Misterio del collar desaparecido (10 page)

Se aproximaron a la verja del jardín y llegaron hasta la puerta principal.

Les abrió una mujer.

—Por favor, nuestra pelota ha caído en su jardín —le dijo Pip—. ¿Podemos recogerla?

—Sí, pero no piséis encima de los parterres —repuso la mujer cerrando la puerta. Los niños fueron a la parte posterior de la casa, y ante su disgusto vieron allí a un hombre que estaba cavando.

—¿Qué queréis, niños?

—¡Oh... perdone, pero su esposa nos ha dicho que podíamos entrar a coger nuestra pelota —dijo Fatty, cortés—. Espero que no le moleste.

—Bien, entonces cogedla —replicó, el hombre volviendo a cavar. Fatty fue hasta el cobertizo simulando buscar por sus alrededores. La puerta estaba abierta y pudo ver su interior. Estaba lleno de herramientas de jardinería y sacos viejos... pero allí no había ninguna bicicleta. ¡Qué contrariedad!

—¿No la habéis encontrado? —les preguntó el hombre acercándose a mirar también. Entonces Fatty recogió la pelota tras lanzar una exclamación. Miró al cercano cobertizo.

—Estos cobertizos son muy útiles, ¿verdad? —dijo—. Van muy bien para guardar bicicletas. Ojala yo tuviera uno como éste.

—¡Oh!..., yo no voy nunca en bicicleta —repuso el hombre—. No tenemos ninguna. Lo uso sólo para guardar las herramientas del jardín.

—Oh —exclamó Fatty—. Bueno... gracias por dejarnos coger la pelota. Ahora nos iremos.

Salieron a la carretera y la atravesaron para poder hablar.

—¡No tiene bicicleta! Pero ese chico de la tienda dijo claramente que el hombre de Kosy-Kot compró una bocina —dijo Bets indignada—. «Tiene» que tener una bicicleta. ¿Por qué dice que no tiene ninguna?

—Es algo sospechoso —dijo Pip.

Continuaron andando intrigados. De pronto, al doblar la esquina oyeron el ruido de una bocina. ¡Mog-mog! ¡Mog-mog! Los niños se agruparon, emocionados. ¡Una bocina! ¡Tal vez perteneciera al hombre de los ojos extraños! ¡Tal vez fuese su bicicleta la que iba a doblar la esquina inmediata!

Pero, por otro lado de la esquina, montado a una velocidad increíble, llegaba un niño en un triciclo. Atropello a Fatty, quien lanzó un grito y comenzó a saltar sobre una pierna sujetándose el otro pie con la mano.

—¡Idiota! ¿Por qué doblas la esquina de esa manera? —gritó Fatty.

—¡Bueno, ya he tocado la bocina! —replicó el niño indignado—. ¿No me has oído? He tocado así.

Y presionó fuertemente la goma de su bocina que sonó intensamente.

—Es una bocina nueva —dijo—. Mi papá me la ha comprado. Debierais haberos apartado de mi camino cuando me oísteis venir.

—No esperábamos un triciclo —replicó Pip—. Pensábamos que la bocina pertenecía a una bicicleta que venía por la calzada, no por la acera.

—Pues lo siento —replicó el niño volviendo a pedalear—. Pero yo toqué la bocina. Toco en cada esquina. Así.

«Meg-meg» hizo la bocina, y los cinco niños vieron cómo el niño se alejaba por la acera pedaleando rápidamente. Luego cruzó la calle y desapareció por la puerta de Kosy-Kot.

—Me dan ganas de decir: ¡Bah! —exclamó el pobre Fatty—. Perdiendo nuestro tiempo... y total para descubrir que la bocina pertenece al triciclo de un niño que casi me hace polvo un pie.

—No te importe —dijo Bets para consolarle—. Así podrás cojear «realmente» esta tarde cuando vuelvas a hacer de viejo.

Volvieron a casa de Pip. Les parecía inútil buscar al propietario de la otra bocina. No podían ir mirando el color de los ojos de todos los habitantes de Peterswood. El episodio del triciclo los había desanimado mucho.

—Yo creo que es un misterio muy «lento» —dijo Bets—. ¡Tendremos tiempo de volver al colegio antes de que hayamos «empezado» a resolverlo!

—¿Qué día es hoy? —preguntó Pip—. Veamos... debemos estar a siete de septiembre... no, hoy es ocho. ¡Cielos, la verdad es que no nos queda mucho tiempo!

—Tal vez ocurra algo de pronto —exclamó Larry, esperanzado—. Ya sabéis que a veces ocurren las cosas más emocionantes de improviso, como si hirvieran de repente.

—Bueno, pues ya es hora de que ocurra esta vez —dijo Fatty—. ¡Ya lleva demasiado tiempo en la nevera!

Todos rieron.

—A mí no me importaría estar dentro de una nevera —replicó Daisy—. Vamos a buscar nuestros trajes de baño y démonos un chapuzón en el río. ¡Tengo tanto calor!

Así que fueron al río y pronto estuvieron chapoteando alegremente. Fatty era un experto nadador y capaz de cruzar a nado el río y volver. Bets se chapuzaba en el agua poco profunda, y los otros nadaban felices hacia la parte más honda.

Bets pensó que ella podría ir nadando hasta donde estaban, y se lanzó valientemente. No vio una balsa que avanzaba lentamente por el agua y antes de poder evitarlo, sintió un fuerte golpe en el hombro que le hizo lanzar un grito.

La balsa siguió adelante incapaz de detenerse, pero un bote que seguía detrás viró en redondo y un hombre la cogió manteniéndola a flote.

—Estás bien, ¿verdad? —le preguntó inclinándose sobre ella—. ¿Puedes nadar?

—Sí —replicó Bets comenzando a mover los brazos—. ¡Fatty! ¡Fatty! ¡Ven aquí enseguida!

Los niños nadaron hacia la asustada Bets, la ayudaron a alcanzar la playa y ella se quedó mirando el bote que se alejaba.

—¡Oh! —exclamó—. ¡Oh, he dejado escapar la pista más maravillosa! ¡Pero no he podido evitarlo! ¡Oh, Fatty! El hombre que iba en el bote tenía los ojos muy raros... uno azul y otro castaño. No pude por menos de observarlo cuando me sostuvo por el hombro. Y ahora el bote se ha ido... ¡y ni siquiera me he fijado en el nombre!

—¡Oh, «Bets»! —exclamaron todos, y la niña pareció a punto de echarse a llorar—. ¿No te fijaste de qué color era, o en cualquier otra cosa? —preguntó Larry.

Bets meneó la cabeza.

—No... supongo que es porque estaba demasiado asustada. ¡Oh, cuánto lo siento! Era una pista tan maravillosa... y además un sospechoso... ¡y los he perdido a los dos!

CAPÍTULO XII
¡ALGO OCURRE AL FIN!

Aquella tarde comenzaron a ocurrir cosas. Fatty disfrazóse una vez más de viejo (el auténtico se mantenía convenientemente oculto) y fue a sentarse al banco del pueblo, como de costumbre. Esta vez cojeando magníficamente, pues se le había hinchado el pie de resultas del atropello del triciclo.

Se había llevado un buen montón de periódicos para leer, y se sentó con sumo cuidado, como siempre, dejando escapar un ligero gemido.

En la tienda de enfrente estaba el señor Goon, vistiendo sus pantalones de franela y su camisa color crema de cuello abierto. Estaba agotado por el calor y deseando que llegara el mal tiempo... ¡con heladas y nieve a ser posible! El señor Goon no había sentido tanto calor en su vida como durante aquel verano.

Larry entró en el establecimiento para tomar una limonada. El señor Goon comenzaba a acostumbrarse a que siempre hubiera en la tienda uno de los Pesquisidores. No hizo caso a Larry, y parapetándose tras su periódico fijó sus ojos en el viejo que cabeceaba sentado al sol.

Parecía como si Fatty se hubiera quedado profundamente dormido. Larry bostezó deseando poder dormir también, cuando reparó en algo. En un portal oscuro de una tienda cercana había un hombre que parecía vigilar al viejo. ¿Estaría pensando en darle un mensaje?

El señor Goon también descubrió al hombre y se irguió. El hombre miraba a uno y otro lado de la calle, y luego encendió un cigarro chupándolo con fuerza.

El pueblo estaba desierto aquella tarde calurosa. Pasó un automóvil. Un perro dobló la esquina, se tendió en el suelo y quedó dormido. Larry y el señor Goon contemplaban a aquel hombre conteniendo la respiración.

El hombre cruzó la calle y estuvo unos minutos contemplando el escaparate de una tienda de aparatos de radio. Luego dirigióse hacia el banco y tomó asiento junto al viejo.

Fatty se hacía el dormido, pero vigilaba al hombre con el rabillo del ojo, y algo le dijo que aquél no era un compañero ocasional. Estaba allí con un propósito. Fatty se irguió de pronto como si despertara, y sorbió ruidosamente. Luego se secó la nariz con la manga y volvió a apoyarse sobre su bastón. Luego tosió con su horrible tos.

—¡Qué tos más espantosa tiene usted! —exclamó el hombre, y Fatty no le hizo caso recordando que era sordo. Volvió a toser.

—¡Qué voz más espantosa tiene usted! —repitió el hombre. Fatty se volvió, y colocando su mano detrás de la oreja lanzó su palabra predilecta.

—«¿Quéeesto?»

El desconocido rió, y sacando su pitillera, ofreció al viejo un cigarrillo. Sólo quedaba uno en la pitillera, y en cuanto Fatty lo hubo cogido, el hombre volvió a llenarla con un paquete.

—Gracias, señor —dijo Fatty con voz cascada guardándose el cigarrillo en el bolsillo. El corazón le latía con fuerza. Estaba seguro que el pitillo contenía algún mensaje. ¿Qué sería? No se atrevía a mirar al hombre cara a cara, pero esperaba que Larry estuviera tomando nota de sus ropas y demás detalles.

Así era. ¡Y lo mismo estaba haciendo el señor Goon!

Ambos se repetían mentalmente las mismas cosas: «Traje de franela gris. Camisa azul. Zapatos negros. Sin corbata. Sombrero de fieltro gris. Bigote. Alto. Delgado. Nariz larga. Ojos pequeños.»

El hombre se puso en pie y se marchó, desapareciendo rápidamente al doblar la esquina. Fatty pensó que también él debía desaparecer rápidamente antes de que el señor Goon le alcanzara y le arrebatase el cigarrillo con el mensaje o lo que fuera. De manera que también él, con una agilidad insospechada en un hombre de sus años, dobló otra esquina a toda velocidad.

¡Y entonces vio algo sorprendente! Hacia él avanzaba el «verdadero» viejo, con sus pantalones de pana, su bufanda sucia y demás. Había salido a dar un paseo, aunque sin intención de ir a sentarse en el banco.

Fatty no quiso arriesgarse a que le viera, porque adivinó que le sorprendería y alarmaría la vista de su doble. Así que entró en el jardín más cercano escondiéndose detrás de un arbusto.

¡No le sobró ni un segundo! El señor Goon llegó corriendo... y al doblar la esquina casi tropieza con el viejo. Le sujetó con fuerza.

—¡Ah! ¡Te cogí! ¡Ahora dame ese cigarrillo enseguida!

El viejo parecía muy alarmado, y se apartó del rostro enrojecido del señor Goon, sin saber quién era, puesto que no reconoció al policía sin su uniforme.

—¿Dónde está ese cigarrillo? —jadeó el señor Goon.

—«¿Quéeesto?» —preguntó el viejo. Goon oyó pasos a sus espaldas y vio a Larry que se quedó horrorizado al ver que el policía había alcanzado al viejo que él creía era Fatty. Se quedó allí cerca para ver qué ocurría. El viejo trataba por todos los medios de libertarse, pero el policía lo sujetaba con fuerza.

—Déjeme —decía el viejo—. ¡Llamaré a la policía, ¿Entiende? ¡Cogerme de esta manera! ¡Avisaré a la policía!

—¡Es la policía quien le tiene cogido! —exclamó Goon sacudiéndole—. ¡Yo soy «Goon»! ¡«Goon el policía»! ¡Y quiero ese «cigarrillo»!

Aquello fue demasiado para el pobre viejo, y casi se desmayó de miedo. No tenía la menor idea de lo que Goon deseaba de él, ni sabía por qué le exigía la entrega de un cigarrillo.

—Tome mi pipa —dijo el hombre tratando de sacarla de su bolsillo—. Tome mi pipa y déjeme marchar. Yo no he hecho nada.

El señor Goon, con un gruñido, cogió al viejo por el cuello de su chaqueta y le hizo avanzar calle abajo.

—Tiene que venir conmigo a la comisaría —le dijo—. ¡Y allí le registraré hasta encontrar ese cigarrillo! ¡Ya verá!

Larry les miró marchar muy asustado, pues seguía creyendo que era a Fatty a quien el señor Goon había apresado, y se llevó el mayor susto de su vida cuando de pronto vio a otro hombre que salía de detrás de un arbusto e iba hacia él.

—¡Larry! ¿Se han ido ya? —dijo este viejo con voz de Fatty, y Larry casi se muere del susto.

—¡«Fatty»! ¡Yo pensé que eras tú el que iba con Goon! Cielos, me alegro de que estés aquí.

Fatty llegó junto a Larry.

—¡El viejo auténtico venía hacia aquí cuando yo escapaba para que no me cogiera Goon! —le explicó Fatty con una sonrisa—. Así que me metí en ese jardín y me escondí detrás de ese arbusto, y Goon detuvo al viejo pidiéndole el cigarrillo que no tenía. ¡Uf! ¡Éste sí que ha sido un momento difícil!

—¡Fatty! ¿Hay algún mensaje en el cigarrillo? —preguntó Larry con ansiedad—. ¿Podremos averiguar algo? Vi que ese individuo te daba uno. Le estuve observando mucho rato. Lo mismo que Goon.

—Vamos a casa de Pip —dijo Fatty—. Allí estaremos más seguros que en ningún otro sitio, porque su jardín es muy grande. No vengas conmigo. Ve delante, y cuando dobles una esquina, silba, si tienes que advertirme algo.

Larry echó a andar delante. No silbó en ninguna esquina porque parecía que no hubiera nadie en Peterswood aquella tarde de septiembre. A los diez minutos Fatty estaba a salvo en la glorieta de Pip. No se quitó sus andrajos de mendigo porque no tenía otra ropa que ponerse. Aguardó a que Larry fuera a buscar a los otros, esperando que aquella tarde no se le ocurriera asomar la nariz por la glorieta a ninguna persona mayor. ¡No les hubiera agradado encontrar allí a un sucio vagabundo!

Fatty estaba deseando examinar el cigarrillo y ver lo que contenía, pero aguardó pacientemente hasta que llegaron los demás y entraron en la glorieta con rostros excitados.

—¡Fatty! ¡Larry nos ha contado todo! ¿Qué dice el mensaje? ¿Había alguno en el cigarrillo? ¿Lo has mirado ya?

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