Misterio En El Caribe (21 page)

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Authors: Agatha Christie

Sentándose en el lecho, miss Marple se quitó sus sandalias, calzándose unos zapatos de lona con suelas de goma. Luego movió la cabeza, vacilando, tornó a quedarse descalza y se puso a rebuscar en una de sus maletas, extrayendo de la misma un par de zapatos de tacón regularmente alto. El de uno de ellos aparecía en mal estado. Con la ayuda de una navaja casi acabó de soltarlo. Después abandonó el «bungalow». Sólo el fino tejido de las medias protegía los pies de miss Marple. Con más precauciones que las que hubiera podido adoptar un cazador en el momento de acercarse a una manada de antílopes, aquélla se deslizó lo más cautelosamente que pudo, alrededor de la casita de mister Rafiel.

Luego se puso uno de los zapatos que había cogido, dando un último tirón al tacón desprendido, apostándose de rodillas junto a una de las ventanas del «bungalow». Si Jackson oía algún ruido, si se aproximaba a la ventana y terminaba asomándose, sólo podría ver a una dama entrada en años que se había caído a consecuencia del accidente del tacón estropeado. Pero, evidentemente, Jackson no había oído nada.

Muy, muy, muy lentamente, miss Marple fue levantando la cabeza. Las ventanas del «bungalow» quedaban muy bajas. Ocultándose tras la cortina se asomó poco a poco al interior de aquel cuarto.

Jackson se había arrodillado ante una maleta. La tapa de ésta se hallaba levantada. Miss Marple comprobó que había sido acondicionada para unos fines determinados, pues observó en su parte inferior diversos departamentos que contenían papeles. Jackson iba leyendo los mismos. Sacaba a veces diferentes cuartillas guardadas en sobres alargados.

Miss Marple no permaneció mucho tiempo en su puesto de observación. Únicamente había querido saber qué hacía Jackson dentro del «bungalow». Ya lo había averiguado. El servidor de mister Rafiel estaba husmeando en los papeles de su señor. ¿Buscaba entre ellos alguno especial? ¿Hacía eso dejándose llevar de sus instintos naturales? Miss Marple no podía dilucidar tal cuestión. Pero ahora quedaba confirmada su creencia en que Arthur Jackson y Jonas Parry se hallaban unidos inmaterialmente por una serie de afinidades que iban bastante más allá de la semejanza física.

Su problema inmediato era retirarse de allí. Lentamente, se agachó de nuevo, arrastrándose por el césped, hasta situarse a una distancia prudente de la ventana. Entonces se incorporó, encaminándose a su «bungalow». Guardó los zapatos con el tacón desprendido de uno de ellos. Antes contempló los mismos con afecto. Era un ardid excelente aquél. Tal vez tuviera que recurrir a idéntica treta el día menos pensado. Después de calzarse las sandalias se dirigió a la playa, absorta en sus pensamientos.

Aprovechando unos instantes en que Esther Walters se encontraba en el agua, miss Marple se acomodó en el sillón que aquélla había abandonado.

Gregory y Lucky reían y charlaban con la señora de Caspearo, armando los tres un gran alboroto.

Miss Marple habló en voz baja, casi en un susurro, sin mirar a mister Rafiel, junto al cual tan oportunamente se había instalado.

—¿Sabía usted que Jackson acostumbra a curiosear entre sus papeles?

—No me sorprende lo que usted dice. ¿Le ha cogido
in fraganti
?

—Hice lo posible para observarle desde una de las ventanas del «bungalow». Había abierto una de sus maletas, poniéndose luego a leer algunos documentos.

—Se habrá procurado por no sé qué medio una llave de ella. Es un individuo que no carece de recursos. Sufrirá una desilusión, sin embargo. Nada de lo que puede conseguir por esos desleales procedimientos le hará una pizca de bien.

—Ya baja... —indicó miss Marple, que había estado mirando unos segundos en dirección al hotel.

—Ha llegado la hora de esa estúpida zambullida cotidiana.

Mister Rafiel agregó en un suave murmullo:

—He de darle un consejo... No se muestre usted tan emprendedora. No quiero que el próximo funeral sea el suyo. Acuérdese de los años que tiene y ándese con cuidado. Tenga presente que no muy lejos de nosotros se encuentra una persona no sobrada de escrúpulos, ¿me entiende?

Capítulo XX
 
-
Alarma

Llegó la noche... Las luces de la terraza del hotel se encendieron... La gente, mientras cenaba, reía y charlaba, si bien menos ruidosa y alegremente que uno o dos días atrás... Los músicos no descansaban.

El baile, no obstante, terminó temprano. La gente no paraba de bostezar, llegada cierta hora. Uno tras otro, los presentes decidieron acostarse... Fueron apagadas las luces... Reinaba una gran oscuridad en la terraza, una calma absoluta. El «Golden Palm» dormía...

—¡Evelyn, Evelyn!

El susurro era apremiante, denotaba una gran urgencia... Evelyn Hillingdon se agitó en su lecho, volviéndose hacia la puerta del cuarto.

—Evelyn... Despiértese, por favor.

Evelyn Hillingdon se sentó bruscamente en la cama. A los pocos segundos se enfrentaba con Tim Kendal, plantado en el umbral del dormitorio. Miró enormemente sorprendida al intempestivo visitante. —Por favor, Evelyn, ¿podría usted acompañarme? Se trata de Molly... Está enferma. No sé qué es lo que le pasa. Creo que debe haber tomado algo.

Evelyn actuó rápidamente, con decisión.

—De acuerdo, Tim. Iré con usted... Ahora regrese a su lado, no se separe un instante de ella. Yo no tardaré más de unos segundos.

Tim Kendal desapareció. Evelyn se echó encima una amplia bata y miró hacia el otro lecho. Su marido, al parecer, no se había despertado. Seguía tendido en su cama, con la cara vuelta hacia el otro lado. Oíase el suave rumor de su acompasada respiración. Evelyn vaciló un momento... Luego pensó que lo mejor era no decirle nada. Abandonó la habitación, dirigiéndose rápidamente hacia el edificio principal y más allá, al «bungalow» de los Kendal. Tim no había hecho más que entrar en el mismo.

Molly estaba acostada. Tenía los ojos cerrados y su respiración, bien se apreciaba a primera vista, no era normal. Evelyn se inclinó sobre ella, levantó uno de sus párpados, le tentó el pulso y fijó la mirada en la mesita de noche. Había en ésta un gran vaso que daba la impresión de haber sido usado. Al lado del mismo descubrió Evelyn un frasquito vacío. Cogió éste, estudiando la etiqueta.

—Es un somnífero —explicó Tim—. Ayer o anteayer el frasco estaba casi lleno de píldoras. He pensado que... He pensado que Molly debió tomárselas todas.

—Vaya a por el doctor Graham. Por el camino despierte al cocinero que le coja más a mano. Dígale que prepare un café muy cargado, cuanto más cargado mejor. ¡Eche a correr, Tim! ¡No hay que perder un minuto!

Kendal obedeció. Nada más llegar a la puerta de la habitación tropezó con Edward Hillingdon.

—Lo siento, Edward.

—¿Qué es lo que sucede aquí? —inquirió Hillingdon—. ¿Qué pasa?

—Molly... Evelyn se encuentra con ella. He de ir a buscar al doctor. Supongo que debí avisarle antes que a nadie, pero..., no sé, no tenía seguridad en lo que hacía y pensé que Evelyn podría sacarme del apuro. Además, Molly se habría puesto furiosa si requiero los servicios del médico para una cosa sin importancia.

Tim, sin más, echó a correr. Edward Hillingdon contempló su figura unos segundos, adentrándose después en el dormitorio.

—¿Qué ocurre? —preguntó Edward, preocupado—. ¿Es grave esto?

—¡Ah, eres tú, Edward! Me pregunté si te habríamos despertado. Esta estúpida chiquilla ha ingerido la mayor parte del contenido de un frasco normal de píldoras contra el insomnio.

—¿Es eso malo?

—Depende de la cantidad que se haya administrado. La cosa tendría remedio si hubiéramos llegado a tiempo. Ya he sugerido la conveniencia de hacer café. Si podemos lograr que se lo beba...

—Pero, ¿por qué razón hizo eso, Molly? ¿No pensarás que...?

Edward guardó silencio.

—No pensaré, ¿qué? —preguntó Evelyn.

—Supongo que no habrá pasado por tu cabeza que tal decisión sea consecuencia de todas estas indagaciones que la Policía efectúa actualmente...

—Siempre existe esa posibilidad, por supuesto. Una persona nerviosa puede sentirse desquiciada ante los acontecimientos que estamos viviendo.

—Molly no ha sido nunca víctima de sus nervios.

—En realidad, no sabe una nunca a qué atenerse en este aspecto —afirmó Evelyn—. A veces, frente a ciertos hechos, pierden los estribos las personas consideradas por todos como más serenas.

—Sí. Me acuerdo, precisamente, de que...

Edward tornó a callar.

—La verdad es que nunca sabemos una palabra de los demás —sostuvo Evelyn, quien añadió a continuación—: Ni siquiera los seres más allegados...

—A mi juicio, Evelyn, esto nos lleva demasiado lejos... ¿No estaremos exagerando?

—No creo. Se piensa en la gente de acuerdo con la imagen que de ella nos forjamos.

—Yo te conozco a ti bien —manifestó Edward Hillingdon calmosamente.

—Eso es lo que tú te imaginas.

—No. Estoy seguro de todo lo que a ti se refiere. Tal es tu situación también con respecto a mí.

Evelyn escrutó el rostro de su marido unos segundos. Después se volvió hacia la cama. Cogiendo a Molly por los hombros la sacudió levemente.

—Debiéramos hacer algo por nuestra cuenta. Pero quizá sea mejor esperar a que llegue el doctor Graham... ¡Oh! Alguien se acerca ya...

—¡Magnífico!

El doctor Graham dio un paso atrás, secó la frente de la chica con un pañuelo y suspiró aliviado.

—¿Cree usted que se salvará, doctor? —preguntó Tim ansiosamente.

—Sí, sí. Hemos llegado a tiempo. De todos modos, lo más probable es que no ingiriera una cantidad excesiva de píldoras. Dos días de reposo y se encontrará completamente recuperada. Naturalmente, antes habrá de pasar algunas horas con molestias. —El doctor Graham examinó ahora el frasquito del somnífero—. ¿Quién le aconsejó que tomara ese medicamento? —quiso saber.

—Un médico de Nueva York. A Molly le costaba trabajo conciliar el sueño.

—Bien, bien. Actualmente los médicos recurrimos con excesiva frecuencia a estos remedios. A ningún profesional se le ocurre decir nunca a una joven paciente que cuando no pueda dormir se dedique a contar imaginarias ovejas, o que escriba un par de cartas y vuelva a acostarse. Remedios instantáneos, eso es lo que la gente exige del doctor en la actualidad. En ocasiones me inclino a creer que es una lástima que accedamos a los deseos de nuestros clientes. Hay que aprender a enfrentarse con las contrariedades que ofrece la vida y a intentar vencerlas. Estoy conforme con que se le administre a un bebé un preparado cuando se pretende que calle... —El doctor Graham dejó oír su risita—. Apuesto lo que ustedes quieran a que si preguntamos a miss Marple qué es lo que hace cuando no puede dormirse, nuestra buena amiga nos respondería que «contar ovejas...»

El doctor se acercó nuevamente a la cama. Molly se movía. Había abierto los ojos. Paseó la mirada por los rostros de los presentes sin demostrar la menor viveza. Pareció no haberles conocido. El médico le cogió una mano.

—¿Quiere usted explicarnos, estimada Molly, qué es lo que ha estado haciendo?

Molly parpadeó durante unos momentos, sin responder nada.

—¿Por qué hiciste eso, Molly? ¿Por qué? ¡Dímelo! Tim, un tanto emocionado, se había apoderado de la otra mano. Los ojos de la joven quedaron inmóviles. Luego todos experimentaron la impresión de que se habían fijado en Evelyn Hillingdon. Quizá su expresión hubiese podido traducirse como una pregunta, pero era difícil asegurar nada en tal sentido. Sin embargo, Evelyn habló igual que si hubiese oído la voz de la chica.

—Tim fue a buscarme y me pidió que viniera —dijo sencillamente. Molly posó su mirada en Tim y luego en el doctor Graham.

—Se pondrá usted buena en seguida, Molly... —dijo el último—. Y, por favor, no vuelva a intentar una cosa semejante.

—Yo estoy convencido de que Molly no quiso atentar contra su vida. Quiso, simplemente, procurarse una noche de absoluto reposo. Tal vez las píldoras no surtieron efecto al principio y ella entonces repitió la dosis. ¿Verdad que fue así, Molly?

Tim observó horrorizado que su esposa hacía un movimiento denegatorio de cabeza, apenas perceptible, ciertamente.

—¿Quieres decir... que las tomaste a sabiendas de lo que hacías, a sabiendas de que te iba la vida en ello?

Molly habló ahora.

—Sí —respondió.

—Pero, ¿por qué, Molly? ¿Por qué? La joven cerró los ojos.

—Tenía miedo...

Apenas eran audibles sus palabras.

—¿Miedo? ¿Que tenías miedo? ¿De qué?

Molly guardó silencio.

—Será mejor que la deja usted descansar —sugirió el doctor Graham a Kendal.

Pero éste prosiguió. Y ahora de una manera impetuosa.

—¿Qué fue lo que te inspiraba miedo? ¿La Policía? ¿Por qué razón? ¿Porque sus hombres habían estado haciéndote preguntas y más preguntas? Eso no me extraña... Todo el mundo se siente intimidado en las circunstancias en que nos hallamos aquí. Tienes que ser comprensiva, sin embargo. Los agentes se limitan a cumplir con su deber. No hay una animosidad personal en sus actos. Nadie ha podido pensar ni por un instante que...

Kendal se interrumpió bruscamente.

El doctor Graham hizo un significativo gesto.

—Quiero dormir —dijo Molly.

—Nada le irá mejor que eso —manifestó el doctor. Encaminóse hacia la puerta y los demás le siguieron.

—Ya verá cómo duerme profundamente durante varias horas.

—¿Qué cree usted que podría hacer yo ahora, doctor Graham? —preguntó a éste Tim, quien hablaba con el tono ligeramente aprensivo que adopta casi siempre el hombre ante la enfermedad.

—Quédese aquí si ése es su gusto —replicó Evelyn amablemente.

—¡Oh, no! No me es posible...

Evelyn se aproximó al lecho.

—¿Desea que me quede un rato a hacerle compañía, Molly?

Molly abrió los ojos de nuevo.

—No —repuso.

Tras una breve pausa agregó:

—Tim... Sólo Tim...

Éste tomó asiento junto a la cama.

—Aquí me tienes, Molly —dijo su marido tomando una de sus manos vamos, duérmete. No pases cuidado que yo no me iré.

Molly suspiró débilmente.

—Fuera ya del «bungalow», el doctor se detuvo. Los Hillingdon le habían seguido hasta la entrada.

—¿Está usted seguro de que esa chica no necesitará de mí todavía? —le preguntó Evelyn al médico.

—No, no, gracias, señora. La compañía de su marido le hará bien. De momento, eso es lo mejor. Mañana, quizás... En fin de cuentas el hombre tiene que dirigir el hotel. Desde luego, a Molly no debemos dejarla sola.

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