Authors: Carmela Ribó
Una pasión irrefrenable entre dos mujeres dispuestas a llevar su erotismo hasta el límite de lo convencional.
Una novela de sentimientos y experiencias bajo la forma de la correspondencia de dos mujeres muy diferentes: la madrileña, casada con un directivo de gran empresa, y la humilde bibliotecaria argentina exiliada en Nueva York que profesa extrañas creencias orientales.
La correspondencia casual entre las dos mujeres, mediante mails y charlas en el chat, va subiendo de tono hasta encender una pasión sexual devastadora que amenaza con trastornar sus vidas.
“Mujer sobre mujer” explora el mundo íntimo de dos mujeres que han conocido amores convencionales e insatisfactorios y, a las puertas de la madurez, se arriesgan a explorar las regiones desconocidas de un intenso mundo de sentimientos y sensualidades tan solo femenino, a sabiendas de que la nueva experiencia alterará decisivamente sus vidas.
Mujer sobre mujer
Carmela Ribó
Título: Mujer sobre mujer
© 2015, Carmela Ribó
© 2015 de esta edición: Kailas Editorial, S.L.
Calle Tutor, 51, 7. 28008 Madrid
Diseño de cubierta: Rafael Ricoy
Realización: Carlos Gutiérrez y Olga Canals
ISBN ebook: 978-84-16023-87-5
ISBN papel: 978-84-16023-44-8
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Después de que mueras, yacerás sin que nadie
te recuerde o por ti se duela, pues no gozaste
las rosas de Pieria.
Ignorada también en la casa del Hades,
flotarás errabunda entre los oscuros muertos
(Safo de Lesbos, 610-580 a. C.)
Nota para el lector:
El editor ha respetado la grafía de los
mails
de la corresponsal argentina, cuyo teclado carece de signo inicial de interrogación y exclamación.
Director of Washington Irving Library
360 Irving Ave. (at Woodbine St.)
Brooklyn, New York, U.S.A.
Dear Sir:
I am interested in the letters Washington Irving wrote during the years he spent in Granada. I believed your library owns those letters. Could you lead me to the bibliography about this matter?
Many thanks for your help.
Concha Navarro
Paseo Marquesa Viuda de Aldama, 223
28100. La Moraleja
Alcobendas
MADRID. SPAIN
...
Una semana después:
Estimada Concha:
Mi nombre es María Laura Quiroga. Soy bibliotecaria en la Washington Irving Library (WIL) y me encargo de la correspondencia en español. La directora, Mrs. Horton, me ha encomendado que atienda su petición.
Lamento informarla de que en nuestra biblioteca no tenemos ningún original de Washington Irving. Quizá usted ha encontrado en Internet la noticia de la exhibición que hicimos hace meses de manuscritos de algunos autores, entre ellos Washington Irving. El material no era nuestro sino un préstamo del College of Arts and Science (una de las facultades de la Universidad de New York), en cuyos archivos se custodian muchos manuscritos originales entre los que se cuentan algunas cartas de Washington Irving. Casualmente tengo una amiga que trabaja allí. Le enviaré copia de su carta por si pudiera orientarla.
Un cordial saludo,
María Laura Quiroga.
PD: Madrid! Mamá estuvo allá por los años 57-58 y se enamoró de la ciudad. Me contaba que los españoles nos adoraban a los argentinos.
Doce días después:
Estimada María Laura:
Mil gracias por su carta y por las molestias que se toma para atender a mi petición. Madrid sigue siendo tan hermosa como cuando la conoció su madre. Si alguna vez viene por aquí, hágamelo saber y tendré mucho gusto en mostrarle algunos lugares interesantes que no frecuentan los turistas (además del Museo del Prado).
Quizá si le indico exactamente lo que busco resulte más fácil la indagación de su amiga: mi familia desciende de los marqueses de Pradohermoso, originarios de Granada, donde una antepasada mía llamada Edelmira Venegas de Navarro y Díaz-Mejorana mantuvo cierta amistad con Washington Irving. Bueno, en realidad la tradición familiar asegura que fueron amantes. Mi rama de la familia heredó un famoso abanico de seda con varillas de marfil en el que Washington Irving había escrito una poesía a mi antepasada Edelmira. Desgraciadamente, el abanico desapareció en 1936 cuando los revolucionarios rojos saquearon nuestro domicilio familiar. El único testimonio material que nos queda de Edelmira es un retrato suyo en el Museo Cerralbo. A juzgar por la apariencia, debió ser una gran dama. Para mí sería una gran suerte encontrar noticias de ella entre los papeles del gran escritor americano. Tengo el proyecto de novelar su vida o, más exactamente, el amor tan romántico que los unió, y estoy documentándome.
Cordialmente,
M.ª Concepción.
Dos días después:
Estimada Concha:
Gracias por su amable invitación a visitar Madrid. Quizá algún día pueda aceptarla, pues aunque ya he visitado Italia (remoto y olvidable viaje de novios, él empeñado en las playas y yo en las venerables ruinas), ardo en deseos de conocer algunos lugares de España que en aquel viaje solo sobrevolé: Madrid, Fontiveros, Toledo, Sevilla y Granada. Es un viaje que he ido aplazando por motivos de trabajo, pero ya va siendo hora de que empiece a planearlo.
Carpe Diem!
La vida se nos desliza entre los dedos y nunca hacemos lo que nos apetece!
Le he reenviado su carta a mi amiga Susan, y me ha prometido indagar sobre lo que usted busca.
Cordialmente,
Laura.
PD: Ya veo que cambió de Concha a Concepción. Cayó en la cuenta del significado de su nombre en Latinoamérica, órgano genital femenino? Bueno, aquí en Brooklyn somos cosmopolitas, Argentina queda remota, y no hacemos chistes. Prefiero llamarla a usted por el hipocorístico Concha, que me suena más íntimo y familiar. Por otra parte, me crie escuchando los discos de Concha Piquer en el
pick up
de mi madre.
Un día después:
Estimada Laura:
¿El
Carpe Diem
de Horacio o el de Walt Whitman?
¿Por qué Fontiveros?
C.
Dos horas después:
Gran sorpresa! Que una española conozca el
Carpe Diem
de Walt Whitman. Acá tendemos a creer que ustedes no salen de Cervantes,
La Celestina
y Cela.
Por qué Fontiveros? Por visitar la casa natal de san Juan de la Cruz. Es mi poeta favorito.
L.
Tres días después:
Estimada Laura:
¡Qué coincidencia! En mis años universitarios hice un trabajo sobre la poesía de san Juan de la Cruz. Me atrevo a adjuntarle el texto en
Word
por si quiere echarle un vistazo.
Le hago saber, no sin orgullo, que esta española ha leído a Whitman e incluso hizo en su día algunos pinitos para verter al español
Leaves of Grass
, comúnmente maltraducidas como
Hojas de Hierba
(en mi traducción
Briznas de Hierba).
Me temo que permanece inédita.
Cordialmente,
Concha.
Tres horas después:
Estimada Concha:
No le eché un vistazo a su ensayo: lo leí entero nada más recibirlo y me encantó. Gracias por el delicioso regalo. He advertido matices del poeta en los que no había reparado en mis lecturas. Y su prosa, la de usted quiero decir… qué rica! Tuve que recurrir a mi buen amigo Dic (o sea, el Diccionario de la RAE) algunas veces! Cuántas y sonoras palabras caen en el desuso, así como las cosas que designaban…! Pero es ley de la vida y, como dice el
I Ching
, lo único seguro es la dinámica del cambio. (Te prevengo ahora: cuando uso muletillas, se las achaco todas al «Libro de los Cambios»!).
Releo el correo y descubro que he apeado el tratamiento. Espero que no se sienta molesta por esa confianza que no me ha otorgado. Podemos tutearnos?
Me gustaría comentar su ensayo de manera más informal. Quiero proponerle algo: vos tenés un Windows Live Messenger (esa cosa por la que nos mandamos las cartas), no? Si yo te mando una invitación (o al revés), podríamos «charlar»
on line
. En caso afirmativo, tendríamos que acordar una hora conveniente para las dos, dada la diferencia horaria.
L.
Un día después:
Estimada Laura:
¡Claro que podemos tutearnos! El usted, me temo, está desapareciendo rápidamente del español, al menos del que hablamos aquí. En España la gente de la joven generación no lo usa ya, por educados que sean.
¿Te parece que nos encontremos en el Live Messenger el próximo domingo a las cuatro de la tarde hora española, que serán las diez de la mañana hora americana?
Concha.
Veinte minutos después:
Perfecto, Concha, hablamos el domingo a esa hora. Un saludo cordial hasta entonces.
Laura.
Un mes después:
Hola, Concha:
Llevas razón. Esto de la diferencia horaria es una lata para chatear. Comuniquémonos mediante
mails
.
L.
Tres horas después:
Mucho mejor, Laura. Así no tendremos que concordar horarios. Hoy no puedo escribir mucho, porque tengo que acudir al aeropuerto a recibir a mi hijo. Mañana, más.
Un abrazo,
C.
Un día después:
Dear
Concha:
Con tantas conversaciones de literatura y arte nunca me habías hablado de ese hijo. Cuántos tienes? No es que me sorprenda. Es que tiendo a creer que somos entelequias (quizá porque yo lo sea) y no personas con familia, amigos, obligaciones y relaciones sociales.
Ahora estoy clasificando (en la biblioteca) unos preciosos atlas históricos, y textos de metafísica y física cuántica y otros temas menos científicos y más esotéricos. Como verás, no quedé fuera del oleaje de la Nueva Era. Qué vamos a hacer…?
Te saludo cordialmente,
Laura.
Un día después:
Estimada Laura:
Veo que conoces el
I Ching
, ese extraño libro-oráculo. Bueno, debo decirte que yo no creo en casi nada por no decir en nada. Aquí nos educaron bajo la égida del general Franco para que creyéramos en demasiadas cosas y ahora hemos dado en descreer de todo. Mi generación, digo.
Un abrazo,
Concha.
Tres horas después:
Estimada Concha:
Las nuestras son vidas paralelas, como las de Plutarco. Bueno, yo crecí bajo la égida de Perón, de Evita y luego de Isabelita, así que también sé lo que es adquirir a machamartillo creencias patrióticas bajo una dictadura. Bueno, una dictadura relativa.
Un saludo cordial,
Laura.
PD: En realidad, de lo que es una dictadura nos enteramos con Videla, que asesinó a mi padre y nos obligó a exiliarnos a mi madre y a mí. Sin embargo, o quizá precisamente por ello, no he renunciado a ciertas creencias que pretenden que este mundo tiene arreglo. Algún día, si nos conocemos personalmente, como espero, en mi demorado viaje a España, te contaré más de aquellos tiempos. Para nosotros duelen todavía, y son, me imagino, la misma herida que para ustedes la Guerra Civil. La diferencia es que por aquí un solo bando estuvo armado. En fin. Prefiero no hablar de esto.
Una hora después:
Estimada Laura:
Más vidas paralelas. En mi familia también tenemos ciertas heridas de sangre: los rojos asesinaron a nuestros abuelos y a dos tíos en 1936, y mi madre se salvó porque la revolución marxista la sorprendió veraneando en Biarritz. Afortunadamente para mí, eso ocurrió en la generación anterior y solo me ha afectado tangencialmente. Bueno, quizá no tan tangencialmente: mi madre desarrolló un cáncer, yo creo que de la tristeza, porque estaba muy unida a su padre, y, cuando murió, los tíos que se hicieron cargo de mi educación y de la de mis hermanos, «los pobres huerfanitos», nos internaron en colegios donde no diéramos mucho la tabarra. Yo me he criado con las monjas carmelitas, entre rezos y charlas pías del padre Ormaechea S. J. Supongo que por eso he salido tan descreída.
Quizá va siendo hora de que te cuente algunos extremos de mi vida: tengo cincuenta y nueve años, aunque dicen que aparento diez menos (piadosos que son), estoy casada, tengo dos hijos, chica y chico, él se llama Borja, y ella, Victoria. Borja tiene treinta y dos años, es ingeniero informático y trabaja en Holanda. Vicky tiene treinta y siete y es profesora de Biología en la Complutense. Los dos viven más o menos emparejados, Borja con una holandesa, pero no tienen hijos.
¿Tú estás casada? Si lo estás, ya sabes lo que es criar niños. Ahora, que ya volaron del nido, tengo tiempo libre, y en lugar de perderlo como hacen mis amigas jugando interminables partidas de bridge y despellejándose entre ellas, he pensado hacer algo más positivo, como escribir una novela histórica (espero que no me salga histérica) sobre mi antepasada, la del abanico, e incluso me tienta a veces doctorarme (soy licenciada en Filosofía y Letras, y abandoné tesis e intereses para casarme).
Emilio, mi marido, es alto ejecutivo de una multinacional y, como se dedica principalmente a ganar dinero, no tiene mucho tiempo para la familia.
Vivimos en un barrio residencial a las afueras de Madrid, pero no vayas a figurarte una existencia tranquila, nada de eso. Muy a mi pesar, llevo una intensa vida social que cada vez aguanto menos. Me resigno, no creas, porque soy consciente de que eso es parte del lote. En fin, no te canso más.
Un abrazo,
C.
Un día después:
Querida Concha:
Qué gran idea la de escribir esa novela sobre tu antepasada! Cuenta con mi ayuda (y con la de mi amiga Susan) si necesitas documentación americana.
Si estoy casada? No, no lo estoy, afortunadamente, pero lo estuve algún tiempo. Conocí al padre de mi hijo cuando tenía dieciocho años. Estaba en una cafetería con mi amiga cuando lo vi entrar con otros y sentarse en una mesa vecina. Era verano y estaba muy bronceado. Ojos verdes, el cabello largo por debajo de los hombros, una barba de cristo guerrillero, el vello espeso asomando por el cuello de la camisa blanca. Era apuesto, sí, pero lo que sentí entonces no fue tan solo la atracción por su apariencia, fue algo diferente. Una iluminación, una certeza. Lo miré y supe que había llegado el elegido. Se lo dije a mi amiga, Julia. Ella se rio con una gran carcajada, era muy alegre entonces, y me dijo: Pero si ni lo conocés, Lauri! Esa misma noche él me acompañó hasta mi casa. Me acompañó muchos años con dulce compañía y una amistad que valoré infinitamente más que sus dotes de amante. Él fue mi amigo, mi confidente, mi compañero. Fue un amor eterno e infinito como todos los amores. Éramos almas gemelas, unidas por comunes aficiones: la lectura, el cine, los martes y los sábados, el teatro los viernes, alguna exposición de pintura los domingos. Conversábamos largamente con un diálogo sereno, idealista, respetando los silencios del otro. Estudiábamos juntos. Yo era joven y cursaba con facilidad. Formé parte de una élite que lograba calificaciones de excelencia. Entonces descubrí que estaba embarazada. Nos casamos y llegamos a un acuerdo: yo dejaría momentáneamente la carrera para tener el niño y criarlo los primeros años, y cuando ya estuviera más grandecito, retomaría y entonces cambiaríamos los roles, así terminaría mi carrera. Se malogró el embarazo, aborté y todo ello me acarreó una tremenda depresión que me impidió regresar a los estudios. Daniel, entre tanto, se recibió con las mejores calificaciones. Yo le rehacía todos los parciales, porque, a pesar de sus conocimientos, tenía una pésima redacción y los trabajos, aunque evidenciaban estudio, resultaban confusos, y al principio le fue bastante mal por eso. Cuando se recibió, me dijo que quería el divorcio. A nuestros comunes amigos les contó que la convivencia era imposible, que yo era insufrible… En realidad, según supimos, se había enamorado de otra, una mujer fea, inculta y vulgar.