Muerte de la luz (32 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

—Vayamos al grano, t'Larien. Al margen de Garse, enfrentamos riesgos formidables. Tenemos armas, llegado el caso. Pero nadie que sepa usarlas. Gwen es buena tiradora, y bastante audaz. Pero ahora no podemos contar con ella. Y usted… ¿Puedo confiar en usted? Se lo pregunto sin rodeos; una vez le tuve confianza, y me traicionó.

—¿Cómo responder a esa pregunta? —dijo Dirk—. Usted no tiene porqué creer en mis promesas. Pero recuerde que los Braith también quieren matarme a mí. Y a Gwen. ¿O piensa que la traicionaría a ella tan prontamente como a… —se interrumpió, horrorizado de sus propias palabras.

—…como a mí —dijo Vikary, completando la frase con una sonrisa huraña—. Veo que es franco. No, t'Larien, no creo que usted sea capaz de traicionar a Gwen. Pero tampoco creí que nos abandonaría cuando lo nombramos
keth
y usted aceptó el vínculo. De no ser por usted, no nos habrían retado a nosotros.

Dirk asintió.

—Lo sé. Tal vez cometí un error. No sé. Pero si hubiera sido leal a ustedes, habría muerto.

—Honrosamente, como
keth
de Jadehierro.

—Gwen me atraía más que la muerte —sonrió Dirk—. Supongo que eso al menos lo comprenderá.

—Lo comprendo. En última instancia, ella sigue interponiéndose entre nosotros. Afróntelo como un hecho irrevocable. Tarde o temprano, ella tendrá que escoger.

—Ella escogió ya, Jaan, al irse conmigo. Ese es el hecho irrevocable que
usted
tiene que afrontar —dijo tozudamente Dirk, sin estar seguro de creer en lo que decía.

—No se ha quitado el jade-y-plata —respondió Vikary, pero gesticuló con impaciencia, continuando—: No tiene importancia. Por ahora, confiaré en usted.

—Bien. ¿Qué quiere que haga?

—Alguien debe volar a Larteyn.

Dirk frunció el ceño.

—¿Por qué siempre quiere persuadirme de que me suicide, Jaan?

—No he dicho que tenga que ser usted, t'Larien. Iré yo mismo. Será peligroso, sí. Pero hay que hacerlo.

—¿Por qué?

—El kimdissi.

—¿Ruark? —Dirk casi se había olvidado de su ex-anfitrión y cómplice.

Vikary asintió.

—Ha sido amigo de Gwen desde los días de Avalon. Aunque nunca simpatizara conmigo, ni yo con él, no podría abandonarle a su suerte. Los Braith…

—Comprendo. ¿Pero cómo llegará a él?

—Si aterrizo en Larteyn sin dificultades, puedo llamarlo por la pantalla. Eso espero…, al menos —se encogió de hombros con vaga resignación.

—¿Y yo?

—Quédese aquí con Gwen. Cuídela, protéjala. Le dejaré uno de los rifles láser de Rosef. Si ella se recobra lo suficiente, déselo. Probablemente lo use mejor que usted. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. No me parece difícil.

—No —dijo Vikary—. Supongo que usted sabrá mantenerse oculto, y que al regresar con el kimdissi los encontraré tal como cuando me fui. Si tuvieran que huir, disponen del otro aeromóvil; en las cercanías hay una caverna que Gwen conoce. Ella puede indicarle el camino. Y si tuvieran que marcharse de Kryne Lamiya, vayan a la caverna.

—¿Y si usted no regresara? Hay que tener en cuenta esa posibilidad.

—En ese caso, estarán nuevamente solos. Como cuando se fugaron de Larteyn. Entonces tenían planes. Traten de seguirlos, si pueden —sonrió duramente—. Sin embargo, haré lo posible por regresar. Recuérdelo, t'Larien.

Había una férrea crispación en los ojos de Vikary, un eco de otro diálogo que habían entablado bajo el mismo viento frío. Con asombrosa nitidez, Dirk evocó las palabras del mismo Jaan:
Pero existo. Recuérdelo… Esto no es Avalon, t'Larien. Y hoy no es ayer. Este es un mundo agonizante, un mundo sin códigos. Así es que cada uno de nosotros tiene que aferrarse al código que conoce, sea cual fuere.

Pero Jaan Vikary había traído dos códigos a Worlorn, pensó Dirk con irritación.

Mientras que Dirk no había traído ninguno; sólo su amor por Gwen Delvano.

Gwen aún dormía cuando los dos hombres se fueron del balcón. Sin despertarla, caminaron juntos hacia la pista aérea. Vikary había vaciado totalmente el aeromóvil de los Braith. Obviamente Rosef y su
teyn
planeaban una breve excursión de caza en los bosques cuando surgieron las novedades. Dirk lamentó que no hubieran planeado un viaje más largo.

Así, Vikary sólo había encontrado cuatro barras de proteínas como alimento, además de los dos rifles y algunas ropas echadas sobre los asientos. Dirk comió de inmediato una de las barras —estaba famélico— y se guardó las tres restantes en el bolsillo de la pesada chaqueta que eligió. Le iba un poco holgada, pero no le caía mal, pues el
teyn
de Rosef tenía aproximadamente la estatura de Dirk. Ante todo era tibia: cuero grueso, teñido de púrpura, con cuellos, puños y bordes de piel blanca y sucia. Las dos mangas de la chaqueta estaban pintadas con guardas intrincadas y sinuosas; la derecha era roja y negra, la izquierda plateada y verde. También encontraron una chaqueta similar, más pequeña (sin duda de Rosef), que Dirk tomó para Gwen.

Vikary tomó los dos rifles láser, largos tubos de plástico negro con lobos tallados en las culatas blancas, las fauces entreabiertas. El primero se lo colgó del hombro; el otro se lo dio a Dirk, indicándole concisamente cómo manejarlo. El arma era muy liviana y algo resbalosa al tacto. Dirk la aferró torpemente con una mano.

La despedida fue breve y muy formal. Luego Vikary se encerró en el gran aeromóvil Braith, se elevó del suelo y se remontó velozmente, levantando una gran polvareda. Dirk retrocedió, cubriéndose la boca con una mano y empuñando el rifle con la otra.

Cuando regresó a la suite, Gwen acababa de despertarse.

—¿Jaan? —dijo ella, irguiendo un poco la cabeza para ver quién había entrado. De inmediato gimió y volvió a recostarse; se masajeó las sienes con ambas manos—. Mi cabeza —susurró quejumbrosa.

Dirk apoyó el láser contra la pared, junto a la puerta, y se sentó al lado de la cama.

—Jaan acaba de irse —dijo—. Regresó a Larteyn para traer a Ruark.

Gwen respondió sólo con otro gemido.

—¿Te traigo algo? —preguntó Dirk—. ¿Agua? ¿Comida? Tenemos un par de éstas —extrajo las barras de proteína del bolsillo de la chaqueta y se las mostró.

Gwen les echó una ojeada e hizo un gesto de disgusto.

—No —dijo—. Llévatelas. No tengo tanta hambre.

—Tienes que comer algo.

—Ya comí —dijo ella—. Anoche. Jaan aplastó un par de esas barras con agua, y me hizo una especie de pasta —se apartó las manos de las sienes y se volvió hacia Dirk—. Parece que no soy tan resistente. No me siento muy bien.

—Me imagino —dijo Dirk—. Es lógico que no te sientas bien después de lo que ocurrió. Tal vez tengas una concusión. Eres muy afortunada de estar con vida.

—Jaan me contó —dijo Gwen, algo irritada—. Y lo que sucedió después, también… Lo que le hizo a Myrik —frunció el entrecejo—. Creo que yo le di un buen golpe cuando nos caímos…, lo viste, ¿no? Sonó como si le hubiera roto la mandíbula, o como si yo me hubiera roto el dedo. Pero él no pareció darse cuenta…

—No.

—Cuéntame lo que pasó después. Jaan fue muy esquemático. Quiero conocer los detalles —hablaba con voz fatigosa, pero firme.

Dirk le contó.

—¿Encañonó a Garse con el arma? —preguntó ella en determinado momento. Dirk asintió, y ella volvió a escuchar con interés.

Cuando terminó de referirle los hechos, Gwen permaneció callada. Cerró fugazmente los ojos, los abrió, luego los cerró nuevamente y no volvió a abrirlos. Yacía de costado, muy tiesa, acurrucada en posición fetal; los puños cerrados bajo la barbilla. Al observarla, Dirk no pudo evitar fijarse en el antebrazo izquierdo, donde aún relucía el jade-y-plata.

—Gwen —dijo suavemente; ella abrió los ojos un instante y sacudió la cabeza con brusquedad a modo de una silenciosa y enérgica negativa—. Gwen —insistió él, pero ella cerró los párpados con fuerza y se perdió dentro de sí misma.

Dirk quedó a solas, enfrentado al brazalete y a sus propios temores.

El cuarto estaba inundado de luz solar, o lo que en Worlorn llamaban luz solar; los fulgores crepusculares del mediodía se filtraban por el ventanal, y motas de polvo flotaban ociosamente en el rayo de sol. La luz iluminaba la mitad del colchón; Gwen yacía mitad en sombras y mitad al sol. Dirk, que no volvió a mirar a Gwen, ni a hablarle, se quedó observando los dibujos que la luz trazaba en el suelo.

En el centro del cuarto todo era cálido y rojo, y el polvo bailaba irrumpiendo de la penumbra y tiñéndose de carmesí y de oro, arrojando sombras minúsculas antes de esfumarse nuevamente en la sombra. Dirk levantó la mano y la mantuvo tendida. ¿Minutos? ¿Horas? Cada vez la sentía más tibia; el polvo se le arremolinaba alrededor, las sombras se escurrían como agua cuando doblaba y extendía los dedos; el sol era amigable y familiar. Pero de pronto advirtió que los movimientos de su mano, al igual que el infatigable remolino de polvo, no tenían propósito, forma, ni significado. Se lo decía la música; la música de Lamiya-Bailis.

Plegó el brazo y arrugó la frente.

Alrededor del gran centro de luz y de vida había un contorno delgado y sinuoso donde el sol relumbraba a través del borde negro y rojo del ventanal, luchando por abrirse paso. Era un contorno muy pequeño, pero ponía un límite preciso al dominio del polvo.

Más allá había rincones negros, los sectores del cuarto nunca iluminado por el Cubo y los Soles Troyanos, donde demonios corpulentos y las encarnaciones de los miedos de Dirk se apiñaban anónimos, a salvo de todo escrutinio.

Sonriendo y frotándose la barbilla (sentía ásperas las mejillas y la quijada, y empezaban a picarle), Dirk estudió esos rincones y se dejó invadir el alma por la música oscuralbina. No sabía cómo había hecho para olvidarla, pero ahora había vuelto y lo cercaba por todas partes.

La torre donde estaban emitió una nota baja y prolongada. A años o siglos de distancia, un coro respondió con los vibrantes gemidos de una viuda. Oyó trémulos sollozos, y el llanto de niños abandonados, y el silbido húmedo y siseante de cuchillas que cortaban carne humana… Y el tambor. ¿Cómo hacía el viento para tocar un tambor? No lo sabía. Tal vez era otra cosa. Pero sonaba como un tambor terriblemente lejano. Y tan solitario…

Tan terrible e incesantemente solitario.

Las nieblas y las sombras se congregaron en el rincón más apartado y brumoso del cuarto, y luego empezaron a aclararse. Dirk vio una mesa y una silla baja, brotando de las paredes y del suelo como extraños vegetales de plástico. Por un instante se preguntó cómo los veía; el sol se había desplazado un poco, y solamente un delgado haz de luz penetraba ahora por el ventanal. Y finalmente también se disipó, y el mundo fue gris.

Cuando el mundo fue gris, el polvo dejó de bailar. No. Estaba quieto. Dirk palpó el aire para cerciorarse; no había polvo, ni calor, ni luz. Cabeceó como si hubiera descubierto una gran verdad.

Luces pálidas titilaron en las paredes, fantasmas que despertaban a una nueva noche. Fantasmas y vestigios de viejos sueños. Todos eran grises y blancos; el color era para; las criaturas vivientes, y aquí no existía.

Los fantasmas empezaron a moverse. Todos estaban encerrados en las paredes; de vez en cuando, Dirk creía verles interrumpir su danza frenética para golpear con impotencia y desesperanza las paredes de vidrio que los separaban del cuarto. Manos espectrales que golpeteaban furiosas, pero el cuarto no se estremecía; la quietud era parte de este ritual; los fantasmas eran insustanciales, y por mucho que golpearan, finalmente debían seguir bailando.

La danza, una danza macabra, sombras amorfas… ¡Pero qué bellas! Moviéndose, hundiéndose, haciendo bruscas contorsiones. Paredes de llama gris. Mucho mejores que las motas de polvo, estos danzarines; seguían un diseño, y bailaban al ritmo de la canción de la Ciudad Sirena.

Desolación. Vacuidad. Decadencia. El redoble de un solo tambor, lento y solitario. Solitario. Solitario. Solitario. Nada tiene sentido.

—¡Dirk!

La voz de Gwen. Dirk meneó la cabeza. Volvió la mirada hacia el lecho a oscuras, desviándola de las paredes. Era de noche. Noche. El día se había ido.

Gwen le estaba mirando. No había dormido.

—Lo siento —dijo ella; le estaba diciendo algo, pero él ya lo sabía; lo sabía a través del silencio, gracias al tambor, quizá… Gracias a Kryne Lamiya.

Sonrió.

—Nunca lo olvidaste, ¿verdad? No estabas dispuesta a olvidar. Fue por esa razón que nunca te quitaste el… —le señaló el brazalete.

—Sí —dijo ella, incorporándose en el lecho; la colcha le cayó a la cintura, Jaan le había desabrochado la parte delantera del traje, que ahora colgaba desaliñado descubriendo las curvas suaves de sus senos. Bajo la luz titilante, la carne era pálida y gris. Dirk no sintió excitación alguna. Gwen acercó la mano al jade-y-plata, lo tocó, lo acarició, suspiró—. Nunca pensé…, no sé. Dije lo que tenía que decir, Dirk. Bretan Braith te habría matado.

—Tal vez habría sido mejor —respondió él, sin amargura sino en un tono divertido, vagamente distante—. ¿De modo que nunca te propusiste abandonarlo?

—No sé. Qué sé yo lo que me proponía. Iba a intentarlo, Dirk. De veras. Aunque en realidad, nunca lo creí. Te lo dije. Fui sincera. Esto no es Avalon, y hemos cambiado. No soy tu Jenny. Nunca lo fui, y ahora, menos que nunca.

—Sí —dijo Dirk, cabeceando—. Te recuerdo mientras conducías. Cómo aferrabas la palanca. Tu cara. Tus ojos. Tienes ojos de jade, Gwen. Ojos de jade y sonrisa de plata. Me asustas —desvió los ojos, miró la pared; los murales luminosos temblequeaban formando dibujos caóticos al compás de esa música salvaje. De algún modo los fantasmas se habían disipado. Había dejado de mirarlos apenas un instante, pero todos se habían diluido, evaporado. Como sus viejos sueños, pensó.

—¿Ojos de jade? —preguntó Gwen.

—Como Garse.

—Garse tiene ojos azules.

—No importa. Como Garse.

Ella rió convulsivamente, y gimió.

—Me duele cuando me río —dijo—. Pero causa gracia. Yo, como Garse. No es de extrañar que Jaan…

—¿Volverás a él?

—Tal vez. No estoy segura. Sería muy cruel dejarlo ahora, ¿comprendes? Finalmente ha elegido. Encañonó a Garse con el láser. Después de eso, después que volvió las espaldas a su
teyn
y a su clan y su mundo, no puedo… Tú me entiendes. Pero no volveré a ser su
betheyn…
, jamás. Tendrá que haber algo más que jade-y-plata.

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