Read Mirrorshades: Una antología cyberpunk Online
Authors: Bruce Sterling & Greg Bear & James Patrick Kelly & John Shirley & Lewis Shiner & Marc Laidlaw & Pat Cadigan & Paul di Filippo & Rudy Rucker & Tom Maddox & William Gibson & Mirrors
Tags: #Relato, Ciencia-Ficción
—Los he visto —dice Jade—, Croak y yo. ¿Verdad, Croak?
Asiento sin producir sonido alguno. No hay lengua en mi boca. Cuando tenía doce años, justo después del «trabajito» que me hicieron por escupir obscenidades a un cognirrobot controlador, lo único que hice fue croar.
Jade y yo salimos la noche anterior y escalamos una pirámide vacía para ver qué había por allí. Más allá de Riverrun Boulevard el mundo ardía brillando, y tuve que apartar la mirada. Jade siguió mirando y dijo que veía aquellos salvajes gigantes corriendo iluminados por el resplandor. Luego escuché un millar de cuerdas de guitarra romperse, y Jade dijo que los gigantes habían arrancado el Gran Puente desde sus cimientos y lo habían arrojado a la luna. Miré hacia arriba y vi un arco negro girando sobre sí mismo, los cables agitándose mientras subía y subía, dando vueltas entre las columnas de humo. Y ya no volvió a caer, al menos mientras nos quedamos por allí, aunque no esperamos demasiado.
—Sea esto lo que sea, puede que sea para bien —sigue Slash, torciendo su boca por la mitad mientras ríe—. Quizás nunca se vayan.
Crybaby deja de lloriquear lo justo para decir:
—¿Nuuunca?
—¿Por qué deberían hacerlo? Parece que han recorrido un largo camino para llegar a Ciudad Diversión, ¿no? Quizás nos encontremos ante una nueva banda, Hermanos.
—Justo lo que necesitamos ahora —continúa Jade—. Pero no me pidas que los aplaste. Mi cuchilla no es lo bastante grande. Si los controladores no pudieron evitar que lo destruyeran todo, ¿qué podemos hacer nosotros?
Slash menea la cabeza.
—Jade, querido Hermano, escucha atentamente. Si te pido que aplastes, tú aplastas. Si te pido que saltes de una colmena, tú saltas. Si no, te buscas otra banda. Ya sabes que os pido esas cosas sólo para haceros la vida más interesante.
—Ya es bastante interesante —gruñe mi mejor Hermano.
—¡Eh! —continúa Crybaby. Es el más grande y el más viejo de nosotros, pero tiene menos cerebro que un niño de diez años—. ¡Escuchad! —todos escuchamos.
—No oigo ná —dice Skag.
—¡Sí! Ná de ná. Se han largado.
Pero habló demasiado pronto. Lo siguiente que recordamos es un trueno en las paredes y el cemento del suelo que se eleva, y el techo que se desmorona. Me tiro bajo una mesa con Jade.
El trueno se disipa con un suspiro. Luego hay un silencio absoluto.
—¿Estás bien, Croak? —pregunta Jade. Asiento y miro por el sótano, buscando a los otros. Puedo saber, sintiendo el espíritu de la banda, que nadie está herido.
Al instante siguiente dejamos escapar un único suspiro en doce partes.
Hay luz natural en el sótano, pero ¿de dónde viene?
Mirando desde fuera de la mesa, veo un fragmento de la luna, a dos plantas por encima de nosotros, más arriba. El último impacto ha partido la vieja colmena de pisos de alquiler, y la ha dejado abierta al cielo. Una grieta recorre suelos y techos; las tuberías se entrecruzan al aire como telarañas de metal y el borde rasgado de un colchón derrama su relleno sobre nosotros.
La luna desaparece oculta por el hirviente humo negro; es el mismo humo que vimos flotar ayer sobre la ciudad mientras las estrellas saltaban como las chispas en un accidente de tráfico. El perfume de la Señora Muerte se está deslizando por aquí.
Slash salva la grieta que recorre el centro de la habitación. Se guarda la pistola en el bolsillo. La superficie plateada de su única bala está manchada con un poco de su sangre. La conserva para el Soooooot que le hizo esa sonrisa, cierto embaucador llamado HiLo.
—Vale, banda —dice—. Salgamos de aquí.
Vave y Jade arrancan las hojas de la puerta. El sótano estaba equipado con medidas de seguridad, para mantenernos a salvo cuando las cosas se ponían feas en Ciudad Diversión. Vave forró las paredes con deflectores, para que, cuando los cognirrobots controladores vinieran a escanear los escondites, sólo vieran las cañerías de una habitación vacía, pero ni rastro de nosotros.
Más allá de la puerta, la escalera de incendios se balancea con una imposible inclinación. Pero no es algo que podamos arreglar. Vuelvo a mirar hacia el sótano mientras salimos, pues ya me había acostumbrado a verlo como un hogar.
Estábamos allí cuando los controladores vinieron en busca de reclutas para la guerra. Pensaron que teníamos la edad adecuada.
—¡Salid, salid hacia la libertad! —cuando vinieron de caza, hicimos nuestro truco y desaparecimos.
Esto fue durante el último día del calendario, cuando todo el mundo estaba gritando:
—¡Eh!
—¡Ya está!
—¡La última guerra mundial!
Todo lo que nos dijeron sobre la guerra cabía en la punta del dedo de Vave, que lo ha ahuecado para poder lanzar dardos explosivos. El trato era que haríamos un viaje gratis a la luna para entrenarnos en Base Inglesa y luego nos soltarían de vuelta en la Tierra, cargados y listos para avanzar, avanzar y avanzar. Los mexisoviets estaban lanzando guerras como quien lanza huevos, una detrás de la otra, hacia el sur. El lugar estaba tan caliente que algunas noches podíamos ver los cielos brillando con un resplandor blanco que durante el día se hacía amarillo.
El Control Federal ha sellado completamente nuestra ciudad continental dentro de una burbuja transparente. Nada, a excepción del agua o del aire, entra sin salvoconducto. Cuando vio aquel brillo amarillo, Vave estaba seguro de que los mexisoviéticos habían lanzado algo tan fuerte, tan poderoso como para atravesarla.
Silenciosos como serpientes nos deslizamos por la avenida. Nuestro territorio se sitúa entre la calle 56 y la 88, entre Westland y Chico. Las farolas están curvadas, así como las ventanas de todos los edificios y las ventanillas de los coches estrellados. Por todos los lados hay esparcidos basura y cuerpos humanos.
—¡Agh! Bicho —dice Vave.
Crybaby comienza a lloriquear.
—Vigila, Croak —dice Slash—. Míralo todo.
Tengo ganas de apartar la mirada pero he de seguir observando para lo que venga más tarde. Casi lloro porque mi verdadera mamá y mi hermano están muertos. Pero lo aparto de mi mente y me olvido de todo eso. Slash me ha encargado que vigile la ruta para los Hermanos.
En el Puesto Federal, donde controlan los sistemas programables y a la gente de Ciudad Diversión, el Señor Arreglador me cortó la lengua desde la raíz. No vivió para terminar su trabajo. Una banda de Quazis y Moofs, dirigida por mis Hermanos, me rescató.
Eso exige trabajo en equipo. Sé que los controladores lo dirían de otro modo, dirían que somos subversivos, que nos encanta destruir, como a los Anarcas, y que no tenemos ningún respeto por Ciudad Diversión. Pero si alguna vez los escuchas, después lávate los oídos. Las bandas nunca destruyen, a menos que tengan que hacerlo. Cuando la vida se volvió difícil en Ciudad Diversión, no hubo ningún sitio por donde escapar sino por las entradas secundarias del territorio vecino. Así que entramos sin invitación... y las cosas funcionaron.
Percibo un reflejo plateado al final de la avenida. Un cognirrobot está parado, con los escáneres desconectados, sin que les sirva de nada a los cabezas rapadas que se sientan en el Puesto y vigilan las calles. Lo señalo, pensando que no pueden quedar muchos cabezas rapadas.
—Ya no hay ley —dice Jade.
—Nada nos cierra el camino —dice Slash.
Bajamos por la avenida. Cuando pasamos cerca del robot, Vave se para y desenrosca los pezones-láser de su torreta. Conectados a unas baterías, se convertirán en elegantes disparadores.
Cogemos linternas de los grandes hipermercados reventados. Durante un rato miramos entre las ruinas, pero al poco tiempo se vuelve desagradable. Nos dedicamos a buscar el camino entre las montañas de escombros que antes fueron pirámides y manzanas de colmenas. Nos lleva mucho tiempo.
Hay una pintada fresca sobre el muro, que todavía permanece goteando, negro y rojo, como si nunca se fuera a secar. El hedor de la muerte reciente sopla desde el centro de la ciudad. Parece que otro gato callejero se ha meado en nuestro territorio.
Me pregunto si quedan supervivientes. Cuando enfocamos nuestras mentes sobre las ruinas, no sentimos nada. Vivía mucha gente por aquí, en los buenos tiempos. Muchas de las colmenas se vaciaron en los años de la fiebre, cuando los viejos morían, y los chiquillos no afectados por la plaga nos juntamos y aprendimos a compartir nuestro poder.
Cada vez se hace más oscuro y hace más calor, y el olor se vuelve peor. A veces el sol consigue llegar al suelo entre las espirales de humo. Los cadáveres que me miran desde las ventanas me hacen sentirme feliz por no haber intentado nunca buscar a mi mamá y a mi hermano. Recogemos latas de comida, manteniéndonos ultrasilenciosos. La avenida nunca ha conocido una noche tan muerta. Antes las bandas estaban siempre recorriéndola, destrozando, armando juerga-segura, gratis-para-todos.
Cruzamos un territorio y luego otro: Bennies, Silks, Quazis, Mannies y Angels. Nadie. Si alguna banda está viva todavía, estará en escondites desconocidos. Si no se escondieron bajo tierra, estarán muertos como los demás.
Esperamos el espasmo psíquico, que delata con un cosquilleo en el estómago la presencia de otra banda. Pero no hay nada excepto la muerte en la noche.
—Descansad en paz, bandas —dice Jade.
—Espera —dice Slash.
Nos detenemos en la 265, en la manzana Snubnose. Miro hacia la avenida y veo a alguien sentado encima de un montón de cascotes de cemento. Sacude la cabeza y la coloca entre sus manos.
—Bueno, bueno —dice Slash.
El tipo comienza a bajar del montón. Está tan débil que tropieza y cae hasta la calle. Lo rodeamos y mira hacia arriba, al negro agujero de la pistola de Slash.
—Hooola, HiLo —dice Slash. Tiene puesta la sonrisa que ha debido de guardar junto a su bala de plata; una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Cómo les va a los Soooooots?
HiLo no parece ahora tan astuto. Su traje rojinegro con un rayo está arrugado y manchado, con el cuello arrancado para hacerse un vendaje en la muñeca. El cristal izquierdo de sus gafas oscuras de búho está roto y su corte de pelo de pinchos, deshecho.
HiLo no dice palabra. Mira la pistola y espera que salte el gatillo, el último y pequeño ruido que oirá.
Una enorme lágrima cae desde el cristal roto, lavando la sucia mejilla de HiLo.
Slash ríe. Luego baja la pistola y dice:
—No esta noche.
HiLo ni siquiera se estremece.
Abajo, en la avenida, una central de gas explota, y nos tiñe a todos de un naranja brillante. Todos reímos. Es divertido. HiLo sonríe en silencio.
Slash le da una patada en el pie a HiLo.
—Tengo otras cosas en la cabeza, embaucador. Pareces un bicho acabado. ¿Dónde está tu banda?
—Nos aplastaron, embaucador —dice—. No hay otra forma de decirlo —un torrente de lágrimas sigue a la primera. Se las limpia—. No queda ningún Soooooot.
—Estás tú —dice Slash poniendo una mano sobre el hombro de HiLo.
—No puede haber un embaucador sin su equipo, Slash.
—Sí que puede. ¿Pero qué pasó?
HiLo mira hacia la calle.
—Una nueva banda ocupó nuestro territorio —dice—. Son gigantes, Slash, ya sé que suena a locura.
—No —dice Jade—. Los he visto.
—Los oímos venir —continúa HiLo—, pero tendríamos que haberlos visto. Si los hubiéramos visto, nunca les habría dicho a los Soooooots que se quedaran y aguantaran allí. Pensé que había alguna posibilidad de resistir por nuestra cuenta, pero nos destrozaron.
»Nos
echaron.
Algunos de mis colegas volaron más alto que el Puesto. Esos chicos... son increíbles. Ahora la 400 está llena de ellos. Brillan y vibran como las luces que ves cuando te pegan en la cabeza y te desmayas.
Vave dice:
—Eso suena a un lío muy gordo.
—Si hubiera sabido que eran sólo unos crios, no me habría asustado, Hermano —dice HiLo. Intentamos sugestionarlos y casi funcionó. Están hechos de esa clase de sustancia. Parecen reales y te podrán cortar, pero cuando los atacas con la mente, se van zumbando como abejas. No éramos suficientes para hacer mucho. Y no estábamos preparados para ellos. Salí vivo sólo porque Nimblejax me dejó seco y me metió en un transporte.
»Cuando desperté, todo había acabado. Seguí por la avenida. Pensé que algunas bandas todavía estarían dando vueltas por ahí, pero no quedaba nadie. Podrían estar en sus escondites. Pero no me atrevía a comprobarlo. La mayoría de las bandas me rajaría antes de que dijera una sola palabra.
—Es duro ir solo, muy diferente de cuando vas con una banda detrás de ti —sigue Slash—. ¿Cuántos escondites conoces?
—Seis quizás. Tenía un contacto con los Jipjaps, pero no es seguro. Sé dónde encontrar a los Zips, los Kingpins, los Gerlz, los Myrmies... Sledges... Podríamos llegar al territorio de las Galrogs rápidamente por los subterráneos.
Slash se vuelve hacia mí.
—¿Qué tenemos?
Le paso la «lista de clientes» y él se la pasa a Jade, quien la va leyendo.
—Jipjaps, Sledges, Drummers, A-V Marías, Chix, Chogs, Dannies. Si alguno de ellos está vivo, sabrán de otros.
—Cierto —dice Slash.
Jade me da un empujón.
—Me pregunto si la nueva banda tiene un nombre.
Sabe que me gusta anotar cosas. Sonrío y cojo la lista de nuevo, saco el bolígrafo y apunto: «Chicos de la 400».
—Ya, es porque se apoderaron de la calle 400 —dice Jade. Asiento, pero no es sólo por eso. Creo que en algún sitio leí algo acerca de ciertos chicos que destruyen el mundo y torturan abuelitas. Parece justo lo que a esos Chicos les gustaría hacer.
Mientras recorremos la calle, la luna se eleva entre el humo, lo que la hace parecer oxidada. Le faltan grandes trozos.
La vista de la luna nos entristece y nos asusta a la vez. Recuerdo cuando era perfecta y redonda como una perla sobre el negro terciopelo de una joyería, más bella y brillante que las luces de los semáforos, incluso cuando el smog más espeso la teñía de marrón. Ese marrón era mejor que este rojo salpicando los pedazos. Parece como si hubiera sido utilizada como blanco de prácticas. Quizás esos chicos lanzaron el Gran Puente contra Base Inglesa.
—Nuestro territorio ha desaparecido —dice HiLo—. Quiero ir a por esos Chicos. Será... o esos bestias o yo.
—Estamos contigo —dice Slash—. Vamonos rápido. Dividios en parejas, Hermanos. Vamos a visitar algunos escondites. Jade, Croak, vosotros venís con HiLo y conmigo. Veremos si las Galrogs están dispuestas a escuchar algo razonable.