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Authors: Agatha Christie

Misterio En El Caribe (26 page)

—Yo no la maté. De veras, Tim. Estoy segura de no haberla matado. Deseaba explicarte que... De haber hecho eso yo me acordaría, ¿verdad?

Tim se sentó lentamente en la parte inferior del lecho.

—Tú no... ¿Estás segura de que...? No, no, ¡por supuesto que no la mataste! —Kendal había levantado la voz levemente—. No empieces a decirte esas cosas, Molly. Lucky se ahogó. Nadie es culpable de eso. Hillingdon había reñido con ella. Lucky se tiró al río y...

—Lucky no hubiera hecho eso nunca, ¡jamás! Pero... es cierto que yo no la maté. Juro que no la maté.

—Pero, querida, ¡naturalmente que no la mataste!

Tim intentó abrazar a Molly, pero ésta se apañó de él.

—Odio este lugar. Debiera estar bañado en su totalidad por la luz del sol. Sin embargo... No. Nada hay de eso. Veo una sombra, una sombra negra, de gran tamaño... Y yo me encuentro en el centro... No puedo salir...

Molly comenzó a hablar a gritos.

—Cállate, Molly. Silencio, ¡por el amor de Dios!

Tim penetró en el cuarto de baño, del que salió con un vaso en la mano.

—Toma. Bébete esto. Te tranquilizará.

—No... No puedo beber nada. Me castañetean demasiado los dientes.

—¿Dejarás de poder, querida? —Tim pasó un brazo alrededor de los hombros de Molly, acercándole el vaso a los labios—. Ahora... Bébetelo. Alguien habló junto a la ventana.

—Entre ya, Jackson —dijo miss Marple—. Quítele el vaso. Proceda con cuidado. Es un hombre muy fuerte y es posible que se sienta desesperado.

En Jackson concurrían determinadas circunstancias. Tratábase de un individuo acostumbrado a obedecer. Y luego... le gustaba mucho el dinero y su señor le había prometido una espléndida recompensa. Mister Rafiel era un hombre de gran posición, que podía permitirse ciertos lujos. De otro lado, Jackson era un tipo musculado, que se mantenía en forma gracias al frecuente ejercicio. Rápido como el rayo, cruzó la habitación. Sujetó con férrea mano el vaso que Tim había aproximado a los labios de Molly. Con el brazo libre contuvo al esposo de ésta. Un repentino retorcimiento de la muñeca de su adversario y el vaso quedó definitivamente en su poder. Tim se volvió hacia el intruso con un gesto amenazador, pero Jackson no se arredró por ello.

—¿Qué diablos...? ¡Váyase de aquí! ¿Se ha vuelto loco? ¿Qué hace usted?

Tim, retenido ahora por Jackson, se debatió violentamente entre los brazos de aquél.

—No le suelte, Jackson —dijo miss Marple.

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre aquí?

Mister Rafiel entró en el dormitorio, apoyándose en Esther Walters.

—¿Qué pasa, pregunta usted? —gritó Tim—. ¿Es que no lo ve? Pasa que su servidor se ha vuelto loco. Dígale que me suelte.

—No, no, nada de eso —medió miss Marple.

Mister Rafiel se volvió hacia ella.

—Hable usted, Némesis —le dijo—. Vamos, por amor de Dios, explíquese.

—He sido una estúpida, una tonta —manifestó miss Marple—. Pero eso quedó ya atrás. Quiero que sea analizado el contenido de ese vaso, que sea analizado el líquido que Kendal intentaba administrar a su mujer... Estoy segura, absolutamente segura, de que en él hay una dosis mortal de narcótico. Se trata de la misma pauta, aquella que quedó señalada en la historia del comandante Palgrave. Una esposa, profundamente deprimida, intenta suicidarse, siendo salvada a tiempo por su marido. En el segundo intento ella se sale con la suya. Sí, no falla... El comandante Palgrave me refirió su historia y a continuación sacó de su cartera una fotografía. Entonces levantó la vista, descubriendo...

—Al mirar por encima de su hombro derecho... —apuntó mister Rafiel.

—No —repuso miss Marple, moviendo la cabeza—.
Al mirar por encima de mi hombro derecho no vio nada.

—¿Qué está usted diciendo? ¿No me contó que...?

—Me equivoqué totalmente. Fui una estúpida. En efecto, yo experimenté la impresión de que el comandante Palgrave miraba fijamente algo por encima de mi hombro derecho... Ahora bien, no pudo
ver
nada
porque miraba en tal dirección con su ojo izquierdo y su ojo izquierdo era de cristal.

—Ya recuerdo... Sí. El comandante Palgrave tenía un ojo de cristal —declaró mister Rafiel—. Me había olvidado de ese detalle... Y dice usted que no pudo ver nada...

—Con su ojo de cristal, no, naturalmente. Con el otro, con el derecho, sí, desde luego, que podía ver. Y fíjese en esto: él debió descubrir a alguien situado no a mi derecha, sino a mi izquierda.

—¿Tenía usted a alguien a su izquierda?

—Sí —respondió miss Marple—. Tim Kendal y su esposa se hallaban sentados no muy lejos de nosotros, frente a una mesita que quedaba junto a un gran hibisco. Habíanse concentrado en su labor, repasando según creo unas cuentas. En el momento en que el comandante Palgrave levantó la vista, su ojo izquierdo, el de cristal,
miraba
por encima de mi hombro, inútilmente, claro está. En cambio, con el otro ojo Palgrave vio la figura de un hombre sentado junto a un hibisco. Su faz era la misma, con la variación lógica, impuesta por los años, que la de su fotografía, en la vecindad de un hibisco, también, por cierto. Tim Kendal había oído la historia referida por el comandante Palgrave, dándose cuenta de que éste le había reconocido. Por supuesto, tenía que matarle. Más tarde se vio obligado a asesinar a Victoria Johnson porque ésta le había visto colocar un frasco de tabletas en la habitación de Palgrave. La muchacha, de momento, no hizo caso de aquello. En determinadas circunstancias nada de particular había en que Tim Kendal penetrara en los «bungalows» cedidos a sus huéspedes. Podía haber entrado para dejar cualquier cosa que el ocupante de turno de la casita hubiese olvidado en el comedor. No obstante, Victoria Johnson pensó más adelante en aquello. Se decidió a hacerle unas preguntas a Kendal. Éste comprendió entonces que no tenía más remedio que deshacerse de ella. Pero el crimen principal, el que había estado planeando, no era éste... Nos hallamos ante un parricida, ante un asesino de sus sucesivas cónyuges...

—¿Qué insensateces, qué disparates...? —barbotó Tim Kendal, sin llegar a terminar la frase.

De pronto se oyó un grito. Esther Walters se apartó inesperadamente de mister Rafiel, cruzando el cuarto. Faltó poco para que el anciano fuese derribado por ella. Esther se aferró vanamente a Jackson.

—Suéltale... ¡Suéltale! Eso no es verdad. Nada de lo que se ha dicho aquí es verdad. Tim... Tim, querido, dime, diles que no es cierto. Tú no eres capaz de matar a nadie. Lo sé muy bien. Esa horrible criatura con quien te casaste tiene la culpa de todo. Ha estado contando mentiras en relación con tu persona. Ha mentido, sí... Nada de lo que ha dicho es verdad. Yo creo en ti. Yo te amo y confío en ti. Jamás podré creer a los demás, digan lo que digan. Yo...

Tim Kendal acabó perdiendo los estribos.

—¡Maldita perra! ¿Quieres callar de una vez? ¿Es que no puedes cerrar el pico? ¿Quieres acaso que me cuelguen? Cierra el pico, te he dicho. Cierra tu fea boca, perra.

—¡Desgraciada! —exclamó mister Rafiel, en voz baja—. De manera que esto era lo que andaba ocultando, ¿eh?

Capítulo XXV
 
-
Miss Marple Utiliza Su Imaginación

Así, pues, eso era lo que había detrás de tantas cosas aparentes, ¿no? —inquirió mister Rafiel.

Miss Marple y él habían comenzado a charlar en tono confidencial.

—Esther Walters, por tanto, sostenía relaciones amorosas con Tim Kendal...

Miss Marple se apresuró a atajar a su interlocutor.

—Supongo que no había llegado a eso. Yo creo que tal relación era de tipo romántico, con la perspectiva del futuro casamiento.

—¡Cómo! Tras la muerte de la esposa, ¿verdad?

—Me inclino a pensar que la pobre Esther Walters no sabía que Molly estuviese condenada —manifestó miss Marple—. Me figuro que creyó la historia que Tim Kendal le refirió acerca de los amores de Molly con otro hombre y de la persecución de que éste la hiciera objeto, hasta el extremo de haberla seguido hasta aquí. Pensó que Tim Kendal acabaría divorciándose, indudablemente. Todo era respetable, en apariencia. Eso sí: se hallaba profundamente enamorada de él.

—Cosa que resulta bien fácil de comprender. No en balde se trataba de un hombre atractivo. Pero, ¿qué pretendía obtener él de Esther? ¿Sabe usted eso también?

—Igual que usted, quizá —manifestó miss Marple.

—Yo me atrevería a afirmar que tengo una ligera idea con respecto a ese punto. No me explico, sin embargo, determinados detalles.

—En realidad, me parece que podría explicárselo todo utilizando mi imaginación. Pero siempre sería más sencillo que usted me lo dijese, sin más rodeos.

—No pienso hacerlo —declaró mister Rafiel—. Hable, hable, miss Marple, ya que ha demostrado ser tan inteligente.

—Me figuro, como ya le he sugerido en una ocasión, que Jackson ha tenido siempre la costumbre de echar algún vistazo a sus papeles.

—No anda usted descaminada. Debo aclarar, no obstante, que semejante hábito tiene que haberle servido de bien poco a mi ayuda de cámara, como consecuencia de las precauciones que tomé en su día.

—Me imagino que ese hombre llegó a leer su testamento.

—Pues... sí. Llevo conmigo siempre una copia de aquél.

—Usted me dijo que a Esther Walters no le dejaba nada en su testamento. Recalcó el hecho al aludir a ella y a Jackson. Supongo que la cosa era cierta en el caso de Jackson. Esther Walters, en cambio, percibiría una cantidad de dinero, aunque usted estaba dispuesto a no indicarle lo más mínimo. ¿Me equivoco?

—No, no se equivoca. Lo que no me explico es cómo ha llegado a formular algunas de sus conclusiones.

—Pues todo radica en que usted insistió mucho en ese punto —repuso miss Marple—. He tratado con todo género de personas y sé cuándo mienten.

—Me rindo —dijo mister Rafiel—. Ha dado usted en el clavo. Decidí dejar a Esther cincuenta mil libras esterlinas. Esperaba que esto constituyese para ella una agradable sorpresa cuando yo muriese. Supongo que, sabedor de tal detalle, Tim Kendal decidió eliminar a su esposa con una fuerte dosis de cualquier sustancia perjudicial para casarse luego con Esther Walters y su dinero. Probablemente, abrigaba la idea de deshacerse de ella también a su debido tiempo. Bueno, pero, ¿cómo se enteró de que Esther iba a entrar en posesión de la mencionada cantidad?

—Se lo dijo Jackson, por supuesto —contestó miss Marple—. Se habían hecho amigos. Tim Kendal solía ser amable con Jackson y me parece que sin ningún propósito definido. Es posible que en el transcurso de cualquiera de las charlas que sostenían frecuentemente su ayuda de cámara le dijese que Esther Walters iba a heredar una fuerte suma de dinero, confiándole sus esperanzas de que su secretaria acabase fijándose en él. Sí. Yo creo que todo debió ocurrir de esa manera.

—Estimo sus suposiciones verdaderamente plausibles —declaró mister Rafiel.

—Sin embargo, me conduje como una estúpida —objetó miss Marple—. Todas las piezas encajaban perfectamente en nuestro rompecabezas. Tim Kendal era un hombre tan inteligente como perverso. Sabía arreglárselas muy bien a la hora de poner en circulación los rumores que a él le convenían. La mitad de las cosas que yo he oído afirmar aquí procedían de ese hombre. Piense en ese cuento relativo al propósito de Molly de contraer matrimonio con un joven indeseable, que no era otro que el propio Tim Kendal, con otro nombre, naturalmente. Los familiares de ella se habían proporcionado algunos informes. Tal vez supieran que el pretendiente dejaba bastante que desear. Entonces él se negó a «exhibirse» ante la gente de Molly y, de acuerdo con la muchacha, concibió un ingenioso plan que iba a resultarle extraordinariamente divertido. Molly fingió olvidar a aquel hombre... A continuación surgió un tal señor Tim Kendal, relacionado, al parecer, con personas amigas de los familiares de Molly. Estos acogieron al
nuevo
pretendiente con los brazos abiertos, confiando en que el mismo haría desaparecer definitivamente de la cabeza de la muchacha al anterior. Molly y Tim deben haberse reído lo suyo, me figuro. La pareja contrajo matrimonio. Con el dinero de ella, Kendal adquirió este hotel. Pero el dinero duró poco en sus manos. Al tropezar con Esther Walters pensó Tim Kendal que se le presentaba una nueva oportunidad de proveerse de fondos.

—¿Y por qué no se apresuró a quitarme de en medio? —inquirió mister Rafiel.

Miss Marple tosió levemente.

—Sin duda quería en primer lugar estar seguro de cuanto atañía a la señora Walters. Además... Bueno, quiero decir que...

Miss Marple, azorada, guardó silencio.

—Además... comprendió que no tendría que esperar mucho tiempo, ¿no es eso? —inquirió mister Rafiel—. Y, claro, siempre sería mejor que yo muriera de muerte natural. Mi fortuna era un grave inconveniente. Muy a menudo, cuando fallece un millonario, se llevan a cabo investigaciones especiales...

—Es verdad —convino miss Marple—. Y ahora piense en las mentiras que ese hombre puso en circulación, algunas de las cuales hizo creer a Molly, al alcance de quien colocó un libro que trata de trastornos mentales. Le administró, por otro lado, drogas que produjeron en la joven alucinaciones y pesadillas. Ha de saber usted que Jackson entendía de eso. Creo que, habiendo estudiado los síntomas de Molly, llegó a la conclusión de que eran provocados por el uso de determinadas drogas. Por este motivo entró en el «bungalow», para escudriñar en los tarros que había en el cuarto de baño. Examinó la crema facial. Pensó en ciertos cuentos, en los que se aludía a las brujas que acostumbraban untarse con sustancias del tipo de la belladona. La belladona, formando parte de una crema para el rostro, pudo haber producido algunos de los raros efectos sufridos por Molly, pues ésta olvidaba fácilmente las cosas. En ocasiones soñaba que flotaba en el aire. No es de extrañar que la pobre muchacha llegase a albergar terribles temores. Presentaba todas las señales exteriores de una enferma mental. Jackson seguía una pista segura. Tal vez él debiera la idea al comandante Palgrave, quien en sus relatos aludiera al uso de la datura por las mujeres indias para gobernar a sus maridos.

—¿El comandante Palgrave ha dicho usted? —preguntó mister Rafiel—. La verdad es que...

—El fue quien provocó su propia muerte, así como la de la pobre Victoria Johnson... Y faltó bien poco para que Molly desapareciera también, envenenada. Todo porque había identificado, sin lugar a dudas, a un asesino.

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