pensado que se necesitaban años para llegar a compartir esa complicidad. Sin embargo, ya me ocurría con Lucas.

Recordé el descaro de Courtney y decidí que yo también podía ser, como mínimo, la mitad de lanzada que ella. Aunque nunca se me había dado bien entablar conversación, lo intenté:

—¿Te llevas bien con tu compañero de habitación?

—¿Con Vic? —Lucas esbozó una ligera sonrisa—. No está mal, como compañero de habitación al menos. Un poco inconsciente. Un payaso. Pero es un tío legal.

La palabra «payaso» me hizo pensar que sabía a quién se refería.

—Vic es el chico que lleva camisas hawaianas, ¿verdad?

—Ese mismo.

—No hemos hablado, pero parece simpático.

—Lo es. Igual podríamos salir un día todos juntos.

El corazón me dio un vuelco.

—No estaría mal, pero… Preferiría pasar más tiempo contigo —me lancé.

Nuestras miradas se encontraron y tuve la sensación de que habíamos cruzado algún tipo de línea. ¿Eso era bueno o era malo?

—Podríamos… Pero… —¿Por qué vacilaba Lucas? —Bianca, espero que seamos amigos. Me gustas, pero no es buena idea que pases demasiado tiempo conmigo. Ya has visto que no soy precisamente el chico más popular del campus. No estoy aquí para hacer amigos.

—¿Y estás para hacer enemigos? Por cómo os peleáis Erich y tú, a veces lo parece.

—¿Preferirías que fuera amigo de Erich?

Erich era un imbécil de marca mayor y ambos lo sabíamos.

—No, claro que no. Solo es que a veces parece que, no sé, que vayas buscando pelea. Es decir, ¿de verdad los odias tanto? No es que a mí me gusten, pero es que a ti… Es como si ni siquiera pudieras soportar respirar el mismo aire.

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