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Authors: Jude Watson

Muere la esperanza (8 page)

—Yo conozco un lugar —dijo Yanci, asintiendo.

Echó una pierna por encima de la montura y esperó a que Obi-Wan y Eritha subieran a sus vehículos. Entonces, liderando la expedición, aceleró. Obi-Wan sintió los músculos tensos, y de repente la pierna comenzó a latirle en protesta. Tuvo que esforzarse mucho por conseguir la tranquilidad Jedi necesaria para los momentos previos a la batalla. Qui-Gon y él no habían discutido casi nunca. Desde su ruptura, cuando Obi-Wan abandonó la Orden Jedi, aprendieron a respetar el temperamento y las preferencias del otro. Habían encontrado la armonía incluso en momentos de desacuerdo. Uno de los dos cedía y dejaba que el otro tomara la decisión. Y solía ser Obi-Wan el que dejaba que su Maestro decidiera, como era lógico en un padawan. Pero con el tiempo, Qui-Gon comenzó a permitir a Obi-Wan tomar más decisiones, de la misma forma que le dejó elegir el camino en Ragoon-6 durante su ejercicio de rastreo. Nunca daban por terminado un tema sin llegar a un acuerdo.

Obi-Wan seguía atónito ante la decepción y la ira que aún sentía por la decisión de Qui-Gon. El viento enfriaba sus encendidas mejillas, pero no su intranquilidad.

¿Desestabilizaría su unión aquella disputa? No lo sabía.

Había notado más distancia entre ellos desde que llegaron a Nuevo Ápsolon. Quizás esto sirviera para alejarles todavía más.

No podía preocuparse por eso, había dicho la verdad; pero el abismo entre él y su Maestro le entristecía.

Obi-Wan intentó alejar de su mente la disputa y empleó su tiempo en concentrarse. Necesitaría una conexión fiable con la Fuerza. Su herida sin duda le iba a frenar un poco, y Qui-Gon no estaría ahí para cubrirle. Tendría que recurrir a la estrategia más que a la velocidad.

Cerca del campamento de los Obreros Mineros, Yanci les hizo un gesto. Giró su barredor y les guió hacia una abertura en la roca. El deslizador de Eritha se coló por la estrecha hendidura.

—Aquí no la encontrarán —dijo Yanci—. Dudo que busquen gente que haya huido. Creo que su objetivo era robarnos los explosivos más avanzados.

—Me pondré en contacto contigo cuando la situación sea segura —dijo Obi-Wan a Eritha.

Ella parecía reticente, pero asintió.

De repente, Obi-Wan sintió una perturbación en la Fuerza. Miró a su alrededor, pero no vio nada.

Yanci salió de la grieta en el cañón, y él la siguió. Echó una ojeada al horizonte y vio el deslizador de Qui-Gon en la distancia, acercándose a toda velocidad.

Obi-Wan hizo un gesto a Yanci y se dirigió a encontrarse con Qui-Gon. Cuando lo hizo, se quedó flotando a su lado.

Qui-Gon le miró a los ojos. En su rostro se veían señales de una gran lucha interna.

—Estaba equivocado, padawan. Gracias por demostrármelo. Mi responsabilidad está aquí. Independientemente de lo que eso cueste —dijo con dificultad.

Obi-Wan asintió.

—Me alegro de que hayas vuelto.

Hicieron rugir sus motores y alcanzaron a Yanci.

—Os voy a llevar dando un rodeo —les dijo—. Cuando me fui, habíamos conseguido resistir en la parte de atrás de la unidad en la que guardamos las provisiones y los explosivos.

No necesitaban precauciones. Dieron el rodeo al campamento. Yanci avanzó más despacio con su deslizador mientras se acercaban a un camino abierto en un estrecho desfiladero.

Obi-Wan intentó oír los sonidos de la batalla, pero sólo percibió el viento.

La tranquilidad era inquietante. Miró a Qui-Gon y vio que su Maestro fruncía el ceño.

Había algo en mitad del camino. Obi-Wan no necesitaba acercarse más para saber lo que era. La profunda perturbación en la Fuerza se lo decía todo.

Yanci cada vez iba más despacio, hasta casi detenerse.

—Es un cadáver —dijo, agitada.

De repente, aceleró y salió disparada hacia delante. Obi-Wan y Qui-Gon apretaron el acelerador para alcanzarla.

Yanci saltó de su barredor en marcha. La máquina siguió avanzando y chocó contra una pared, pero ella no reaccionó. Corrió hacia el cuerpo que yacía en el camino. Su grito fue terrible.

—¡Kevta! —ella se inclinó sobre el cadáver. Con lágrimas corriendo por sus mejillas, Yanci le buscó el pulso. Le colocó las manos en el pecho—. ¡Kevta! —su grito se tornó en lamento, y cayó al suelo, cogiéndose la cabeza entre las manos.

Qui-Gon se quedó pálido. Obi-Wan vio que su Maestro no podía apartar la vista de la escena.

—Maestro —dijo—. Tenemos que seguir, averiguar qué ha pasado...

Qui-Gon asintió muy lentamente.

—Un momento —tenía la voz ronca.

Saltó de su deslizador y caminó hacia Yanci. Se agachó a su lado y le puso una mano en el hombro. No dijo ni una palabra. Dejó que su presencia equilibrara el dolor de ella, hasta que fue capaz de alzar la cabeza.

—Yo lo abandoné —dijo ella con la voz entrecortada—. Él me obligó a irme. Dijo que yo era la mejor con el barredor. Soy la que mejor conoce las canteras. Yo era la única que podía alcanzar a los Jedi. ¡Y lo abandoné!

—Te fuiste porque tenías que salvar a tu pueblo —dijo Qui-Gon.

—Y les fallé. Con Kevta muerto ya no quiero volver a ver el campamento —dijo Yanci, apoyando la cabeza en el pecho de Kevta—. Me quedo aquí. No puedo abandonarlo.

Qui-Gon le apretó el hombro. Entonces se levantó. Sin decir nada, hizo un gesto a Obi-Wan. Los dos Jedi sabían lo que se iban a encontrar. Hallarían la muerte en su camino.

Se adentraron en el campamento. Algunas de las construcciones seguían echando humo por los incendios que habían causado los Absolutos. Había cadáveres por el camino. Aquellos Obreros Mineros seguían agarrados a las herramientas que habían empleado como armas.

Obi-Wan vio a Bini en el suelo. Sus ojos sin vida miraban al cielo. Se arrodilló junto a ella y le cerró los párpados con cuidado.

—Duerme bien —murmuró.

Qui-Gon entró en la escuela. Pasó un rato antes de que saliera.

—Será mejor que no entres —dijo a Obi-Wan—. Los Obreros Mineros intentaron esconder aquí a los niños. Los Absolutos no han dejado ninguno con vida.

Obi-Wan dio media vuelta. Qui-Gon tenía razón. No tenía necesidad de verlo.

El sonido de un deslizador se elevó entre la inquietante tranquilidad. Eritha se acercaba lentamente hacia ellos, mirando a su alrededor, comprobando la devastación. Detuvo su deslizador y desmontó, descompuesta.

—Éste es el tipo de cosas de las que son capaces —dijo ella con la cara cenicienta—. Yo no lo sabía. Alani no puede estar metida en esto. Tiene que saber lo que están dispuestos a hacer.

Continuaron con la sombría investigación, buscando supervivientes. La cantidad de muertos era enorme. No quedaba ni un miembro vivo del campamento.

Cuando dieron media vuelta, vieron a Yanci avanzando hacia ellos. Sus piernas se movían, pero no parecía andar gracias a ellas. Caminaba como un androide, con movimientos articulados y como a espasmos.

—Se han ido todos —dijo—. Ha sido una masacre. No puedo hacer nada. No encuentro a Bini...

—Lo siento —dijo Obi-Wan con amabilidad—. Yo la he encontrado.

Yanci bajó la cabeza.

—Yo estaba celosa de Bini. Ella era muy amiga de Kevta. Qué estúpida fui. Ya nunca podré decírselo —se alejó de ellos y se sentó en el suelo, con la cabeza entre las manos.

—Yanci —le dijo Qui-Gon—, ¿podrías decirnos lo que se han llevado los Absolutos esta vez?

Ella levantó la cabeza.

—Todo —dijo ella, aturdida—. No nos queda armamento.

Qui-Gon asintió. Era lo que esperaba.

—Vamos a buscar pistas —dijo en voz baja a Obi-Wan.

Comenzaron con lo que había sido el objetivo de los Absolutos: las construcciones en las que se había almacenado el arsenal. Aquí era donde había tenido lugar la peor parte de la batalla. Obi-Wan se tragó la repulsión nauseabunda que sintió en la garganta ante las desesperadas posturas de la muerte. Yacían como habían muerto, luchando hasta el final.

Se concentró en la tarea, contemplando el suelo cuidadosamente y entrando en el polvorín. Qui-Gon se agachó y cogió algo entre los dedos. Cuando alzó la mano hacia Obi-Wan, su padawan vio que la tenía manchada de rojo.

—Este barro no pertenece a esta región —dijo—. Los Absolutos lo trajeron hasta aquí. Mira las huellas de las botas. No tienen el mismo dibujo que las botas de los Obreros Mineros.

Obi-Wan se agachó y tomó una muestra del suelo. La metió en un bote que llevaba en el cinturón de utilidades.

—Vamos a preguntar a Yanci. Dijo que conocía las canteras mejor que nadie.

Volvieron con Yanci, y Obi-Wan le mostró el barro. Ella lo tocó con la yema de los dedos.

—Rojo —murmuró—. Yo he visto esta tierra —cerró los ojos. Cuando los abrió, su mirada estaba llena de seguridad—. Sé exactamente dónde se esconden.

Capítulo 13

A los pocos minutos, Qui-Gon, Obi-Wan y Eritha ya estaban en sus vehículos. Introdujeron en sus sistemas de navegación las coordenadas que Yanci les proporcionó.

Qui-Gon miró a Eritha.

—No puedo ordenarte que te quedes. Pero te recomiendo encarecidamente que lo hagas.

Ella negó con la cabeza.

—Todavía no has podido librarte de mí. Y después de ver esto, sería incapaz de abandonar.

Qui-Gon se giró, algo molesto. Sería todo mucho más fácil si no tuviera que preocuparse por Eritha. A pesar de la firmeza de sus palabras, él sabía que la chica no estaba preparada para lo que podrían encontrar.

—El sitio está al Oeste, en unas canteras que llevan años abandonadas. A medida que os acerquéis, los desfiladeros irán estrechándose —les advirtió Yanci—. Tendréis que abandonar los vehículos, incluso el barredor. Sólo podréis ir a pie. Hay un camino, pero estoy segura de que estará vigilado. Ésta es la mejor forma de llegar sin que os vean.

—¿Y tú qué vas a hacer? —le preguntó Obi-Wan, preocupado. Yanci seguía teniendo la mirada ida. Había sufrido tanto que jamás volvería a ser la misma.

—Voy a enterrar a mis muertos —dijo Yanci.

—Me he puesto en contacto con los Obreros de la ciudad —le dijo Eritha—. Están en camino para ayudarte. Llegarán mañana al amanecer. ¿Estarás bien?

—Estoy con los que quiero —dijo Yanci—. Os deseo suerte en vuestra misión.

Qui-Gon miró hacia otro lado. Se sintió profundamente apesadumbrado. Por primera vez desde que se hizo Caballero Jedi, se sintió incapaz de enfrentarse al dolor de alguien. El dolor formaba parte de la vida, y los Jedi lo sabían mejor que nadie. Qui-Gon conocía todas las formas que podía tener, cómo podía deformarse y convertirse en rabia, en venganza o en un estado de aturdimiento. Hubo momentos en los que el dolor estaba tan presente que apenas había nada más. Parte de su formación consistió en aprender a ver la alegría de la galaxia que coexistía con el dolor. Recordó que al principio de su vida como Caballero Jedi regresaba a menudo al Templo para sostener largas conversaciones con Yoda. Él le había ayudado a ver el equilibrio de la galaxia, al igual que le había enseñado el equilibrio de la Fuerza.

Pero ahora, mirando a Yanci, se dio cuenta de lo que podría pasar. Sus ojos podrían quedarse así de vacíos. Su corazón así de destrozado.

Qui-Gon aceleró el motor. El viento le daba en la cara, haciendo que se le saltaran las lágrimas. Sabía que estaba presionando a la máquina para poder deshacerse de sus temores, y sabía que aquello no era propio de un Jedi. Pero en ese momento, el viento y la velocidad le consolaban más que cualquier sabio consejo Jedi.

***

Ahora que sabían adonde se dirigían, avanzaron a buen ritmo por las canteras. El paisaje era abrupto, con elevaciones y cañones inesperados. Yanci les había advertido que se encontrarían cambios de rasante y enormes charcos de agua tan grandes como lagos.

Llegaron a una zona en la que los desfiladeros se estrechaban y se convertían en hendiduras mínimas en las paredes de roca. Dejaron los vehículos, como Yanci les había indicado, y se adentraron en fila india por los estrechos corredores.

Qui-Gon iba en cabeza. Frente a él vio una línea de cielo y tierra, y supo que pronto saldrían de ahí. Aminoró el paso y se acercó a la abertura.

Frente a él encontró que los desfiladeros se ensanchaban para rodear un gran cañón. A la derecha había un profundo estanque lleno de agua. Estaba rodeado de tierra roja y grandes piedras. La luz del sol bailaba en la pulida superficie del agua. A poca distancia, a la izquierda, vio la oscura entrada de una caverna. No vio movimiento ni señal alguna de vida.

Obi-Wan y Eritha se acercaron para escudriñar el área.

—Aquí no hay nadie —dijo Eritha decepcionada—. Yanci estaba equivocada.

Obi-Wan habló despacio.

—¿Qué opinas, Maestro? ¿Estamos en el lugar equivocado?

Qui-Gon apeló a la Fuerza. Percibió el aire para ver si sentía vibraciones. Le envió un mensaje a Tahl.
Estoy aquí.

Recibió una respuesta. Una reverberación. Como una suave caricia en su mejilla. Como un leve suspiro. Algo...

—No —dijo él—. Es aquí.

De repente vieron que la superficie del agua comenzaba a ondularse. Las ondas se volvieron olas. Los dos Jedi se pusieron alerta.

—Estamos perdiendo el tiempo. Volvamos —dijo Eritha.

Los dos Jedi siguieron concentrados en el lago.

—No hay viento —dijo Obi-Wan.

—Exacto —murmuró Qui-Gon.

Una estructura emergió a la superficie. El agua resbaló de su curvada superficie. Se abrió una hendidura de la cual surgió una rampa que se extendió hasta la orilla. Unos segundos después, dos tecnovehículos bajaron por la rampa a toda velocidad, llegaron a tierra y se metieron en la caverna. Desaparecieron en el interior. No vieron a los Jedi.

—Todo está oculto —dijo Qui-Gon—. El campamento no puede verse desde el aire. Qué inteligente.

—Entonces ¿cómo vamos a infiltrarnos? —preguntó Obi-Wan.

—Tendremos que comenzar con la cueva. Creo que los tecnovehículos no pasaron por ningún puesto de control —dijo Qui-Gon, examinando la entrada de la caverna—. No creo que haya sensores en el exterior —se giró hacia Eritha—. Quédate aquí hasta que vengamos a buscarte.

—No. Si os vais sin mí, os seguiré —dijo Eritha con determinación.

Qui-Gon frunció el ceño.

—Entonces quédate detrás de nosotros. Date cuenta de que puedes poner en peligro la misión si actúas con precipitación. Seguirás mis órdenes. ¿De acuerdo?

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