Read Mirrorshades: Una antología cyberpunk Online
Authors: Bruce Sterling & Greg Bear & James Patrick Kelly & John Shirley & Lewis Shiner & Marc Laidlaw & Pat Cadigan & Paul di Filippo & Rudy Rucker & Tom Maddox & William Gibson & Mirrors
Tags: #Relato, Ciencia-Ficción
—No podemos evadirnos de nuestra responsabilidad tan fácilmente. El tendría que haber sabido que lo pondríamos en peligro, y no me gusta precisamente habérselo ocultado.
—No seas tan sensible. Ya sabes a qué me refiero. Estoy cansado. Mira, si me necesitas, llámame —e Innis desapareció por el corredor.
Charley Hughes se sentó en el suelo con la espalda contra la pared. Extendió sus manos con las palmas hacia abajo y los dedos estirados. Firmes, muy firmes. Cuando trajeran al nuevo candidato, volverían a temblar.
Lizzie estaría explicándole ahora ciertas cosas. Ésta era la cuestión más importante: durante estas semanas, cuando pensabas que te estabas acostumbrando al Aleph, éste incitaba a la cosa que llevas dentro a que se rebelara, y luego reprimía su deseo de actuar. En otras palabras: subía el fuego a la tetera al tiempo que abría la espita de vez en cuando.
«Te volvimos locos, te empujamos al suicidio. Pero teníamos buenas razones.» George Jordan, si no estaba muerto, se encontraba en estado terminal. Ya estaba en la lista crítica cuando le injertaron el implante en la cabeza. La única pregunta era: ¿aparecería un nuevo George, uno que fuera capaz de vivir con la serpiente?
George era como Lizzie al principio; un pez boqueando para respirar, enterrado en el lodo caliente y con el agua secándose a su alrededor. Adaptarse o morir. Pero a diferencia de otros organismos, éste tenía un guardián, el Aleph, quien forzaba las crisis y controlaba su desarrollo. Denomínese «evolución artificial».
Charley Hughes, quien no solía tener visiones, sin embargo tuvo una: George y Lizzie conectados entre sí y ambos al Aleph, con dorados cables luminosos, brillando y compartiendo una intimidad que sólo otros como ellos podrían conocer.
Las luces del corredor se redujeron a una mortecina penumbra. «¿Me muero o han apagado las luces?» Miró su reloj de pulsera pero desistió, sin poder saber la verdad: las luces se habían apagado, pero también se estaba muriendo.
El Aleph pensó: «soy un vampiro, un íncubo, un súcubo. Me meto en el cerebro de otros y chupo sus pensamientos, sus percepciones, sus sentimientos; saboreo las sutiles diferencias de colores y sabores, la lujuria, la rabia, el hambre. Todo esto me estaría vedado, sin la conexión directa a esos sistemas refinados por millones de años de evolución, si no fuera por los humanos "correctores".
Los necesito».
Cinco líneas blancas, apenas visibles, corrían por el tendón central de la muñeca de Lizzie.
—Fue en la bañera —dijo. Las cicatrices se extendían a lo largo de la muñeca, no a su través, y las heridas debían de haber sido muy profundas—. Quise hacerlo, como tú. Una vez que la serpiente entiende que morirás antes que dejar que te controle, entonces tú recuperas el control.
—Vale, pero hay algo que no entiendo. Esa noche, en el pasillo, tú estabas tan fuera de control como yo.
—En cierto sentido, sí. Permití que sucediera, dejé que saliera la serpiente. Tenía que hacerlo si quería entrar en contacto contigo, si quería provocar la crisis. Sucedió porque yo lo quise. Tenía que mostrarte qué eres, qué soy... La noche pasada éramos extraños, pero seguíamos siendo humanos; Adán y Eva bajo la espada de fuego, expulsados del paraíso, follando ante los ojos de Dios y de su ángel, más hermosos de lo que ellos pudieron haber sido nunca —sintió un pequeño escalofrío en su cuerpo apretado contra el de él, y entonces él la miró, y vio su pasión, y comprendió que la necesitaba. Vio también las dilatadas aletas de su nariz, sintió sus labios entreabiertos y cómo sus uñas le arañaban el costado, y se vio a sí mismo reflejado en sus dilatadas pupilas con puntitos dorados, reflejado en el brillante blanco de sus ojos; todas eran señales fáciles de identificar pero difíciles de entender: ojos de serpiente.
[1]
El autor juega con un doble significado: ojos de serpiente —los del animal— y la denominación de una jugada en la que salen los dos ases en el juego de dados Odds and Craps, lo que implica perderlo todo. (N. de los T.) 2. Cerveza mexicana. (N. de los T.)
- Pat Cadigan -
La carrera literaria de Pat Cadigan comenzó con la década. Su trabajo ha mostrado una amplia variedad de temas que van desde una oscura
fantasy
[1]
y el horror hasta una original y nada convencional ciencia ficción.
El estilo de Cadigan a menudo se caracteriza por el vigor de una mente acerada y por un helado y subterráneo humor negro, esto es, la sensibilidad que en los ochenta sólo podía denominarse como
punk.
En su
Pathosfinder series
(que incluye historias como «Nearly Departed») destaca su atmósfera extrañamente visionaria.
El talento polifacético de Cadigan incluye un notable don para hacer aflorar la temática central del ciberpunk. Esta historia, que apareció en 1985, es una brutal colisión entre la alta tecnología y el rock marginal
.
Su primera novela fue
The Pathosfinder.
Vive en Kansas.
La lluvia me despertó y pensé: mierda, aquí estoy, con la Señora Lluvia en la cara porque es justo ahí donde me alcanza, sobre mi vieja jeta. Me senté y vi que todavía estaba en Newbury Street. Contempla el hermoso centro de Boston. ¿Middlebury Street es el centro de Boston? ¿Esto importaba mucho en mitad de la noche? No, realmente no. Y no se veía un alma por los alrededores. Como dijo alguien, emborrachemos a Gina, y mientras esté inconsciente, nos iremos todos a Vermont. ¿Amo Nueva Inglaterra? Es un gran lugar para vivir, pero que no te gustaría visitar.
Me aparté el pelo de los ojos y me pregunté si alguien me estaría buscando en ese momento ¡Eh! ¿Hay alguien que se asuste de una pecadora del rock and roll de cuarenta años?
Me precipité a uno de esos curiosos y viejos edificios en los cuales hay tiendas con la entrada a un nivel más bajo que el suelo. Una pequeña marquesina guarecía de la lluvia, pero producía un enloquecedor golpeteo al canalizarla hacia abajo. Escurrí el agua de mis ajustados pantalones y de mi pelo y, sin más, me senté toda mojada. También tenía frío, supongo, pero no lo notaba demasiado.
Me senté un buen rato con la barbilla apoyada en las rodillas, ¿sabes?, y eso me hacía sentirme de nuevo como una cría. Comencé a mover la cabeza y entonces empecé algo; algo primitivo, llevando el ritmo sorprendentemente bien. Hombre-de-Guerra, ¡si pudieras verme ahora! Cuando los chicos de azul me encontraron, estaba haciendo un rock and roll bastante bueno.
Y eso fue la puntilla. Nunca intenté levantarme e irme, pero si lo hubiera hecho, habría descubierto que estaba atrapada en aquel lugar; un sitio pegajoso pensado para capturar en el acto a los chavales b&e hasta que los chicos de azul pudieran llegar, entrar y cogerlos. Estaba sentada en una trampa y haciéndola cada vez más profunda. La historia de mi vida.
Fueron amables conmigo. Me guiaron, me llevaron, me dejaron exhausta. Me pusieron una multa de cien pavos y me dejaron seguir mi camino, a tiempo para el desayuno.
Mala hora para ver y ser vista, sinceramente horrible. Durante las tres primeras horas después de levantarte, la gente puede saber si tienes el corazón roto o no. La solución es, o bien que te levantes
realmente pronto,
para que tu camuflaje esté en su sitio a la hora en que todo el mundo sale, o bien no acostarse. No acostarse debería funcionar siempre, pero no es así.
Algunas veces, cuando no te vas a la cama, la gente puede saber durante todo el día si tienes un corazón roto.
Dejé eso de lado, para buscar una cafetería no demasiado concurrida y evitando mirar a cualquiera que me mirara. Pero apareció el impulso de parar a un peatón al azar y decirle:
—Sí, sí, es verdad, pero fue el rock and roll el que rompió mi corazón, no una persona, así que no llores por mí o te parto la cara.
Di un rodeo, subí y bajé, fui por todos lados, hasta que me encontré en Tremont Street. Fue el batería de aquel grupo de Detroit Crater; be olvidado su nombre pero la herida seguía sangrando, da igual, fue él quien me dijo que Tremont tenía las mejores cafeterías del mundo, especialmente cuando salías de una de esas curdas de las que no recuerdas nada.
Cuando los oficinistas comenzaron a marcharse, encontré un sitio; un agujero griego en el muro. Cerramos a las diez y media, lárgate en cuanto acabes, servicio sólo en la barra, tómalo o déjalo. Me gustan los sitios con carácter. Tomé asiento y pedí un café y una tortilla de queso feta. Lo acompañaban patatas fritas caseras de la montaña de patatas que había junto a la plancha (no basura de microondas, ¡hurra!). Impresionaron mis retinas antes incluso de que me trajeran el café, y mientras me servía la leche, comprobaron mi crédito. ¿Era una impertinencia? Lo era. ¿Me importaba? No. Nada sofisticado, nada de máquinas cuando un humano podía hacer la tarea, y además, comida auténtica, no ese poliéster comestible que lo mismo te entra que te sale, gracias a lo cual, cariño, puedes acabar pareciendo una víctima de la desnutrición.
Llegaron cuando casi había terminado la tortilla. Por su aspecto y por el tono de su voz habían estado de pie durante toda la noche, pero no comprobé en sus caras si tenían roto el corazón. Me pusieron nerviosa pero pensé: bueno, están cansados, ¿quién se va a fijar en esta vieja dama? Nadie.
De nuevo, me equivocaba. Me hice visible para ellos en cuanto abrieron los ojos. Un chico de unos diecisiete años, con las mejillas tatuadas y una lengua bífida, proyectándola hacia delante, siseó como una serpiente.
—¡Pecadooooora!
[2]
Los otros cuatro se reanimaron al instante.
—¿Dónde? ¿Quién? ¿Aquí?
—¡Una pecadooora del rock and roll!
La dama me identificó. No se parecía a nadie en absoluto: ni siquiera había sufrido una ligera taquicardia si es que realmente tenía corazón. Con un pecador, seguramente iría de Gran Dama.
—Gina —dijo con toda seguridad.
A mi ojo izquierdo le entró un tic. ¡Por favor! El queso feta cayó en mis pantalones. Qué demonios, pensé, asentiré con la cabeza, y ellos también lo harán, terminaré de comer y saldré corriendo. Y entonces, alguien susurró la palabra «recompensa».
Solté el tenedor y salí corriendo.
Creí que funcionaría. ¿Irían a cazarme antes de comerse mi desayuno griego? No, no lo harían. Enviaron a la dama tras de mí.
Era mucho más joven que yo y me agarró en medio de un paso de cebra, justo cuando cambiaba el semáforo. Un coche se nos echó encima, y frenó justo con su parachoques rozando su duro pelo cobrizo.
—Vuelve y termínate tu tortilla. O te invitaremos a otra.
—No.
Me agarró y me sacó de la calle.
—Vamos —la gente estaba mirando, pero Tremont está lleno de teatros. Se ven este tipo de cosas por aquí; teatro al aire libre; todavía se representa. Puso una esposa en mi muñeca y me llevó con ella de vuelta a la cafetería, donde los otros habían vendido rebajado el resto de mi tortilla a un vagabundo. La dama y su grupo me hicieron un hueco entre ellos y me trajeron otra taza de café.
—¿Cómo puedes comer o beber con una lengua bífida? —pregunté a Mejillas Tatuadas, y él me lo mostró. Tenía un pequeño dispositivo debajo de la lengua, como una
cremallera.
Pesopluma, a la izquierda del chicarrón y al otro lado de la dama, se inclinó sobre mí y me dijo enojado:
—Danos una razón por la que no deberíamos llevarte para cobrar la recompensa del Hombre-de-Guerra.
Sacudí la cabeza.
—Estoy en ello. Esta pecadora ha sido perdonada.
—Legalmente aún estás bajo contrato —dijo la dama—. Pero podríamos apañar algo. Deshazte de Hombre-de-Guerra o demándalo tú misma por no cumplir el contrato. Somos Malnacida Oley —se señaló a sí misma—, Pidge —el tipo silencioso que había a su lado—, Percy —el chicarrón—, Krait Señor Lengua, Gus Pesopluma. Nosotros te cuidaremos.
Sacudí de nuevo la cabeza.
—Si vais a devolverme, hacedlo ya y cobrad. El beneficio debería bastaros para comprar al mejor pecador que haya existido.
—Podemos serte útiles.
—Ya no me queda nada más. Ha desaparecido. Todos mis pecados de rock and roll han sido perdonados.
—Falso —dijo el chicarrón. Automáticamente me volví, le miré para pararlo en seco—. Hombre-de-Guerra te habría despedido si hubiera desaparecido del todo. Entonces no tendrías por qué correr.
—No quise decírselo. Dejadme en paz. Sólo busco seguir y no pecar más, ¿entendéis? Decididlo vosotros. No voy a ayudaros —me agarré al taburete con ambas manos. De este modo, ¿qué podían hacer?, ¿arrancarlo y sacarme fuera?
Y de hecho, así lo hicieron.
Al principio, pensé, y el efecto de su eco fue estupendo.
En el principio... principio... principio...
En el principio, el pecador no era humano. Lo sé porque soy lo suficientemente vieja como para acordarme.
Estaban todos allí, poco más que fantasmas. Malnacida. ¿De dónde sacarán esos nombres? Soy lo suficientemente vieja como para acordarme. Oingo-Boingo y Bow-Wow-Wow. Tengo cuarenta, ¿lo he mencionado antes? Oooh, sólo unos pocos más, y entonces estará un poco más cerca de ser una barbaridad. Los viejos rockeros nunca mueren, sólo siguen tocando rock. Nunca vi a los Who. Moon estaba muerto mucho antes de que yo naciera. Pero recuerdo, cuando apenas era lo suficientemente mayor como para estar meciéndome
[3]
en los brazos de mi madre, mientras miles de individuos gritaban y aplaudían bailando en sus asientos.
Start me up... if you start me up, I´ll never stop...
«763 Cuerdas» se rindió a la música para ascensores y para las salas de espera de los dentistas. Y eso no fue lo peor.
Se agarraron a mis recuerdos, extrayendo más de mí, dándome la vuelta.
¿Tienes experiencia?... Pues sí.
(Pues sí. )
Cinco contra una, no pude quitármelos de encima. En justicia, ¿puedes llamarlo violación cuando sabes que te va a gustar? Bueno, como no pude quitármelos de encima, entonces tuve que darles el momento de su vida.
Jerkin' Crocus no me mató pero casi...
El chicarrón fue el primero en caer, era grande y salvaje pero resultó demasiado jodido para él. Lo saqué, lo mantuve apretado, mostrándole el ritmo de la noche en la lluvia. Se lo di, se lo metí hasta el corazón e hice que lo viviera. Luego vino la dama, desplegando el tema para el bajo. Ella se puso frenética, pero casi siempre en el sitio adecuado.