Muerte de la luz (10 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

Dirk estaba azorado.

—¿Esas costumbres han subsistido?

Gwen se encogió de hombros.

—Muy poco. Los kavalares modernos admiten los pecados de su historia. Aun antes de la llegada de las naves estelares, las congregaciones de Jadehierro y Acerorrojo, las coaliciones más progresistas, habían prohibido la captura de Cuasi-hombres. Los cazadores tenían una costumbre; cuando por algún motivo no querían matar a un Cuasi-hombre de inmediato pero deseaban que más tarde el prisionero fuera presa personal, lo nombraban
korariel, y
nadie más podía tocarlo bajo pena de duelo. Los
kethi
de Jadehierro y Acerorrojo salían y capturaban a todos los Cuasi-hombres que podían, recluyéndolos en aldeas y tratando de arrancarlos del salvajismo para devolverles la civilización que habían perdido. A los que apresaban los llamaban
korariel.
Esto ocasionó una breve altaguerra entre Jadehierro y Shanagato. Jadehierro ganó y
korariel
adquirió un nuevo significado: propiedad bajo protección.

—¿Y Lorimaar? —preguntó Dirk—. ¿Cómo se relaciona con todo esto?

Ella sonrió con perfidia, y por un momento le trajo a Dirk el recuerdo de Janacek.

—En toda cultura siempre quedan unos fanáticos, creyentes sinceros y tradicionalistas. Braith es la coalición más conservadora, y Jaan calcula que una décima parte sigue creyendo en los Cuasi-hombres. La mayoría son cazadores, gente que
quiere
creer, y casi todos de Braith. Lorimaar y su
teyn
, y un puñado de
kethi
, vinieron aquí a cazar. La salvajina es más variada que en Alto Kavalaan, y nadie impone leyes restrictivas. En realidad, no hay leyes. Los pactos del Festival caducaron hace tiempo. Lorimaar puede matar a cuanta criatura se le antoje.

—Humanos incluidos —aclaró Dirk.

—Siempre y cuando encuentren alguno —dijo Gwen—. Larteyn tiene veinte habitantes, creo… Veintiuno, contigo. Nosotros, un poeta llamado Kirark Acerorrojo Cavis, que vive en una vieja torre, y un par de legítimos cazadores de Shanagato. El resto, son de Braith; a la caza de Cuasi-hombres… Y de otras víctimas, cuando no encuentran Cuasi-hombres. Casi todos pertenecen a la generación anterior a la de Jaan, y son muy sanguinarios. Salvo por las historias que han oído en sus clanes, y tal vez por alguna que otra cacería humana al margen de la ley en las colinas de Lameraan, lo único que conocen de las antiguas cacerías son las leyendas. Y todos estallan de tradición y frustración —sonrió.

—¿Pero todo sigue así? ¿Nadie hace nada?

Jaan Vikary se cruzó de brazos.

—Tengo que confesarle algo, t'Larien dijo gravemente—. Ayer, Garse y yo le mentimos cuando usted nos preguntó a qué habíamos venido. En verdad, quien mintió fui yo. Garse al menos le dijo parte de la verdad: tenemos que proteger a Gwen. Ella pertenece a otro mundo, no es kavalar, y los Braith se complacerían en matarla como a un Cuasi-hombre si no la amparara Jadehierro. Lo mismo ocurre con Arkin Ruark, que no sabe nada de esto, ni siquiera que tiene nuestra protección. Pero la tiene. También él es
korariel
de Jadehierro.

"Sin embargo, no es ése el único motivo que nos trajo aquí. Era vital que yo abandonara Alto Kavalaan cuando lo hice. Cuando asumí mis altonombres y publiqué mis teorías me convertí en un personaje muy poderoso y célebre en el consejo de altoseñores, y también muy odiado. Mi tesis de que Kay Herrero era una mujer fue para muchos algo así como un insulto personal a sus convicciones religiosas. Por esa sola causa me retaron seis veces. En el último duelo Garse mató a un hombre, y yo herí al
teyn
tan gravemente que nunca volverá a caminar. No quise prolongar esa situación, en Worlorn no parecía haber enemigos. Fue por sugerencia mía que el consejo de Jadehierro envió a Gwen a su misión ecológica.

"Pero al mismo tiempo me enteré de las actividades de Lorimaar. Ya había logrado su primer trofeo. La noticia había llegado a los Braith y de ellos pasó a nosotros. Garse y yo discutimos el asunto y decidimos detener a Lorimaar. La situación es extremadamente explosiva. Si los kimdissi se enteraran de que los kavalares han vuelto a cazar Cuasi-hombres, no tardarían en difundir la noticia por todos los mundos exteriores. Como usted sabrá, eso no afectaría demasiado las relaciones entre Kimdiss y Alto Kavalaan. No tememos a los kimdissi como tales, que profesan una religión y una filosofía tan no-violentas como las de los emereli. Otros mundos del Confín son más peligrosos. Los lobunos suelen viajar de un lado al otro; los toberianos podrían anular los tratados comerciales si supieran que los kavalares les cazan a los turistas rezagados. No sería improbable que Avalon mismo se pusiera contra nosotros, si la noticia se propagase más allá del Velo, y entonces seríamos expulsados de la Academia. No se puede correr estos riesgos. Lorimaar y sus secuaces no les dan importancia, y los consejeros de los clanes no pueden hacer nada. Aquí carecen de autoridad, y sólo los Jadehierro tienen una mínima preocupación por lo que sucede a años-luz de distancia en un mundo que agoniza. De modo que Garse y yo estamos solos contra los cazadores de Braith.

"Hasta ahora no ha habido enfrentamientos directos. Viajamos tanto como podemos, visitando las ciudades en busca de los que se quedaron en Worlorn. A los que encontramos les nombramos
korariel.
Sólo hemos encontrado unos pocos… Un niño salvaje perdido durante el Festival, unos pocos lobunos que permanecían en la ciudad de Haapala, un cazador de cuernohierros de Tara. A cada uno le di un objeto en prenda de mi estima —sonrió—…un pequeño broche de hierro negro con forma de banshi. Es una señal para todo cazador que se acerque demasiado. Tocar a cualquiera de los que usan el broche, a uno de mis
korariel
, equivaldría a retarme a duelo. Lorimaar puede gruñir y protestar, pero no está dispuesto a desafiarnos: moriría.

—Ya veo —dijo Dirk, al tiempo que se llevaba la mano al cuello para quitarse el pequeño broche de hierro y arrojarlo sobre la mesa entre los restos del desayuno—. Bueno, es precioso pero se lo devuelvo. No soy propiedad de nadie. Hace tiempo que sé cuidarme solo, y puedo seguir haciéndolo.

Vikary frunció el ceño.

—Gwen —dijo—, ¿no puedes convencerle de que sería más seguro que…

—No —dijo ella con aspereza—. Aprecio tu actitud, Jaan. Lo sabes. Pero entiendo los sentimientos de Dirk. A mí tampoco me gusta que me protejan, y me niego a que me consideren una propiedad —el tono era tajante, decisivo.

Vikary les miró consternado.

—Muy bien —dijo, y recogió el broche de Dirk—. Debo decirle algo, t'Larien. Si hasta ahora hemos tenido más suerte que los Braith para encontrar gente, es simplemente porque nosotros registramos las ciudades mientras que ellos merodean por parajes selváticos, lamentablemente esclavizados por viejas costumbres. Rara vez encuentran a nadie en las selvas. Hasta ahora no tenían idea de lo que hacíamos Garse y yo. Pero esta mañana Lorimaar alto-Braith ha venido a quejarse ante mí porque el día anterior se había topado con una presa mientras iba de caza con su
teyn
y algo le impidió perseguirla.

"La presa que buscaba era un hombre que volaba a solas en un aeropatín, sobre las montañas —exhibió el broche con forma de banshi—. Sin esto, Lorimaar le habría obligado a usted a bajar o le habría derribado, para luego darle caza y matarle —se guardó el broche en el bolsillo, clavó en Dirk una significativa mirada y se marchó.

Capítulo 4

—Es una lástima que esta mañana te hayas tropezado con Lorimaar —dijo Gwen después que Jaan salió—. No había razón para que te vieras complicado en esto, y yo tenía esperanzas de ahorrarte los detalles sórdidos. Espero que no digas una palabra cuando te vayas de Worlorn. Que Jaan y Garse se encarguen de los Braith. De todos modos nadie hará nada, salvo hablar del asunto y difamar a gente inocente en Alto Kavalaan. Ante todo, ni se lo comentes a Arkin. Detesta a los kavalares, y partiría hacia Kimdiss en un santiamén —se levantó—. Por el momento, sugiero que hablemos de cosas más agradables. No tenemos mucho tiempo para compartirlo. Sólo podré ser tu guía turística mientras no tenga que volver a mi trabajo. No hay porqué dejar que esos carniceros Braith nos arruinen los pocos días que tenemos.

—Como digas —respondió Dirk, tratando de ser agradable pero aún sorprendido por lo de Lorimaar y los Cuasi-hombres—. ¿Tienes algún plan?

—Podría llevarte de regreso a los bosques —le dijo Gwen—. Continúan ininterrumpidamente, y hay muchas cosas fascinantes: lagos llenos de peces más grandes que nosotros, montículos más altos que este edificio, erigidos por insectos más pequeños que una uña, una increíble red de cavernas que Jaan descubrió más allá de la pared montañosa… Jaan ha nacido cavernícola. Pero creo que hoy conviene adoptar todas las precauciones posibles. Más vale no tentar demasiado a Lorimaar, pues de lo contrario él y su gordo
teyn
podrían cazarnos, y al diablo con Jaan. Hoy te enseñaré las ciudades. También tienen su fascinación, y una especie de belleza macabra. Como dijo Jaan, Lorimaar aún no ha pensado en cazar en ellas.

—De acuerdo —dijo Dirk sin demasiado entusiasmo.

Gwen se cambió en seguida y luego le llevó a la azotea. Los aeropatines aún yacían donde los habían dejado el día anterior. Dirk se agachó a recogerlos, pero Gwen le arrebató las plataformas de las manos y las arrojó en la parte trasera del aeromóvil gris. Luego tomó las botas de vuelo y los controles y también los guardó.

—Hoy no usaremos patines —explicó—. Nos espera un largo trayecto.

Dirk asintió, y los dos se encaramaron a las alas del aeromóvil para instalarse en el asiento delantero. El cielo de Worlorn hacía pensar a Dirk que la expedición acababa de concluir cuando aún no había comenzado.

El viento aullaba ferozmente alrededor del aeromóvil, y Dirk empuñó un instante la palanca de mando para que Gwen pudiera sujetarse la cabellera negra. Mientras surcaban el cielo, también a él la melena se le arremolinaba enloquecida. Pero iba demasiado absorto en sus pensamientos para sentirse molesto o siquiera advertirlo.

Gwen sobrevoló la pared rocosa y luego enfiló hacia el sur. A la derecha se extendía el plácido paisaje del llano, sembrado de suaves y verdes colinas y ríos con perezosos meandros, prolongándose hasta el horizonte. Muy hacia la izquierda, donde terminaban las montañas, se veía el lindero de las selvas. Las zonas infestadas de estranguladores eran visibles aún desde esta distancia: cánceres amarillos tachonaban el fondo verde oscuro.

Volaron casi una hora en silencio. Dirk iba sumido en sus reflexiones, tratando en vano de ordenar las ideas. Finalmente Gwen se volvió hacia él con una sonrisa.

—Me gusta volar en aeromóvil —le dijo—. Hasta en éste. Me hace sentir libre y limpia, distanciada de los problemas de allá abajo. ¿Me comprendes?

—Sí —asintió Dirk—. No eres la primera en decirlo. Hay muchos que sienten lo mismo, yo incluido.

—Sí —dijo ella—. Yo solía llevarte a volar, ¿recuerdas? En Avalon. Volábamos horas y horas, desde el amanecer hasta la puesta del sol, y tú te quedabas sentado con un brazo fuera de la ventanilla, mirando a lo lejos con ese aire soñador —volvió a sonreírle.

Claro que lo recordaba. Esos viajes habían sido muy especiales. Nunca hablaban demasiado, simplemente se miraban de tanto en tanto, y compartían una sonrisa. Era inevitable; por mucho que se empeñara en olvidarla, esa sonrisa siempre le acuciaba. Pero ahora todo parecía irremediablemente distante y perdido.

—¿Por qué lo has recordado? —preguntó.

—Por ti —dijo ella, señalándole—. Echado en tu asiento con una mano al costado… Ah, Dirk… Eres un tramposo, ¿sabes? Creo que lo has hecho deliberadamente para hacerme pensar en Avalon, y sonreír y querer abrazarte otra vez. Bah…

Y los dos se echaron a reír.

Y Dirk, casi sin pensarlo, se le acercó y la rodeó con el brazo. Ella le miró un segundo a la cara, luego se encogió ligeramente de hombros y dejó de fruncir el ceño para lanzar un suspiro de resignación y esbozar una contrariada sonrisa. Y no se apartó de él.

Fueron a ver las ciudades.

La ciudad de la mañana era una tenue visión pastel incrustada en un ancho valle verde. Gwen descendió en el centro de una de las plazas y luego recorrieron durante una hora las anchas ramblas. Era una ciudad grácil, tallada en mármoles rosados y piedras pálidas delicadamente veteadas. Las calles eran amplias y sinuosas, y los edificios bajos, de madera lustrosa y vidrio de colores, parecían estructuras frágiles. Abundaban los parques pequeños y los anchos paseos, y había obras de arte por doquier: estatuas, pinturas, frisos en las aceras y en las paredes de los edificios, jardines de rocas y árboles que eran esculturas vivientes.

Pero ahora los parques se veían tristes, plagados de malezas que devoraban la hierba verde azulada. Enredaderas negras serpeaban a través de las veredas, los plintos laterales estaban vacíos, y las esculturas arbóreas más resistentes habían degenerado en formas grotescas con las que los artistas jamás habían soñado.

Un desganado río azul dividía y subdividía la ciudad, vagabundeando de un lado al otro en un curso tan sinuoso e irregular como las calles que lo bordeaban. Gwen y Dirk se sentaron un rato al lado del agua, a la sombra de un puente de madera labrada, y observaron el reflejo del Gordo Satanás flotando rojo y perezoso en la superficie. Y mientras estaban allí, ella le contó cómo había sido la ciudad en días del Festival, antes que cualquiera de ellos hubiera llegado a Worlorn. La gente de Kimdiss la había construido, le dijo; la habían llamado El Duodécimo Sueño.

Tal vez la ciudad soñaba ahora. En ese caso, era el reposo definitivo. Ecos vacíos retumbaban en los salones abovedados, los jardines eran junglas lúgubres que pronto serían tumbas. Si la risa alguna vez había poblado las calles, ahora sólo se oía el sedoso susurro de las hojas muertas arrastradas por el viento. Si Larteyn era una ciudad moribunda, reflexionó Dirk mientras descansaba debajo del puente, Duodécimo Sueño no podía ser más que un cadáver de ciudad.

—Aquí es donde Arkin quería establecer nuestra base de operaciones —dijo Gwen—. Pero no accedimos. Si él y yo íbamos a trabajar juntos, obviamente era mejor que viviéramos en la misma ciudad, y Arkin quería que fuese en Duodécimo Sueño. Yo me negué, y me pregunto si me lo habrá perdonado. Si los kavalares construyeron Larteyn como una fortaleza, los kimdissi diseñaron esta ciudad como una obra de arte. Tengo entendido que en los viejos tiempos era aún más hermosa. Cuando terminó el Festival, desmantelaron los mejores edificios y se llevaron las mejores esculturas de las plazas.

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