Medianoche (9 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

—Otra lectora de Henry James —oí que decía alguien.

Me volví y vi a Balthazar, que había apretado el paso para darme alcance. No estaba segura de si se había acercado para transmitirme su apoyo o para evitar a Courtney, pero en cualquier caso me alegré de ver una cara amiga.

—Bueno, yo solo he leído
Otra vuelta de tuerca
y
Daisy Miller,
nada más.

—Pues lee
Retrato de una dama,
creo que te gustará.

—¿De verdad? ¿Por qué?

Supuse que Balthazar diría algo sobre lo bueno que era el libro, pero me sorprendió.

—Va de una mujer que quiere definirse a sí misma en vez de permitir que otra gente la defina a ella. —Se iba abriendo paso entre la gente sin ningún esfuerzo y sin apartar la vista de mí. El único chico que en algún momento me había mirado con aquella intensidad era Lucas—. Tuve el presentimiento de que te interesaría el tema.

—Puede que tengas razón —dije—. Lo buscaré en la biblioteca. Y… gracias. Por la recomendación.

Y por pensar tanto en mí.

—De nada. —Balthazar sonrió de oreja a oreja, luciendo ese hoyuelo de la barbilla, pero entonces ambos oímos reír a Courtney, no demasiado lejos, y él puso una cara de pánico fingido que me hizo reír—. Hora de salir corriendo.

—¡Rápido! —le susurré al tiempo que él se escabullía por el pasillo que le quedaba más cerca.

Aunque el apoyo de Balthazar me había levantado el ánimo, seguía sintiéndome fatal después del enfrentamiento con la señora Bethany, así que decidí dar un paseo cortito por los jardines en busca de un poco de aire fresco y tranquilidad antes de comer. Tal vez podría disfrutar de unos minutos a solas.

Por desgracia, no fui la única a la que se le había ocurrido la misma idea: fuera había varios alumnos paseándose mientras escuchaban música o charlaban. Reparé en un grupo de chicas sentadas a la sombra. Por lo visto ninguna de ellas volvía a su dormitorio para comer y, mientras las veía cuchichear entre las sombras proyectadas por uno de los viejos olmos, se me ocurrió que seguramente estarían a dieta, pensando en el Baile de otoño.

Solo había una persona allí fuera a quien me apetecía ver. Lo recordé del primer día y lo reconocí por la descripción de Lucas.

—Vic —lo llamé.

Vic me sonrió.

—¡Eh!

Cualquiera diría que éramos viejos amigos en vez de ser la primera vez que hablábamos. Su suave cabello de color castaño dorado asomaba por debajo de la gorra de los Phillies y llevaba un mp3 con una carcasa estampada de espirales de color naranja y verde.

—Hola, ¿has visto a Lucas? —le pregunté, cuando se acercó a mí al trote y se quitó los auriculares

—Ese tío es un zumbado. —En el mundo de Vic, «estar zumbado» por lo visto era un cumplido—. Iba a pirárselas de la sala de estudio cuando voy y le digo: «¿Oye, qué haces?». Y él va y me dice que si le puedo cubrir y eso, ¿no? Bueno, pues eso hacía hasta ahora, pero tú no vas a delatarlo, tú eres legal.

Teniendo en cuenta que Vic y yo nunca habíamos hablado antes, ¿cómo podía saber si yo era legal o no? Pero entonces me pregunté si Lucas no le habría hablado de mí, y la idea me hizo sonreír.

—¿Sabes dónde está?

—Si me lo preguntara un profe, no sé nada, pero ya que eres tú… Yo miraría por la cochera.

La cochera, que quedaba al norte, cerca del lago, era donde antaño se guardaban los caballos y las calesas. Con el tiempo se había transformado en las oficinas administrativas de la Academia Medianoche y en la residencia de la señora Bethany. ¿Qué estaría haciendo Lucas allí?

—Creo que voy a darme un paseo por allí —dije—. Solo voy a caminar un rato, ¿eh? No voy a hacer nada en particular.

—Tope —contestó Vic, asintiendo con la cabeza como si yo hubiera dicho algo realmente inteligente—. Lo has pillado.

Mientras me dirigía con toda parsimonia hacia la cochera, como quien no quiere la cosa, iba pensando en que Vic no era precisamente un lumbrera, aunque parecía un chico majo. Por lo menos no era el típico alumno de Medianoche. Nadie se fijó en mí cuando me alejé de los demás; eso era lo bueno de parecer invisible, que podías desaparecer como si lo fueras.

En aquella parte no había bosque en el que poder cobijarme, solo el extenso césped de los prados, lleno de tréboles y varios árboles dispuestos a intervalos regulares que seguramente fueron plantados mucho tiempo atrás para proporcionar sombra. Atisbé entre la maleza el cuerpo de una ardilla muerta, apenas un testimonio marchito de lo que había sido; el viento le erizaba la cola tristemente. Arrugué la nariz e intenté ignorarla para concentrarme en lo que andaba buscando. Aminoré el paso y presté más atención con la esperanza de oír a Lucas.

La cochera era un edificio alargado y blanco, de una sola planta. Supuse que un segundo piso no habría tenido sentido si los inquilinos iban a ser unos caballos. Estaba rodeado por árboles altos que lo envolvían todo en unas sombras tan densas que casi parecía de noche, y solo unos cuantos rayos vacilantes de luz alcanzaban el suelo. Me acerqué a la parte trasera de puntillas, asomé la cabeza al llegar a la esquina y vi a Lucas saliendo por la ventana de la señora Bethany. Aterrizó con ligereza y cerró los batientes con cuidado detrás de él.

En ese momento, se volvió y me vio. Nos quedamos mirándonos fijamente un segundo eterno y tuve la sensación de haber sido yo la pillada
in fraganti
haciendo algo que no debía en vez de al contrario.

—Eh —balbucí.

En vez de intentar justificar su comportamiento, Lucas sonrió.

—Eh, ¿por qué no estás comiendo?

Su caminar despreocupado al acercarse a mí me dejó claro que Lucas pretendía fingir que no había ocurrido nada, que yo no había visto nada fuera de lo normal. ¿O acaso yo le había dado pie a que creyera algo así al saludarlo en vez de preguntarle qué estaba haciendo?

—Creo que no tengo hambre.

—No es propio de ti pasarlo por alto.

—¿La comida?

—Hombre, yo me referiría antes a por qué no me has preguntado qué estaba haciendo en la oficina de la señora Bethany.

Solté un suspiro de alivio y ambos nos echamos a reír.

—Vale, si estás dispuesto a decírmelo, entonces no puede ser tan malo.

—Mi madre no deja de decir que solo firmará la autorización para que pueda ir a Riverton los sábados si saco un excelente en los exámenes parciales, pero tuve el presentimiento de que ya la había firmado y Química no la llevo muy bien, así que decidí comprobar si la autorización estaba en mi expediente. Como ya te dije: las normas y yo no acabamos de congeniar.

—Ya, claro. —Aunque no estuviera bien lo que había hecho, tampoco era tan terrible, ¿no? Era muy fácil confiar en Lucas—. ¿La has encontrado?

—Sí. —Lucas exageró su autocomplacencia para hacerme sonreír. Y lo consiguió—. Soy libre como un pájaro aunque saque un notable.

—¿Por qué son tan importantes los fines de semana libres? En verano estuve en la ciudad antes de que llegarais vosotros y, créeme, no hay mucho que ver.

Paseamos entre las sombras y fuimos avanzando con cuidado por uno de los lados hacia Medianoche, hasta que acabamos mezclándonos con los demás estudiantes sin ser observados. A los dos se nos daba bastante bien lo de andar con sigilo.

—Se me ha ocurrido que podría ser un buen lugar donde poder pasar un tiempo juntos. Lejos de Medianoche. ¿Qué te parece?

Dada la conversación que habíamos mantenido en el cenador, la sorpresa no debería haberme dejado tan patidifusa, pero lo hizo, y fue una sensación aterradora a la vez que, en cierto modo, maravillosa.

—Sí. Es decir, que me gusta la idea.

—A mí también.

Después de eso, los dos seguimos callados. Deseaba que me diera la mano, aunque yo todavía no me sintiera lo bastante lanzada para cogerle la suya. Rebusqué febrilmente entre mis recuerdos algo divertido que pudiera hacerse en Riverton, una ciudad más grande que Arrowwood, pero incluso más aburrida. Al menos había un cine donde a veces proyectaban películas clásicas antes de las sesiones normales.

—¿Te gustan las películas antiguas? —me atreví a preguntarle.

A Lucas se le iluminó la mirada.

—Me encantan las pelis, las antiguas, las de ahora, todas. Desde John Ford a Quentin Tarantino.

Le sonreí aliviada. Tal vez era cierto que todo iba a salir bien.

Esa misma semana, la estación cambio de la noche a la mañana. El frío fue el primero en despertarme con las primeras luces y lo noté en los huesos.

Me arrebujé entre las mantas, pero no sirvió de nada. El otoño ya había adornado los cristales con escarcha. No tendría más remedio que bajar el pesado edredón del estante superior de mi armario más tarde. A partir de ese momento, iba a ser más complicado no morirme de frío.

La luz seguía siendo tenue y alborada y supe que hacía un rato que había amanecido. Refunfuñando, me enderecé y me resigné a estar despierta. Podría haber sacado el edredón y haber intentado arañar unas cuantas horas de sueño, pero tenía que terminar de darle un último repaso al trabajo sobre Drácula o enfrentarme una vez más a la ira de la señora Bethany. Así que me puse la bata y pasé de puntillas junto a Patrice, que dormía profundamente, como si el frío no pudiera penetrar la fina sábana que la cubría.

Los baños de Medianoche habían sido construidos en otra época, en un tiempo en que los alumnos probablemente daban gracias por no tener que salir fuera para utilizar el lavabo como para ponerse tiquismiquis con cosas como las instalaciones: insuficientes cubículos, sin comodidades tipo vaciado eléctrico de las cisternas o espejos, y grifos distintos para el agua fría y caliente en los lavamanos diminutos… Les había cogido manía desde el primer día. Al menos ya había aprendido a acumular un poco de agua helada en la palma de la mano antes de abrir el grifo del agua caliente, que salía ardiendo. De ese modo podía lavarme la cara sin escaldarme los dedos. Noté el suelo tan frío bajo los pies descalzos, que me obligué a recordar ponerme calcetines cuando me fuera a la cama, como mínimo hasta la primavera.

En cuanto cerré los grifos, oí algo, un débil sollozo. Me sequé la cara con mi toalla y me acerqué al lugar del que procedía el gemido.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Los lamentos cesaron. Estaba empezando a pensar que me había metido donde no me llamaban cuando la cara de Raquel asomó por uno de los cubículos. Llevaba puesto el pijama y la pulsera de cuero entretejido de la que estaba visto que no se separaba nunca. Tenía los ojos enrojecidos.

—¿Bianca? —susurró.

—Sí. ¿Estás bien?

Raquel negó con la cabeza y se secó las mejillas.

—Estoy atacada, no puedo dormir.

—Ha empezado a hacer frío de golpe, ¿verdad?

No pude sentirme más idiota al decir aquello. Sabía tan bien como Raquel que no estaba llorando en el baño de madrugada porque hubieran bajado las temperaturas.

—Tengo que decirte algo. —La mano de Raquel se cerró sobre mi muñeca y la apretó con una fuerza que nunca le hubiera imaginado. Estaba muy pálida y tenía la nariz enrojecida de tanto llorar—. Necesito que me digas si crees que estoy volviéndome loca.

Una petición bastante rara indistintamente de quién la hiciera, cuándo, dónde o cómo.

—¿Crees que estas volviéndote loca? —le pregunté, con cautela.

—¿Quizá?

A Raquel se le escapó una risita entrecortada y eso me dio confianza: si era capaz de verle un lado divertido, entonces era probable que no le pasara nada grave. Eché una mirada a mi alrededor, pero el baño estaba vacío. A esas horas, podíamos estar seguras de que tendríamos los lavabos para nosotras solas durante un buen rato.

—¿Tienes pesadillas o algo así?

—Vampiros, capas negras, colmillos y toda la pesca. —Fingió que se reía—. Nadie diría que a alguien que ya no va a parvulario pudieran seguir dándole miedo los vampiros, pero en mis sueños… Bianca, son horribles.

—La noche anterior a que empezaran las clases tuve una pesadilla sobre una flor marchita —dije. Quería distraerla para que dejara de pensar en sus pesadillas y creí que tal vez ayudaría en algo compartir las mías, aunque me sintiera un poco tonta comentándola en voz alta—. Era una orquídea, o un lirio o algo así que se marchitaba en medio de una tormenta. Me dio tanto repelús, que no pude sacármela de la cabeza en todo el día.

—Yo tampoco puedo quitármelos de la cabeza. Esas manos muertas, apresándome…

—Solo piensas en esas cosas por el trabajo de Drácula —dije—. La semana que viene ya habremos acabado con Bram Stoker, ya lo verás.

—Ya lo sé, no soy tonta, pero tendré pesadillas con otras cosas. Nunca me siento segura. Es como si siempre hubiera una persona, una presencia, alguien, algo que se cierne sobre mí. Algo espantoso. —Raquel se inclinó hacia mí y me susurró—: ¿Nunca has tenido la sensación de que en esta escuela hay algo… malo?

—Courtney, a veces —contesté, intentando bromear.

—No me refiero a ese tipo de maldad, sino a la de verdad —le temblaba la voz —. ¿Crees en el Mal?

Nadie me había hecho jamás esa pregunta, pero sabía la respuesta.

—Sí.

Oí que Raquel tragaba saliva y nos quedamos mirándonos un momento sin saber qué decir. Sabía que debía seguir animándola, pero la intensidad de su miedo me obligó a prestarle atención.

—Aquí siempre tengo la sensación de que me observan —comento—. A todas horas. Incluso cuando estoy sola. Sé que parece de locos, pero es verdad. A veces tengo la sensación de que las pesadillas continúan aunque esté despierta. Oigo cosas ya entrada la noche, arañazos y golpes en el tejado. Cuando miro por la ventana, te juro que a veces veo una sombra adentrándose en el bosque. Y las ardillas… Las has visto, ¿no? Hay ardillas muertas por todas partes.

—He visto un par.

Tal vez fuera el frío otoñal del ventilado y antiguo baño lo que hizo que me estremeciera, pero también pudo haber sido el miedo de Raquel.

—¿Alguna vez te has sentido segura aquí?

—No me siento segura, pero no creo que sea nada raro —contesté entre balbuceos. Aunque, claro, «raro» significaba cosas distintas para según quién—. Es esta escuela, este sitio. Las gárgolas, el edificio de piedra, el frío… Y el ambiente. Todo eso me hace sentir fuera de lugar. Sola. Y asustada.

—Medianoche te chupa la vida. —Raquel se rio débilmente—. ¿Lo ves? Chupar la vida. Como los vampiros.

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