Muerte de la luz (31 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

Vikary también oyó la música.

—Ahora, ésta es una ciudad adecuada para nosotros, t'Larien —le dijo a Dirk.

—No —dijo Dirk con excesivo énfasis, negándose a aceptarlo.

—Para mí, entonces. Todos mis esfuerzos han sido en balde. Las gentes a las que creía poder salvar, ya no podrán ser salvadas. Los Braith podrán cazarlas a su antojo, sean o no
korariel
de Jadehierro. No puedo detenerlos. Garse, tal vez. Pero, ¿qué puede hacer un hombre solo? Quizá ni siquiera lo intente. Esa era mi obsesión, no la de él. Garse también está perdido. Regresará a Alto Kavalaan solo, creo. Y descenderá solo a los clanes de Jadehierro. Y el consejo de altoseñores me despojará de mis nombres. Y Garse tendrá que arrancarse las piedravivas de su brazalete, y usar sólo el hierro. Su
teyn
ha muerto.

—En Alto Kavalaan, tal vez —dijo Dirk—. Pero usted también vivió en Avalon, ¿recuerda?

—Sí. Lamentablemente.

La música crecía y retumbaba alrededor, y la Ciudad Sirena también empezó a cobrar forma: el círculo exterior de torres, manos esqueléticas y yertas, los descoloridos puentes sobre canales oscuros, los parques de musgo verde y brillante, los chapiteles sibilantes acuchillando el viento.

Una ciudad blanca, muerta. Una jungla de huesos aguzados.

Dirk revoloteó hasta encontrar el mismo edificio al que había descendido con Gwen, y se dispuso a aterrizar. En la pista aérea aún yacían los dos coches en ruinas, cubiertos de polvo. A Dirk le parecieron fragmentos de otro sueño olvidado, alguna vez, por alguna razón, le habían parecido importantes; pero en aquel momento el mundo era diferente para él y para Gwen, y ahora era difícil vislumbrar cuál había sido la importancia de esos fantasmas metálicos.

—Usted ha estado antes aquí —dijo Vikary, y Dirk asintió—. Adelante, entonces —ordenó el kavalar.

—Yo no…

Pero Vikary ya se había levantado. Había alzado delicadamente a Gwen, tomándola en brazos, y esperaba.

—Adelante —repitió.

De modo que Dirk lo condujo fuera de la pista, a los salones donde los murales blanco-grisáceos bailaban al ritmo de la sinfonía de Oscuralba, y abrieron una puerta tras de otra hasta que encontraron un cuarto amueblado. En realidad era una suite de cuatro habitaciones, todas desiertas, altas y sucias. Las camas (dos de las habitaciones eran dormitorios), eran fosas circulares en el piso: los colchones estaban cubiertos por un cuero liso y brilloso que despedía un aroma ligeramente desagradable, como de leche agria. Pero eran camas, blandas y aptas para descansar, Vikary depositó cuidadosamente el cuerpo flojo de Gwen, que allí, tendida plácidamente, parecía casi serena. Luego Jaan dejó a Dirk, de cuclillas en el suelo, y salió a revisar el aeromóvil robado. Regresó poco después con una manta para Gwen, y una cantimplora.

—Beba sólo un sorbo —dijo, ofreciéndole agua a Dirk.

Dirk tomó la cantimplora, la destapó, echó un trago y la devolvió. El líquido era tibio y ligeramente amargo, pero le alivió la sequedad de la garganta.

Vikary empapó un paño gris y se puso a limpiar la sangre seca de la nuca de Gwen. Restregó suavemente la costra pardusca, mojando el trapo una y otra vez hasta que la hermosa cabellera negra quedó limpia y se desplegó como un lustroso abanico en el colchón, brillando a la tersa luz de los murales. Después la vendó.

—Yo la cuidaré —le dijo a Dirk—. Vaya a la otra habitación y duerma.

—Tendríamos que hablar —dijo Dirk, vacilando.

—Más tarde, ahora no. Vaya a dormir.

Dirk no estaba en condiciones de discutir; le pesaba el cuerpo, y la cabeza seguía palpitándole. Fue a la otra habitación y se desplomó en la cama.

Pero pese a todo, le costó dormirse. Tal vez era el dolor de cabeza, tal vez el titilar de las luces en las paredes, que lo acuciaban aunque cerrara los párpados. Pero ante todo era la música, que no le abandonaba y parecía resonar con más fuerza si cerraba los ojos; como si le retumbara dentro del cráneo: resoplidos y gemidos y silbidos, y el incesante redoble de un tambor solitario.

Sueños febriles poblaron esa noche interminable, visiones intensas y surreales, plenas de ansiedad. Tres veces Dirk despertó de su inquieto sueño para incorporarse temblando, transpirado, y oír nuevamente la canción de Lamiya-Bailis, sin recordar qué lo había despertado. Una vez creyó oír voces en la habitación contigua. Otra vez estuvo seguro de ver a Jaan Vikary observándolo, apoyado contra una pared distante. Ninguno de los dos habló, y Dirk tardó casi una hora en conciliar de nuevo el sueño, sólo para volver a despertar en un cuarto vacío, lleno de ecos y luces móviles. En un momento se preguntó si lo habrían dejado solo, librado a su suerte; cuanto más lo pensaba más miedo sentía, y más le temblaba el cuerpo. Pero por alguna razón no podía levantarse y caminar hasta la habitación contigua para comprobarlo. En cambio cerró los ojos y trató de ahuyentar todos sus recuerdos.

Luego despuntó el alba. El Gordo Satanás ascendía al cielo arrojando una luz febril, roja y fría como las pesadillas de Dirk, a través de un alto vitral predominantemente claro en el centro, pero bordeado por intrincados arabescos de color pardo rojizo y gris humo. La luz le dio en la cara. Dirk rodó sobre sí mismo para eludirla, y se esforzó por levantarse. Jaan Vikary entró y le ofreció la cantimplora.

Dirk bebió con avidez, casi ahogándose con el agua fría que le empapó los labios cuarteados y le bajó en hilillos por el mentón. Jaan le había alcanzado una cantimplora llena; Dirk se la devolvió casi vacía.

—¿Encontró agua…? —dijo.

Vikary tapó la cantimplora y asintió.

—Las estaciones de bombeo están cerradas desde hace años, así es que no hay agua corriente en las torres de Kryne Lamiya. Pero los canales aún están llenos. Anoche bajé mientras usted y Gwen dormían.

Dirk se incorporó dificultosamente, y Vikary le extendió la mano para ayudarle a salir de la cama hundida en el suelo.

—¿Y Gwen…?

—A primera hora de la noche recobró el conocimiento, t'Larien. Hablamos, y le conté lo que hice. Creo que no tardará en recobrarse.

—¿Puedo hablar con ella?

—Ahora está descansando, duerme normalmente. Estoy seguro de que más tarde ella querrá conversar con usted, pero por el momento no creo conveniente que la despierte. Anoche ella trató de levantarse y se sintió muy mal, y tuvo vómitos.

—Entiendo. ¿Y usted? ¿Durmió algo? —mientras hablaba echó una ojeada al cuarto; la música de Oscuralba era más tenue. Aún impregnaba de quejas y gemidos el aire de Kryne Lamiya, pero parecía más débil y remota, tal vez porque finalmente él se estaba acostumbrando, aprendiendo a desterrarla de su percepción conciente. Los murales de luz, como las piedravivas de Larteyn, se habían desvanecido y muerto en contacto con la luz solar; las paredes estaban grises y vacías, los pocos muebles que había (unas pocas sillas, incómodas por el aspecto) sobresalían de las paredes y el suelo: excrecencias sinuosas del mismo color y tono de la habitación, por lo tanto, casi invisibles.

—Dormí lo suficiente —dijo Vikary—. Eso no importa. He estado considerando nuestra posición —le hizo una seña—. Venga.

Atravesaron otro cuarto, un comedor desierto, y salieron a uno de los tantos balcones que daban a la ciudad de Oscuralba. De día, Kryne Lamiya era diferente, menos compulsiva; hasta el pálido sol de Worlorn arrancaba destellos a las veloces aguas de los canales, y en el día crepuscular las torres lucían menos sepulcrales.

Dirk estaba débil y muy hambriento, pero el dolor de cabeza se le había aplacado, y el viento frío lo despejó. Se apartó el pelo (enredado y totalmente sucio), y esperó a que Jaan hablara.

—Durante la noche estuve observando desde aquí —dijo Vikary, acodado en la barandilla metálica y escrutando el horizonte—. Nos están buscando, t'Larien; dos veces avisté aeromóviles sobre la ciudad. La primera vez fue sólo una luz a lo lejos, así que quizá me confundí. Pero en la segunda no pude equivocarme; el coche-lobo de Chell volaba casi al ras sobre los canales, con una especie de buscahuellas. Pasó muy cerca. También había un sabueso. Lo oí aullar, enfurecido por la música oscuralbina.

—No nos encontraron —dijo Dirk.

—Desde luego —repuso Vikary—. Creo que por un tiempo estaremos seguros aquí. A menos… No sé cómo lo encontraron a usted en Desafío, y eso me da que pensar. Si se enteran de que estamos aquí y baten la ciudad con los sabuesos, correremos serio peligro. Ahora no tenemos el líquido para borrar olores —se volvió hacia Dirk—. ¿Cómo diablos supieron que ustedes estaban allí? ¿Tiene usted alguna idea?

—No —dijo Dirk—. Nadie lo sabía. Nadie nos siguió, por cierto. Tal vez lo dedujeron. Al fin y al cabo era la elección más lógica. Era más cómodo vivir en Desafío que en cualquier otra ciudad. Más fácil. Usted sabe.

—Sí, lo sé. Pero sin embargo no acepto su teoría. Recuerde t'Larien, que Garse y yo también consideramos estas posibilidades cuando usted nos dejó, solos y avergonzados, en el cuadrado de la muerte. Desafío era la elección más obvia, y por lo tanto la menos lógica, en nuestra opinión. Nos parecía más probable que hubieran huido a Musquel, y trataran de vivir de la pesca. O que Gwen saliera a cazar a los bosques, que tan bien conoce. Garse incluso sugirió que tal vez hubieran escondido el aeromóvil y se hubieran quedado en otra zona de Larteyn, para reírse de nosotros mientras revisábamos todo el planeta.

—Sí —dijo Dirk, inquieto—. Bueno, supongo que fue una elección estúpida.

—No, t'Larien. No quise decir eso. La única elección estúpida, creo yo, habría sido huir a la Ciudad del Estanque sin Estrellas, donde se sabía que merodeaban los Braith. Desafío fue una elección sutil, tal vez involuntariamente sutil. Parecía una elección tan errónea que en realidad fue un acierto, ¿me comprende? Me cuesta creer que los Braith los hayan descubierto por un proceso deductivo.

—Quizá —dijo Dirk, pensativo—. Recuerdo que supimos que estaban allí cuando Bretan nos habló. Él… Bueno, él no estaba poniendo a prueba una teoría. Él
sabía
que estábamos allí, dentro de la ciudad.

—Pero usted no sabe cómo se enteró…

—No. No tengo idea.

—Tendremos que vivir con el temor de que puedan encontrarnos aquí, pues. De lo contrario, a menos que los Braith puedan repetir ese milagro, estaremos a salvo… Comprenda, sin embargo, que no escasean las dificultades. Tenemos refugio y nos sobra el agua. Pero no hay alimentos. Mi conclusión es que para nuestra huida definitiva tendremos que ir al puerto espacial y largarnos de Worlorn lo antes posible. Y ese paso será extremadamente riesgoso. Los Braith se nos adelantarán. Tenemos mi pistola láser y dos lásers de caza más que encontré en el aeromóvil. Además del vehículo mismo, que está armado y blindado. Tal vez es propiedad de Rosef alto-Braith Kelcek…

—Creo que uno de los que está en la pista aérea también podría funcionar —señaló Dirk.

—Entonces contamos con dos aeromóviles, si fuera necesario —dijo Vikary—. En nuestra contra, por lo menos ocho de los cazadores Braith viven aún, y tal vez nueve. No estoy seguro de la gravedad de la herida que le infligí a Lorimaar Arkellor… Puede ser que haya muerto, pero lo dudo. Los Braith pueden volar ocho aeromóviles simultáneamente si lo desean, aunque es más tradicional volar
teyn-y-teyn.
Todos sus coches están blindados. Tienen armas, energía, alimentos. Nos sobrepasan en número. Como soy un renegado al margen de la ley, quizá persuadan a Kirak Acerorrojo Cavis y los dos cazadores de Shanagato para unírseles en mi persecución. Finalmente está Garse Janacek.

—¿Garse?

—Ojalá, eso espero, se desprenda las piedravivas del brazalete y regrese a Alto Kavalaan. Estará solo y avergonzado, ciñendo hierro muerto. Un destino difícil, t'Larien. He sido causa de humillación para él y Jadehierro. Lamento el dolor de Garse Janacek, pero espero que se vaya. Pues, como usted verá, existe otra posibilidad.

—¿Otra…?

—Él puede salir en busca de nosotros. No podrá irse de Worlorn hasta que llegue una nave. Para eso falta un tiempo e ignoro qué actitud tomará.

—Por cierto, no se unirá a los Braith. Ellos son enemigos de él, y usted es su
teyn
, y Gwen su
cro-betheyn.
Tal vez quiera matarme a mí, no me cabe duda, pero…

—Garse es más kavalar que yo, t'Larien. Siempre lo ha sido. Y ahora más que nunca, pues con lo que he hecho ya no puedo considerarme kavalar. Las viejas costumbres exigen que el
teyn
de un hombre que ha infringido el código se una a los demás para matarlo. Es una costumbre que sólo respetan los más fuertes. El vínculo del hierro-y-fuego es demasiado estrecho para la mayoría, de modo que quedan solos, librados a sus lamentos. Pero Garse Janacek es muy fuerte, más que yo en ciertos sentidos. No sé. No sé.

—¿Y si viniera a buscarnos?

—No levantaré mi arma contra Garse —repuso serenamente Vikary—. Es mi
teyn
, aunque yo no sea el suyo, y ya lo he lastimado bastante, traicionándolo y humillándolo. Por mi culpa, lleva hace mucho tiempo una dolorosa cicatriz. Una vez, cuando los dos éramos más jóvenes, un hombre de más edad se sintió ofendido por una de las bromas de Garse, y lo retó a duelo. El modo era a un disparo, y luchábamos
teyn-y-teyn.
Tuve la desdichada idea de convencer a Garse de que nuestro honor quedaría a salvo si disparábamos al aire. Me hizo caso, lamentablemente. Los otros decidieron darle una lección. Para mi vergüenza, yo salí ileso mientras él quedó desfigurado, por mi insensatez.

"Pero nunca me lo reprochó. La primera vez que lo vi después del duelo, cuando estaba recobrándose de las heridas, me dijo: "Tenías razón, Jaantony. Ellos también dispararon al aire. Lástima que le erraron…" —Vikary rió, pero Dirk lo miró y comprobó que tenía los ojos llenos de lágrimas y torcía la boca en un rictus de consternación. Pero no lloraba; mediante un supremo esfuerzo de voluntad, contenía el llanto.

Abruptamente Jaan se volvió y entró en el edificio, dejando a Dirk solo en el balcón, con el viento, la blanca ciudad crepuscular y la música de Lamiya-Bailis. A lo lejos se elevaban las manos huesudas que refrenaban la jungla inextricable. Dirk las estudió, pensativo, reflexionando acerca de las palabras de Vikary.

El kavalar regresó minutos más tarde, con los ojos secos y el semblante inexpresivo.

—Lo siento —dijo.

—No tiene porqué disculparse…

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