Muerte de la luz (3 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

—Arkin es de Kimdiss —dijo al final Gwen, riendo algo forzadamente. Pero Dirk la recordaba demasiado bien para dejarse engañar; ella seguía tan tensa como un momento antes, cuando había regañado a Ruark.

—No entiendo —dijo Dirk, sintiéndose muy estúpido, pues todos parecían dar por sentado que tenía que entender.

—Usted no es de los mundos exteriores —dijo Ruark—. Avalon, Baldur, no importa cuál. La gente del Velo no conoce a los kavalares.

—Ni a los kimdissi —dijo Gwen con más calma.

Ruark refunfuñó.

—Un sarcasmo —le dijo a Dirk—. Los kimdissi y los kavalares…, bueno, no nos llevamos bien, ¿sabe? De modo que Gwen le advierte que soy un prejuicioso y no debe creerme.

—Sí, Arkin —dijo ella—. Dirk, él no conoce Alto Kavalaan, no entiende ni a esa gente ni a su cultura. Como todos los kimdissi, sólo te dirá lo peor, pero el asunto es más complejo de lo que él está dispuesto a admitir. Tenlo en cuenta cuando este canalla empiece a fastidiarte con sus juicios apresurados. No te costará demasiado. Antes siempre repetías que cada problema tiene treinta facetas.

Dirk rió.

—De acuerdo —dijo—. Es verdad. Aunque en estos últimos años me he puesto a pensar que treinta es demasiado poco. Sea como fuere, aún no entiendo a qué viene todo esto. El aeromóvil, por ejemplo…, ¿te lo dan en el trabajo? ¿O tienes que volar en un artefacto así, sólo porque trabajas para Jadehierro?

—Ah —dijo Ruark en voz alta—, no se trabaja para Jadehierro, Dirk. No. Se está con ellos, o no se está… Sólo hay dos opciones. Si no se es de Jadehierro, no se trabaja para Jadehierro.

—Sí —dijo Gwen enfurruñándose otra vez—. Y yo estoy con ellos. Más vale que lo recuerdes, Arkin. A veces empiezas a fastidiarme… —terminó firmemente, casi amenazante.

—Gwen, Gwen —dijo Ruark, muy agitado—. Eres una amiga, una auténtica compañera. Juntos nos hemos enfrentado a grandes problemas. Nunca te ofendería, no era esa mi intención. Además no eres una kavalar, en absoluto. En principio, eres demasiado mujer, una auténtica mujer; no una mera
eynkethi
o una
betheyn.

—¿No? ¿De veras? Sin embargo acepté el vínculo de jade-y-plata —se volvió hacia Dirk y añadió con voz algo más baja—: Por Jaan. En realidad, el aeromóvil es de él y por eso lo utilizo, para responder a tu pregunta original. Por Jaan.

Silencio. Mientras ascendían en la negrura sólo se oía el viento huracanado que arremolinaba la melena larga y lacia de Gwen y los rizos de Dirk, que mientras el frío le penetraba la delgada vestimenta braqui se preguntaba por qué el vehículo no tenía burbuja protectora, apenas un pequeño parabrisas. Luego se cruzó de brazos, apretándolos contra el pecho, y se acurrucó en el asiento.

—¿Jaan? —preguntó con serenidad. Una pregunta. La respuesta llegaría, estaba seguro, y le tenía miedo pues Gwen había lanzado el nombre como si lanzara un reto.

—Él no lo sabe —dijo Ruark.

Gwen suspiró y Dirk notó que ella estaba nuevamente en tensión.

—Lo siento, Dirk. Creí que lo sabías. Ha pasado mucho tiempo. Pensé que… en fin, alguno de nuestros amigos comunes de Avalon sin duda te lo habrían comentado.

—Nunca veo a nadie —dijo cautelosamente Dirk—. A ninguno de nuestros conocidos, quiero decir. Siempre estoy de viaje; Draque, Prometeo, el Mundo de Jamison… —su propia voz resonaba hueca y frágil en sus oídos. Hizo una pausa y tragó saliva—. ¿Quién es Jaan?

—Jaantony Riv Lobo alto-Jadehierro Vikary —dijo Ruark.

—Jaan es mi… —titubeó—, no es fácil de explicar: soy la
betheyn
de Jaan,
cro-betheyn
de su
teyn
Garse —durante un segundo se volvió, apartando los ojos del panel de instrumentos; luego miró de nuevo hacia adelante mientras Dirk seguía tan perplejo como antes—. Mi esposo —concluyó entonces, encogiéndose de hombros—. Lo siento, Dirk. No es exactamente así, pero es el modo más aproximado de decírtelo en una sola palabra. Jaan es mi esposo.

Dirk, acurrucado en el asiento y cruzado de brazos, no dijo nada. Tenía frío, le dolía todo el cuerpo y se preguntaba a qué había venido. Recordó la joya susurrante y se sintió aún más intrigado. Ella le había llamado por alguna razón, sin duda. Y a su debido tiempo, se lo diría. Era comprensible, en realidad, que no viniera a recibirle sola. En el puerto había pensado incluso, por un instante, que tal vez Ruark…, y eso no le había molestado.

Después de una prolongada pausa, Gwen se volvió hacia él una vez más.

—Lo siento —repitió—. De veras, Dirk. Nunca debiste haber venido.

Tiene razón, pensó Dirk.

Los tres continuaron vuelo en silencio. Habían cambiado algunas palabras, y no las que Dirk habría querido oír, sino palabras que en nada alteraban la situación. Estaba aquí, en Worlorn, y tenía a Gwen a su lado. Pero de pronto ella se había convertido en una extraña. Los dos eran extraños. Dirk iba hundido en el asiento sumido en sus reflexiones, mientras un viento frío le azotaba el rostro.

En Braque había imaginado que de algún modo la joya susurrante implicaba una nueva llamada, que Gwen quería recuperarle. La única pregunta que le había preocupado era si debía ir o no, si podía regresar a Gwen, si Dirk t'Larien aún podía amar y ser amado. Pero ahora veía que las cosas eran muy diferentes.

Envía esta señal y acudiré sin hacer preguntas.
Esa era la promesa, la única promesa, nada más.

Se enfureció. ¿Por qué ella le hacía esto? Había conservado la joya y había advertido los sentimientos de Dirk. Tenía que haberse dado cuenta. Ninguna necesidad de Gwen podía pagar el precio de estos recuerdos.

Luego, finalmente, Dirk t'Larien recuperó la serenidad. Cerró los ojos con fuerza y vio nuevamente el canal de Braque y la barcaza negra y solitaria que por un momento le había parecido tan importante. Y recordó su resolución de intentarlo de nuevo, de ser como había sido, de acudir a ella y darle cuanto le pidiera, cuanto necesitara, no sólo por ella sino también por sí mismo.

Se enderezó con esfuerzo, separó los brazos, abrió los ojos y se irguió frente al cortante viento. Luego miró a Gwen con deliberación, sonriéndole con ese aire tímido que ella conocía.

—Ah, Jenny —le dijo—. Yo también lo siento. Pero no importa. No lo sabía, pero no importa. Me alegro de haber venido, y tú también deberías alegrarte. Siete años es mucho tiempo, ¿verdad?

Ella le miró de soslayo y luego volvió a concentrarse en los mandos, relamiéndose crispadamente los labios.

—Sí. Siete años es mucho tiempo, Dirk.

—¿Me presentarás a Jaan?

—Y también a Garse, su
teyn.

Abajo se oyó un gorgoteo, un río perdido en la oscuridad. Desapareció rápidamente; se desplazaban a gran velocidad. Dirk se asomó por el borde del aeromóvil para atisbar la negrura más allá de las alas; luego miró hacia arriba.

—Necesitáis más estrellas —dijo pensativamente—. Me siento como si estuviera ciego.

—Entiendo a qué te refieres —dijo Gwen con una sonrisa, y de pronto Dirk se sintió mejor, como hacía tiempo no se sentía.

—¿Recuerdas el cielo de Avalon? —preguntó.

—Sí, por supuesto.

—Había muchísimas estrellas. Era un mundo hermoso.

—Worlorn también tiene sus encantos. ¿Lo conoces bien?

—Un poco —repuso Dirk sin dejar de mirarla—. Sé algo acerca del Festival, y también que es un planeta errante, y temo que eso sea todo. En la nave una mujer me dijo que Tomo y Walberg descubrieron el lugar cuando viajaban hacia el extremo de la galaxia.

—No es muy exacto —dijo Gwen—. Pero la historia tiene su atractivo. En cualquier caso, todo lo que verás es parte del Festival. Como todo el planeta. Participaron todos los mundos del Confín, y cada cultura está reflejada en las ciudades. Hay catorce ciudades, una por cada mundo del Confín. En medio de ellas están el puerto espacial y el llano, que es una especie de parque. Ahora lo estamos sobrevolando. El llano no es muy interesante, ni siquiera de día. En los años del Festival, solía haber fiestas y competencias de todo tipo.

—¿Dónde está el lugar donde vives?

—En un paraje desierto —dijo Ruark—. Lejos de las ciudades, detrás de la cadena montañosa.

—Mira —dijo Gwen.

Dirk miró. En el horizonte pudo distinguir vagamente una estribación montañosa, una barrera negra y dentada que surgía desde el llano y eclipsaba las estrellas más bajas. Una chispa de luz sanguinolenta destellaba en lo alto de un pico y crecía a medida que se acercaban. Crecía de tamaño pero no en luminosidad. El color seguía siendo ese rojo turbio y ominoso que de algún modo a Dirk le recordaba la joya susurrante.

—Estamos en casa —anunció Gwen cuando la luz estuvo más cerca—. La ciudad de Larteyn.
Lar
significa 'cielo' en kavalar antiguo. Esta es la ciudad de Alto Kavalaan. Algunos la llaman Fortaleza de Fuego.

Dirk comprendió el porqué a primera vista. Enclavada en el hombro de la montaña, con rocas por debajo y por detrás, la ciudad kavalar era también una fortificación, gruesa y cuadrangular, de murallas macizas, con estrechas troneras. Incluso las torres que se erguían detrás de las murallas eran pesadas y sólidas. Y bajas; la montaña se alzaba por encima de ellas, y la luz de la ciudad proyectaba reflejos sangrientos en la piedra oscura.

—Piedraviva —le dijo Gwen, respondiendo a la pregunta que él no había formulado—; un mineral que absorbe la luz durante el día y la irradia durante la noche. En Alto Kavalaan solían usarla para confeccionar alhajas, pero extrajeron toneladas y las embarcaron hacia Worlorn para el Festival.

—Impresionante por lo barroco —dijo Ruark—. Impresionante por lo kavalar.

Dirk se limitó a asentir.

—Deberías haberla visto en los viejos tiempos —dijo Gwen—. De día Larteyn absorbía luz de los siete soles, y de noche iluminaba la cordillera. Como una daga de fuego. Ahora las piedras se están volviendo opacas. La Rueda se aleja cada día más. Dentro de una década la ciudad estará oscura como un rescoldo consumido.

—No parece muy grande —dijo Dirk—. ¿A cuánto ascendía la población?

—Llegó a un millón de personas. Lo que ves es sólo la parte superior del témpano. La ciudad está en las entrañas de la roca.

—Algo muy kavalar —dijo Ruark—. Una profunda fortaleza tallada en la roca viva. Pero ahora desierta. Según el último recuento, veinte personas, nosotros incluidos.

El aeromóvil sobrevoló la muralla exterior y enfiló hacia el borde del ancho saliente rocoso para pasar en línea recta frente a la roca y la piedraviva. Dirk vio abajo espaciosas aceras, hileras de estandartes que flameaban lentamente y enormes gárgolas con ardientes ojos de piedraviva. Los edificios eran de mineral blanco y madera de ébano, y a los flancos la roca les arrojaba reflejos que se prolongaban en franjas rojas como las heridas de una bestia oscura y gigantesca. Sobrevolaron torres y cúpulas y calles, callejuelas sinuosas y anchas avenidas, patios abiertos y un vastísimo teatro al aire libre.

Todo estaba desierto. Ni una figura avanzaba por los rojizos caminos de Larteyn.

Gwen descendió en espiral sobre el techo de una torre negra y cuadrangular. Mientras ella apagaba el control de gravedad para el aterrizaje, Dirk avistó otros dos vehículos en la pista: uno lustroso y amarillo, con forma de lágrima, y un viejo y formidable artefacto militar que parecía una pieza de un museo de guerra. Era verde oliva, cuadrado y blindado, con un cañón láser en la cabina delantera y toberas en la parte de atrás.

Gwen aterrizó entre los dos vehículos, y los tres se apearon del aeromóvil. Cuando llegaron a la fila de ascensores, Gwen se volvió hacia Dirk, la cara encendida y extraña bajo aquella melancólica luz rojiza.

—Es tarde —le dijo—. Será mejor que todos vayamos a descansar.

Dirk no puso objeciones a esa brusca despedida.

—¿Y Jaan? —preguntó simplemente.

—Le conocerás mañana —replicó Gwen—. Antes quiero hablar con él.

—¿Por qué? —preguntó Dirk, pero ella ya le daba la espalda y se dirigía a las escaleras. En eso llegó el ascensor y Ruark le hizo entrar apoyándole la mano en el hombro.

Descendieron hacia el descanso y los sueños.

Capítulo 2

Esa noche descansó muy poco. Cada vez que lograba dormirse, los sueños le despertaban: visiones intensas y ultrajantes que apenas recordaba cada vez que abría los ojos. Finalmente desistió y optó por hurgar entre sus pertenencias hasta encontrar la joya envuelta en plata y terciopelo. Se quedó sentado en la oscuridad, pensando en las frías promesas de la gema.

Transcurrieron las horas. Por último, Dirk se levantó y se vistió, se guardó la joya en el bolsillo y salió a observar cómo despuntaba la Rueda. Ruark estaba profundamente dormido, pero había programado la puerta con el código de Dirk para que su huésped pudiera entrar y salir sin inconvenientes. Dirk tomó el ascensor hasta la azotea y esperó a que clareara del todo sentado en la fría ala metálica del aeromóvil gris.

Fue un alba extraña, opaca y amenazadora, que engendró un día turbio. Al principio sólo un fulgor tenue y borroso se insinuó sobre el horizonte, una mancha rojinegra que se reflejó débilmente en las piedravivas de la ciudad. Luego salió el primer sol: una diminuta bola amarilla que Dirk observó con los ojos desnudos. Minutos más tarde asomó el segundo sol, un poco más grande y brillante, en otra parte del horizonte. Pero los dos, aunque sin duda eran estrellas de considerable tamaño, emitían menos luz que la generosa luna de Braque.

Poco tiempo después el Cubo de la Rueda empezó a cernirse sobre el llano, al principio como una franja roja y opaca perdida en la luz común del alba, pero luego fue adquiriendo más brillo hasta que al fin Dirk vio que no era un reflejo, sino la corona de un vasto sol rojo.

Al elevarse, pintaba el mundo de carmesí.

Dirk echó un vistazo a las calles. Las piedravivas de Larteyn ahora se habían opacado; sólo en los rincones sombríos perduraba el fulgor, aunque desvanecido. La melancolía se había abatido sobre la ciudad como un sudario grisáceo ligeramente teñido de un rojo sin vida. Bajo una luz pálida y fría habían muerto todos los reflejos nocturnos, y las calles silenciosas sugerían muerte y desolación.

El día de Worlorn. Pero todavía era crepúsculo…

—El año pasado era más brillante —dijo una voz a sus espaldas—. Cada día es más oscuro, más frío. De las seis estrellas de la Corona del Infierno, dos se ocultan ahora detrás del Gordo Satanás y no dan luz ninguna. Las otras se alejan y empequeñecen. Satanás sigue mirando a Worlorn, pero su luz es muy roja y cada vez más tenue. De modo que Worlorn vive en un lento atardecer. Unos años más, y los siete soles serán siete estrellas. Y los hielos regresarán.

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