Mirrorshades: Una antología cyberpunk (2 page)

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Authors: Bruce Sterling & Greg Bear & James Patrick Kelly & John Shirley & Lewis Shiner & Marc Laidlaw & Pat Cadigan & Paul di Filippo & Rudy Rucker & Tom Maddox & William Gibson & Mirrors

Tags: #Relato, Ciencia-Ficción

Desde un punto de vista literario, el ciberpunk ha supuesto un revulsivo estético para la CF, al tomar prestados recursos de la novela negra, de la música pop y del cine, en un sugerente eclecticismo que, por supuesto, también puede calificarse como de perfectamente posmoderno. Y aun aplicando la ley de la CF de Theodore Sturgeon al ciberpunk —el noventa por ciento de cualquier género literario es basura—, todavía nos queda un diez por ciento para saborear y en el que sin duda se incluye esta antología. Por supuesto que hay un ciberpunk tópico y lleno de lugares comunes, de vaqueros cableados y siniestros «yakuzas», pero esto es precisamente lo que hace que algunos de estos relatos sean realmente joyas, piezas que saben equilibrar la calidad literaria con la sorpresa tecnológica, como es de rigor en toda buena ciencia ficción.

No obstante, y como aviso al lector poco avezado en el género y en esta corriente en particular, queremos ilustrarle sobre algunos rasgos que pueden sorprenderle o desconcertarle y que Sterling no pudo advertir en aquella edición original. Así, el estilo de la mayoría de los relatos imita el de la novela negra, y a veces puede parecer demasiado sintético e incluso minimalista, al tiempo que se mezcla con jergas y argots, a mentido inventados por cada autor. La herencia de la novela negra se manifiesta también en el carácter de los protagonistas, inspirados en los detectives
hard boiled
hammettianos, caracterizados por seguir una particular pero germina ética personal en un entorno marginal. Su estructura narrativa ha sido influenciada en gran medida por el cine, y se apela constantemente a la capacidad de visualización del lector, así como a su cultura cinematográfica, todo lo cual se refleja en el aspecto de «guión redactado» de muchos relatos. La generación ciberpunk ha sido criada por el cine, la televisión y el videoclip, y eso se hace notar en su enfoque visual y narrativo hasta el punto de que sus relatos parecen proyectos de películas.

Es por esto por lo que hoy podemos hablar de una relación simbiótica entre el cine y la literatura, y por tanto de una estética cinematográfica ciberpunk —a pesar de las reticencias de Sterling—, derivada directamente de la literatura y que ha producido películas interesantes pero de desigual calidad, aparte de la pionera y siempre fascinante
Blade Runner
(Ridley Scott), como
Días extraños
(K. Bigelow)
, Johnny Mnemonic
(Robert Longo),
New Rose Hotel
(Abel Ferrara) —ambas basadas en relatos de W. Gibson— o
Nirvana
(Gabriele Salvatore), entre las que quizás no haya todavía ninguna obra maestra que haga justicia a sus fuentes literarias.

Los sentidos juegan también un importante papel en la estética ciberpunk, pues el propio cuerpo se convierte en protagonista, al ser alterado por las drogas de diseño o la tecnología de los implantes y las prótesis electrónicas. Su esfuerzo por evidenciar todo un mundo sensorial, de una perturbadora sensualidad, provocado por la alteración de los sentidos a través de psicodélicos viajes al fondo de la mente, constituye una verdadera novedad en la CF y confiere un peculiar sabor surrealista a muchos pasajes. Otra de sus características genéricas es presentarnos un escenario próximo a la distopía, en el que hemos de aceptar con resignado fatalismo nuestro incierto destino y en el que el poder se encuentra en manos de las multinacionales, por lo que la supervivencia, conservando una ética elemental, es el objetivo básico. Ese tratamiento crítico de un futuro cercano, inmediato, que nos inquieta porque ya nos resulta familiar, es también un enfoque poco explorado hasta ahora en la
CF.
Y, como último rasgo general, y a pesar del proclamado cosmopolitismo y mestizaje ciberpunk y de su afán globalista, la presencia de la cultura norteamericana —o la visión que desde allí se tiene de estos fenómenos— se manifiesta sin ambages y en los más mínimos detalles (o es que quizás esos rasgos se han extendido por todo el globo y ya todos vivirnos y pensamos en «americano»).

El contenido del libro también merece una serie de comentarios y precisiones. El prólogo de Sterling, junto a sus generosas presentaciones, se ha convertido en una magnífica pieza introductoria que tiene ese aroma clásico a manifiesto y que ha sabido retratar un momento histórico de la sociedad en la que vivimos; así que el lector no debería eludirlo, pues todavía puede iluminarle acerca del ciberpunk de entonces y el de ahora. El relato inicial, «El continuo de Gernsback», nos descubre a un Gibson diferente del autor de
Neuromante
o
Mona Lisa acelerada.
Este relato emblemático y casi fundacional del ciberpunk, según Sterling, nos muestra una actitud descreída e irónica hacia las utopías tecnológicas del pasado y nos advierte de la amenaza totalitaria que se esconde bajo cualquier espejismo tecnológico del futuro. Su idea del «fantasma semiótico» es realmente brillante y sugerente, y casi nos reconcilia con un autor a menudo inconsistente y de pose, que no ha vuelto a alcanzar este nivel en sus novelas más conocidas. Tom Maddox se muestra como un convincente fabulador en «Ojos de serpiente», describiendo un tema de plena actualidad como el cyborg, pero desde la cercanía de sus sensaciones físicas y psíquicas. «Rock on», de Pat Cadigan, nos sumerge en esa otra gran influencia del ciberpunk: la estética y la mística del rock and roll, amenazada por la tecnología. Junto a «Zona libre», una de las más vívidas descripciones del rock and roll, de John Shirley —ex cantante del grupo Sacio Nation—, nos recuerda que vivimos en la era de la MTV, del videoclip y de las neotribus musicales, y que el rock alguna vez fue una cultura marginal y contestataria, toda una forma de vida fronteriza, antes de que los Rolling Stones se convirtieran en los obscenos y decrépitos millonarios de una industria más poderosa que las acerías y los astilleros. «Cuentos de Houdini», de Rudy Rucker, y «Petra», de Greg Bear, son quizás los dos relatos aparentemente más alejados de la temática ciberpunk, aunque guardan algunos curiosos puntos de contacto con la corriente. El primero es una ágil y delirante broma ucrónica que nos retrotrae al inicio del cine y está escrito como un puro guión; el segundo, una elaborada fantasía medieval escrita en un estilo arcaizante, podría equivaler a la versión ciberpunk de la película de Walt Disney
El jorobado de Nótre Dame,
en la que las gárgolas vivas representarían a unos imaginarios antepasados de los cyborgs. «Los chicos de la calle 400», de Marc Laidlaw, nos trae a la memoria
Warriors,
la mítica película sobre bandas neoyorkinas, sólo que envuelta en un apocalipsis nuclear y con ribetes de parapsicología. «Solsticio», de James Patrick Kelly, insiste en el tema de las drogas, con intuiciones sorprendentes y originales, en el recurrente escenario ciberpunk de Stonehenge, e ilustrado con una erudición sospechosamente extraída del clásico estudio de Christopher Chippindale,
Stonehenge, el umbral de la historia.
«Hasta que nos despierten voces humanas», de Lewis Shiner, nos acerca al problema político de la manipulación genética, un tema candente en la época de la oveja «Dolly» y de la amenaza del loco doctor Richard Seed. «Stone vive», de John di Filippo, condensa gran parte de las preocupaciones ciberpunk, como los implantes o la prolongación artificial de la vida bajo un enfoque crítico hacia el dominio de las grandes corporaciones multinacionales que van a controlar el mundo. Característico del ciberpunk es el trabajo en colaboración, como sucede en los relatos «Estrella Roja, Órbita Invernal» —de Gibson y Sterling— y «Mozart con gafas de espejo» —de Sterling y Shinner—, que cierran el libro. Al primero, el futuro —nuestro presente— le ha jugado una mala pasada, pues va a ser justamente este año 1998 el del fin de la estación soviética Solyut, pero ya en la Rusia poscomunista de Yeltsin, y su abandono se debe al colapso técnico y no a la falta de interés de las nuevas autoridades rusas. En este relato todavía se advierte cierto involuntario patrioterismo de la guerra fría, en la que se contrapone la visión del
cowboy
americano por los nuevos horizontes frente a la tópica cerrazón de la ideología soviética. Por el contrario, «Mozart» es una refrescante sátira basada en el clásico viaje temporal, trufada de una sarcástica malicia, que encierra una aguda crítica contra la homogeneizadora cultura americana (si cabe más vigente en la actualidad).

En general,
Mirrorshades
quedará como una sólida antología de CF que ha sabido reunir la gran variedad de temas y registros del ciberpunk, y que nos demuestra cómo los relatos, en el ciberpunk y en la CF en general, son con frecuencia mejores que muchas novelas. Es cierto que a veces las jergas inventadas pueden resultar un tanto confusas, que las escenas eróticas parecen tópicamente pornográficas, que las referencias particularísimas a la cultura americana pueden extraviar al lector o que las bruscas elipsis narrativas desconciertan nuestro usual sentido del argumento, pero, al fin y al cabo, el estilo ciberpunk es así, con sus virtudes y sus excesos, un fascinante híbrido de literatura de género y de nuestra omnipresente cultura visual. Como traductores, hemos intentado reflejarlo lo más fielmente posible, sin traicionar sus, acaso ahora, innovadoras peculiaridades narrativas, ni adornar su tono provocativamente coloquial y callejero. Hemos mantenido el torturado fraseo que, en ocasiones, acota torrenciales y minuciosas descripciones con frases sucintas, lo que de hecho resulta muy alejado del estándar de la propia literatura norteamericana, y que, por ello, resulta doblemente atractivo y posee un indudable y perverso encanto. Al lector le toca a partir de ahora, según su propia jerga, conectar con el «modo ciberpunk»: visualizar, imaginar y «flipar», y lo más importante, disfrutar con esta insolente y retadora forma de entender la CF y la vida. Esperamos que esta antología de culto, largamente esperada, ahora clásica, anime al reconocimiento del ciberpunk en nuestra letárgica cultura y represente incluso un resurgimiento más maduro desde aquí. Para todos, intelectuales preocupados por la tecnología, internautas enganchados, artistas inquietos o jóvenes aficionados al manga, puede suponer todo un descubrimiento y un sugerente punto de encuentro.

Andoni Alonso e Iñaki Arzoz

[1]
Entrevista a Bruce Sterling, «El futuro no está escrito», en El paseante; n°2 27-28, monográfico «La revolución digital y sus dilemas—. Siruela Madrid 1998.

[2]
Ver al respecto el libro de Miquel Barceló García, Ciencia ficción: guía de lectura (Ediciones B, Barcelona 1990), en el que se hace un análisis crítico de la percepción española «culta» de la CF, así como una completa historia de la misma.

[3]
Entrada «cyberpunk», en la Encyclopedia of Science Fiction, de John Clute y Peter Nicholls, San Martin's Griffin, Nueva York 1993, edición revisada de 1995.

[4]
Ya existen numerosos trabajos al respecto, entre los que destacan Cyberspace, Cyberbody. Cyberpunk (Mike Featherstone. Sage. Londres 1995) o el ya célebre «A Cyborg Manifesto» de Donna Haraway, en On Women Simians, Cyborgs and Women. The Invention of Nature, Free Association Books, Londres 1991.

PRÓLOGO

- Bruce Sterling -

Este libro es un escaparate con algunos de los escritores que han llegado a ser importantes en esta década. Su alianza con la cultura de los años ochenta les ha marcado como grupo, como nueva corriente de la ciencia ficción. Esta corriente pronto fue reconocida como tal, y se le dieron numerosas etiquetas: Ciencia Ficción Dura Radical, Tecnologistas Fuera de la Ley, la Ola de los Ochenta, los Neurománticos y el Grupo Mirrorshades. Pero de todas estas etiquetas, pegadas y despegadas durante los ochenta, sólo una ha permanecido: ciberpunk. No hay casi ningún escritor al que le gusten las etiquetas, y en especial la de ciberpunk, dada su peculiar resonancia. Las etiquetas literarias conllevan un extraña manera de ofender por partida doble: a los que la reciben porque se sienten encasillados, y a los que no la reciben, porque han sido olvidados. Y, de alguna forma, las etiquetas colectivas nunca encajan del todo con el individuo particular, y por ello provocan una irritación compartida. De todo esto se deduce que el «típico escritor ciberpunk» no existe; este personaje es, simplemente, una ficción platónica. Para el resto de nosotros, esta etiqueta es un incómodo lecho de Procusto
[1]
, donde los críticos malvados nos aguardan para cortarnos y estirarnos, a fin de que encajemos.

Y, sin embargo, es posible hacer afirmaciones genéricas y amplias sobre el ciberpunk e identificar sus características comunes. Yo voy a hacerlo a continuación, ya que la tentación es demasiado grande como para resistirme. Los críticos, incluido yo mismo, persisten en hablar colocando etiquetas, a pesar de todas las advertencias. Debemos hacerlo así porque ésta es una fuente de conocimiento muy útil, que al mismo tiempo resulta muy divertida.

En este libro espero presentar un panorama completo de la corriente ciberpunk, incluyendo desde sus primeros balbuceos hasta el momento actual.
Mirrorshades
[2]
debería ofrecer a los nuevos lectores de esta corriente literaria una amplia introducción sobre las convicciones, temas y cuestiones del ciberpunk. A mi modo de ver, éstos son, hasta la fecha, los relatos emblemáticos, ejemplos muy claros, característicos de cada escritor. He evitado relatos que con frecuencia han formado parte de muchas otras antologías, de forma que hasta los devotos más fieles deberían encontrar aquí nuevas perspectivas.

El ciberpunk es producto del ambiente de los ochenta y, en cierto sentido, tal como espero mostrar más adelante, es un producto definitivo. Pero sus raíces se hunden profundamente en la tradición de la moderna ciencia ficción popular escrita en los años sesenta.

El ciberpunk, como grupo, explota la veta de la tradición de la ciencia ficción. Sus precursores son legión. Los escritores concretos del ciberpunk se diferencian entre sí por sus deudas literarias, pero algunos de los más antiguos, mejor dicho, los «preciberpunk», ejercen una clara y generalizada influencia.

Así, de la Nueva Ola tenemos que mencionar el agudo ingenio callejero de Harlan Ellison, el esplendor visionario de Samuel Delany, la vertiginosa locura de Norman Spinrad, la estética rock de Michael Moorcock, la osadía intelectual de Brian Aldiss y, siempre, a J. G. Ballard. De la tradición más clásica contamos con la perspectiva cósmica de Olaf Stapledon, la política ficción de H. G. Wells, las sólidas extrapolaciones de Larry Niven, Poul Anderson y Robert Heinlein.

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