Read Muere la esperanza Online
Authors: Jude Watson
***
Qui-Gon seguía esperando cuando Obi-Wan irrumpió en la pequeña sala de espera del complejo médico, unas horas después.
—¿Hay noticias?
Qui-Gon negó con la cabeza.
—Siguen con ella.
—¿La has visto?
—No desde que llegamos. Dicen que pronto.
Eritha entró corriendo.
—¿Cómo está Tahl?
—Está aguantando —dijo Qui-Gon—. No sé más.
Eritha caminó de un lado a otro frente a él.
—No entiendo por qué Manex la trajo aquí. Bueno, la verdad es que sí. Él siempre piensa que lo suyo es lo mejor. ¿Dónde está?
—Estuvo un rato esperando conmigo —dijo Qui-Gon—. Se fue para atender unos asuntos en casa. Dijo que volvería.
Ella se sentó y juntó las palmas de las manos.
—Odio esperar. Sé que los Jedi no conocen ese sentimiento.
—Nosotros también lo odiamos —dijo Obi-Wan—. Es sólo que se nos da mejor.
No te creas,
pensó Qui-Gon. Las últimas dos horas habían sido las peores de su vida.
Eritha esperó unos minutos, y luego se levantó, inquieta.
—Necesito aire. ¿Me llamarás en cuanto sepas algo?
Obi-Wan le aseguró que así lo haría. Se quedó junto a Qui-Gon, en silencio. Qui-Gon sintió la simpatía y la preocupación de su padawan. Se sentía agradecido por su presencia. Era más fácil esperar con alguien. Y sabía que Obi-Wan también quería a Tahl.
—¿Te contó Tahl algo del secuestro? —le preguntó Obi-Wan despacio.
—Balog estaba buscando la lista de informadores, tal y como pensaban Irini y Lenz —dijo Qui-Gon. Resumió a Obi-Wan lo que le había contado Tahl, pero le costó concentrarse en las razones por las que la habían secuestrado. Pero ya habría tiempo para eso, en cuanto pudiera mirarla a la cara y ver que volvía a ser la misma de siempre.
—El mensajero podría ser la clave —musitó Obi-Wan—. Sabemos que la lista fue robada y que podría estar en manos de los Absolutos. ¿Y si se la llevó Oleg? Si vieron a Tahl escapando con él, quizá sospecharon que la tenía ella. Tahl dijo que los líderes Absolutos querían interrogar a Oleg. Al no encontrarle, decidieron coger a Tahl.
Qui-Gon apenas le escuchaba.
—Es una teoría, padawan. Ya veremos.
Las puertas se abrieron, y el equipo médico salió. Qui-Gon y Obi-Wan se pusieron de pie. El médico se dirigió hacia Qui-Gon.
—Sus constantes vitales están disminuyendo. Hemos hecho todo lo que hemos podido. El daño sufrido por sus órganos internos ha sido muy grave. Ahora podéis verla.
Qui-Gon escudriñó la cara del médico.
—Así que se recuperará.
—Los daños han sido graves —repitió el médico. Sus ojos tristes estaban llenos de desconsuelo mientras miraba a Qui-Gon.
—Se recuperará —repitió Qui-Gon. Esta vez había seguridad en su voz.
Pasó por delante del médico y entró rápidamente en la habitación donde tenían a Tahl. Estaba tumbada en la cama. Él hizo caso omiso de las lecturas y los sensores, y la cogió de la mano. Ella giró lentamente la cabeza para mirarle. Él se sintió aliviado al ver que los médicos le habían quitado las lentillas que se había puesto para pasar desapercibida. Echaba de menos ver los preciosos ojos verdes y dorados de Tahl. Y ahora, el rostro que amaba estaba ante él, como siempre había sido. Conocía cada línea y cada curva, cada rasgo, cada suave ondulación.
Le cogió la mano, pero no recibió respuesta. Qui-Gon le pasó los dedos por el brazo para notar su piel. Estaba fría. Muy fría...
Ella abrió la boca. Qui-Gon tuvo que agacharse para escucharla.
—Adonde quiera que vaya, te esperaré, Qui-Gon. Siempre me gustó viajar sola.
—No lo volverás a hacer —dijo él—. ¿Te acuerdas? A partir de ahora iremos juntos. Me lo prometiste —bromeó él—. No puedes echarte atrás ahora. Jamás dejaré que lo olvides.
La sonrisa de Tahl y la ligera presión que ejercía con los dedos parecían costarle un esfuerzo tremendo. Él sintió pánico.
Acercó su cara a la de ella. Apoyó la frente contra la de ella. Sintió su piel fría. Deseó que su propio calor y su energía se transmitieran a la Jedi. ¿De qué le servía ser tan fuerte?, ¿qué sentido tenía, si no podía curarla? Qui-Gon convocó a todo lo que conocía, a todas las cosas en las que creía: a su conexión con la Fuerza, al inmenso amor que sentía por Tahl. Y quiso que se introdujeran en ella y le dieran fuerzas.
Él sintió una leve caricia en la mejilla. Ella le apretó de nuevo la mano. Y él supo que Tahl había sentido todo lo que él quería transmitirle, y que aquello la había ayudado. Nunca se había sentido tan unido a ella, tan cerca de ella. Y si hubiera podido respirar por ella, lo hubiera hecho.
—Que este momento sea el último —dijo ella.
Él sintió que ella tomaba aire, y lo soltaba, con suavidad, contra su mejilla. Pero no volvió a inspirar.
Obi-Wan se sentó, con la cabeza entre las manos. De repente, se enderezó. Sintió una perturbación en la Fuerza. De repente, algo faltaba en el aire; una poderosa energía había caído, dejando un vacío.
Cuando oyó el grito en la otra habitación, en principio no supo de quién procedía.
Entonces se dio cuenta de que era su Maestro.
Escuchó ruido de pasos que corrían por el pasillo de la sala de espera. El equipo médico.
Fue rápidamente hasta la puerta y la activó, y siguió a los médicos a la habitación de Tahl.
Dos de los miembros del equipo comprobaban los monitores. Los médicos estaban de pie junto a la cama. Él no hizo nada.
Entonces, Obi-Wan se dio cuenta de verdad de que Tahl se había ido.
El equipo médico se apartó de los monitores. Nadie intentó mover a un hombre del tamaño de Qui-Gon, inclinado sobre el cuerpo en la cama. Su dolor era demasiado grande, demasiado íntimo.
Tahl tenía los ojos cerrados y la mano dentro de la de Qui-Gon. Todavía sonreía ligeramente. Él apretaba su frente contra la de ella. Él no movió ni un músculo. No le soltó la mano.
Obi-Wan se sintió desolado por el dolor que percibía en aquella habitación. La propia postura de Qui-Gon le indicaba que estaba sintiendo una agonía tan inmensa que Obi-Wan no podía ni imaginársela. La protectora postura de Qui-Gon, la forma en la que reposaba su frente contra la de Tahl. De repente, Obi-Wan se dio cuenta de que no había entendido la profundidad de los sentimientos de su Maestro.
Al verlo claro, su corazón se partió en dos por Qui-Gon.
Dio un paso para acercarse. ¿Cómo podía ayudar a su Maestro? ¿Qué podía hacer?
Qui-Gon se giró. Obi-Wan vio un rostro que había cambiado. Faltaba algo, o sobraba algo, no estaba seguro. Pero ya no era la cara que conocía tan bien. El dolor la había marcado para siempre. Obi-Wan estaba seguro de ello.
Él sentiría su propio dolor por Tahl. Pero jamás sería como el de Qui-Gon.
Se acercó lentamente a la cama. No sabía qué decir. Nada de lo que había aprendido en el Templo, nada de lo que le había enseñado Qui-Gon, le había preparado para aquello.
Puso una mano en el hombro de su Maestro.
—Déjame ayudarte, Maestro.
Los ojos de Qui-Gon estaban sin vida.
—Nada puede ayudarme ya.
Qui-Gon contempló el cuerpo sin vida de Tahl. Seguía cogiéndole la mano.
—Sólo la venganza.