Misterio del collar desaparecido (8 page)

Camino de su casa se detuvo en el bazar del pueblo para comprar una bonita bocina de goma. ¡El señor Goon la iba a oír bastante! En realidad, la oyó pocos minutos más tarde, ante su ventana, cuando estaba terminando su siesta. Se despertó enseguida saliendo disparado por la puerta.

Pero no había ningún ciclista a la vista, y volvió a entrar lentamente, y la bocina se dejó oír de nuevo. ¡Maldición! ¿Dónde estaba? Miró una vez más a uno y otro lado de la carretera, pero ni rastro de la bicicleta. Sólo vio a un niño que se alejaba, pero a pie.

¡Sin embargo, llevaba una bocina debajo de la chaqueta, y su nombre era Fatty!

CAPÍTULO IX
FATTY TRANSMITE SU MENSAJE

A la tarde siguiente, Fatty no se disfrazó de viejo, sino que volvió a ponerse sus ropas de vendedora de globos. Los otros le observaban y esto ocurría en el cobertizo situado al fondo del jardín de Fatty. Bets pensaba que hubiera podido pasar días y más días viendo cómo Fatty se caracterizaba de tipos distintos. No cabe la menor duda de que nuestro amigo tenía un don especial para disfrazarse y representar.

—Iré a sentarme en el banco junto al viejo —dijo Fatty— Estoy seguro de que esta tarde estará allí esperando cualquier posible mensaje... y vosotros podéis dar una ojeada para ver si Goon anda por allí. Si no está, aprovecharé la oportunidad para decirle al viejo que no aparezca durante algunas tardes, pues la policía vigila. ¡Eso hará que desaparezca si es que está en combinación con la banda!

—Yo iré a comprarte otro globo —dijo Bets con vehemencia—. Así parecerá más real.

—Sí, será bastante real —repuso Fatty—. Todo lo que espero es que Goon no vuelva a preguntarme por mi licencia.

—No lo hará, porque estarás sentado en el centro del pueblo, y si piensa que empezarás a rebuscar entre todas tus faldas mientras él hace un papel desairado —dijo Larry—. No puede soportar la violencia. Y de todas formas, no querrá llamar la atención sobre sí, si es que vigila la aparición de algún posible miembro de la banda. Él no sabe que «tú eres» uno.

—Cierto —replicó Fatty—. Bien razonado, Larry. Y ahora..., ¿estoy listo?

—Estás sencillamente maravilloso —exclamó Bets con admiración—. Te lo digo de verdad. No sé cómo te las compones para hacer que tu cara resulte tan distinta, Fatty. No te pareces en nada a ti.

—Me ensayo delante de un espejo —replicó Fatty—. Y tengo algunos libros maravillosos que tratan de todo esto. Y claro... además, tengo ese especialísimo «don»..., ¿comprendéis?

—¡Oh, cállate, Fatty! —dijo Larry de mal humor—. ¡Todos sabemos que eres maravilloso sin necesidad de que nos lo digas!

De pronto la vieja vendedora de globos arrugó su rostro, las comisuras de sus labios se inclinaron hacia abajo en forma patética, y sacando un gran pañuelo rojo, muy sucio, comenzó a llorar del modo más real.

—No seas desatento conmigo —sollozó y los otros se morían de risa. Fatty los observaba desde atrás de su pañuelo—. ¡Una pobre mujer como yo! —gimoteó—. Que tiene que dormir en las cunetas por las noches.

—¡Con montones de enaguas para estar calentita! —rió Larry, pero de pronto se detuvo para mirar por la ventana del cobertizo.

—¡Deprisa! Ahí viene tu madre, Fatty. ¿Qué vamos a hacer?

No hubo tiempo de hacer nada. La señora Trotteville les estaba mirando desde la puerta. Había ido a hablar con los niños pero al ver a la vieja vendedora de globos se quedó muy asombrada.

—¿Qué está usted haciendo aquí? —le preguntó—. El otro día la vi también por el sendero del jardín.

Bets habló antes de que Fatty pudiera contestar.

—Vende unos globos preciosos —dijo—. Y quiero comprarle uno, señora Trotteville.

—No hay ninguna necesidad de comprárselo en el cobertizo —replicó la señora Trotteville—. Puedes comprárselo en la calle. No quiero vendedores ni vagabundos en mi jardín, y me sorprende que «Buster» no haya ladrado.

«Buster» estaba allí, naturalmente, sentado a los pies de la vendedora de globos, como si se tratase de su mejor amigo... y claro que lo era, sólo que la señora Trotteville no lo sabía.

—¿Dónde está Federico? —preguntó la señora Trotteville mirando a todas partes?

—Pues... no muy lejos —repuso Larry sin mentir—. Er... ¿quiere que vaya a buscarle, señora Trotteville?

—¡Oh, no! Supongo que vosotros le estaréis esperando —replicó la madre de Fatty—. Bueno, me parece que esta mujer debe marcharse con sus globos... ¡y por favor no vuelva a entrar en el jardín!

—No, señora —replicó la vendedora de globos haciendo una pequeña reverencia que llenó a Bets de regocijo. Todos salieron del cobertizo y se dirigieron a la puerta de la verja.

—Ha sido un momento difícil —dijo Larry cuando estuvieron a salvo en la carretera.

—¡Los momentos difíciles son emocionantes! —exclamó Pip.

Se dirigieron a la calle principal del pueblo. Allí, sentado al sol, estaba el viejo como de costumbre en su banco, inclinado sobre su bastón, y al parecer medio dormido.

—Iré a sentarme a su lado —dijo Fatty balanceando sus amplias faldas al caminar—. Ahora andad detrás de mí y vigilad por si veis a Goon. Bets puede comunicarme cualquier novedad cuando venga a comprarme un globo. Podéis ir a tomar una limonada a esa tienda para empezar.

La vieja vendedora de globos se sentó en el banco con su manojo de alegres globos. El anciano sentado al otro extremo del banco no se fijó en ella para nada. Los globos se mecían en el aire y los transeúntes los contemplaban con placer. Una mamá se detuvo para comprar uno a su niño, y los cuatro niños rieron al ver cómo Fatty se inclinaba para acariciar al pequeño en la mejilla.

—¿Cómo se le ocurrirán cosas como éstas? —rió Larry—. Yo nunca pienso en esos detalles.

—Pero son esos pequeños detalles los que hacen que sus disfraces sean tan reales —exclamó Daisy con admiración. Entraron en la tienda de refrescos para tomar algo. En una mesa cercana había un hombre absorto en un enorme periódico. Larry le miró y luego dio un puntapié a Pip por debajo de la mesa. Pip miró a Larry, éste le hizo una seña señalándole al hombre con una ligera inclinación de cabeza.

Los otros también miraron... ¡y allí estaba el viejo Ahuyentador vestido de paisano y fingiendo leer el periódico, pero sin perder de vista el banco del otro lado de la calle, lo mismo que ellos pensaban hacer!

—Buenos días, señor Goon —le dijo Larry cortés—. ¿Tomándose un día de fiesta?

El señor Goon gruñó malhumorado. ¡Otra vez aquellos niños! Parecían estar en todas partes.

—¿También ha venido a tomar una limonada? —le preguntó Pip—. ¿Quiere tomarla con nosotros, señor Goon? Por favor.

El señor Goon volvió a gruñir y se enfrascó en su periódico. Iba de paisano y su aspecto era bastante extraño. Los niños no recordaban haberle visto nunca sin su uniforme ajustado. Llevaba unos flamantes pantalones de franela, una camisa color crema de cuello abierto y un cinturón demasiado apretado. Bets pensó que no se parecía en nada al señor Goon.

Bets terminó su limonada.

—Voy a comprar un globo —dijo—. El que compré en la feria se me ha deshinchado. Pídeme un helado, Pip, volveré enseguida. «Todos» vamos a tomar helados, ¿verdad?

—¿Dónde está ese niño gordo? —preguntó el señor Goon cuando Bets se levantaba.

—¿Un niño gordo! ¿Un niño gordo? —dijo Larry al punto simulando extrañarse.

El señor Goon lanzó un gruñido.

—Ese niño Federico, o Fatty, como le llamas. Sabéis muy bien a cuál me refiero. No disimuléis.

—¡Oh, «Fatty»! No está muy lejos —replicó Larry— ¿Quiere usted verle? Si quiere iré a decírselo.

—«Yo» no quiero verle —replicó el señor Goon—. Pero sé que anda tras algún asunto. ¿Qué es lo que está haciendo ahora?

—¿Que ahora «va» tras algo? —dijo Larry con expresión sorprendida—. ¡Pues no nos ha dicho nada!

Bets rió por lo bajo y salió del establecimiento cruzando la calle hasta donde estaba sentada la vendedora de globos, cuyas faldas cubrían casi medio banco.

—¿Quiere darme un globo azul, por favor? —dijo, e inclinándose sobre el manojo de globos susurró al oído de Fatty—. El señor Goon está en la tienda de refrescos... vestido de paisano. Está muy raro. Creo que está vigilando al viejo. Tendrás que esperar hasta ver salir al señor Goon y entonces podrás transmitir tu mensaje.

—¡Tome «éste», señorita! —dijo la vendedora de globos guiñando un ojo a Bets para darle a entender que la había oído—. Éste es muy fuerte. ¡Le durará semanas!

Bets lo pagó regresando a la tienda. Larry había pedido ya los helados. Alzó las cejas mirando a la niña para preguntarle si había dado el mensaje a Fatty. Ella asintió, y comenzaron a tomar lentamente sus helados preguntándose si el policía pensaba pasarse allí toda la tarde.

Estaban acabando casi sus helados cuando sonó el teléfono en la trastienda. La propietaria del establecimiento acudió a contestar.

—Es para usted, señor Goon —dijo.

El señor Goon se levantó yendo a la oscura trastienda para escuchar lo que tuviera que decirle quien llamaba. Larry le miró. Desde allí no era posible que viera el banco situado al otro lado de la calle. ¡Ahora era el momento que Fatty debía aprovechar con entera seguridad para dar su mensaje al viejo!

—Hace calor aquí dentro —exclamó Larry poniéndose en pie—. Voy a tomar un poco el aire. Vosotros venid en cuanto terminéis vuestros helados.

Saliendo de la tienda se acercó al banco sentándose al lado de la vendedora de globos.

—¡Goon está telefoneando! —le dijo—. ¡Ahora debes aprovechar la oportunidad! Desde donde está el teléfono no puede ver la calle.

—Bien —replicó Fatty y acercándose al viejo le dio un codazo. El anciano se volvió enseguida, y Fatty deslizó una nota en su mano y luego volvió a sentarse al otro extremo del banco.

El viejo guardó el papel en su bolsillo y permaneció sentado unos minutos más. Luego, con un gruñido, se puso en pie y se alejó doblando la esquina. Larry le siguió obedeciendo una seña de Fatty. En cuanto estuvo seguro al otro lado de la esquina el viejo desdobló la nota y la leyó. Luego encendió una cerilla, prendió fuego al papel y lo dejó caer al suelo donde se quemó.

No regresó al banco, sino que tomó la dirección de su casa. Larry volvió otra vez a sentarse junto a la vendedora de globos simulando escoger uno.

—¿Ha leído la nota? —le preguntó Fatty en voz baja.

—Sí. Y creo que ahora ha ido a su casa —dijo Larry—. ¿Qué pusiste en la nota?

—Sólo puse que no viniera a sentarse aquí durante tres tardes, pues la policía vigilaba —dijo Fatty—. Espero que crea que es de algún miembro de la banda. Creerá que me han pedido que le entregue el mensaje para no dejarse ver estando el banco vigilado. ¡Bueno, esperemos que lo deje libre unos cuantos días!

—Me quedo con este globo —dijo Larry al ver pasar gente—. ¿Cuánto vale?

Llevándose consigo el globo regresó a la tienda. El señor Goon seguía hablando por teléfono. ¡Bien! Los otros al verle se levantaron y salieron. Una vez en la calle se imaginaron lo furioso que se pondría el señor Goon cuando terminase su conferencia telefónica y viera que el viejo había desaparecido.

La vendedora de globos se fue también. Habían quedado en encontrarse en el jardín de Pip por temor a que la señora Trotteville, la madre de Fatty, volviera a verla en su jardín y hubiera complicaciones. La mamá de Pip había ido a pasar el día fuera, así que era más seguro para Fatty el irse a cambiar allí.

Pronto los Pesquisidores y «Buster» estaban en la glorieta de Pip. Fatty se cambió lo más deprisa que pudo.

—No me pondré este disfraz más que cuando sea indispensable —dijo quitándose todas las enaguas y refajos y metiéndolas en el saco donde las guardaba—. Me da demasiado calor. ¡Voy a quedarme en los huesos si continúo poniéndome tanta ropa!

—¡Oh, no! —exclamó Bets, alarmada—. Si fueras delgado ya no serías Fatty. ¡Y me gustas exactamente tal como eres!

CAPÍTULO X
TODOS HACEN ALGO

Se trazaron los planes para los días siguientes.

—Tal vez sean días muy importantes —dijo Fatty—. Es posible que averigüemos muchas cosas... ¡y además en las mismas narices de Goon, si es que piensa seguir actuando de perro policía!

—¿Qué es exactamente lo que vamos a hacer? —preguntó Daisy, emocionada—. Sabemos que piensas disfrazarte de viejo y ocupar su lugar en el banco en espera de que llegue un mensaje de alguno de la banda. Pero ¿y nosotros qué vamos a hacer? Debemos hacer algo interesante para que podamos representar nuestro papel de Pesquisidores.

—Guau —ladró «Buster».

—Él también quiere trabajo —exclamó Bets riendo—. ¡Pobre «Buster»! No comprende por qué has de vestirte de modo diferente, Fatty. A él no le pareces el mismo... sólo «hueles» lo mismo. Y cuando saliste disfrazado de vendedora de globos o de viejo, tuvimos que encerrarle y eso no le gusta.

—Pobrecito «Buster», mi viejo camarada —dijo Fatty y en seguida «Buster» se tumbó patas arriba para que le acariciara. Tenía la lengua fuera y meneaba la cola con tal violencia que todo su cuerpo se estremecía.

—Bien —dijo Fatty sacando su librito de notas para abrirlo—. Echemos un vistazo a lo que sabemos, y entonces podremos trazar nuestros planes, y cada uno de nosotros tendremos algo que hacer.

—Bien —replicó Larry—. Ya sé que tú tienes que hacer el trabajo más importante, porque eres un detective innato... pero a nosotros también nos gusta hacer algo.

—Todavía no sabemos gran cosa —continuó Fatty mirando sus notas—. Sabemos que Goon vigila a ese viejo porque sospecha lo mismo que nosotros... que recibe mensajes para transmitirlos... y estamos seguros de que por una razón u otra, tienen su cuartel general aquí, en Peterswood. Hemos visto también a un miembro de la banda... el individuo que llevaba bocina en su bicicleta... pero eso es todo lo que «sabemos».

—No es mucho —dijo Larry—. Ni un ápice más de lo que sabíamos el otro día.

—También sabemos que ese viejo no es probable que vaya por el banco durante unos días —prosiguió Fatty—. Y eso Goon no lo sabe. En eso le llevamos ventaja. «Nosotros» sabemos que el viejo que estará sentado esta tarde en el banco, y mañana y probablemente también pasado mañana, seré «yo»... y no el auténtico anciano.

—Sí, en eso le ganamos —dijo Pip.

—Ahora bien —continuó Fatty cerrando su librito de notas y mirando o su alrededor—, mañana tarde... y de hecho todas las tardes que yo me siente en ese banco... uno, o más, de vosotros tendrá que estar en la tienda de refrescos, observando cautelosamente para ver si alguien me entrega un mensaje... y es cosa vuestra el fijaros en todos los detalles con sumo cuidado. ¿Entendéis? Eso es muy importante.

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