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Authors: James Ellroy

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Mis rincones oscuros (27 page)

Dejó Asuntos Internos en el 73. Fue trasladado a la Brigada de Detectives de la comisaría de Lakewood y se dedicó a investigar robos de automóviles durante dos años. En el 75 pasó a la Metropolitana.

La Metropolitana trabajaba en todo el condado. Él dirigía un equipo de vigilancia de cinco hombres. El condado de Los Ángeles se ensanchó para él. Vio el crimen crecer en las zonas deprimidas donde la gente sólo tenía pasta para drogas y apartamentos baratos. Los paisajes eran llanos, la atmósfera, contaminada. La gente vivía en medio de la mugre, pero eso no le impedía funcionar. Se movía como ratas en un laberinto, casi siempre en círculos a causa de las autopistas. Las drogas eran un circuito cerrado de éxtasis efímero y desesperación. Los pequeños robos y los atracos eran delitos relacionados con el consumo de drogas. El asesinato era un subproducto habitual del consumo de drogas y el tráfico ilegal de estupefacientes. Perseguir el consumo de drogas era completamente inútil, ya que se trataba de una reacción tan descabellada como comprensible a la vida de mierda del condado de Los Ángeles. Aprendió todas esas cosas circulando por autopistas elevadas.

En el 78 lo asignaron a Fraudes Mayores y un año más tarde pasó a una pequeña brigada cuya misión consistía en arrestar atracadores violentos. El trabajo se complementaba con la persecución de asesinos.

Ann sintió despertar una vocación y siguió su llamada de manera instintiva. Entró en la escuela de enfermeras y destacó en su trabajo. Aquella apuesta por la independencia resucitó su matrimonio.

Él respetó la decisión de su mujer. Respetó sus ganas de estudiar una carrera a los cuarenta años. Le gustó la forma en que la vocación de ella encajaba con la suya nueva.

Quería trabajar en la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff. Quería investigar asesinatos. Lo deseaba con un apasionado sentido de compromiso.

Recordó algunos favores que le debían y lo consiguió. Ese trabajo lo condujo al cadáver de la cuneta y al de la Marina. Lo condujo a la adolescente que había perdido el habla después de ser violada y golpeada.

Sus fantasmas.

13

Antes había aprendido un par de cosas sobre los asesinatos. Había aprendido que los hombres necesitaban menos motivos para matar que las mujeres. Los hombres mataban porque estaban borrachos, colocados y furiosos. Mataban por dinero. Mataban porque otros hombres hacían que se sintiesen mariquitas.

Los hombres mataban para impresionar a otros hombres. Mataban para poder hablar de ello. Mataban porque eran débiles y perezosos. El asesinato conformaba su lascivia momentánea y reducía sus opciones a unas pocas comprensibles.

Los hombres mataban a las mujeres por capitulación. La muy puta no les dejaba hacer lo que les venía en gana o no les daba su dinero. La muy puta cocía excesivamente el bistec. A la muy puta le daba un ataque cuando ellos cambiaban sus cupones de comida por droga. A la muy puta no le gustaba que sobara a su hija de doce años.

Los hombres no mataban a las mujeres porque se sintieran sistemáticamente maltratados por el género femenino. Las mujeres mataban a los hombres porque éstos las jodían de manera rigurosa y persistente.

Stoner pensó que la regla era obligatoria. Se negaba a considerarla verdadera, a ver en cada mujer una víctima.

La cuestión del libre albedrío lo desconcertaba. Muchas mujeres eran asesinadas por ponerse en situación de peligro y firmar, conjunta y pasivamente, su partida de defunción. El se negaba a aceptarlo. La pasión que sentía por las mujeres las incluía a todas. Era grande, fortuita y, en esencia, idealista, la razón de que se mantuviera fiel cuando su matrimonio hacía agua.

Su primera víctima fue una mujer.

Billy Farrington irrumpió en la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff. Era un estereotipo de la moda que gastaban los negros: iba con traje y corbata al lugar donde se había producido un asesinato, por cubierto de heces que estuviese. Le enseñó a leer despacio y a conciencia la escena de un crimen.

Billy tenía cincuenta y cinco años y se acercaba al final de su carrera como policía; aún tenía pendientes muchas vacaciones. Le dejó trabajar solo en el caso de Daisie Mae.

El cadáver había aparecido en Newhall. Un hombre vio arder un bulto y apagó el fuego. Llamó a la comisaría de Newhall. El agente de guardia llamó a la Brigada de Homicidios.

Stoner se presentó en la escena del crimen, la acotó y examinó el cadáver.

La víctima estaba completamente vestida, era blanca y joven, tenía el rostro contraído y casi parecía mongoloide.

Estaba envuelta en una bandera de Estados Unidos y unas mantas de bebé. Habían atado el bulto con cable eléctrico. Las mantas estaban empapadas en gasolina o en un combustible similar. Había recibido unos porrazos en la cabeza.

Stoner recorrió la zona. No vio huellas, marcas de neumático ni arma contundente alguna. Era un terraplén cubierto de matorrales. El asesino debía de haber llevado el cuerpo hasta allí desde alguna carretera de acceso cercana.

Llegó el equipo del forense. Examinaron las ropas quemadas de la víctima.

No encontraron ninguna identificación. Stoner halló una cadena de oro con un colgante. Parecía el signo de la paz o algún otro símbolo raro. Stoner se la guardó. Los hombres del forense se llevaron el cuerpo.

Stoner fue al Palacio de Justicia y leyó las denuncias de personas recientemente desaparecidas. Ninguna de ellas encajaba con su desconocida. Envió un teletipo. Mencionó el colgante de la víctima y dijo que ésta tal vez fuese retrasada mental. Telefoneó al Centro de Información para que divulgasen los hechos.

El informativo vespertino del canal 7 difundió la noticia. Unos minutos más tarde, Stoner recibió la llamada de un hombre que aseguraba haber hecho el colgante. Se trataba de una insignia de Alcohólicos Anónimos. Vendía esos colgantes en todas las reuniones de la asociación en el área de Long Beach.

Stoner tomó una foto del objeto y en la parte posterior anotó las características del caso. Añadió su nombre y un número telefónico de la Brigada de Homicidios. Hizo cien fotocopias y las distribuyó en todas las reuniones de Alcohólicos Anónimos del área de Long Beach.

Un hombre llamado Neil Silberschlog vio una de las fotocopias y le telefoneó. Dijo que la víctima quizá fuese una chica que solía asistir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. La llamaban Daisie Mae. Salía con un tipo joven llamado Ronald Bacon. Silberschlog vivía cerca de la casa de éste y lo había visto conducir el Impala del 64 de la chica. Daisie Mae llevaba tiempo sin dar señales de vida. En opinión de Silberschlog el asunto olía mal.

Stoner se acercó a Long Beach y fue a ver a Silberschlog para que identificase una foto de la víctima tomada en el depósito de cadáveres. El tipo dijo que no era retrasada mental, sino una borracha de mal genio.

Daisie Mae vivía cerca de allí. Silberschlog llevó a Stoner a la casa.

Era un antro de mala muerte. Una vieja alcohólica llamada Betty
la Tuerta
estaba caída en la entrada. Betty dijo que había visto el coche de Daisie Mae frente a la casa de Ronnie Bacon, quien además tenía el reloj de la chica. Le había cambiado la correa y se lo había dado a su novia de dieciséis años. A Ronnie acababan de detenerlo por robar en una farmacia. Estaba en la prisión del condado de Los Ángeles.

Stoner fue allí e interrogó a Ronald Bacon. Tenía veinticinco años y era un blanquito mierdoso. Explicó que iba a Alcohólicos Anónimos por amistad. Conocía a Daisie Mae, pero él no la había matado, claro.

Stoner volvió a Long Beach. Registró el apartamento de Bacon y encontró una lata vacía de gasolina. Un vecino dijo que Bacon le había vendido un sofá manchado de sangre.

Stoner habló de nuevo con Betty
la Tuerta
, quien le contó el último día de Daisie Mae sobre la tierra. La chica acababa de cobrar el subsidio de la Seguridad Social. Quería comprar un televisor. Betty
la Tuerta
y Ronald Bacon se mostraron dispuestos a ayudarla a gastar el dinero. Salieron a dar una vuelta en busca de televisores baratos.

Iban en el coche de Daisie Mae. Bacon la convenció de que hiciese efectivo el cheque del subsidio. Dejaron a Betty
la Tuerta
en casa y se marcharon.

Stoner pidió una orden de detención contra Ronald Bacon. Un asistente del fiscal del distrito le tomó declaración y lo acusó de homicidio. Bacon fue retenido para que respondiera a los cargos de homicidio en primer grado.

Una mujer llamó a Stoner a la Oficina del Sheriff. Le dijo que su hija había salido con Ronald Bacon y había recibido de éste una carta muy comprometedora.

El tono era gimoteante. Bacon decía que acababa de robar un dinero y que estaba «allí en el coche con ella». Había matado a golpes a una mujer. Empezaba a buscar ayuda antes de quemar el cuerpo.

Un calígrafo examinó la carta y confirmó que la letra pertenecía a Ronald Bacon. Bacon fue juzgado y condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Stoner resolvió su primer caso de asesinato. Aprendió que los hombres mataban a las mujeres e iban en busca de otras mujeres por autocompasión.

Un hombre de Norwalk mató a su esposa; le apuntó a la cabeza y le dio justo entre los ojos. Estaba furioso. Antes de informar de ello a la policía guardó sus plantas de marihuana. Stoner lo arrestó por homicidio en segundo grado. Aprendió que los hombres mataban a las mujeres por aburrimiento.

Una mujer negra mató a su marido de un disparo. Denunció el hecho a la comisaría de Lennox y dijo que el asesino era alguien que merodeaba por la zona. El agente de guardia mandó un coche a la casa. Los policías no advirtieron la presencia de ningún merodeador. La mujer llamó de nuevo a la comisaría de Lennox y dijo haber matado a su marido por error: apareció de repente por la ventana y creyó que iba a agredirla. No sabía que todas las llamadas que llegaban a comisaría eran grabadas.

El encargado de la centralita telefoneó a la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff y dio parte de la situación. Los agentes no habían visto a ningún merodeador. Stoner se presentó en la escena del crimen e interrogó a la mujer. Ésta reconoció haber matado al marido antes de hacer la primera llamada. Dijo que él le había pegado y, para demostrarlo, enseñó los moratones. Stoner la detuvo y ordenó que la Brigada de Detectives de la comisaría de Lennox buscase el nombre del marido en sus ficheros. Los tipos se alegraron de que la mujer se hubiese cargado a aquel cabrón. Estaban a punto de detenerlo por una serie de robos a mano armada.

Stoner habló con los vecinos de la detenida, quienes explicaron que el marido, un ladrón, le pegaba regularmente. Hacía el vago todo el día mientras ella trabajaba. Se gastaba el dinero en licor y droga.

La mujer quedó bajo custodia. Stoner fue al fiscal del distrito y presentó una petición de clemencia por circunstancias atenuantes. El fiscal del distrito se avino a reducir la condena solicitada.

La mujer obtuvo la libertad condicional. Llamó a Stoner y le dio las gracias por su amabilidad. Stoner aprendió que las mujeres mataban a los hombres cuando el golpe de gracia las perturbaba más de la cuenta.

Trabajar en Homicidios era un modo de aprender sobre la marcha. Al respecto, el caso de Dora Boldt fue sumamente didáctico.

Se hizo cargo de él con Billy Farrington. Billy se tomó unas vacaciones y le dejó que se volviera loco con el trabajo. Fue un tornado que duró dos meses.

Dora y Henry Boldt vivían en Lennox Division. Constituían una pareja de blanquitos resistentes en mitad de un barrio negro. Eran frágiles y tenían casi ochenta años.

Los encontró su hijo.

Dora estaba en el pasillo de la casa, muerta. Le habían envuelto la cabeza en una funda de almohada que aparecía empapada en sangre y líquidos cerebrales.

Henry estaba en el dormitorio; todavía respiraba. Le habían pegado y pateado hasta dejarlo inconsciente.

La vivienda había sido saqueada. Las líneas telefónicas estaban cortadas. El hijo fue ala casa vecina y llamó al 911.

Llegaron los coches patrulla. Llegó una ambulancia. Henry Boldt volvió en sí. Un agente le pidió que alzara un dedo si los asesinos habían sido blancos o dos dedos si habían sido negros. Henry levantó dos dedos. La ambulancia se lo llevó.

Llegaron Stoner y Farrington. Se presentaron los hombres del laboratorio. Todo el mundo pensó lo mismo.

Habían sido dos tipos. Habían matado a golpes a la vieja. Lo habían hecho con los puños, con los pies y con las linternas.

Los chicos del laboratorio buscaron huellas. Había marcas de guantes por toda la casa. Stoner encontró en el suelo de la cocina un trozo de queso a medio comer. Un fotógrafo lo pisó y destruyó las marcas de los dientes.

Stoner habló con la familia de Dora Boldt. Hicieron un inventario de lo que había en la casa y le ayudaron a elaborar una lista de objetos desaparecidos. Le dieron los números de serie de un jarrón chino y de un televisor robados.

Billy Farrington se marchó de vacaciones. Stoner acudió a la Brigada de Detectives de Lennox, al Departamento de Policía de Inglewood y al Servicio de Información del DPLA de West Los Ángeles. Habló con una decena de policías especializados en robos con allanamiento de morada. Habló con algunos tipos de la Brigada de Homicidios de la Metropolitana. Les contó el caso. Le describieron unos cuarenta robos con allanamiento de morada similares, en los que se habían producido tres asesinatos.

Las víctimas eran mujeres blancas ancianas. Todas habían muerto a palos. En todos los casos, los asesinos habían cortado los hilos telefónicos y habían comido alimentos de la nevera. Mataron a las víctimas con objetos contundentes. En un treinta por ciento de las ocasiones saquearon las casas y robaron los coches. Todas las víctimas fueron ancianas blancas. Todos los coches fueron abandonados en un pequeño radio de West Los Ángeles. Todas las palizas fueron salvajes. Una de las mujeres perdió un ojo. Los asesinos actuaban cada tres o cuatro noches.

Stoner clasificó los crímenes y puso la información por escrito. Envió un boletín urgente a todos los departamentos policiales del condado. Volvió a las comisarías de Lennox, Inglewood y West Los Ángeles e informó de lo averiguado. Todo el mundo pensó lo mismo: debían ponerse en acción de inmediato.

El Departamento de Policía de Beverly Hills llamó a Stoner. Habían visto el boletín. Tenían dos sospechosos para él.

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