Muerte de la luz (29 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

Dirk casi se había recobrado por completo, pero aún estaba muy dolorido y dudaba de que el cuerpo le respondiera con eficacia si intentaba moverse. Ya podía ver con toda nitidez. Pyr Braith caminaba delante con la linterna en la mano, hablando con un hombre más bajo vestido de blanco y púrpura, que debía ser Rosef, el arbitro de los duelos que nunca se habían llevado a cabo. Entre ambos iba Gwen, caminando sola y maniatada, en silencio. Dirk se preguntó si la habrían amordazado, pero era imposible asegurarlo, ya que sólo le veía la espalda.

Él yacía en una especie de camilla, y se bamboleaba con cada paso. Otro Braith vestido de blanco y púrpura aferraba la parte delantera, los puños nudosos cerrados alrededor de los palos de madera. El
teyn
de Pyr, el de las carcajadas estruendosas, debía venir atrás, aferrando el otro extremo de la camilla. Aún estaban en el túnel; el subterráneo parecía interminable y Dirk no tenía idea de cuánto tiempo había estado sin conocimiento. Un buen rato, sin duda; cuando él atacó a Pyr no estaban ni Rosef ni la camilla, de eso estaba seguro. Probablemente sus captores habían esperado en el túnel después de llamar a sus hermanos de clan para que los ayudaran.

Nadie pareció advertir que Dirk había abierto los ojos. O tal vez lo advirtieron y no le dieron importancia; el prisionero no estaba en condiciones de hacer nada, salvo pedir auxilio a gritos, tal vez.

Pyr y Rosef seguían hablando, y los otros dos intervenían ocasionalmente. Dirk trató de escuchar, pero el dolor le impedía concentrarse demasiado, y lo que decían no les servía de mucho, ni a Gwen ni a él. Rosef parecía advertir a Pyr que Bretan Braith se enfurecería si Pyr mataba a Dirk, ya que Bretan quería ajustar cuentas con el cautivo. A Pyr no le importaba; en sus comentarios manifestaba cierto desdén por Bretan, dos generaciones más joven que todos ellos y por lo tanto, menos respetable. En ningún momento se mencionó a los Jadehierro, de modo que Dirk dedujo que ni Jaan ni Garse habían llegado aún a Desafío. O que estos cuatro todavía no estaban enterados.

Al cabo, renunció a sus esfuerzos por escuchar y se dejó vencer por el sopor. Las voces se volvieron nuevamente ininteligibles y el parloteo continuó un largo rato. Finalmente se detuvieron. Un extremo de la camilla bajó con brusquedad, y Dirk despertó sobresaltado. Unas manos vigorosas lo levantaron por las axilas.

Habían llegado a la estación terminal de Desafío, y el
teyn
de Pyr lo depositaba en el andén. Dirk no se molestó mucho en ayudarle. Se distendió cuanto pudo, y se dejó arrastrar como una res.

Luego lo tendieron de nuevo en la camilla y subieron la rampa que salía a la ciudad. En el andén no lo habían tratado con delicadeza; una vez más, la cabeza le zumbaba intensamente. Al ver las paredes azul pastel, recordó el descenso por la rampa la noche anterior. Por alguna razón, la idea de esconderse en el túnel les había parecido inmejorable en el momento.

La pared se interrumpió, y estaban de vuelta en Desafío. Vio otra vez el gran árbol emereli, esta vez en toda su imponencia. Era un gigante deforme y sinuoso, azul y negro; las ramas más bajas casi rozaban la calle circular, y las más altas acariciaban el cielo raso sombrío. Dirk comprendió que era de día. La entrada estaba abierta, y a través de la arcada pudo ver al Gordo Satanás y una estrella amarilla en el horizonte. Estaba demasiado aturdido y fatigado para distinguir si amanecía o anochecía.

Dos macizos aeromóviles kavalares esperaban cerca de la rampa del subterráneo. Pyr se detuvo, y depositaron a Dirk en el suelo. Trató de incorporarse, pero en vano. Agitó débilmente los brazos y el dolor volvió; se tendió de espaldas, dándose por vencido.

—Llamad a los demás —dijo Pyr—. Tenemos que arreglar esto aquí y ahora, para que mi
korariel
pueda ser preparado para la cacería.

Estaba de pie junto a Dirk. Todos estaban reunidos alrededor de la camilla, incluso Gwen. Pero sólo ella bajó la mirada para encontrar los ojos de él. Estaba amordazada. Y exhausta. Y desesperada.

Reunir a todos los Braith llevó más de una hora; una hora en que la luz se disipó y Dirk fue recobrando fuerzas. No tardó en advertir que era el crepúsculo de la tarde; más allá de la arcada, el Gordo Satanás se hundía lentamente. La oscuridad se propagaba alrededor, cada vez más densa y espesa, y los kavalares finalmente tuvieron que encender los faros de los vehículos. Para entonces a Dirk se le había pasado el aturdimiento. Pyr lo notó. Le hizo atar las manos a la espalda y le obligó a sentarse contra el flanco de un aeromóvil. A Gwen la situaron al lado, sin quitarle la mordaza.

Aunque él no estaba amordazado, no intentó hablar. Con el frío del metal en la espalda y las ligaduras mordiéndole las muñecas, esperó y observó y escuchó. De cuando en cuando le echaba una ojeada a Gwen, pero ella mantenía la cabeza gacha y no le devolvía la mirada.

Vinieron solos y en pareja. Los
kethi
de Braith. Los cazadores de Worlorn. Emergían de las sombras y de los lugares oscuros. Como espectros pálidos. Al principio un ruido y una forma borrosa, hasta que irrumpían en el pequeño círculo de luz y volvían a ser hombres. Aun así eran más y menos que humanos.

Los primeros traían cuatro de los sabuesos con cara de rata, y Dirk reconoció a uno de los que había visto cuando bajaban por la galería. El hombre encadenó los perros al paragolpes del coche de Rosef, saludó a Pyr, Rosef y sus
teyns
, y se sentó con las piernas cruzadas, a pocos metros de los cautivos. No habló siquiera una vez. Fijó los ojos en Gwen y no los apartó de ella. Permanecía absolutamente inmóvil. Cerca, Dirk oía los gruñidos de los sabuesos en las sombras, el roce y el rechinar de las cadenas.

Luego llegaron los otros. Lorimaar alto-Braith Arkellor, un gigante pardo con un atuendo negro de tela tornasolada y botones de hueso claro, llegó en un colosal aeromóvil rojo con forma de cúpula. Adentro se oían los aullidos de una jauría de sabuesos Braith. Con Lorimaar venía un hombre gordo y cuadrado, dos veces más corpulento que Pyr, el cuerpo sólido y duro como el ladrillo, la cara macilenta y porcina. Detrás, solo, a pie, venía un viejo de aspecto frágil, calvo, rugoso y desdentado, con una mano de carne y hueso y un garfio metálico de tres puntas. Del cinturón del viejo pendía la cabeza de un niño, aún sangrante, que había trazado una mancha parda en los pantalones blancos del cazador.

Finalmente llegó Chell, alto como Lorimaar, con bigotes, el pelo blanco y una expresión de fatiga. Traía un solo sabueso. Al llegar al círculo de luz se detuvo y parpadeó.

—¿Dónde está tu
teyn?
—preguntó Pyr.

—Aquí —un gruñido en la oscuridad; a pocos metros, el fulgor opaco de una piedraviva. Bretan Braith avanzó y se detuvo junto a Chell. Contrajo la cara.

—Todos están aquí —le informó Rosef a Pyr.

—No —objetó uno—. Falta Koraat.

El cazador taciturno habló desde el suelo.

—Ya no vendrá. Me suplicó el fin. Accedí. En verdad, estaba muy malherido. Es el segundo
keth
que hoy he visto morir; el primero fue Teraan Braith Nalarys —mientras hablaba, no dejaba de mirar a Gwen. Terminó con una larguísima frase en kavalar antiguo.

—Murieron tres de los nuestros —dijo el viejo.

—Guardaremos silencio en honor de ellos —dijo Pyr; aún aferraba el bastón de puño de madera y hoja metálica, y mientras hablaba se golpeteaba nerviosamente la pierna, como en el túnel.

A través de la mordaza, Gwen trató de gritar. El
teyn
de Pyr, el kavalar desmañado de pelo desgreñado y negro, se le acercó con una expresión amenazadora.

Pero Dirk había comprendido la intención de Gwen, y él no tenía mordaza.

—No guardaré silencio —gritó, o trató de gritar pues le flaqueaba la voz—. Eran asesinos. Merecían morir.

Todos los Braith se volvieron hacia él.

—Amordázalo. Que se calle de una vez —dijo Pyr, y dirigiéndose exclusivamente a Dirk, mientras su
teyn
se apresuraba a cumplir la orden, advirtió airadamente—. Ya tendrás tiempo de gritar, t'Larien, cuando corras desnudo por los bosques y oigas detrás el ladrido de mis perros.

Bretan volvió con esfuerzos la cabeza y los hombros.

—No. Esta presa es mía —dijo, la luz le resbaló por la máscara cicatricial.

Pyr lo enfrentó.

—Yo seguí al Cuasi-hombre. Yo lo capturé.

Bretan torció la cara. Chell, que aún sujetaba al enorme sabueso con la cadena, apoyó la otra mano en el hombro de Bretan.

—Eso no tiene importancia para mí —dijo otra voz; el Braith que estaba sentado en el suelo y que miraba fijamente a Gwen, inmóvil—. ¿Qué será de esta
perra-betheyn
?

Los otros se volvieron hacia él, inquietos.

—No podemos disponer de ella, Myrik —dijo Lorimaar alto-Braith—. Pertenece a Jadehierro.

El hombre contrajo ferozmente los labios; por un instante, su cara impávida se crispó salvajemente, un rictus de emoción bestial. Luego se aplacó. Reprimió sus sentimientos para recobrar la calma.

—Mataré a esa mujer —dijo—. Teraan era mi
teyn
, y ella ha arrojado su fantasma a un mundo de oscuridad.

—¿Ella? —exclamó Lorimaar, incrédulo—. ¿De veras?

—La vi. Le disparé cuando atropello a Teraan y lo dejó agonizando —replicó el hombre a quien habían llamado Myrik—. De veras, Lorimaar alto-Braith.

Dirk trató de incorporarse, pero el
teyn
de Pyr lo sentó de un empujón y le golpeó la cabeza contra el flanco metálico del coche, para no dejarle dudas.

Entonces habló el viejo del garfio, el que llevaba la cabeza del niño.

—Tómala entonces como presa personal —dijo con una voz filosa y cortante como la hoja de la cuchilla que llevaba colgada del cinturón—. La sabiduría de los clanes es antigua e inequívoca, hermanos míos. Ya no es una verdadera mujer, si es que lo fue alguna vez; ni
betheyn
ni
eyn-keth.
¿Quién abogará por ella? ¡Dejó la protección de su alto-señor para fugarse con un Cuasi-hombre! Si alguna vez fue carne de la carne de un hombre, ahora ha dejado de serlo. Todos conocéis a los Cuasi-hombres, sus mentiras, perfidias y engaños. A solas con ella en la oscuridad, este Cuasi-hombre t'Larien sin duda la habría matado para reemplazarla por un demonio hecho a imagen de ella.

Chell expresó su asentimiento y habló gravemente en kavalar antiguo. Los otros Braith no parecían tan seguros. Lorimaar intercambió un carraspeo con su
teyn
, el hombre gordo y macizo. La cara aborrecible de Bretan permaneció indiferente, mitad tejido cicatricial, mitad inocencia. Pyr frunció el ceño y siguió golpeteándose con el bastón.

Fue Rosef quien replicó.

—Nombré a Gwen Delvano humana cuando arbitré en el cuadrado de la muerte —dijo con cautela.

—Es verdad —dijo Pyr.

—Tal vez entonces era humana —dijo el viejo—. Pero se ha cebado de sangre y ha dormido con un Cuasi-hombre. Y ahora, ¿quién la llamaría humana?

Los sabuesos se pusieron a aullar.

Los cuatro que Myrik había encadenado al aeromóvil iniciaron esa sinfonía discordante, y la jauría que estaba encerrada en el vehículo de Lorimaar les respondió. El sabueso de Chell gruñó y estiró la cadena que lo sujetaba, hasta que el Braith la tironeó hacia atrás; entonces el animal se sentó y se unió al coro de aullidos.

Los cazadores se volvieron hacia la silenciosa oscuridad que rodeaba el pequeño círculo de luz (Myrik, la cara helada e inmóvil, fue la única excepción pues jamás apartaba la vista de Gwen Delvano), y algunos tantearon la funda del arma.

En el borde del círculo, más allá de los aeromóviles y la luz de los faros, los dos Jadehierro estaban de pie en la sombra.

Dirk de pronto olvidó el dolor que le partía la cabeza. Tembló y se estremeció. Miró a Gwen, que había alzado la vista y miraba a los recién llegados. Especialmente a Jaan.

Jaan Vikary se acercó, y Dirk notó que miraba a Gwen casi tan fijamente como Myrik. Parecía moverse con suma lentitud, como la imagen de un sueño polvoriento, o como un sonámbulo. Al lado, Garse Janacek parecía líquido y vital.

Vikary vestía un traje moteado de tela tornasolada oscura, negra, que se ennegreció aún más cuando entró en el círculo de los enemigos. Cuando finalmente los perros se callaron, el traje era gris ceniciento. Las mangas de la camisa terminaban por encima del codo; el hierro-y-piedraviva le ceñía el antebrazo derecho, el jade-y-plata el izquierdo. Por un instante fugaz su figura pareció inmensa. Aunque Chell y Lorimaar le llevaban una cabeza, de algún modo Vikary parecía superarlos en estatura. Pasó entre los Braith como un fantasma (¡qué irreal era, aun allí!), deslizándose a ciegas, y se detuvo cerca de Gwen y de Dirk.

Pero todo era una ilusión. Los ruidos se reiniciaron, los Braith empezaron a hablar, y Jaan Vikary volvió a ser un hombre, más alto que algunos pero más bajo que otros.

—Esto es una intrusión, hombres de Jadehierro —dijo Lorimaar con voz crispada y colérica—. No habéis sido invitados a este lugar. No tenéis derecho a estar aquí.

—Cuasi-hombres —escupió Chell—. Falsos kavalares.

Bretan Braith Lantry emitió el gruñido que le era característico.

—Tu
betheyn
queda en tus manos, Jaantony alto-Jadehierro —dijo Pyr con firmeza, aunque agitando nerviosamente el bastón—. Castígala como quieras y como debas. El Cuasi-hombre me pertenece.

Garse Janacek se había detenido a pocos metros. Su mirada iba de un interlocutor hacia otro, y dos veces pareció a punto de replicar. Pero Jaan Vikary los ignoró a todos.

—Quitadle las mordazas —dijo señalando a los cautivos.

El
teyn
de Pyr permanecía al lado de Dirk y Gwen, de frente al altoseñor de Jadehierro. Titubeó un instante, luego se agachó y les quitó las mordazas.

—Gracias —dijo Dirk.

Gwen sacudió la cabeza para apartarse el pelo de los ojos y se levantó con dificultad, pues no podía ayudarse con las manos.

—Jaan —dijo con voz insegura—. ¿Oíste?

—Oí —dijo Vikary; luego, a los Braith—: Desatadle las manos.

—Bromeas, Jadehierro —dijo Lorimaar.

Pyr, sin embargo, parecía picado por la curiosidad. Se apoyó en el bastón.

—Desátale las manos —dijo.

El
teyn
de Pyr obligó a Gwen a darse la vuelta, y le cortó las ligaduras.

—Muéstrame los brazos —le dijo Vikary a Gwen.

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