Mirrorshades: Una antología cyberpunk (34 page)

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Authors: Bruce Sterling & Greg Bear & James Patrick Kelly & John Shirley & Lewis Shiner & Marc Laidlaw & Pat Cadigan & Paul di Filippo & Rudy Rucker & Tom Maddox & William Gibson & Mirrors

Tags: #Relato, Ciencia-Ficción

—Calla —dice ella—. Calla —sus manos acarician su cara, besa su cuello, sus huesos se derriten y cae sobre ella de nuevo, demasiado hambriento para detenerse.

—Para ser tan listo, eres muy tonto —murmura ella al acabar—. Igual que Alice.

Pero él no entiende lo que le está diciendo.

La azotea de Torre Citrine es una pista de aterrizaje para los «carruajes», vehículos suborbitales de las compañías y los ejecutivos. Stone cree que ha aprendido todo lo que puede saber sobre Alice Citrine encerrado en la Torre. Ahora necesita la solidez y la experiencia de los lugares reales, para juzgarla a través de ellos.

Pero antes de que puedan viajar, June le dice a Stone que deben hablar con Jerrod Scarfe.

Los tres se reúnen en su pequeña sala de espera, de paredes corrugadas pintadas de blanco mate, y con sillas de plástico.

Scarfe es el jefe de seguridad de Tecnologías Citrine. Un tipo cuadrado, nudoso, que exhibe una expresión facial mínima. A Stone le parece alguien extraordinariamente competente, de los pies, con sus botas, a la cabeza, rapada y tatuada. En su pecho lleva el emblema de TC, una espiral roja con una punta de flecha en un extremo apuntando hacia arriba.

June saluda a Scarfe con cierta familiaridad y pregunta:

—¿Estamos autorizados?

Scarfe agita en el aire una fina hoja de papel.

—Su plan de vuelo es demasiado largo. Por ejemplo, ¿es necesario que visiten un lugar como Ciudad de México con el señor Stone a bordo?

A Stone le intriga el interés de Scarfe por él, un extraño sin importancia. June percibe la extrañeza de Stone y le explica:

—Jerrod es uno de los pocos que sabe que tú representas a la señora Citrino. Naturalmente, le preocupa que, si nos metemos en líos, las consecuencias afecten a Tecnologías Citrine.

—No busco problemas, señor Scarfe, sólo quiero hacer mi trabajo.

Scarfe observa a Stone con tanta fijeza como los dispositivos exteriores del santuario de Citrine. El resultado favorable del examen se hace notar, finalmente, con un leve gruñido y con el anuncio:

—Su piloto les está esperando. Adelante.

Más arriba, sobre la tierra que le sostiene a uno, donde nunca ha estado Stone, pone su mano derecha sobre la rodilla izquierda de June, sintiéndose loco, rico y libre, rumiando la vida de Alice Citrine y el sentido que ya comienza a encontrarle.

Alice Citrine tiene 159 años. Cuando nació, América todavía era un conjunto de Estados, antes de las ZLE y las ARCadias. El hombre apenas había comenzado a volar. Cuando llegó a los sesenta, dirigía una firma llamada Biótica Citrine. Ésa fue la época de las Guerras Comerciales, guerras tan mortales y decisivas como las militares, pero peleadas con tarifas y planes quinquenales, cadenas de montaje automáticas y producción de sistemas expertos de quinta generación. También fue la época de la Segunda Convención Constitucional, que reconstruyó América para la economía de guerra.

Durante esos años, el país se dividió entre las Zonas de Libre Empresa, regiones urbanas de alta tecnología, donde las leyes eran impuestas por las corporaciones, y cuyo único objetivo eran los beneficios y el poder, y las Áreas de Restringido Control, enclaves principalmente rurales, agrícolas, donde los antiguos valores se mantenían estrictamente. Biótica Citrine refino y perfeccionó el trabajo de investigadores propios y ajenos en el campo de los chips de carbono; ensamblajes microbiológicos, unidades de reparación programadas en la sangre. El producto final, comercializado por Citrine, sólo para aquellos que podían permitírselo, producía un rejuvenecimiento casi total, la reparación de las células o, simplemente, su recambio.

En seis años, Biótica Citrine se puso a la cabeza de la lista de Fortune 500.

Para entonces ya era Tecnologías Citrine.

Y Alice Citrine se sentaba en su cumbre.

Pero no para siempre.

La entropía no puede ser burlada. La degradación de la información del ADN que aparece con la edad no es totalmente reversible. Los errores se acumulan a pesar del duro trabajo de los chips de carbono, y el cuerpo, obedientemente, acaba por abandonar.

Alice Citrine está cerca del teórico final de su nueva vida prolongada. A pesar de su aspecto juvenil, algún día un órgano vital fallará como resultado de millones de transcripciones erróneas.

Necesita de Stone, de todo el mundo, para justificar su existencia.

Stone aprieta la rodilla de June y experimenta la sensación de ser alguien importante. Por primera vez en su triste y sucia vida, va a hacer algo. Sus palabras, sus percepciones,
importan.
Está decidido a hacer un buen trabajo, a decir la verdad tal y como la percibe.

—June —dice Stone con énfasis—. Tengo que verlo todo —ella sonríe.

—Lo harás Stone. Seguro que lo harás.

Y el carruaje desciende en Ciudad de México, que ya tiene una población de 35 millones y que el año pasado entró en crisis. Tecnologías Citrine está aportando su ayuda para aliviarla, operando desde sus centros de Houston y Dallas. Stone sospecha de los motivos detrás de esta campaña. ¿Por qué no se anticiparon al colapso? ¿Podría tratarse de que lo único que les importe sea la marea de refugiados que cruza la frontera? Sea cual sea la razón, sin embargo, Stone no puede negar que los trabajadores de TC son una fuerza para el bien, atendiendo a los enfermos y hambrientos, restableciendo la energía eléctrica y las comunicaciones, asistiendo al (¿actuando como?) gobierno de la ciudad. Sube al carruaje y su cabeza da vueltas, y al momento se encuentra...

... en la Antártida, donde él y June son trasladados desde las cúpulas de TC a un barco de procesamiento de plancton, fuente de gran parte de la proteínas del mundo. June encuentra desagradable el hedor del compuesto, pero Stone respira profundamente, exultante por encontrarse a bordo, en esas extrañas y heladas latitudes, observando el trabajo de aquellos hábiles hombres y mujeres. June se alegra de estar otra vez volando y después...

... a Pekín, donde los especialistas de heurística de TC están trabajando en la primera inteligencia artificial orgánica. Stone escucha divertido el debate acerca de si la IAO debería llamarse K'ung Fu-tzu o Mao.

La semana es un torbellino caleidoscópico de impresiones. Stone se siente como una esponja, empapándose de paisajes y sonidos largamente negados. En cierto momento se encuentra abandonando un restaurante con June, en una ciudad cuyo nombre ha olvidado. En su mano está su tarjeta de identificación, con la que acaba de pagar la comida. Un holorretrato aparece sobre su palma. Su cara aparece cadavérica, sucia, con las dos cicatrices de sus cuencas vacías en vez de ojos. Stone recuerda cuando los cálidos dedos de láser crearon su holo en la Oficina de Inmigración. ¿Así era realmente él? El vital acontecimiento de aquel día parece pertenecer a la vida de otra persona. Mete su tarjeta en el bolsillo, dudando de si debe actualizar el holo o dejarlo como un recuerdo del lugar de donde viene.

¿Y donde acabará cuando esto termine?

(¿Y qué van a hacer con él después de sus informes?)

Cuando un día Stone pide ver una instalación orbital, June le pide un respiro.

—Stone, creo que ya hemos hecho bastante para un viaje. Volvamos para ver cómo puedes encajar todo esto.

Al escuchar estas palabras, un profundo cansancio se apodera de Stone, que lo nota hasta en los huesos, y su obsesión se evapora enseguida. Silenciosamente, asiente.

El dormitorio de Stone está oscuro, excepto por las difusas luces de la ciudad colándose por las ventanas. Stone ha potenciado su visión para admirar mejor el resplandor de la formas desnudas de June que está a su lado. Ha descubierto que los colores se vuelven turbios cuando faltan fotones, pero se obtiene en cambio una muy vívida imagen en blanco y negro. Se siente como un habitante del siglo pasado, mirando una película antigua. Excepto que June está muy viva entre sus manos.

El cuerpo de June es una tracería de nítidas líneas, como el arcano circuito capilar del núcleo de Mao/K'ung Fu-tzu. Siguiendo la moda actual, tiene un patrón subepidérmico de implantes de microcanales. Los canales están llenos de «luciferina» sintética, la responsable del brillo de las luciérnagas, que ella puede conectar a su gusto. Después de hacer el amor, ella misma se ha iluminado. Sus pechos son vórtices de frío fuego, su afeitado monte de venus, una galaxia en espiral que arrastra la vista de Stone hacia profundidades sin fondo.

Mirando al techo, June habla absorta a Stone, mientras él la acaricia lánguidamente.

—Mi madre fue la única hija superviviente de dos refugiados vietnamitas. Vinieron a América al poco de acabar la guerra de Asia. Trabajaron en lo único que sabían hacer. Vivieron en Texas, en el Golfo. Mi madre fue a la universidad con una beca. Allí conoció a mi padre, que era otro refugiado, que había dejado Alemania con sus padres tras la Reunificación. Ellos decían que el Gobierno de Compromiso no era ni una cosa ni otra, por lo que no podían tratar con él. Supongo que mi entorno fue una suerte de microcosmos, surgido de un montón de conflictos de nuestro tiempo —atrapa la mano de Stone entre sus piernas y la mantiene con fuerza—. Pero ahora, contigo, Stone, me siento tranquila.

Mientras continúa hablándole sobre las cosas que ha visto, de la gente que ha conocido, su carrera como asistente personal de Citrine, a Stone le asalta el más extraño de los sentimientos. Mientras sus palabras progresivamente se integran por sí solas en un cuadro, siente el mismo ahogo que ante la marea abismal que sintió la primera vez que estudió historia.

Antes de decidir si realmente quiere saberlo, se descubre preguntando:

—June, ¿cuántos años tienes?

Ella se calla. Stone observa cómo le mira sin poder verlo, pues no está equipada con sus malditos ojos perceptivos.

—Unos sesenta —dice al final—. ¿Importa?

Stone se da cuenta de que no puede contestarle. No sabe si le importa o no.

Lentamente, June hace que su cuerpo se oscurezca.

Stone se divierte amargamente con lo que le gusta pensar que es su arte.

Hojeando el manual sobre el chip de silicona que habita en su cráneo, descubrió que tenía una propiedad que el doctor no había mencionado. Los contenidos de la RAM pueden ser emitidos con una señal a un simple ordenador. Allí, las imágenes que él ha recogido se pueden mostrar para que todos las vean. Más aún, las imágenes digitalizadas pueden manipularse, recombinarse entre sí o con grafismos almacenados, para formar imágenes verosímiles sobre cosas que nunca han ocurrido. Y por supuesto, se pueden imprimir.

En efecto, Stone es una cámara viva y su ordenador, un completo estudio de imagen.

Stone ha estado trabajando en una serie de imágenes de June. Sus impresiones en color inundan su despacho, pegadas a las paredes y sobre el suelo.

La cabeza de June con el cuerpo de la esfinge. June como la Bella Dama de Sans Merci. La cara de June superpuesta a la luna llena con Stone dormido en el campo como Endymion.

Los retratos son más perturbadores que las instantáneas, piensa Stone, y, además, resultan más traicioneros. Pero Stone siente que está consiguiendo cierto efecto terapéutico gracias a ellos, lo que cada día le acerca, pulgada a pulgada, a sus verdaderos sentimientos hacia June.

Todavía no ha hablado con Alice Citrine, y eso le perturba enormemente. ¿Cuándo le entregará su informe? ¿Qué le va a decir?

El problema del cuándo se resuelve esa tarde. Volviendo de uno de los gimnasios privados de la Torre, encuentra su terminal parpadeando con un mensaje.

Citrine le verá por la mañana.

En esta ocasión, Stone permanece solo en el vestíbulo de la habitación de Alice Citrine, mientras deja que se verifique su identidad. Espera que le den los resultados cuando la máquina termine, pues ya no tiene idea de quién es él.

La puerta se abre deslizándose hacia dentro del muro, como la boca de una cueva.

«El Averno», piensa Stone, y entra.

Alice Citrine está sentada en el mismo lugar de hace semanas, éstas tan llenas de sucesos, y le transmite la impresión de ser semieterna. Las pantallas parpadean con un ritmo epiléptico a los tres lados de su silla de ruedas. Ahora, sin embargo, las ignora, pues tiene sus ojos sobre Stone, quien avanza agitado.

Stone se detiene ante ella; la consola es una trinchera insalvable entre ambos. En esta segunda ocasión percibe sus rasgos con una mezcla de incredulidad y alarma. Se parecen escalofriantemente a los de su propia cara demacrada. ¿Ha terminado pareciéndose a esa mujer simplemente por trabajar para ella? ¿O la vida fuera de la Chapuza marca las mismas duras líneas a todo el mundo?

Citrine pasa la mano por su regazo, y Stone descubre entonces a su mascota acurrucada en el valle de su vestido marrón, con sus antinaturales ojos, fijos en el colorido de los monitores.

—Es hora de un informe preliminar, señor Stone —dice ella—, pero su pulso es demasiado rápido. Relájese. No todo depende de esta reunión.

Stone desearía que así fuera. Pero no hay un ofrecimiento para sentarse y sabe que lo que diga será evaluado.

—Así que... ¿qué le parece este mundo nuestro, que lleva mi marca y la de otros como yo?

La arrogante superioridad de la voz de Citrine hace que el pensamiento de Stone tome todo tipo de precauciones, y está a punto de gritar: «¡No es justo!». Se detiene un momento, y entonces, se fuerza a admitir con honestidad:

—Bello, abigarrado, excitante, pero básicamente injusto.

Citrine parece complacida con su estallido.

—Muy bien, señor Stone. Ha descubierto la contradicción básica de la vida. Hay joyas en el montón de basura, lágrimas en medio de la risa, y cómo se reparte esto, nadie lo sabe. Me temo, sin embargo, que no puedo asumir la culpa por la falta de justicia en el mundo. Ya era injusto cuando yo era una niña, y siguió así a pesar de mis actos. De hecho, puede que la desigualdad haya aumentado un poco. Los ricos son más ricos, y en comparación, los pobres, más claramente pobres. Pero, aun así, al final, incluso los titanes son derribados por la muerte.

—Pero ¿por qué no intentó cambiar las cosas con más decisión? —exige Stone—. Eso tiene que estar al alcance de su poder.

Por primera vez, Citrine ríe, y Stone escucha el eco de la amarga risotada que él lanza a veces.

—Señor Stone —contesta—. Dedico todo lo que puedo sólo a mantenerme viva. Y con ello no me refiero a cuidar mi cuerpo, eso se hace automáticamente. No, quiero decir, a evitar que me asesinen. ¿No ha comprendido la verdadera naturaleza de los negocios en este mundo nuestro?

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