Moby Dick (23 page)

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Authors: Herman Melville

LIBRO II (en Octavo). CAPITULO II (Pez Negro). A todos estos peces les doy sus nombres corrientes entre los pescadores, pues suelen ser los mejores. Cuando algún nombre, por casualidad, sea vago o inexpresivo, lo diré, y sugeriré otro. Ahora lo haré así, en cuanto al llamado Pez Negro, pues la negrura es la regla entre casi todas las ballenas. De modo que, por favor, llámenle la Ballena Hiena. Su voracidad es bien conocida, y por la circunstancia de que las comisuras de sus labios están torcidas hacia arriba, ostenta en su cara una perpetua mueca mefistofélica. Esta ballena alcanza por término medio dieciseis o dieciocho pies de longitud. Se encuentra en casi todas las latitudes. Tiene un modo peculiar de mostrar su ganchuda aleta dorsal al nadar, que parece algo así como una nariz romana. Cuando no tienen ocupación más provechosa, los cazadores de cachalotes a veces capturan la Ballena Hiena, para mantener el repuesto de aceite barato para uso doméstico, igual que ciertos frugales dueños de casa, en ausencia de visitas, y muy a solas, queman desagradable sebo en vez de olorosa cera. Aunque su capa de aceite es muy delgada, algunas de estas ballenas llegan a dar más de treinta galones de aceite.

LIBRO II (en Octavo). CAPITULO III (Narval). Esto es Nostrilwhale, ballena de nariz; otro ejemplo de ballena de nombre curioso, llamada así, supongo, por su peculiar cuerno, que al principio se confundió con una nariz en pico. Esta criatura tiene unos dieciséis pies de largo, mientras que el cuerno alcanza unos cinco, por término medio, aunque a veces excede de diez, y aun llega a quince pies. Hablando estrictamente, este cuerno no es sino un colmillo alargado, que surge de la mandíbula en línea un poco descendente desde la horizontal. Pero se encuentra sólo en el lado izquierdo, lo que produce un desagradable efecto, dando a su poseedor un aspecto análogo al de un zurdo inhábil. Sería difícil responder a qué propósito exacto responde este cuerno o lanza de marfil. No parece usarse como la de hoja de pez-espada o pez-aguja, aunque algunos marineros me dicen que el narval lo emplea como una badila revolviendo el fondo del mar en busca de alimento. Charley Coffin decía que se usaba como rompehielos, pues el narval, al subir a la superficie del mar polar y encontrarlo cubierto de hielo, mete el cuerno para arriba y se abre paso. Pero no se puede demostrar que sea correcta ninguna de esas hipótesis. Mi propia opinión es que, de cualquier modo que este cuerno unilateral sea usado por el narval, de cualquier modo que `sea, le resultaría muy conveniente como plegadera para leer folletos. He oído llamar al narval la ballena con colmillo, ballena con cuerno y ballena unicornio. Ciertamente, es curioso ejemplo del unicornismo que se encuentra en casi todos los reinos de la naturaleza animada. Por ciertos antiguos escritores claustrales he sabido que este mismo cuerno de unicornio marino se consideraba en épocas pasadas como el gran antídoto contra el veneno, y que, en cuanto tal, los preparados hechos de él alcanzaban precios inmensos. También se destilaba en sales volátiles para damas que se desmayaban, del mismo modo que los cuernos del ciervo se elaboran como amoníaco. Originariamente se consideraba en sí mismo como objeto de gran curiosidad. Letra Negra me dice que sir Martín Frobisher, al volver de aquel viaje en que la reina Isabel le saludó galantemente con su mano enjoyada desde una ventana del palacio de Greenwich, al descender su atrevido barco por el Támesis: «Cuando sir Martín volvió de ese viaje —dice Letra Negra—, arrodillado, presentó a Su Majestad un cuerno prodigiosamente largo de narval, que durante un largo período después colgó en el castillo de Windsor». Un autor irlandés asegura que el conde de Leicester, de rodillas, presentó igualmente a Su Majestad otro cuerno que había pertenecido a un animal terrestre de naturaleza unicórnea.

El narval tiene un aspecto muy pintoresco de leopardo, por ser de un color de fondo blanco como la leche, salpicado de manchas negras redondas y alargadas. Su aceite es muy superior, claro y fino; pero tiene poco, y rara vez se le persigue. Se le encuentra sobre todo en los mares circumpolares.

LIBRO II (en Octavo). CAPÍTULO IV (Matador). De esta ballena, los de Nantucket saben poco con exactitud, y nada en absoluto los naturalistas de profesión. Por lo que yo he visto de él a distancia, diría que tenía cerca del tamaño de un orco. Es muy salvaje; una especie de pez de Fidji. A veces agarra por el labio a la gran ballena infolio, y se cuelga ahí como una sanguijuela, hasta que el poderoso bruto muere de dolor. Nunca se caza al Matador. Nunca he oído qué clase de aceite tiene., Se podría objetar al nombre otorgado a esta ballena, por causa de que es poco claro. Pues todos nosotros somos matadores, en tierra y en mar, Bonapartes y tiburones incluidos.

LIBRO II (en Octavo). CAPITULO V (Azotador). Este caballero es famoso por su cola, que usa como fusta para azotar a sus enemigos. Se sube al lomo de la ballena infolio, y mientras ésta nada, él se hace transportar dándole azotes, igual que ciertos maestros de escuela se abren paso en el mundo por un procedimiento semejante. Se sabe aún menos del Azotador que del Matador. Ambos son proscritos, incluso en los mares sin ley.

Así concluye el LIBRO II (en Octavo) y empieza el LIBRO III (en Dozavo).

EN DOZAVO. Éstos incluyen las ballenas menores: I. La Marsopa «Hurra»; II. La Marsopa Argelina; III. La Marsopa Hipócrita.

A los que no hayan tenido ocasión de estudiar el tema, quizá les parezca extraño que unos peces que no suelen exceder de cuatro o cinco pies sean puestos en formación junto a las BALLENAS, palabra que, en su sentido corriente, siempre da una idea de grandeza. Pero las criaturas indicadas antes como en dozavo son infaliblemente ballenas, según los términos de mi definición de lo que es una ballena: esto es, un pez que echa chorro, con cola horizontal.

LIBRO III (en Dozavo). CAPITULO I (Marsopa «Hurra»). Es la marsopa corriente, que se encuentra por todo el globo. El nombre es de mi propia concesión, pues hay más de una clase de marsopas y había que hacer algo para distinguirlas. Las llamo así porque siempre nadan en manadas de gran hilaridad, que van por el ancho mar lanzándose al cielo como gorras de marinero en una multitud del Cuatro de Julio. Su aparición suele ser saludada con regocijo por los marineros. Llenas de buen humor, invariablemente vienen de las olas con brisa a barlovento. Son esos tipos que siempre viven viento en popa. Se consideran como señal de buena suerte. Si podéis conteneros y no lanzar tres hurras al observar esos vivaces peces, entonces, el Cielo os ayude; no hay en vosotros espíritu juguetón ninguno. Una Marsopa «Hurra» bien cebada y gorda da un buen galón de buen aceite. Pero el fino y delicado fluido que se extrae de sus mandíbulas es enormemente valioso. Está muy solicitado entre los joyeros y relojeros. Los marineros lo ponen en sus casas. La carne de marsopa es buena para comer, ya saben. Quizá no hayan caído ustedes nunca en la cuenta de que las marsopas echan chorro. Desde luego, el chorro es tan pequeño que no se advierte fácilmente. Pero la próxima vez que tengan ocasión, obsérvenlas, y verán entonces al propio gran cachalote en miniatura.

LIBRO III (en Dozavo). CAPITULO II (Marsopa Argelina). Pirata. Muy salvaje. Creo que sólo se encuentra en el Pacífico. Es algo mayor que la Marsopa «Hurra», pero de forma muy parecida. Si se la provoca, se echará contra un tiburón. He arriado lanchas muchas veces para cazarla, pero nunca la he visto capturada.

LIBRO III (en Dozavo). CAPÍTULO III (Marsopa Hipócrita). El tipo más grande de la marsopa, y sólo se encuentra en el Pacífico, que se sepa. El único nombre con que hasta ahora se ha designado es el de los pescadores: Marsopa de la Ballena de Groenlandia, por la circunstancia de que se encuentra principalmente en cercanía de ese infolio. En forma, difiere hasta cierto punto de la Marsopa «Hurra», siendo de cintura menos rotunda y jovial; en efecto, es de figura muy esbelta y caballeresca. No tiene aletas en el lomo (la mayoría de las demás marsopas las tienen); tiene una bonita cola y unos sentimentales ojos indios de color de avellana. Pero su boca hipócrita la echa a perder. Aunque todo su lomo, hasta sus aletas laterales, es de un negro profundo, sin embargo una línea divisoria, tan clara como la línea de flotación en el casco de un barco, y llamada la «cintura clara», la marca de popa a proa con dos colores separados, negro por arriba y blanco por abajo. El blanco comprende parte de la cabeza y el total de la boca, lo que le da un aspecto vil e hipócrita. Su aceite se parece mucho al de la marsopa corriente.

Más allá del en dozavo, no continúa el sistema, ya que la marsopa es la más pequeña de las ballenas. Por encima, tenemos a los famosos leviatanes. Pero hay una chusma de ballenas inciertas, fugitivas y medio fabulosas, que yo, como ballenero americano, conozco por reputación, pero no personalmente. Las enumeraré tal como se las llama en el castillo de proa, pues es posible que tal lista sea valiosa para futuros investigadores, que podrán completar lo que yo aquí no he hecho sino empezar. Si en lo sucesivo se capturan y señalan algunas de las siguientes ballenas, podrán incorporarse fácilmente a este sistema, según su formato, infolio, en octavo o en dozavo: la Ballena de Nariz de Botella, la Ballena Junco, la Ballena de Cabeza de Flan, la Ballena del Cabo, la Ballena Conductora, la Ballena Cañón, la Ballena Flaca, la Ballena de Cobre, la Ballena Elefante, la Ballena Iceberg, la Ballena Quog, la Ballena Azul, etc. Según antiguas autoridades islandesas, holandesas e inglesas podrían citarse otras listas de ballenas inciertas, obsequiada con toda clase de nombres grotescos. Pero las omito como completamente extinguidas, y no puedo menos de sospechar que son meros sonidos, llenos de leviatanismo, pero que no significan nada.

Finalmente: se dijo al comienzo que este sistema no sería llevado a término aquí y en seguida. No se dejará de ver claramente que he cumplido mi palabra. Pero ahora haré que mi sistema cetológico quede así inacabado, igual que quedó la gran catedral de Colonia, con la grúa aún erguida en lo alto de la torre incompleta. Pues las pequeñas construcciones pueden terminarlas sus propios arquitectos; las grandes y auténticas dejan siempre la piedra de clave a la posteridad. Dios me libre de completar nada. Este libro entero no es más que un borrador; mejor dicho, el borrador de un borrador. ¡Ah, Tiempo, Energía, Dinero y Paciencia!

XXXIII
 
El «Troceador»

Respecto a los oficiales de un barco ballenero, este momento me parece tan bueno como cualquier otro para anotar una pequeña particularidad doméstica de a bordo, debida a la existencia de la clase arponera de oficiales, una clase, por supuesto, desconocida en cualquier otra marina que no sea la flota ballenera.

La amplia importancia atribuida a la profesión de arponero se evidencia por el hecho de que, al principio, en la antigua pesquería holandesa, hace más de dos siglos, el mando de un barco ballenero no residía totalmente en la persona hoy llamada capitán, sino que se dividía entre él y un oficial llamado el Specksynder, el «Troceador». Literalmente, esta palabra significa «cortador de grasa», pero el uso la hizo con el tiempo equivalente a arponero en jefe. En aquellos días, la autoridad del capitán se restringía a la navegación y manejo general del navío, mientras que el Specksyndero arponero en jefe reinaba de modo supremo sobre el departamento de la cala de la ballena y todos sus intereses. En la Pesquería Británica de Groenlandia se conserva todavía esta antigua dignidad holandesa, bajo el corrompido título de Specksioneer, pero su antigua dignidad ha quedado completamente menguada. Actualmente, tiene el simple rango de primer arponero, y, en cuanto tal, no es más que uno de los más inferiores subalternos del capitán. Sin embargo, como el éxito de un viaje ballenero depende en gran medida de la buena actuación de los arponeros, y como en la pesquería americana no sólo es un oficial importante del barco, sino que en ciertas circunstancias (guardias nocturnas en aguas balleneras) también tiene a su mando la cubierta, por tanto la gran máxima política del mar exige que viva nominalmente aparte de los marineros del castillo de proa, y se distinga en cierto modo como su superior profesional, aunque siempre es considerado por ellos como su igual en compañía.

Ahora, la gran distinción establecida en el mar entre oficial y marinero es ésta: aquél vive a popa, éste, a proa. Por tanto, lo mismo en barcos balleneros que en mercantes, los oficiales tienen su residencia con el capitán, y así también, en la mayor parte de los balleneros americanos, los arponeros se alojan en la parte de popa del barco. Es decir, comen en la cabina del capitán y duermen en un lugar que comunica indirectamente con ella.

Aunque la larga duración de un viaje ballenero al sur (con mucho, el más largo de todos los viajes que se han hecho, ahora y siempre, por el hombre), sus peculiares peligros y la comunidad de intereses que domina en un grupo en que todos, altos o bajos, dependen de sus beneficios y no de paga fija, sino de su suerte en común, así como de su vigilancia, intrepidez y esfuerzo en común, aunque todas esas cosas en muchos casos tienden a producir una disciplina menos rigurosa que la habitual en los barcos mercantes, sin embargo, por más que estos cazadores de ballenas, en casos primitivos, convivan de modo muy parecido a una antigua tribu mesopotámica, con todo, es raro, por lo menos, que se relajen las exterioridades puntillosas del alcázar, y en ningún caso se abandonan. En efecto, son muchos los barcos de Nantucket en que se ve al capitán pasando revista a la cubierta con una solemne grandeza no sobrepasada en ningún navío militar; más aún, exigiendo casi tanto homenaje exterior como si llevara la púrpura imperial y no el más ajado de los chaquetones de piloto.

Y aunque el maniático capitán del Pequod era el hombre menos dado a esta clase de presunción superficial, aunque el único homenaje que requería era la obediencia silenciosa e instantánea, aunque no requería que nadie se quitase el calzado de los pies antes de subir al alcázar, y aunque había momentos en que, debido a circunstancias peculiares en relación con acontecimientos que se detallarán luego, les dirigía la palabra en términos insólitos, fuera por condescendencia, o in terrorem, o de otro modo, sin embargo, el capitán Ahab no dejaba en absoluto de observar las principales formas y usos del mar.

Y no se dejará quizá de percibir en definitiva que a veces se enmascaraba tras esas formas y costumbres, haciendo uso de ellas, incidentalmente, para otras finalidades más personales que aquellas para las que en principio se suponía que servían. Ese cierto sultanismo de su cerebro, que de otra manera habría quedado en buena medida sin expresar, a través de esas formas se encarnaba en una irresistible dictadura. Pues, sea cual sea la superioridad intelectual de un hombre, nunca puede asumir la supremacía práctica y utilizable sobre otros hombres, sin ayuda de alguna especie de artes y parapetos, siempre más o menos mezquinos y bajos en sí mismos. Ello es lo que aparta para siempre a los auténticos príncipes imperiales por la gracia de Dios, a distancia de las asambleas de este mundo, y lo que reserva los más altos honores que puede dar ese aire a aquellos hombres que se hacen famosos más bien por su infinita inferioridad al elegido y oculto puñado de los Divinos Inertes, que por su indiscutible superioridad sobre el muerto nivel de la masa. Tan gran virtud se oculta en esas cosas pequeñas cuando las afectan las extremadas supersticiones de la política, que en algunos ejemplos egregios han infundido potencia en el caso del zar Nicolás, la redonda corona de un imperio geográfico rodea un cerebro imperial, entonces, los rebaños de la plebe se aplastan humillados ante la tremenda centralización. Y el dramaturgo trágico que quiera pintar la indomabilidad humana en su más pleno alcance y su más directo empuje, jamás deberá olvidar una sugerencia tan importante, de paso, para su arte como la que ahora se ha aludido.

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