Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online
Authors: José Javier Esparza
Tags: #Histórico
Dentro de ese esquema, los condados catalanes fueron los que más peso político cobraron. ¿Por qué? Por tres razones. Primero, porque su situación geográfica hacía más fácil su comunicación con el resto del mundo, y en particular con el mundo carolingio, que era el centro de la vida europea. Después, por razones económicas, ya que su territorio era más fértil y rico en recursos que el resto del espacio pirenaico.Y también porque desde finales del siglo ix, con Wifredo el Velloso, los condados empiezan a integrarse y, sobre todo, los condes obtienen el derecho de legar su título a sus herederos. Así nace un núcleo condal en Barcelona, Gerona y Osona que permanecerá integrado y bajo liderazgo barcelonésincluso cuando la herencia se divida.
En el momento de nuestro relato, a la altura de 960, los condados de Barcelona, Gerona y Osona están bajo el mando de Borrell II y su hermano Miró, hijos ambos del conde Suñer y de una dama de Tolosa. Este Suñer fue un típico guerrero de la Reconquista, de perfil comparable al de los grandes reyes asturianos. Caudillo militar y jefe político, luchó continuamente contra los moros, organizó expediciones que le llevaron incluso hasta Valencia, golpeó en Tortosa y en Tarragona, dirigió la repoblación de amplios espacios en el Penedés, reorganizó las instituciones eclesiásticas… Afianzado su espacio de poder, obtuvo un pacto político con Córdoba y cuando se sintió viejo, en 947, entregó el condado a sus hijos y se retiró a la vida monacal. Un personaje sobresaliente, Suñer I. Y de sus manos recibieron el poder nuestros amigos Borrell y Miró.
Parece que Miró se dedicó sobre todo a la administración interior, mientras que Borrell asumió las funciones militares y de política exterior. Este último, Borrell II, será el personaje decisivo en el destino del condado de Barcelona. Era un hombre de temperamento distinto al de su padre, menos belicoso, más diplomático. Tenía sólo veinte años cuando se hizo cargo del título; a los territorios heredados de su padre añadía el condado de Urgel, herencia de un tío suyo.Y desde muy temprano marcó las líneas principales de su política: mantener lo heredado y, en la medida de lo posible, ampliarlo sin excesivos costes. Ante todo, se preocupó por cubrirse las espaldas. ¿Cómo? Suscribiendo acuerdos con Córdoba, por el sur, y con el Imperio carolingio, por el norte.Y así cubierto, garantizar la seguridad del espacio político que repoblaba y organizaba su hermano Miró. Por ejemplo, la ciudad de Tarragona.
¿Qué pudo llevar a Borrell II, a la altura del año 961, a apostar por una ruptura del equilibrio sumándose a la ofensiva cristiana contra Córdoba? Aquí hay que hablar de muchas cosas que conviene tener en cuenta a la vez. La primera y más importante, que Borrell, a pesar del retrato que suele ofrecerse de él como «hombre de paz», no era ni mucho menos un pacifista: el conde de Barcelona sabía perfectamente que su espacio político sólo podía crecer hacia el sur, hasta la línea del todavía lejano Ebro; que los pactos con Córdoba tenían el valor que tenían y en cualquier momento podían verse revocados por los cambios de poder en el califato, y que el aliado natural de su condado no iba a ser nunca el califa de Córdoba, sino más bien los otros monarcas cristianos de la Península. Córdoba ya había dado claras muestras de querer inmiscuirse en las querellas dinásticas leonesas; nada impedía pensar que deseara hacer lo mismo en el resto de la cristiandad. Ahora el relevo de Abderramán III por Alhakén II abría un capítulo nuevo. Si existía una oportunidad de golpear en el sur y ganar espacios nuevos, era ésta. Por todo eso, sin duda, Borrell apostó por la coalición con Navarra, Castilla y León contra los musulmanes.
La coalición tuvo una vida efimera. Hubiera podido funcionar como plataforma defensiva, pero no como bloque ofensivo, porque los intereses de unos y otros eran demasiado diferentes. El califa Alhakén, por su parte, evitó enfrentarse al bloque cristiano en su conjunto y optó por una hábil política de división: pactos con unos, hostilidades con otros. Moros y cristianos siguieron intercambiando golpes aquí y allá. Borrell prefirió firmar con Alhakén II pactos que le garantizaran cierta seguridad. Al fin y al cabo, su política no dependía de sí mismo; Borrell seguía siendo el hombre del Imperio carolingio en el sur, vinculado a la corte de Aquisgrán no sólo por vasallaje político, sino también por sus propias relaciones familiares: casado primero con Letgarda de Tolosa, hija del conde de Tolosa y duque de Aquitania Ramón Ponce, y en segundas nupcias con la dama Eimeruda de Auvernia. Los condados catalanes todavía eran parte del mundo carolingio.
Andando el tiempo, sin embargo, las cosas cambiarían, y al propio Borrell II le tocará gobernar las grandes transformaciones que se avecinaban.Veremos sus tierras arrasadas a sangre y fuego por los moros; veremos Barcelona constituida en condado independiente de la órbita carolingia; veremos a los condes de la ciudad condal —que por eso se llama asítrabando relación directa con el papado; veremos cómo la gran reforma religiosa y cultural de Cluny penetra en España precisamente por Cataluña. Pero para todo esto aún quedaban algunos años. Lo trataremos en su momento.
La manzana de Sancho
Tiempos grises, tirando a oscuros, en la España cristiana. Navarra y Barcelona se han unido al frente que patrocina Sancho, rey de León, pero éste va a demostrar muy rápidamente que no está a la altura de las circunstancias. En el sur, por el contrario, el califa tiene las cosas muy claras. Los intentos de Sancho 1 de León por ser un gran rey van a verse frustrados.Y encontrarán un final abrupto e inesperado en un episodio que parece más digno de la leyenda que de la historia.
No sabemos con qué grado de inquietud acogió el califa Alhakén la creación de un frente bélico que, en teoría, abarcaba desde Portugal hasta los condados catalanes. Lo que sí sabemos es que, ante esa estrategia de sus enemigos, el califa reaccionó con una estrategia muy bien pensada. Recordemos los argumentos fundamentales de ésta: mantener el pleno control político sobre los territorios al sur del Sistema Central y sobre el valle medio del Ebro, y ejercer una presión militar continua sobre las tierras al sur del Duero, entorpeciendo los intentos cristianos de repoblación. En esa estrategia había un área decisiva: la actual provincia de Soria, cuyas tie rras eran el pasillo natural desde Córdoba y Toledo hacia Zaragoza, y desde las cuales, además, podía dominarse el valle alto del Duero.Y fue ahí, en esa zona estratégica, donde Alhakén actuó.
Primer pivote de la acción sarracena: Medinaceli, la base militar del general Galib. Desde allí las tropas moras podían plantarse, en pocas jornadas, lo mismo en Navarra que en Castilla. Segundo pivote: San Esteban de Gormaz, la disputadísima plaza a orillas del Duero, auténtica clave de la expansión castellana hacia el sur. San Esteban, hasta ese momento, se hallaba en manos cristianas. Sin duda ésta era una de las fortalezas que Sancho empeñó ante Abderramán. Para Córdoba, controlar San Esteban de Gormaz significaba taponar la expansión castellana, poner a salvo el corredor soriano hacia Zaragoza y cobrarse una base privilegiada para actuar sobre el valle del Duero. Tal fue el objetivo fundamental de los ejércitos del califa.
Alhakén desencadenó la ofensiva en el año 963. La organizó el general Galib, aquel eslavo a quien había confiado el califa el mando militar. Fue una operación de libro. En vez de una gran expedición a lo largo de las líneas cristianas, como en otras ocasiones, ahora los ejércitos moros concentraron su acción en tres puntos. Por supuesto, el principal fue San Esteban de Gormaz, que cayó sin remedio. Pero, además, el general Galib tomó otros dos puntos sensibles al norte y al sur de la codiciada plaza soriana. Al norte, Calahorra, desde donde podrían frenarse los intentos de expansión navarros y alaveses sobre La Rioja; al sur, Atienza, la localidad serrana desde la que los repobladores castellanos habían llegado a amenazar seriamente la estabilidad de las tierras moras en el alto Tajo. Tres golpes decisivos. Con esas plazas en su poder, Córdoba recobraba la iniciativa militar.Y el frente cristiano que Sancho alentaba se disolvió como un azucarillo.
¿Por qué leoneses y castellanos no pudieron frenar a los moros en San Esteban de Gormaz ni en Atienza? Por una pésima dirección política. ¿Por qué nadie pudo evitar que Galib se apoderara de Calahorra, a un paso de la capital del Reino de Pamplona en Nájera? Porque Pamplona no tenía fuerza militar para evitarlo y Castilla y Álava no pudieron enviar refuerzos a su aliado. Si el éxito moro en esta campaña da fe de una estupenda estrategia militar, inteligente y reposada, integrada en una dirección política coherente, el fracaso cristiano atestigua exactamente todo lo contrario, una inexistente dirección política que redujo la acción militar a la impotencia. Con una sola maniobra, el califa enfrentaba a los reinos cristianos a su realidad: una colección de caudillos mal avenidos, con intereses propios demasiado acentuados y además, en el caso del Reino de León, con un marasmo interno ingobernable. Ni sombra del esplendor y la energía que aún brillaban en tiempos de Ordoño III, apenas diez años atrás.
La gran pregunta es qué había pasado en León para descender desde las anteriores glorias a los presentes quebrantos. Aquí lo hemos explicado ya. La estructura política del reino, cada vez más dependiente de los grandes linajes nobiliarios, había fragmentado el poder. Hay un hondo proceso de transformación social que apunta hacia la debilitación de la corona. Frente a ese proceso, la corona ha de desplegar una energía y una voluntad que no encontraremos ni en Sancho el Gordo ni en Ordoño el Malo. De hecho, los últimos años del reinado de Sancho, frustrada la iniciativa militar, se vieron complicados por la inestabilidad política.Y es que, en efecto, a la altura del año 965, los nobles de Galicia se levantan otra vez.
¿Por qué se levantaban los nobles de Galicia, de esa Galicia que llegaba desde el Cantábrico hasta el Mondego? Fundamentalmente, por lo de siempre: cuestiones de poder e influencia. Con los reyes anteriores, hasta Ordoño III, los nobles gallegos habían jugado un relevante papel en palacio; no en vano los monarcas solían encomendar a sus herederos el dominio de esa región, para que aprendieran allí el oficio de gobernar. Pero aquellos años habían quedado ya muy atrás. La situación a mediados del siglo x era distinta. No sólo los magnates gallegos se sentían marginados, sino que, además, habían entrado en guerra entre sí: los del norte del Duero contra los del sur. ¿Qué estaba pasando?
Parece claro que Sancho el Craso, en sus equilibrios para asentarse en el poder, había optado por apoyarse en las grandes familias condales de León y Castilla, los poderosos condes de Cea, Saldaña, Monzón (con una Ansúrez de Monzón se había casado él) y el de Castilla propiamente dicho, es decir, Fernán González. Esta preferencia tenía una traducción directa en términos de poder: no sólo se palpaba en la procedencia de los magnates que rodeaban a Sancho en la corte (donde, en efecto, había pocos gallegos), sino que, sobre todo, se aplicaba a la gestión y gobierno de los territorios repoblados. Es fácil entenderlo. Controlar más territorios equivalía a obtener más ingresos y ejercer más poder; controlar menos territorios equivalía a lo contrario.Y aquí los gallegos se sentían marginados.
¿La marginación concernía a todos los magnates gallegos? No lo parece. En cualquier caso, el malestar sí era muy vivo en las tierras del sur, en lo que hoy es Portugal. Ante la gravedad del caso, el rey Sancho resuelve acudir al origen del problema y viaja a Galicia. Aunque las razones concretas del conflicto permanecen entre brumas, parece ser que, en esta ocasión, los nobles del norte de Galicia eran más favorables a Sancho que los del sur. A los del norte los capitaneaba Rodrigo Velázquez. A los del sur, Gonzalo Menéndez y Gonzalo Núñez. El objetivo inicial de Sancho es respaldar con tropas a Rodrigo Velázquez. Pero, por el camino, uno de los dos Gonzalos —las crónicas no nos dejan saber cuál— solicita al rey una entrevista.Y esa entrevista cambiaría el curso de la historia.
Sancho acude a la cita, dicen que en el monasterio de Cástrelo do Miño. El conde Gonzalo, el anfitrión, se muestra obsequioso. Tan obsequioso que ofrece al rey algunas viandas. Sancho no desconfia. Entre las viandas, el conde portugués desliza al rey una apetitosa manzana. Sancho la toma, la contempla, la muerde. Sancho siempre fue un glotón. A los pocos minutos, el rey empieza a encontrarse mal. Pasan las horas y el malestar no remite; al contrario, se agrava. El séquito del monarca decide retirarse a León para atender al enfermo. Nunca llegará. Sancho muere, envenenado, por el camino. Era el año 966. Sancho 1 el Craso fallecía a los treinta y cuatro años de edad. Su viuda, Teresa Ansúrez, toma los hábitos e ingresa monja.
Digno epílogo para una época ciertamente lamentable del Reino de León: la corona, sin rey. El trono se había quedado sin relevos. Sancho dejaba un heredero, Ramiro, el hijo que tuvo con la dama Teresa Ansúrez, pero este muchacho contaba con tan sólo cinco años de edad. Los nobles gallegos, por su parte, alentaban las expectativas de otro heredero: Bermudo, el hijo de Ordoño III y Urraca Fernández, un mozalbete que aún no llegaba a los veinte años y que, en todo caso, no tenía derecho directo al trono. Así las cosas, el reino queda en manos de una regente, Elvira Ramírez, la hija de Ramiro II, hermana de los reyes Ordoño III y Sancho 1, que había profesado como monja y que sale del convento de San Salvador para hacerse cargo del gobierno. Pero incluso aquí habrá problemas, porque la viuda de Sancho, Teresa, aun desde su reciente condición monástica, no quiere quedar al margen de la regencia.
Años malos, estos del Reino de León. Vendrán más. Porque mientras todas estas calamidades se suceden en la España cristiana, en la España mora emerge un joven y brillante funcionario que acaba de ser nombrado intendente del príncipe heredero y que se ha convertido en confidente de la influyente Subh, Aurora, la favorita del califa, la esclava vascona. Ese joven y brillante funcionario se llama Almanzor.
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MONJAS, VIKINGOS, JÓVENES LEONES
Y GENTES DE A PIE
La regencia de las monjas y la visita de los vikingos
Todos los países tienen épocas buenas y épocas malas. La que estaba viviendo la España cristiana, hacia el año 966, era sin duda de las malas. Con el trono de León vacío y un heredero menor de edad, el gobierno queda en manos de dos monjas en conflicto entre sí. Mientras tanto, Pamplona y Barcelona intentan por todos los medios quedar a salvo de la quema. Quien manda en España es, sin discusión, el califa de Córdoba, Alhakén ILY para colmo, los vikingos desembarcan en Galicia. Tiempos difíciles.